Sección ENCUENTROS
Entrevista
Nuria Martínez Aglio
La entrevistadora es licenciada en Filología Hispánica y profesora de Lengua castellana y Literatura, actualmente en el IES «Joan Miró» de San Sebastián de los Reyes (Madrid).
Fernando J. López, escritor prolijo donde los haya, con tan solo treinta y nueve años ha triunfado en carteleras nacionales e internacionales, llegando a cruzar el charco. Ha escrito, actuado, dirigido y adaptado numerosas obras de teatro además de haber publicado numerosas novelas para el público adulto, obteniendo el premio «Joven y brillante» en 1996 con In(h)armónicos, y la nominación al premio «Nadal» con La edad de la ira. Uniendo esa pasión, la de escribir, y su gran empatía con los adolescentes, se embarcó en la novela juvenil. El resultado de la combinación de ambas cualidades ha sido fructífero, ya que ha cosechado gran éxito tanto entre los lectores juveniles como entre los críticos literarios.
Con motivo del encuentro literario realizado en el I.E.S. Joan Miró, de San Sebastián de los Reyes, el autor nos dedica unos minutos y responde unas preguntas sobre su brillante carrera como escritor y docente.
─Secreto no sé si hay. Empecé desde muy jovencito en el mundo editorial como traductor primero, editor, lexicógrafo. Digamos que todo lo que hago se encuentra dentro del mundo de mis pasiones y cuando algo te apasiona, como en mi caso la escritura, la edición, la docencia, sacas tiempo de donde sea. Digamos que el secreto es hacerlo todo desde el amor.
─Muchísimas cosas. Yo siempre siento que estoy empezando en todo. Me quedan muchas cosas, y es algo muy positivo, lejos de ser algo negativo. Lo digo todo como un reto constante, empezar a todos los niveles. Siempre hacer algo diferente a lo anterior; por ejemplo, en literatura pruebo con géneros diferentes; en teatro suelo acometer trabajos diferentes entre sí, probar equipos diferentes. Me queda mucho, es más, no sé qué voy a estar haciendo dentro de cinco años, no lo sé. Soy de oportunidades, de qué me encuentro en el camino y de cómo lo puedo aprovechar.
─Les diría que no los conocen, que hay un desconocimiento general muy grande de los jóvenes, en concreto de los adolescentes. Es una de mis guerras, en mis textos, en muchos de ellos hablo de la adolescencia para luchar contra ciertos prejuicios. Se les mira por encima del hombro, se les prejuzga y no se les tiene en cuenta su contexto, su realidad. Miramos sus problemas desde nuestra óptica y por encima del hombro y eso hace que se aíslen aún más, no empatizamos con ellos. Me parece un grave problema.
─No sé si es un nuevo tipo de novela, pero sí que es verdad que es un nuevo tipo de lenguaje. Las redes sociales han cambiado nuestro día a día nuestra manera de comunicarnos y creo que la literatura también tiene que ser reflejo de ello. A mí como autor me interesa mucho contar el ahora, me interesa el punto documental que tiene la literatura y plasmar reflexiones sobre ese momento. Cuando utilizo el mundo transmedia como en Los nombres del fuego tiene la idea de conectar ese universo con la realidad, aprovechar esa ventana que ofrece Internet para que los jóvenes salten de esa ficción de la novela a la realidad.
─Dejamos mucho porque lo que hacemos es crear un mundo alternativo, y que ellos completen aún más, no lo planteo como una recreación de la novela, sino como una prolongación de ella, los personajes siguen vivos, cuentan cosas de maneras muy abstractas: Marina dibuja, Abril tiene una cuenta en Instagram...; pero yo solo doy pinceladas, son los lectores los que tienen que completarlas, en realidad les doy más trabajo de interpretación. Por ejemplo, en el blog de Nico se conecta con noticias de actualidad. Mi idea es provocarles, que salten de Los nombres del fuego a la noticia, que por desgracia es real y conecta con la realidad. O centrándonos en la Playlist del protagonista está hecha a través de los lectores que me envían sus propuestas, a qué les suena mi relato. Lo que tenía claro era que no quería que fuera ni un elemento de marketing, ni un elemento que limitara al lector, quería algo que expandiera un espacio de interpretación y de creación.
─Creo que por suerte vivimos en una sociedad con muchas libertades, pero también con muchos impedimentos. Nos olvidamos que estamos ante una generación que está viviendo la crisis, que está creciendo con ella. Nosotros, como adultos, tenemos unos recursos que nos ayudan a afrontar los derechos que nos están recortando, pero ellos construyen su futuro desde un horizonte muy reducido y eso es muy peligroso. No les dejamos hueco para la expresión, ni para la esperanza, es una generación muy derrotista y no es su culpa. Nosotros les culpamos de todo lo que no nos gusta de la sociedad. Nos hace falta darles voz y darle voz a toda una diversidad, no que hablen solo unos pocos, tenemos una adolescencia multicultural. Tenemos que dar cabida a todos, hay muchos que no se sienten escuchados.
─Es muy arriesgado dar una única opinión, pero principalmente veo dos cosas. No sirve de nada compararnos con otro sistema sin analizar el nuestro y no sirve de nada criticar sin valorar lo positivo, porque en nuestro sistema hay cosas muy positivas. No sirve de nada comparar sin atender a las realidades sociales en las que nace un sistema educativo, de ahí que el método finlandés me aburra y no me interese nada. Comparamos dos sistemas y no dos sociedades. ¿Y qué habría que hacer? Yo tengo claras dos cosas. Necesitamos una verdadera reforma contando con el alumnado, los padres y profesores, porque todo se hace sin contar con los que estamos en el aula y un pacto educativo que nazca de las aulas, no de gurús externos. Por último, revisar los contenidos que no han evolucionado a pesar de estar en el s. XXI.
─El título surgió hablando con la editorial. Queríamos alguna frase que a todos nos sonara y coincidimos en que la habíamos dicho todos o nos la habían dicho. Yo confieso que no la he dicho nunca, pero que sí que me la han dicho alguna vez, era un alumno un poquito hablador.
─Creo que esta idea nace, de nuevo, de los prejuicios. Noto que los medios no me tratan igual cuando lanzo un título juvenil que cuando lanzo una novela adulta, parece que la literatura juvenil es una novela de segunda. Que hay baja calidad, como todo, en la adulta y la juvenil, pero solo se habla de la que atañe a la juvenil. Eso impide que tengamos grandes lectores, e impide que haya grandes fenómenos como en Alemania con Michael Ende o en Inglaterra con Harry Potter. Nadie pone en duda la calidad de Roald Dahl. La crítica inglesa es consciente de la importancia de una novela juvenil de calidad, que es la base para que haya lectores de calidad. Aquí os falta el apoyo, por el que estamos peleando, es una asignatura pendiente.
─Queda muchísimo por hacer, hay que visibilizar todas las edades, contar la LGTB sin que sea todo el conflicto de homosexual del personaje, hay que presentar personajes diversos. En Los nombres del fuego, se habla de Nico y de su primera relación con un chico, de la misma manera que se habla con total normalidad de la historia de amor de su amiga Abril. En Cuando fuimos dos comenzamos con un público homosexual, pero lo más bonito es que a los dos meses teníamos un público muy variopinto. Peleo por la normalización. Tenemos un nivel de agresiones homófobas en Madrid muy preocupante. Y hay un paso más aún, normalizar la transexualidad que trato ahora en #malditos16. Me importa mucho por el tema adolescente, es cuando deciden quiénes son, cuando más sufren.
─Nunca lo soñé, empecé a hacer teatro en el instituto, que hizo que perdiera mi timidez, me abrió muchas puertas tanto personales como profesionales, por eso creo tanto en la educación porque todo lo que he llegado a ser comenzó en el instituto. En la universidad creé un grupo de teatro y luego en salas alternativas, pero jamás pensé que acabaría viviendo de ello, llegar tan alto. Hice, además, una versión de Yerma que consiguió seis premios «Hellen Hayes» y es una sensación maravillosa ver que hay un lenguaje universal, que es el teatro, que elimina fronteras. Es una sensación especial ver tus obras en otro país, en otras lenguas.
─Siempre lo tengo, pero no tiene que ver con los premios, sino con que para un autor siempre su última novela es la última, el lector te mide por lo último que ha leído, que ha visto. Además creo que tiene una función no solo estética, sino también social. Tengo muy claro lo que quiero expresar con cada texto y siempre siento sobre mí la obligación de hacerlo lo mejor posible, y espero que no se me pase nunca.
Una clase más, un día como otro cualquiera, otra semana como docente, pero... algo cambió esa rutina. Una chica que pierde a su madre y la sume en un profundo dolor y un profesor dispuesto a hacerle el regalo más bello que la pudiese hacer jamás. Es el hecho real del que nace El reino de las tres lunas.
Fernando J. López demuestra, una vez más, su enorme implicación con los adolescentes, con sus alumnos. No le deja indiferente la situación terrible que está viviendo su alumna, la cual le impulsa a crear una historia que apacigüe su dolor, en el que el protagonista, en este caso, un chico llamado Malkiel pierde a su madre y necesita respuestas que no tiene.
Ambientada en la Edad Media, sus personajes nos envuelven en el halo mágico de aquella época de castillos, príncipes y juglares. Malkiel decide buscar la verdad sobre la muerte de su madre y se embarca en una aventura a la que se unirán conocidos que más tarde le enseñarán el valor de la verdadera amistad, conocidos que se convertirán en más que amigos.
Una novela llena de hermosos valores que hacen falta en la sociedad de hoy, valores que se trabajan en el aula de una manera muy cercana, ya que nuestros alumnos se ven reflejados en los protagonistas, con los que comparten algo más que la edad. Valores como la amistad más implacable que jamás será destruida; el sentido de la justicia a través del Inquisidor Alcestes que convierte a nuestros lectores en críticos implacables ante el abuso de poder. El amor, no solo pasional, sino el familiar, el amor paternal, una distancia entre padre e hijo ─como en cualquier familia del siglo XXI─ que demuestra que el amor, una vez más, rompe con esos muros invisibles que a veces nos separa de lo que más queremos. El valor de la música y del protagonismo que tiene en nuestras vidas, y que ha tenido en cualquier época y cómo su desaparición cambiaría totalmente nuestra forma de vivir. Pero, sin duda, hay un valor que resalta sobre los demás y es el del respeto a la mujer y hacia otras culturas. Este último basado, de nuevo, en un caso real. Samir, judío, nació en la novela a través de un hecho fatídico en la vida de Fernando J. López: la agresión violenta que sufrió un amigo suyo cuando volvían a casa, solo por el hecho de ser diferente. Samir nos hace reflexionar, nos hace ver a los lectores que aunque todos somos diferentes por fuera, somos iguales por dentro.
El reino de las tres lunas es una obra en la que los valores negativos son castigados frente al ensalzamiento de los valores positivos como la amistad, el amor y la sinceridad. Sin duda, una obra que, hoy más que nunca, hace falta en las aulas, que hace falta en nuestras vidas. Un regalo que Fernando J. López hizo a su alumna, un regalo que nos hizo a todos sus lectores.