Sección CARPE VERBA

María José Pérez Dorao
Nacida en Cádiz, aunque reside desde hace años en Málaga, es, además de redactora senior, socia fundadora de Cientochentagrados, Consultora de Branding y Comunicación, delegada de Inspiring Girls en Málaga y cofundadora de adiccionario.org, una plataforma que tiene como objetivo ayudar a las familias que se ven obligadas a enfrentarse a la adicción porque alguno de sus miembros se encuentra inmerso en ese grave problema. A lo largo de su trayectoria en agencias de publicidad ha ocupado puestos de dirección creativa, dirección estratégica y dirección general. Es además una apasionada de la redacción publicitaria, del uso del lenguaje para seducir y convencer. Sus incursiones en el terreno de la literatura, surgen de la necesidad que desde siempre ha tenido de explicarse y aclarar sus ideas escribiendo, pero también de servirse del lenguaje para explorar todas las potencialidades creativas que este posee.
29 junio 2018.
Esta semana he sido testigo de algo que, con el transcurrir de los días, ha vuelto varias veces a mi mente y me ha hecho pensar. Fue la mañana del martes, tenía una reunión con unas personas en el Matiz, el recién estrenado restaurante-cafetería del hotel Molina Lario, y al finalizar decidí quedarme a trabajar allí mismo, en el patio, que a las 11 de la mañana se presentaba como el espacio idóneo para terminar un presupuesto pendiente. Elegí una mesa al fondo, rodeada de mesas vacías que me aseguraban un perímetro de tranquilidad para concentrarme en mi PPT a medio acabar.
Al cabo de media hora llegaron dos señores mayores a la mesa de al lado, y estuvieron conversando tranquilamente sin que yo les echara mucha cuenta. Pero a medida que transcurría la mañana se fueron sumando más tertulianos, todos varones y rondando los setenta u ochenta años y pronto me interesó más la conversación de aquel grupo que mis propios números, y me dejé llevar por sus voces sin poner demasiada resistencia.
Definitivamente me estaba seduciendo la capacidad de todos ellos ─llegaron a ser ocho o nueve─ de dialogar con absoluto orden y respeto al turno de palabra, repasando entre unos y otros la actualidad más reciente, no tanto de política como de temas sociales y económicos. La migración masiva de estos días, la empresa de embutidos que llevaba años engordando sus arcas con una absoluta falta de escrúpulos al infringir las normas más básicas de seguridad alimentaria... hablaban también de gastronomía, del ronqueo del atún, del arte de la pesca en las almadrabas...
Fui deduciendo que aquellos hombres habían sido empresarios, sabían de lo que hablaban, y sobre todo lo hacían con normas ya desaparecidas: ni un solo móvil sobre la mesa, ni un solo tono de llamada que interrumpiera su fluida conversación, un absoluto respeto por la opinión de los demás, un pedir disculpas de antemano si el contenido de algún comentario podía molestar a alguno de los presentes... Recuerdo que hasta uno de ellos preguntó: ─¿Puedo contar una anécdota?─ El solo hecho de que pidiera permiso al resto me parecía casi inocente en aquellos seres maduros y con vidas tan vividas. Le dieron un «Adelante» y el hombre se echó al ruedo con una anécdota histórica de un personaje relacionado con el rey Fernando VII, bien contada, con buen ritmo e interés creciente... pero de narración sencilla, sin alharacas ni ínfulas ni pedantería, sino desde un tono humilde de narrador de a pie.
Me daba cuenta de que aquellos «abuelos» me tenían entregada, mi atención centrada en su tertulia por lo inusual, lo lejana en el recuerdo de aquellas charlas de los adultos los domingos por la tarde en casa de mis abuelos. Estos señores son sensibles, cultos, educados, están excelentemente informados y bien formados en el arte de conversar. En algún momento alguno de ellos expresó a los demás su inquietud por si pudieran estar molestándome por el tono picante de una anécdota sobre una boda gitana, a lo que yo continué con los dedos activos en el teclado y la mirada fija en mi pantalla, por no levantar sospechas que rompieran el privilegio de estar ante una rara avis, un momento vivo de sabiduría, señorío y saber hacer, esta tertulia que en nada se podría parecer a las que vemos a través de una pantalla u oímos a través de las ondas.
Es real y existe aquí y ahora, y nadie se está dando cuenta de su valor, pensé. Ojalá se valorara la ciudadanía de estas personas, ojalá pudieran servir de ejemplo, de tendencia, de maestros.
Al marcharme con mis bártulos ya recogidos, estuve a un tris de acercarme y darles las gracias por la normalidad con la que estaban desarrollando un acto tan poco normal... pero pensé que cuando las cosas funcionan, no hay que tocarlas sino dejarlas seguir su curso. Esto está bien así, pensé al marcharme, y yo tengo la inmensa suerte de saberlo.