Sección CARPE VERBA

Carlos Martín 'Dokusán'
El autor (Madrid, 1956) muestra desde su ya lejana adolescencia una voluntad de esclarecimiento y una búsqueda de respuestas a las cuestiones que nos producen el asombro ante nuestra existencia. De temprana vocación poética, no ha sido hasta comenzado el siglo XXI cuando se decide a publicar: El Sueño de Lázaro (2009), Memoria de la Ceniza (2011), La Conciencia Perturbada (2013) y su cuarto poemario, La Diadema de la Muerte en 2018. El Ojo y la Cuerda (2019-2021), con ilustraciones de Nuria Gamboa, textos de Carlos Martin y edición a cargo de Javier Fernández Delgado, es su primera obra en formato de publicación web: un libro de horas con poemas, prosas y cuentas de rosario, esculpido ex profeso para la lectura móvil, que permite la inmersión profunda del lector en cualquier instante, en todo lugar. En 2025 presentó su poemario Siempre Cayendo.
En la actualidad, Carlos Martín vive al pie de la montaña, apartado de los Hombres.
No está en la voluntad de uno plasmar en el papel la emoción, el pensamiento. Son corrientes subterráneas, que van aflorando a lo consciente. Digamos que el acto de escribir parte de un proceso cenestésico (o de interocepción que su acepción más conocida). Es entonces , una vez llega a la conciencia esas corrientes, cuando comienza la andadura, el viaje. Escribes sin saber dónde te llevará esta travesía. Durante esta, la palabra brota espontáneamente desde el centro hacia la periferia. Después, todo es un revisar las vías de agua, reparar las jarcias, corregir la derrota. Tras el control de daños, el autor, el que pone las palabras sobre el papel, toma las decisiones oportunas, endereza el viaje hasta que finalmente, con la línea de la costa a la vista, llegas a puerto: el Poema ya ha pasado de tus manos a las de otros.
Lectura en voz alta por el autor de esta explicación de su poética, que relizó en el acto de presentación de su poemario Siempre cayendo en la Biblioteca de la Casa de Fieras del Retiro el 15 de diciembre de 2025.
Azul lechoso que nubla el sol de invierno.
Como el pensamiento que,
ante el blanco que me crece por dentro,
deja filamentos de vacío, cenizas furiosas que arden en el viento.
Y es que el pensamiento muda o se hace fuerte,
muerde y lacera las arterias
que nos llevan de la luz efímera
al sombrío declinar de la tarde.
Y es que no hay medida ni algoritmo que resuelva
este peregrinaje entre ardores y oscurecimientos.
Callar por dentro, callar en lo profundo
ha de ser por fuerza nuestra última defensa.
Podríamos parar este continuo descender
y volver la mirada a los libros que nos nutrieron,
enterrarnos en el polvo antiguo de los manuscritos
que otros escribieron y nos dieron esperanza,
sangre viva y renovada.
Larga fue nuestra espera y aquella se fue corrompiendo
entre las líneas ígneas del tiempo.
Encerrados hoy entre fractales y hologramas
no encontramos puntos de fuga
solo sombras fantasmales entre las rugosas paredes de la Caverna.
Qué indefensión la nuestra frente al hecho de vivir. Fuimos arrojados al mundo por la fuerza de la naturaleza no por la gracia de los dioses y desde esta primera caída todo ha devenido en otras y más feroces caídas y descendimientos.
La sabiduría abre la puerta al sufrimiento, la ignorancia, al pasmo en un vacío transcurrir de los días. Y no hay una tercera vía…o sí, la vía que eligen los desalmados que viven el frenesí de la posesión, indiferentes al dolor que infringen a cuanto les rodea.
Para los que subieron al carro de la Diosa, ésta les mostró dos vías: la de la Verdad y la de los Hombres, que es la de la opinión.
Inaccesible la primera, el único sendero posible es el que lleva a la melancolía y al silencio en la más estricta soledad.