Sección CARPE VERBA
João Rasteiro
El autor (Coimbra, Portugal, 1965) es poeta y ensayista. Licenciado en Estudios Portugueses y Lusófonos por la Universidad de Coimbra. Sus poemas han sido publicados en varias revistas y antologías en Portugal, Brasil, Italia, España, Finlandia, República Checa, Colombia, Méjico y Chile. Tiene varios poemarios traducidos al inglés, francés, español, italiano, checo y japonés. Entre los premios que ha obtenido podemos destacar el Segnalazione di Merito del Concurso Internacional Publio Virgilio Marone, Italia, 2003, y el Premio Literario Manuel António Pina 2010, Prémio César Vallejo 2020, Premio Literário Natália Correia 2023 y el Premio Ulysses 2024. Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: A Respiração das Vértebras (2001), No Centro do Arco (2003), Os Cílios Maternos (2005), O Búzio de Istambul (2008), Pedro e Inês ou As madrugadas esculpidas (2009), Diacrítico (2010), A Divina Pestilência (2011), Tríptico da Súplica, Brasil(2011), Elegias (2011), Salamanca o la memoria del minotauro (2014), A rose is a rose is a rose et coetera (2017), Poemas en Punto de Hueso (2017), Levedura (2019), Oficio Poesía: 2000-2020 (2021), Incenso, Brasil (2022), SARDOAL (2023) y Escoriação (2024). En 2023 presentó en Zamora su poemario As pedras que choram o Douro, publicado, este mismo año, por la Editorial Sabaria (ver catálogo).
Recitado de los poemas por su autor en portugués.
Recitado de los poemas en castellano por su traductora, Concha López Jambrina.
Porque una vez te dije: «hueles a violetas,
ya tengo cada año que ir a traértelas».
Agustín García Calvo.
Es siempre el último día de la primavera de los días,
el sol incide desde el cielo sobre el soto, los pájaros
extienden la siesta a la sombra, el mundo
persigue indiferente su espejismo de paisaje
y yo también «voy en mi como entre bosques»
buscando en vano aliento en el perfume de las violetas.
*
Inmóvil en su abrigo como la figura de un santo,
un cárabo, como en un escudito indeciso,
¿es mi huidizo rostro de la infancia, otra infancia
reflejándose y expulsándome de su nido,
cobijo donde el vacío de los días en este cuerpo busca
persistente el púrpura de un corazón que llora?
*
Las violetas, renovadas, salen como una revelación
respiración de los dioses, que se transporta mágica
en todas las direcciones del mundo como lunas llenas,
hasta que todo sea cuerpo, la palabra, la ciudad, el río.
*
Estoy en Valorio, contemplo el puro deseo del paisaje,
las cigüeñas y los hombres reposan sobre la faz limpia
y primaveral en versos insanos por el verde de la tierra.
*
Algo nos dice que es una ciudad distinta, que todo está
allí, que es por aquello mi júbilo; cojo entonces las violetas
que una vez más tendrán que robar a la carencia mi sonrisa.
Como quien llegando de países distantes fuera de
sí, llega, al fin, adonde siempre estuvo
lo encuentra todo en su lugar.
Manuel António Pina.
Ahí donde el río llega y parte
y llega y parte de nuevo es donde él
se encuentra bajo los verdosos ojos del cielo.
*
¿Por qué corre el Duero por los días?
¿Estará inquieto en la melodía
primaveral de su propio lecho?
¿Él corre hasta la garganta hambrienta de la ciudad
que se oculta en los estandartes de la sed?
*
Sutil es el encuentro de esta ciudad
bajo el alto canto de las campanas de la catedral
y como un pez se oculta en el secreto
de las aguas que errantes corren,
él es el cuerpo, el penitente y el tiempo solar.
*
Y a pesar de infinitas sus aguas
escondido en el dolor y sed de los peregrinos, yo
indescifrable, y el río es solo uno.
Quien a lo oscuro canta
la noche lo desvela.
Ángel Fernández Benéitez.
La muerte que acecha es lo que nos hace seres humanos,
la piedra coagula el cuerpo de la ciudad en el regazo
del Duero y es siempre el exordio ebrio del término
en las tardes únicas. Silencio y sol, ciudad y río,
el habla hospedada en una orilla, y esta, apoyada
en la otra, solo es la premeditada respiración.
*
En esos opuestos que en sí mismos se destapan,
de sol vive Zamora desaguando por los ojos,
una creencia y un verbo que la habitan en furia.
*
La incidencia en que se adivina Dios acercándose
al ánfora del espanto de lo real, la lucidez de la radiante
claridad en que la vi presente, es «la memoria del ave
encanecida», el poema vivo venciendo la existencia.
*
¡Este hombre esperando la muerte, te da un nombre de río
para que tus piedras, parlantes, traspasen luego
el ruido inhumano de este innombrable silencio, próximo!