Sección CARPE VERBA
Enrique Villagrasa González
El autor (Burbáguena, Teruel, 1957) es lector de poesía. Ha escrito diversos libros de poemas. Ha sido incluido en varias antologías y están traducidos algunos de sus poemas a otros idiomas: al árabe; al francés; al italiano; al húngaro; al inglés; al ruso; al chino; al rumano; al croata; y al portugués. Colabora regularmente como crítico en Librújula, librujula.com, Turia y Alhucema. Su última publicación es Fosfenos (Huerga y Fierro). Es el director de la colección de poesía 'Rayo azul' (Huerga y Fierro).
Así, celado, silencio, oscuro
fue el suceder, vano plumaje el río.
Jesús Hilario Tundidor
Selección de poemas pertenenecientes a su obra Fosfenos (2024, leídos por su autor. Para leer escuchando.
El paisaje anda dolorido,
la tarde muere morada
y tu sonrisa fabricada:
todo y nada sostenido.
Aquel rincón embebecido
tras su mano delicada,
hoy ya apartada
y todo sido.
Poco voy alzando
y tras en espejo mirarme
calle Moral abajo ando.
No quieres escucharme,
ni en el cementerio llorando:
¿con quién consolarme?
A Aleidis Caro.
Cuando te paras tras ver quieto estado
y ves los pasos por donde has venido,
te espantas de que tú, perdido nido,
a conocer dolor hayas llegado.
Cuando miras los años, el pasado,
tu frívola razón lleva al olvido.
Conoces la verdad del calor ido:
tras haberte con tanto mal lucrado.
Entró por intestino tan extraño
dando en el débil hilo de la vida,
de lejos conocido desengaño.
Tras oscuridad con tu luz vencida,
pólipo muerto de su ciego engaño,
vuelve rápida la razón perdida.
¡En el Diari, en el Port: oh triste memoria!
Ciudad con menos teclas que un piano.
¡En el Port en el Diari, oh pena con alegría:
que tienen ruinas y su memoria,
de aquella pasada y periodística gloria,
que es la tuya y no es otra,
que contigo dolor no había!
El devenir telúrico del silencio.
Aunque la pena de jubilado ausente,
que dicta y dicta, sin eco ni verso,
me fatiga en tanto demiurgo quehacer,
cual memoria del bien pluscuamperfecto,
y de consuelo al mal ausente, bien presente.
Venga pues, decir se supone debería
el cáncer para callar bocas y mayor gloria,
que morir en tal memoria,
por fastidiar con j,
doblar nuestra vida sería.
Entonces la memoria otoñal llegó,
y la tarde en el cristal arena
fue de un piano, que en frágil dedos
sonó, y nadie reclamaba música.
Fue la noche tras frívolo sintagma.
Mantienes la poesía alimentando la tragedia.
El tiempo busca con manos marmóreas,
en las cristalinas arenas de la clepsidra,
el gozo y la alegría de la religión popular.
¿Acaso tú puedes criticar a los dioses de Homero
en tu esfuerzo renovado de búsqueda de Dios?
¿Cuál es pues tu destino, poeta; qué haces aquí,
si eres con la página y sin ella no te multiplicas?
Tal vez, el quietismo de Eurípides tenga continuación
en el de Miguel de Molinos; o ¿cuál es el destino
de los hombres frente a los dioses o a Dios?
También preguntamos si el destino de las personas
interesa mucho o poco, o tal vez nada a los dioses.
Mi refugio está en Francisco de Asís y su Cántico.
La poesía es un juego de espejos en el misterio,
del que no hay que separar obra y lector.
Hay que trasgredir los límites entre lo vivo,
lo experimentado y la metáfora.
La poesía tiene que usurpar la propia realidad
y proyectar luz natural para que el espejo del verso te secuestre.
Para que el lector se encuentre en el poema: esa es la ilusión;
pues, nada hay neutro ni inocente.
El poeta se autoafirma en el poema:
se descubre en él y con su luz,
abraza la perspectiva matemática del soneto.
¡Ay, arte abierto, pluscuamperfecto, de infinitas llaves
que abren su vuelo hacia las estrellas!
Y la noche en Burbáguena barre los versos no dichos:
¿Y ahora qué hacemos con la poesía?