Letra 15. Revista digital
Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid - ISSN 2341-1643

Sección ENCUENTROS

Entrevista con Gustavo Martín Garzo

Mónica Lázaro Martínez

Entrevista

Anna Bronchales Cabañas

Fotografías

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Narramos para darle un sentido a la vida

Gustavo Martín Garzo

La Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo», junto con el Departamento de Lengua y Literatura de la Facultad de Educación, y el Máster Universitario en Formación del Profesorado de ESO y Bachillerato, FP y Enseñanzas de Idiomas ha hecho posible una nueva edición del «Diálogo con autores» con el escritor Gustavo Martín Garzo.

Gustavo Martín Garzo en el Paraninfo de la UCM

El encuentro, celebrado el 16 de enero de 2013 en el Paraninfo de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, giró en torno a La princesa manca y la literatura fantástica y contó con la presencia del catedrático de la Universidad Complutense Jaime García Padrino, quien glosó la figura del escritor vallisoletano.

Gustavo Martín Garzo nació en Valladolid en 1948 y concluyó la carrera de Filosofía y Letras, en la especialidad de Psicología, en Madrid. Ejerció durante varios años su profesión de psicólogo y posteriormente se dedicó a la literatura. Es fundador de dos revistas literarias (Un ángel más y El signo del gorrión), ha publicado veinte novelas para adultos, cinco infantiles y cinco libros de ensayo. Ha recibido numerosos galardones a lo largo de su trayectoria literaria, entre los que destacan el Premio Nacional de Narrativa con El lenguaje de las fuentes en 1994, el Premio Nadal en 1999 con Historias de Marta y Fernando, el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por Tres cuentos de hadas en 2004 y el de Novela Ciudad de Torrevieja con Tan cerca del aire, en 2010.

A lo largo de la entrevista, el autor realizó reflexiones sobre la creación literaria, la enseñanza de la literatura en las aulas y la importancia de los clásicos en la formación de los alumnos.

1. Su formación académica es la Psicología. ¿Cuándo se le ocurrió comenzar a contar historias?

Estudié Psicología cuando era una especialidad de Filosofía y Letras, que tenían dos cursos comunes y luego se elegía una especialidad. En ese momento surgió como disciplina nueva la Psicología, y tuve la «desgracia» de que cayeron en mis manos unos libros de Freud que editaba Alianza Editorial, que empezó a publicar por aquel entonces. Se cruzaron en mi vida La interpretación de los sueños, Psicopatología de la vida cotidiana, El malestar en la cultura, Tótem y tabú… Me quedé cautivado y pensé que la Psicología era aquello de lo que hablaba Freud, aunque luego comprobé que no era así.

Sin embargo, la literatura es anterior. Podría decir que fue la literatura la que me llevó a la psicología y no al revés. La literatura me ha interesado siempre, primero como lector y luego empecé a escribir.

Cuando ejercí de psicólogo me sirvió de mucho mi afición a la literatura, porque tengo el convencimiento de que en la literatura se expresa mucho mejor lo que somos los hombres y las mujeres. Todo aquel que quiera saber lo que somos debe consultar las grandes novelas, los grandes libros de poemas, porque es ahí donde de verdad se habla de lo que somos. Yo, por ejemplo, desconfío de un psicólogo que no sea lector.

2. No es lo mismo contar una historia de la tradición popular que inventarla. ¿Cree usted que hay algo de terapéutico en inventar historias?

Sí, la psicología y la literatura tienen muchos puntos en común: el centro de ambas es el Hombre, además el Hombre en conflicto. Para que alguien acuda al psicólogo debe tener un problema que no sabe resolver, y acude al psicólogo para eso. En la literatura sucede lo mismo: para que exista una historia tiene que haber un personaje, además uno problemático, porque el que no es problemático no da lugar a una historia. Siempre se recuerda la frase célebre de Anna Karénina: «todas las familias felices se parecen, mientras que las desgraciadas lo son cada una a su manera». No se puede contar la historia de una familia feliz porque no hay nada que contar, mientras que en la desgraciada siempre hay algo.

 

Además, tienen otro punto de contacto muy importante: las dos se basan en la palabra. Para contar una historia necesitas el lenguaje, las palabras. Cuando uno va al psicólogo, lo fundamental de la terapia psicológica es verbalizar, ser capaz de encontrar las palabras necesarias para contar lo que le está sucediendo. El esfuerzo de verbalizar ya es terapéutico en sí mismo. El poder curativo de la palabra se conoce desde el origen del mundo: los brujos con sus conjuros, el creyente que reza sus oraciones, porque espera que lo que está pidiendo sea beneficioso para él. Además, no debemos olvidarnos de que Scheherezade, gracias a sus palabras, consigue salvar su vida.

Narramos para darle un sentido a la vida, esperamos de la literatura que tenga el poder de salvarnos en la medida en que podemos ser salvados.

3. Cuando empieza a escribir una novela, ¿piensa por anticipado si va a escribir para adultos o para jóvenes? ¿O eso lo decide después, una vez terminada?

No, cuando escribes una novela, tienes que tener una historia, pero una que a la vez te interese, que necesites contar, que te apasione contar, no puede ser cualquier historia. Cuando descubren que eres escritor y te cuentan una historia para la próxima novela, esa historia no te pertenece. Es muy importante que la historia que vayas a contar tenga que ver contigo, y que necesites contarla. Tiene que haber una necesidad de contarla, y si no existe, es difícil que salga un buen libro.

Hemingway decía que para narrar tienes que estar enamorado, en primer lugar tienes que amar la historia que vas a contar. Cuando tengo una historia, en esa historia a veces hay dragones, princesas dormidas… y puede que los niños le vayan a prestar más atención que los adultos, y en ese caso procuras que el lenguaje que vas a utilizar sea más sencillo. Pero para mí, mis libros de niños y adultos son iguales, C.S. Lewis decía que la literatura infantil es aquella que también gusta a los niños. Por eso, antes de hablar de literatura para niños, adolescentes o adultos, hablemos de literatura, de una obra que merezca esa consideración de obra literaria.

4. Ha publicado un sin fin de novelas (20 novelas, 5 que se consideran más de narrativa juvenil y 5 libros de ensayos), pero en sus artículos escribe también bastante sobre el género poético. ¿Escribe también poesía? Si es así, ¿ha pensado en publicarla alguna vez?

No, no escribo poesía porque no me surge, tal vez porque tengo mucho respeto a la poesía. Leo mucha poesía, admiro muchísimo a los poetas, me parece la expresión más alta del lenguaje, la mayor esencialidad, la mayor economía. Pero no, no la escribo.

Sin embargo, el término de lo poético es muy interesante. Lo poético debe estar presente también en una obra en prosa. Lo poético, que es tan difícil de definir en qué consiste pero tan fácil saber cuándo aparece, porque tiene el extraño poder de iluminar el mundo, de crear un lugar nuevo, como asistir al nacimiento de algo que se produce por primera vez… También existe en todo lo que hacemos, en la vida.

Lo poético tiene que ver con aquello que nace, que se entrega por primera vez; la epifanía, el momento inicial, que también debe estar presente en la prosa, aunque no sea prosa poética. Y está presente en el cine, en la música, en la pintura. Y en la vida nuestra, también debería estar, el instante revelador, significativo.

Para eso los griegos, que eran sabios para todo, tenían dos ideas del tiempo: kronos, el tiempo sucesivo, cronológico, que mide nuestro paso por este mundo, y kairós, el tiempo hecho de los momentos especiales, singulares, únicos, que aparecen cuando menos te lo esperas. Ese tiempo tiene que ver con lo poético, el momento revelador.

5. ¿Qué libros le gustaban más cuando era pequeño?

Los cuentos nos los contaban en casa, aunque más que cuentos, de pequeño recuerdo que había un libro que en mi casa tenía mucha importancia, Las 1000 mejores poesías de la lengua castellana, de Menéndez Pelayo. Mi padre era muy aficionado a la poesía y nos leía por la noche. Ahí, en la poesía, estaba ya todo: los piratas, las princesas en sus palacios perdidos, las enamoradas que estaban deseando recibir una carta, las golondrinas que no regresaban al balcón donde había tenido lugar la dicha… ese era realmente un mundo encantado, lleno de historias, de instantes resplandecientes.

Ese fue mi libro de los cuentos cuando todavía no sabía leer. Luego vinieron Salgari, Guillermo Brown, Julio Verne, Las aventuras de Tarzán, que me encantaban.

6. ¿Y ahora, qué suele leer?

A partir de ese momento, si hay algo que he sido siempre es lector, ya lo decía Borges: yo me enorgullezco más de los libros que he leído que de los que he escrito. Puedo casi decir con orgullo que con el paso del tiempo he conseguido convertirme en un buen lector, más que en un buen escritor, y en un buen espectador de cine. No he dejado de ver películas, porque el cine también es muy importante.

He leído innumerables libros, y si tuviera que elegir, citaría a Iván Bunin, que decía que «la vanidad elige, el amor verdadero no puede hacerlo». Creo que se podrían citar a miles de escritores, y todos ellos serían buenísimos.

Pero si tuviera que elegir, ahora mismo diría que la literatura gira en torno a tres obras esenciales:

Faulkner, cuyos libros he vuelto a leer este verano, por esa intensidad, esa locura que hay en la obra de Faulkner, que dice que a pesar del absurdo de la vida es capaz de verla como algo que merece la pena contemplar, tiene una frase que dice algo así como que «jamás daría la espalda a toda la locura que hay en este mundo, a pesar de su infinita tristeza».

Y Kafka, que conecta mucho con los cuentos. Si lo piensas, sus protagonistas son objetos, a veces son ratones, perros, monos que se transforman en hombres, hombres que se transforman en cucarachas, trapecistas… Creo que pocas obras se han acercado tanto al misterio de la existencia humana como ha conseguido acercarse Kafka.

Y, finalmente, los cuentos maravillosos, los de los hermanos Grimm y los de Andersen, sobre todo, por la idea de la vida como un don, un don inexplicable, una aventura extravagante pero que merece la pena, que no se puede renunciar a ella a pesar del sinsentido que mencionaba antes.

7. El programa de Lengua castellana y Literatura, en el segundo ciclo de la ESO y Bachillerato, prevé la enseñanza de obras clásicas ¿Considera que es adecuado enseñar los clásicos a los adolescentes?

Creo que es fundamental enseñar a los clásicos, considero que uno de los mayores problemas de la época contemporánea es haberle dado la espalda a todo lo anterior. La cultura es la memoria del Hombre, no podemos crecer como si hubiéramos nacido por generación espontánea, no es justo darle la espalda a los clásicos. En las grandes obras está lo mejor que ha concebido el hombre, ignorarlos es como tener un tesoro y darle la espalda, no querer contemplarlo.

Claro que deberían conocer a los grandes escritores de su lengua, y para eso está el profesor, para hacer de intermediario, no dejarlos solos. Por ejemplo frente a La Celestina, si alguien tiene un buen iniciador, eso le va a servir para vivirlo, de manera que soy completamente partidario de que se les guíe, que no se los deje solos.

También es importante que lean otros libros que les hablen de su realidad, pero eso ya lo tienen fuera de la escuela, se lo van a encontrar igualmente.

8. ¿Cuáles de sus obras sugeriría a los profesores para tratar en el aula?

Creo que es importante que el profesor elija aquellos libros que sean importantes para él. Al igual que un escritor debe contar su historia, un profesor debe leer y encontrar aquellos libros que pueda recomendar.

Sin embargo, si tuviera que elegir, hasta los 16 años están La princesa manca, El valle de las gigantas, Tres cuentos de hadas… a los 17 años ya pueden leer de todo, es cuando mejor cabeza se tiene. En todo caso, creo que es importante para un lector que él mismo se vaya haciendo su propia historia de lector. Eso pasaba cuando empezabas a leer: un autor te llevaba al otro, te movías sin plano, a la deriva, buscando algo que no sabías lo que era, te dejabas llevar por lo que salía al paso, y eso es lo que conforma un buen lector, esa es la aventura: no saber lo que te vas a encontrar.

9. Para terminar, quería pedirle algún consejo o sugerencia acerca de la cómo promover la lectura entre los jóvenes.

La lectura no es un hábito que se pueda potenciar, como pueda hacerse con el deporte. No puedes hacer leer a los chicos media hora al día y que así con el tiempo salgan lectores, al igual que harían si fueran al gimnasio a entrenar a diario para tener bíceps. En el caso del gimnasio es así, pero la lectura, la atracción por ese mundo misterioso, indefinido, es diferente. Un profesor lo que puede hacer es tratar de contagiarles su entusiasmo: que los chicos vean que le tiembla la voz, se sonroja y se pone más guapo, al hablar de los libros. Que vean la transformación que opera el libro en ellos. Creo que esa es la única manera que hay de enseñar a leer.

En ocasiones, con la imposición se consigue el efecto contrario. En mi caso, lo que recuerdo es que fuera una prohibición la lectura, porque te venían a apagar la luz por las noches. Recientemente encontré un caso de una muchacha que era una gran lectora pero que no se atrevía a reconocerlo dentro de su grupo de amigos, de iguales, porque era como hacerles la pelota a los adultos. En este caso se lo ocultaba a sus compañeros.

Emili Teixidor, que ha fallecido recientemente, tenía mucha experiencia, y utilizaba un sistema muy bueno: llegaba a la clase con una serie de libros, se los presentaba a los alumnos, se los iba recomendando y de uno de ellos decía: «este está equivocado, este no». Y ese era el libro al que se acercaban los chicos. El mundo de los libros siempre ha tenido un halo de oculto, de extraño. El mejor favor que se le podría hacer a los libros es prohibirlos, o quemarlos, como hacían los nazis. Los grandes libros pueden ser devastadores. Kafka decía que un buen libro debía ser como una puñalada que uno recibía en el pecho. Los buenos libros deberían tener el poder de perturbar al lector, de hacerle cuestionarse todo lo que cree saber acerca del mundo.

 

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