Letra 15. Revista digital
Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid - ISSN 2341-1643

Sección CARPE VERBA

Carpe Verba

5.
Teatro por entregas
Eufemia o el país donde no existían los cuentos

Acto II

Azucena Pérez Tolón:

Pedro Hilario Silva

 

Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca en 1984 y doctor por la Universidad Complutense de Madrid, donde ha ejercido como profesor asociado y actualmente es colaborador honorífico. Preside la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo», cuya revista de didáctica de la lengua y la literatura Letra 15 dirige desde su creación. Miembro del Consejo de IUCE de la Universidad Autónoma de Madrid, formó parte durante varios años del equipo de investigación de la Universidad Complutense de Madrid sobre el proceso de escritura: Didactext. Diplomado por el T.A.I. en la especialidad de Guion de Cine y Televisión, ha realizado guiones para documentales y ha escrito y dirigido varias obras de teatro (La verdadera historia de Rodrigo Diaz de Vivar y sus leales vasallos o La azarosa historia de Álvaro Tenorio, son algunas de ellas). De entre sus trabajosos sobre poesía española contemporánea destaca De La luz y la presencia, estudio de la obra poética del autor del grupo del 60 Jesús Hilario Tundidor. En la actualidad, como miembro del grupo de investigación sobre Literatura Infantil y juvenil: ELLI, de la Universidad Complutense de Madrid, trabaja en el análisis de los procesos de reescritura y reciclaje transmedia de cuentos populares.

 

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A modo de entreacto

El Acto I de la obra de teatro por entregas Eufemia o el país donde no existían los cuentos se publicó el pasado 22 de abril en la web de la Biblioteca APEQ. En este número 12 de la revista se da al a luz el Acto II, y próximamente su desenlace, el Acto III, se difundirá en la citada Biblioteca APEQ.

 

Acto II

[Salón del trono. La reina está sentada y el chambelán está junto a ella]

 

REINA: Chambelán, decid a la guardia que traigan a mi presencia a los dos narradores.

CHAMBELÁN: Pero, majestad, perdonad, ¿no creéis que hay cosas más importantes que tratar que los razonamientos tendenciosos de dos delincuentes?

REINA: Desde cuando decís lo que debo o no debo considerar importante, chambelán. Haré como que no os he oído. Id y cumplid mis ordenes

CHAMBELÁN: Perdonad, majestad. No era mi intención, yo solo...

 

[La reina le manda callar con un gesto. El Chambelán guarda silencio y tras hacer una reverencia hace mutis por el foro. Al cabo de unos instantes vuelve a entrar seguido de los dos narradores, que llegan custodiados por varios soldados. Tras ponerlos de rodilla delante de la reina, los soldados retroceden.]

 

REINA: Mi chambelán me aconseja que, en un momento como este, no pierda mi tiempo con dos malhechores como vosotros y os entregue al verdugo sin dilación, pero quiero aún que me expliquéis algo. [Durante unos instantes se mantiene en silencio, mirando fijamente a los dos viajeros]. ¿Es posible que un cuento muestre cosas que no podemos ver, aunque estén delante de nosotros?

VIAJERO 2: Veréis, majestad, un cuento siempre es una ventana por la que podemos mirar y descubrir cosas que no conocíamos, unas veces son cosas exóticas, lejanas, y otras veces son cosas próximas, cercanas a nosotros y en las que, muchas veces, no nos habíamos fijado, pero que nos acompañan. Oíd, por favor, esta historia:

Este es el cuento de nunca acabar.

Comenzando con que no se decidía sí iniciar con el clásico «Había una vez», con el «Érase que se era» de gran abolengo y tradición, o con un principio moderno, corto e impactante.

Además, el tema aún no estaba definido, ni tampoco el estilo. Podría ser de misterio, romántico, de terror, para reír, para llorar, para pensar, histórico, tradicional, futurista, infantil, para adultos... ¡o todo a la vez!

Y cuando creía que todo se aclaraba y resolvía, entonces la trama se enredaba, se desenredaba y se volvía a complicar volviéndose un embrollo.

Aunque decían que la historia no tenía pies, ni cabeza, ni panza, ni lengua, ni orejas, realmente tenía muchas, tal vez demasiadas...

Los personajes estaban desesperados porque de un momento a otro tenían que cambiar de papel, de ánimo, de edad y hasta de sexo, sin que se estableciera en concreto cuántos y cuáles serían los participantes.

Finalmente, no había consenso sobre cómo terminaría la historia o sí resultaría con un final abierto.

Era la historia de todos nosotros... los que fuimos, los que somos y los que seremos...

O sea: la misma historia de siempre.

VIAJERO 1: Pero, además, señora, incluso cuando imaginamos cosas imposibles, la ficción es un producto vicario de nuestra realidad, de un modo u otro, imita a la vida. A pesar de lo extraño que puedan parecernos algunos relatos lo cierto es que sin la realidad a la que referirse no serían nada. Es innegable que a través de los cuentos vemos el mundo con una mirada especial, desentrañando aspectos que quizá se nos escaparían en una mirada directa. Esto no quiere decir que, a veces, un cuento puede ser simplemente un juego, y que no importa tanto lo que en él se dice como el modo de decirlo. Recuerdo una historia que decía:

Los que querían dormir, no por cansancio sino por nostalgia de los sueños, recurrieron a toda clase de métodos agotadores. Se reunían a conversar sin tregua, a repetirse durante horas y horas los mismos chistes, a complicar hasta los límites de la exasperación el cuento del gallo capón, que era un juego infinito en que el narrador preguntaba si querían que les contara el cuento del gallo capón, y cuando contestaban que sí, el narrador decía que no había pedido que dijeran que sí, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y cuando contestaban que no, el narrador decía que no les había pedido que dijeran que no, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y cuando se quedaban callados el narrador decía que no les había pedido que se quedaran callados, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y nadie podía irse, porque el narrador decía que no les había pedido que se fueran, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y así sucesivamente, en un círculo vicioso que se prolongaba por noches enteras.

CHAMBELÁN: Perdonad, majestad, pero debo insistir: ¿qué hacemos escuchando este sinsentido? Para estos dos delincuentes está claro que un cuento lo es todo, la verdad, la mentira, la realidad, lo próximo, lo lejano… cualquier cosa que les ayude a escapar sin castigo. ¿Quiénes son para poner en duda nuestras leyes?

REINA: Cierto es que las leyes de nuestro pueblo son antiguas y sabias. Hemos vivido bien con ella desde tiempos inmemoriales y no hay razones para cambiarlas.

VIAJERO 1: Por supuesto, en ningún caso es esa nuestra intención. ¿Quiénes somos nosotros, majestad, para poner vuestras leyes en tela de juicio? No somos, ni pretendemos serlo, leguleyos que den lecciones de derecho o normativa.

VIAJERO 2: Pero, mi reina, hemos viajado mucho y hemos aprendido algo: muchas cosas con el paso del tiempo cambian, pues el ser humano evoluciona, y transforma su modo de comportarse, su manera de ver el mundo... Nada malo hay en reconocer…

CHAMBELÁN: (Interrumpiéndolo con brusquedad) ¿Cómo os atrevéis? ¿Queréis decir que nuestra forma de vivir no es la más mejor de las posibles? ¿Qué hemos de cambiar? Creo, mi reina, que ya está claro lo que intentan: introducir de nuevo el virus de la rebelión que tanto nos ha costado erradicar.

REINA: ¿Es eso cierto? ¿Acaso la ficción, como afirma mi vehemente chambelán, puede hacer brotar la insumisión, el desconcierto, la anarquía, allí donde no existe?

VIAJERO 2: Los cuentos reflejan y enseñan, pero no creo que sean responsables de nada que no hubiera sucedido sin ellos, Majestad. Recuerdo lo que se contaba en un país del norte:

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.

Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

VIAJERO 2: El cuento, mi reina, solo hace que nos fijemos en lo extraño o maravilloso del comportamiento, pero no lo promueve, o no lo hace necesariamente. La ficción no hizo de Damón y Pitias lo que eran, el relato de sus actos solo nos hizo ver lo hermoso de su forma de ser:

Damón y Pitias habían sido grandes amigos desde la infancia. Confiaban el uno en el otro como hermanos y ambos tenían la completa certeza de que no había nada que no fueran capaces de hacer por su amigo. Al final les llegó el momento de demostrar su lealtad.

Dionisio, el tirano de Siracusa, se enfureció cuando oyó hablar de los discursos que estaba pronunciando Pitias. El joven estudiante le decía a su público que ningún hombre debería ostentar un poder ilimitado sobre otro, y que los tiranos eran tiranos e injustos. En un ataque de cólera, Dionisio hizo llamar a Pitias y a su amigo.

─¿Quién te crees que eres para difundir tales cosas? ─inquirió el rey.

─Tan sólo difundo la verdad ─respondió Pitias─. No puede haber nada malo en ello.

─¿Y sostiene tu verdad que los reyes ostentan demasiado poder y que sus leyes no son justas para sus súbditos?

─Si un rey ha llegado al poder sin el consentimiento del pueblo, entonces eso es lo que digo.

─Esa clase de discurso es un acto de traición ─exclamó Dionisio─. Estás conspirando para derrocarme. Retráctate de tus palabras o atenté a las consecuencias.

─No me retractaré de nada ─contestó Pitias.

─Entonces morirás. ¿Tienes alguna última voluntad?

─Sí. Deja que regrese a mi casa el tiempo suficiente para despedirme de mi esposa y mis hijos y dejar las cosas en orden en mi hogar.

─Veo que no sólo crees que soy injusto, también crees que soy idiota ─rió Dionisio con desdeño. Si te dejo marchar de Siracusa, no me cabe duda de que no volveré a verte.

─Dejaré algo en prenda ─dijo Pitias.

─¿Qué tipo de prenda podrías dejarme para hacerme creer que algún día volverás? ─preguntó Dionisio. En ese instante, Damón, que había permanecido en silencio junto a su amigo, dio un paso al frente.

─Yo seré su prenda ─dijo─ permaneceré como prisionero aquí, en Siracusa, hasta que Pitias regrese. Nuestra amistad es de sobra conocida. Puedes estar seguro de que Pitias regresará mientras me tengas a mí. Dionisio observó a los dos amigos en silencio.

─Muy bien ─dijo al fin─, pero si estás dispuesto a ocupar el lugar de tu amigo, debes estar dispuesto también a aceptar su sentencia si rompe su promesa. Si Pitias no regresa a Siracusa, morirás en su lugar.

─Cumplirá su promesa ─respondió Damón─. No me cabe la menor duda.

Pitias obtuvo permiso para marchar en libertad por un tiempo y Damón fue encarcelado. Después de muchos días, al ver que Pitias no regresaba, la curiosidad de Dionisio pudo más que él y fue a la cárcel para ver si Damón se arrepentía de haber hecho aquel trato.

─Casi se te ha acabado el tiempo ─dijo con sorna el rey de Siracusa─. Será inútil que pidas misericordia. Fuiste un necio al confiar en la promesa de tu amigo. ¿De verdad creíste que sacrificaría su vida por ti?

─Sólo se ha retrasado ─respondió Damón con tranquilidad─. Estos vientos habrán impedido que se haga a la mar. Pero, llegará a tiempo. Confío tanto en su virtud como en mi propia existencia.

Dionisio se quedó perplejo ante la confianza del prisionero.

─Pronto lo veremos ─dijo─, y dejó a Damón en su celda.

Por fin llegó el funesto día. Sacaron a Damón de la cárcel y lo llevaron ante el verdugo. Dionisio lo saludó con una petulante sonrisa.

─Parece que tu amigo no se ha presentado ─se mofó─. ¿Qué piensas de él ahora?

─Es mi amigo ─contestó Damón─. Confío en él.

No había acabado de pronunciar estas palabras cuando las puertas se abrieron de golpe y Pitias entró en la sala. Estaba pálido y herido y el agotamiento casi le impedía hablar. Corrió hacia los brazos de su amigo.

─Estás a salvo, gracias a los dioses ─jadeó─. Parecía que los hados conspiraban contra nosotros. Mi barco naufragó en una tempestad y luego unos bandidos me asaltaron en el camino. Pero me negué a abandonar la esperanza y por fin he conseguido regresar a tiempo. Estoy dispuesto a recibir mi condena de muerte. Dionisio escuchó estas palabras lleno de asombro. Sus ojos y su corazón se emocionaron. Le resultó imposible resistirse al poder de semejante lealtad.

─La sentencia queda revocada ─declaró─. Jamás creí que pudiera existir en la amistad semejante confianza y lealtad. Me habéis mostrado lo equivocado que estaba, y lo único justo es que seáis recompensados con la libertad. Pero os pido que, a cambio, me hagáis un gran favor.

─ ¿Qué favor es ése? ─preguntaron los amigos.

─Enseñadme cómo puedo ser partícipe de una amistad tan sincera.

VIAJERO 2: El cuento, majestad, nos muestra y nos hace pensar en lo que ha ocurrido o en lo que puede suceder, eso es cierto; pero no es la causa de lo que nos relata. A veces, es cierto nos muestra cosas aterradoras, incomprensibles, pero no las causa. Recuerdo un relato terrible, su lectura me hizo ver ciertos hechos de otro modo, pero… escuchad, por favor.

Me dirigía a Léchniuv, en donde se había instalado el estado mayor de la división. Mi compañero de viaje continuaba siendo Prischepa, joven kubanés, pícaro incansable, depurado comunista, futuro trapero, despreocupado, sifilítico y tardo mentiroso. Llevaba un caftán circasiano carmesí confeccionado con paño fino, y un capuchón aboatado caído sobre la espalda. Por el camino me contó su vida…

Hace un año, Prischepa huyó de los blancos. Como represalia, éstos tomaron como rehenes a los padres del joven y los fusilaron en la sección de contraespionaje. Los vecinos saquearon los bienes de la casa. Al ser expulsados los blancos del Kubán, Prischepa volvió a su aldea natal.

Ocurrió por la mañana, al amanecer, cuando el sueñito del mujik suspira bajo el agriado bochorno. Prischepa enganchó un carro oficial y fue por el pueblo recogiendo su gramófono, sus tinas de kvas y las toallas bordadas por su madre. Se echó a la calle con abrigo negro y un puñal curvo en el cinto; el carro iba rodando detrás. Prischepa fue de un vecino a otro, y la huella sangrienta de sus plantas iba dejando un rastro tras él. En las casas donde el cosaco encontraba objetos de su madre o la pipa de su padre, dejaba viejas apuñaladas, perros colgados sobre el pozo, iconos emporcados con excrementos de animales. Fumando sus pipas, los aldeanos seguían sombríamente, con los ojos, el camino de Prischepa. Los cosacos jóvenes se dispersaron por la estepa y llevaron la cuenta de las víctimas. Esta cuenta iba creciendo, el pueblo callaba. Cuando hubo terminado, Prischepa volvió a la vacía casa de sus padres. Colocó los recuperados muebles en el orden que recordaba de su infancia y mandó por vodka. Encerrado en la casa, estuvo dos días bebiendo, cantando, llorando y dando sablazos sobre la mesa. La tercera noche, el pueblo vio humo sobre la isba de Prischepa. Chamuscado, con la ropa desgarrada, Prischepa salió tambaleándose, sacó una vaca del establo, le puso el revólver en la boca y disparó. La tierra giraba bajo sus pies, un círculo de azuladas llamas salía volando por las chimeneas y se desvanecía. Un ternero abandonadlo gemía en el establo. El incendio resplandecía como un domingo. Prischepa desató el caballo, saltó sobre la silla, arrojó al fuego un mechón de sus cabellos y desapareció.

(Prischepa (cuento) Isaac E. Bábel (Ucrania, 1894-1940)

VIAJERO 1: Además, mi reina, solo puedo deciros que cuanto más extraños son los relatos que escuchábamos, más y mejor podíamos entender no solo cómo eran en realidad las ciudades que atravesábamos, sino también conocíamos mejor el puerto del cual habíamos zarpado, y los sitios familiares de nuestra juventud o los alrededores de nuestra casa donde jugábamos de pequeño, y las gentes que allí vivían, aunque nada tuvieran que ver, en apariencia, con las gentes que íbamos encontrando. Los cuentos no han hecho de nosotros lo que somos, pero sí nos han ayudado a conocernos mejor. Yo no sé si…

REINA (Lo hace callar con gesto de la mano, al tiempo que se levanta): Chambelán, id a por lo han traído los embajadores de mi hermano.

CHAMBELÁN: Pero, majestad… (La reina lo mira fijamente). Sí, majestad, perdonad.

 

[La reina lentamente desciende del trono, mientras los soldados sujetan a los dos narradores. Con pasos cortos, la reina camina de un lado a otro del escenario a la espera de que el chambelán vuelva. De pronto se para y se dirige hacia los dos narradores. Con un gesto indica a lo soldado que dejen de sujetarlos. Tras unos instantes de silencio, se acerca a ellos.]

 

REINA: Mi hermano y yo tenemos ciertas discrepancias. Me culpa de algo que yo nunca he hecho y me exige una disculpa pública delante de nuestro patriarca. No entiendo su comportamiento. Sin embargo, no quiero entrar en conflicto con él, pues eso únicamente nos debilitaría a ambos y beneficiaría a nuestros enemigos. Ahora, además, ha decido volverse críptico y jugar con mi paciencia.

 

[El chambelán entra con un pergamino en la mano.]

 

REINA: Mostrádselo.

 

[El chambelán despliega lentamente y con sumo cuidado el pergamino delante de los dos viajeros. En él se ve un pez que tras huir del pico de un ave cae en una red]

 

REINA: Miradlo con solicitud, porque en él puede encontrarse la clave de vuestra salvación.

 

[FIN DEL ACTO II]

 

[CONTINUARÁ EN EL ACTO III
en la Biblioteca APEQ de la web de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid]

 

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