Sección CARPE VERBA
Elena Luveiro
María Elena Luveiro Izquierdo nació en Salamanca en 1970. Mi vida profesional y académica se desarrolla dentro del ámbito sanitario. A través de la poesía he podido manifestar todas las emociones que me acompañan a lo largo de mi vida, brindándome la oportunidad de conocerme gracias a la introspección que se genera, no solo en su escritura, si no en su posterior lectura.
Selección de poemas inéditos recitados por su autora. Para leer escuchando.
Tan lejos del mar y
mi corazón a la deriva.
La luna presa de las mareas,
sin olas.
Quiero el opaco plata
en su reflejo
y una lágrima cae a la
tierra baldía y estampa leve
su gota de sombra.
Tan lejos del mar y
mi corazón sin cuna.
Lejos de las olas que mecen
el canto de las sirenas.
Quiero el eco donde
se baten las aguas feroces, y el desierto
que habito ignora
el pulso dormido del sueño.
Tan lejos del mar y tan cerca
del olvido que otros encuentran
para negar los labios perdidos,
las miradas marchitas, la música
rota, el poema por descifrar,
la sibila ausente del destino
certero.
Tan lejos del mar y mi corazón
a la orilla.
¿Cómo frenar la larvas de este pozo
de miseria?
Vivir así, dejando correr el minuto,
la hora, sujetando la angustia que
te ata la lengua y
dispara el corazón a bocajarro.
Morir sin prisa y
con tiempo entre escasas lagrimas
que derrotan la pose humana
de salvarse de cualquier sinsabor.
Bajar a este túnel de cieno y
contener el aliento sin más,
expandir el acordeón de mi pecho, y
lastrar al fin la voz que rompa
este silencio, la pena sorda del alma y
consentir el adiós marchito
de un amor y de otro tiempo.
Vivir así entre el adiós y el olvido,
entre la realidad y el deseo.
A veces la piel olvida
el tacto del amor,
el beso que ocupa
cualquier hueco,
la lectura perseguida
de los labios tempranos.
A veces la piel escucha
la ausencia de cualquier roce,
las caricias perdidas,
el eco del corazón errante
buscando el exiliado abrazo,
sin patria donde encontrarse.
A veces la piel olvida
el surco de la sonrisa,
la danza antigua del alma
enamorada,
el resorte deshilado
de nuestras manos
en la memoria
de nuestra melancolía.
Traes contigo la miseria,
los huesos molidos,
el salitre en la calavera de tu padre.
Las olas te alejan, te mecen,
remojan la herida donde
tu vida emerge.
Olvidas la oscuridad del pozo
donde te alojas y un vaivén
dulce y compasivo te acompaña
desde el fondo de este mar.
Redimes como cualquier pecador
la culpa y el dolor del cadáver que
habitas.
Ego yo me absolvo y el azul
finito del horizonte baila
bajo la mirada marchita
de quien encuentra su misericordia.
Ausente de sombra.
Es mediodía, en la verticalidad
de un sol ausente, naufrago
con los labios cerrados,
con la lengua apretada,
no pronuncio tu nombre,
no respiro.
Olvidé la brisa de tu mirada,
el océano verde bajo las pestañas
de nuestro tiempo.
Las manos que escaparon
del bolsillo de nuestro corazón.
Estoy aquí sobria de ginebra,
ausente del sinsabor de cualquier
dolor, del arcoíris estampado
en el suelo, de las gotas de lluvia
chapoteando la acera.
Es mediodía, en la horizontalidad
de esta mujer, de su copa vacía,
del soplo que espira, de la sonrisa
que suspende, de las manos que
mecen su corazón, de la mirada que
inclina,
ausente de sombra.
Y tú no lo sabes,
lo ves en otros pero el tiempo
te acompaña.
Olvidas,
tu mente te despista,
te vicia en el ayer,
en el futuro, en el deseo de ser
lo que no alcanzas.
Y tú no lo sabes,
escuchas la melodía que te enhebra
el alma y
el tiempo te acompaña.
Olvidas el azogue
del espejo y
la mirada escasa devuelve
un rostro fugaz,
se perdió el esbozo de tu risa,
la mirada inquieta,
el beso del corazón sobre los labios
fríos que te buscan.
Y tu no lo sabes,
tu pecho expande una mentira y
el tiempo te acompaña,
escuchas un réquiem y
tu piel delata al final
el vértigo
de estar viva.