Sección CARPE VERBA
Carmelo Chillida
Nace en Caracas, Venezuela, en 1964. Ha publicado El sonido y el sentido (1997), Versos caseros (2005), ¿Un poema de amor? (2011), Desde el balcón (2013, reeditado en 2019), Rojo como la cabeza de un fósforo (2018) y Juegos privados (Kalathos, Madrid, 2023), así como ensayos, crónicas, notas sobre libros, música, artes plásticas, y traducciones del inglés. Poemas suyos han sido recogidos en varias antologías, incluyendo Al hidalgo poeta (Edifsa, Salamanca, 2016). Ha participado en el XIX Encuentro de Poetas Iberoamericanos de Salamanca (2016) y en la Feria del Libro de Madrid (2019, 2023, 2024). También ha participado como expositor en el XXV Foro Eurolatinoamericano de Comunicación en Casa de América, por invitación de la Asociación de Periodistas Europeos (2019). Fue coordinador editorial del suplemento cultural Literales, publicado en el diario TalCual. Estudió en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, donde ejerció la docencia por más de veinte años. Desde 2016 vive en Madrid.
Poemas pertenecientes al libro Juegos privados (Kalathos, Madrid, 2023).
…bajo el cielo derretido de las estrellas
o bajo el sol radiante,
nos sentamos y conversamos un rato.
Ninguna actividad pendiente
nos urge ni nos distrae de este santo ocio.
El viento sopla fuerte, es cierto, mueve
las ramas de los eucaliptos,
las acacias, los apamates,
y riega con sus hojas las aceras
por donde caminan los transeúntes apresurados.
Es de noche, es de día.
Sopla o no sopla el viento.
Conversamos bajo el sol
o bajo el cielo derretido de las estrellas,
como escribiste.
Hablamos sin prisa y lo que más me gusta
es cuando desconfías del conocimiento
y prefieres la inseguridad;
o mejor cuando dudas del poema,
que, aunque parezca hablar
de algo conocido, siempre habla
de algo desconocido.
Te debo una disculpa, Strand,
por intentar copiar tus versos.
Y otra peor: por no haber logrado
siquiera una imitación decente.
Releyéndote, enteramente sumergido
en tus poemas, de pronto la página se me resbala
de los dedos y brinca sola hasta la primera
y me encuentro la escritura manuscrita:
For Carmelo! / Mark Strand
Y es entonces cuando recuerdo que te conocí
en el hotel donde te alojabas en Altamira,
y estuvimos conversando por lo menos una hora.
Siempre sonriente, siempre irónico.
Siempre delirantemente jocoso.
Recuerdo que te pregunté
si te habían llevado a la playa
y me dijiste que para el viaje a Los Roques
había que levantarse a las 3 de la madrugada.
Y ese último añadido, tan tuyo:
«A esa hora yo no me despierto
ni para ver a Dios».
A Marianne Moore
Las arañas son unos bichos buenos.
Yo mato moscardones y mosquitos.
A las arañas, nunca.
Una palmada rápida y listo,
una manchita de sangre en la pared,
que luego limpio minuciosamente.
Las arañas se comen a los mosquitos.
Se las amañan para enredarlos en su telaraña,
y así evitan que nos piquen
y succionen cual vampiros nuestra sangre tan preciada,
el líquido que circula incansable por nuestro cuerpo
y nos mantiene vivos.
Amigos, dejen tranquilas a las arañas.
Déjenlas trabajar con sus ocho patas.
Maten, pero no a estos buenos bichitos.
Bájate.
Bájate de ese tren.
Bájate de ese tren que te vas a estrellar.
Los rieles chirrían como gaviotas desesperadas.
Las ventanillas tiemblan, tiemblan.
Las ventanillas no dejan
ver el paisaje, ver nada.
Una estación de más puede costarte la vida.
Bájate de ese tren ya.
Eres tú lo que está en juego,
tú lo que está en grave peligro.
Olvida al resto de los pasajeros aturdidos.
Ellos quieren llegar rápido.
¿Adónde? No sé, pero cuanto más rápido mejor.
No dejes que te retengan
con sus charlas tan razonables.
El tren sobrepasa la velocidad permitida,
no frena en las curvas.
El tren se va a estrellar.
Pon primero un pie en la tierra,
luego otro.
Camina,
comienza a caminar con paso lento
y no te voltees a contemplar
cómo se aleja mientras tú
te quedas solo,
completamente solo,
en una estación desconocida.
Prendieron la luz del Ávila.
Ya entramos en este extraño diciembre.
En las calles se respiran los nervios,
en los mercados, en las casas.
Nadie sabe qué va a pasar,
pero de que pasa, pasa.
Cómo brillas, lucecita,
entre la oscuridad del bosque.
Tú no le perteneces a nadie.
Le perteneces a Dios o no
le perteneces a nadie.
No importa quién te prendió.
Lo que importa es que estás ahí,
y brillas sobre nuestras borboteantes
y acaloradas cabezas,
con tu luz fría.
Qué nos espera, quién lo sabe.
La locura pulula por estas comarcas,
también cosas peores.
El odio, el fanatismo, la violencia.
Brilla, lucecita linda,
allá en las laderas del Ávila,
y no te olvides de nosotros,
y protégenos
hasta donde sea posible.
Aunque ronda el poema,
hoy prefieres no escribir.
No volcar los ojos sobre el papel
y trazar letras, mientras
entra en funcionamiento tu cabecita.
Quieres mirar, mirar afuera,
mirar hondo,
sin pensar en nada, sin interferencias.
A veces el silencio
puede ser la mejor respuesta
a la página en blanco.
Hoy quieres sólo sentir el paisaje en las pupilas.