Sección CARPE VERBA
Pablo Torío Sánchez
El antólogo es profesor de Lengua Castellana y Literatura en Cantabria, en el IES Manuel Gutiérrez Aragón de Viérnoles. Anteriormente trabajó como profesor de Español como Lengua Extranjera. Ha publicado Vida y Pintura y Una aproximación a los Pliegos de Cordel Vallisoletanos, y se encargó de la edición de Retrato de familia. (Autobiografía del Grupo Simancas), siempre en Ediciones Fuente de la Fama. Entre sus líneas de trabajo, además de la didáctica de la lengua y la literatura, se encuentra la poesía.
Mapa poético de Cantabria, por Pedro Hilario Silva.
Continuamos aquí con la serie iniciada con Provincias poéticas: Zamora y en esta ocasión, nos acercamos a una comunidad autónoma uniprovincial: Cantabria. Esta tierra del norte siempre ha sido cuna de poetas, desde Rodrigo de Reinosa, en el siglo XV, pasando por el siglo XX, con autores como Gerardo Diego, José Luis Hidalgo o José Hierro, hasta llegar al siglo XXI.
Aprovechamos la reciente publicación de antologías, como Un siglo de piel y poesía. 1920-2020, editada por Raúl Reyes, o la exposición sobre poesía cántabra en Madrid, con retratos fotográficos de Chema Prieto, que han acercado al gran público una selección de poetas actuales. De hecho, muchos de los reseñados y retratados forman parte de la nómina que presentamos en esta breve antología, que no deja de ser una aproximación a la poesía de Cantabria de la actualidad. Es más, la relación de autores que podría haber aparecido debería ser mucho mayor y, para ello, nos emplazamos a una nueva edición de esta compilación de cara a una ampliación de la lista de poetas.
La vitalidad y el dinamismo de la poesía en Cantabria tiene mucho que ver con la presencia de editoriales como Septentrión Ediciones, El Desvelo Ediciones, Libros del Aire o Ediciones Tantín. Podemos señalar antologías, como la compilada por Manuel Arce Lago (2008), Poesía del medio siglo en Cantabria. Antología: 1950-2000 (en la desaparecida editorial de la librería Estudio), la realizada por Luis Alberto Salcines (1996): Poesía de Cantabria en el aula (en Ediciones Tantín), o la ya citada Un siglo de piel y poesía. 1920-2020 (2020), que cuenta con un subtítulo bastante esclarecedor: Nueva revisión de la poesía actual cántabra. Podemos, además, mencionar el Diccionario bibliográfico de la poesía en Cantabria (1970-2010), de Andrea Puente y Luis Alberto Salcines (2012), editado por la Fundación Gerardo Diego.
Asimismo, la colaboración de numerosas instituciones promueve y favorece la difusión de la poesía. Por ejemplo, apuntamos las numerosas actividades de la Fundación Gerardo Diego (como su convocatoria de Poesía en el aula) o las organizadas por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y sus veladas poéticas, coordinadas por el poeta y editor Carlos Alcorta. En Torrelavega, destacan las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo, también de la mano de Alcorta. De otro lado, señalamos que la Consejería de Educación de la Cantabria lleva años publicando la colección de libros de poesía A la sombra de los días, a cargo de Luis Alberto Salcines y Miguel Ibáñez, con títulos de Marta San Miguel, Antonio Casares o Eneko Vilches. Todo lo anterior ha enriquecido el panorama poético de la comunidad, junto a la publicación de obras de Raquel Serdio, David López o Juanjo Prior, entre otros muchos autores.
Por último, queremos señalar las actividades de la asociación Poetry Slam Cantabria, que organiza numerosas actividades, tanto para adultos, como en los institutos de la comunidad. Estas actividades, así como las organizadas por muchas otras instituciones, ayuntamientos, bibliotecas o librerías, ayudan a la difusión de la poesía y favorecen su pujanza.
La nómina de los reseñados se circunscribe a autores que escriben y publican en la actualidad y, lógicamente, adolece de la parcialidad de la que toda antología cojea. Así, hemos mantenido el número de 13 autores presentes en el primer artículo de esta sección, mientras que, en la selección de poemas, nos hemos decantado por presentar cuatro composiciones de cada uno de los autores con el objetivo de ofrecer varios temas, estilos y una muestra de la evolución. La selección de los autores, así como de sus poemas, se establece en función del gusto de quien firma estas líneas, aunque hay que señalar que la selección de autores podría ser mucho mayor. Por otro lado, el objetivo de esta compilación es acercar a nuestros lectores una selección de poetas actuales de Cantabria y presentar una muestra representativa de su obra.
Así, presentamos, en orden alfabético, a los siguientes autores: Fernando Abascal, Carlos Alcorta, Nieves Álvarez, Maru Bernal, Celia Corral Cañas, Marcos Díez, Rafael Fombellida, Ana García Negrete, Lorenzo Oliván, Jaime Peña, Silvia Prellezo, Adela Sainz Abascal, Alberto Santamaría. Todos ellos son poetas de escuelas y estilos muy diversos, cada uno con su propia biografía y un reconocimiento diferentes (algunos publican en editoriales de tirada nacional y otros en círculos más reducidos, unos reciben galardones de mayor o menor prestigio mientras que otros tienen una proyección menor) y, además, podrían señalarse algunas vinculaciones entre ellos por vecindad, edad o afinidades personales, estéticas o temáticas. No obstante, ese no es el objetivo de estas líneas, sino que simplemente queremos acercar a los lectores una breve muestra de la producción poética de autores cántabros o que viven en Cantabria en la actualidad, al modo del esbozo de un mapa poético, a la espera de una nueva selección de poetas.
Fernando Abascal
Fernando Abascal nació en Santander, Cantabria (1954). Es Catedrático de Enseñanza Media y ha impartido clases de Lengua y Literatura en diferentes institutos cántabros. Además, ha impartido clases de Literatura en la UNED, la Universidad de Cantabria y en la Universidad Menéndez Pelayo. Ha publicado los libros de poesía Ramaizal (1977), De palabra (1981), La memoria del cuerpo (1985), Manual para cruzar el mar (1987), Tratado de pasión (1999), Los poemas Ásperos. 2004-2009 (2010) y Torre Hölderlin (2015), mientras que recientemente ha publicado el estudio La mecedora de Beckett (2023). Es el coordinador literario del ciclo La palabra habitada.
En la obra poética de Abascal, destaca la reflexión metaliteraria («Haz pensar las palabras, míralas de frente») como una búsqueda de explicar la poesía y cómo las palabras nos ayudan en el día a día, pero también es un poeta que contempla el mundo, lo admira, lo nombra y lo canta: «La luz de la tarde en los nísperos, los alambres invisibles del aire». En su última obra, Torre Hölderlin, reflexiona sobre aquello que siente y percibe: «Esta mañana me ha despertado un rayo de sol. Me pareció que, al abrir los ojos, mi cuerpo regresaba de un mundo sin nombre, que se cancelaba un tiempo y yo volvía a habitar esta vida». Aunque, al mismo tiempo, señala aquello que no es fácil de percibir y ni de explicar: «Solo deberíamos nombrar lo que está ante nuestros ojos, lo que se halla al alcance de las manos. Pero a veces oigo el llanto de lo invisible, un decir que me espera».
Haz las palabras
Haz pensar a las palabras, míralas de frente,
como si te miraras en el espejo que te refleja.
Toca el mundo con tu mano y enrédate en su nada.
Como si fueran las piedras de un río que cruzas,
písalas, ábrelas con la navaja de tu piel,
entra en su no saber, extravíate en su olvido.
Enhebra la verdad en ellas, hace falta.
Los poemas ásperos. 2004-2009, p. 14.
El huésped
A Olvido García Valdés
El huésped se levanta, abre las ventanas
que dan a patios con voces, se arma de cuerpo,
enjabona su alma ─él lo cree así─,
son grietas de extraños muros, quemaduras.
El huésped construye ante el espejo
muecas con pobre arte, pretende pulir un gesto,
ensayar el principio de una tregua,
un ritual de humo donde reconocerse,
─¿es eso ver?─,
rasa intemperie.
El huésped se arropa y cubre, abre puertas,
espacios, huecos, sale, se disuelve en las calles.
Es otro, uno más, habla, vende lo que sabe,
un saber que no pesa,
saber desarmado que a nada sabe.
El huésped camina, llega, hace y deshace
la madeja de las islas.
Los poemas ásperos. 2004-2009, p. 30.
Vida
La carne de mis labios, la sal de mis ojos,
el sudor más secreto te daría,
pero no me dañes, vida,
no me entres, edad.
Ponme casa.
Torre Hölderlin, p. 16.
Torre Hölderlin (fragmento)
He pasado muchas horas de mi vida observando las nubes, su irrealidad. De todos modos, los tamaños y formas, inexplicables como las olas del mar, se bastan a sí mismas. Anudadas o desenlazadas, les dedico hoy una mirada de complicidad y su modulada revelación de lo absoluto me colma. Siempre amé disolverme en su imprecisa nación. Ya solo creo en la luz.
Torre Hölderlin, p. 43.
Carlos Alcorta
Carlos Alcorta nació́ en Torrelavega, Cantabria (1959). Editor, crítico y gestor cultural, comenzó́ a publicar poesía en 1986, con Doureios Hippos. Desde entonces, ha publicado otros 12 poemarios, entre los que destacamos Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Ahora es la noche (2015), Tiempo vivo (2019), Aflicción y equilibrio (2020) y Fotosíntesis (2020). Su obra ha aparecido antologada anteriormente y, más recientemente, en Acto de presencia. Poesía reunida, 1986-2020. Además, cultiva el ensayo (Casa sin puertas, 2016) o el collage, y ha comisariado exposiciones. Codirigió́ la colección de poesía Scriptum y la revista Ultramar, entre otras colecciones. En la actualidad, dirige Libros del Aire y Septentrión Ediciones, además de ser director literario de la editorial Calambur. Su blog de traducción y crítica literaria es carlosalcorta.wordpress.com.
Su poesía le sirve para comprenderse a sí mismo, así como el mundo que lo rodea, y la creación poética le ayuda a estar sereno en medio del estupor del mundo. La memoria, como en Sounion, le permite proyectarse al pasado, pero también reflexionar sobre su propia identidad en el presente. En su poesía, se aprecian otros temas, como el paso del yo poético a un sujeto colectivo, la reflexión sobre el lenguaje o el recuerdo de los seres queridos, como cuando rememora a su padre: «Sigue nadando sin descanso, / sorteando las olas de sus recuerdos», en Un buen hijo.
Didáctica
Este no es poema de resurrección.
El cuerpo segrega sus jugos y luego desaparece.
Este es un poema de insurrección contra el yo.
Henry Cole.
¿A quién contemplo cuando me miro en el espejo?
¿Puede la imagen de alguien que ha perdido
su propia identidad desfigurar
la imagen verdadera
de quien se observa cuando ya nada significan
para su piel la noche o el día y es todo
un temblor de inconstantes formas? ¿Es el otro que habita
en mí quien me imagina y me destruye
al inventarme? ¿O es en la inconsciencia acaso
ese espacio ingrávido en donde flota
el yo eventual, el molde hecho añicos,
un limbo donde ángeles desorientados
se transforman en locos saltimbanquis?
Tal vez toda pregunta encierre en su interior
la respuesta, y desentrañarla sea
una entelequia como nadar sin agua.
A duras penas saco alguna conclusión
definitiva. Lo los demás creen que soy
es solo una porción de la verdad,
existe solo en esa idea de mí que se respalda en ciertos actos,
ajenos a mi voluntad, cuando son metabolizados
por el tiempo o la amnesia.
Ciertas expectativas se convierten
en costumbres. Soy yo y soy otro
simultáneamente. Un hombre fustigado
por incongruencias y vacilaciones
morales que se arroja a los abismos
de su existencia, uno que vence el miedo
y soporta el destino con la fe
en sí mismo que le otorga la experiencia
o tal vez sólo un hombre que precisa
un consejo, un mentor justo como Virgilio
para explorar la zona del infierno en que vive.
Esperar es creer en el futuro.
Tengo una apremiante necesidad
de comprender la causa de mi pesimismo,
no la encuentro en las falsas profecías
de los videntes ni en ese vacío
que ha dejado en mi alma un Dios ocioso.
El mundo que construyo con palabras
es tan veraz como un autorretrato
pintado desde un ángulo visual
incorrecto, quizá por esa causa,
por descreer de todo,
al mirarme de nuevo en el espejo
—«este soy yo, pensaba, el centro del poema,
un precario arquetipo de la inmortalidad
que se volatiliza al cesar la escritura»—,
comprobé que lo que aparecía
en él no era la luz que yo irradiaba,
sino una falsa claridad que daba
vida a la idea que los otros tienen
de mí, a la que yo me acomodaba
involuntariamente, por una equivocada
sensación de que mi felicidad
de entonces me garantizaría
inmunidad perenne
frente a la corrupción del deseo
y la frivolidad de la memoria.
Ahora es la noche, pp. 13-15.
Sounión
Y cada piedra que pisábamos ensangrentada por el crepúsculo…
Charles Simic.
El calor sofocante de la tarde
castigaba los pies de los viajeros,
ya impacientes por el retraso
del autobús, bajo la marquesina
descolorida. Apenas llegaba aire
a mi cerebro y la incertidumbre
se adhería a las células que activan
los sentidos igual que un enojoso
parásito o la mala reputación congénita.
La imagen instalada previamente
en mi memoria se fue haciendo
realidad ante mis ojos,
como sucede a veces con los sueños.
Contemplé, como si en la luz quedaran
suspendidas, las formas celestiales
de las columnas que hacia el distintivo
estival ascendían desde una cota opuesta
al estilóbato, vi cómo ceniza y sombras
se internaban, arriadas sus velas, en un mar
dócil, amansado, cárdeno, sólo mío.
Por un momento el mundo se detuvo,
y mi precipitación me inclinó
a suponer que nada de aquel instante
cambiarían los años, ni siquiera
el violentado friso, repuesto en la memoria,
ensangrentado por el crepúsculo,
que unos días después menospreciaba.
Pero cuando contra mi piel
repercutía el canto de los pájaros
y se ahormaba contra el fuste
quebrado de pilastras confinadas
en un drenaje casi sumergido
la espuma de las olas, el inmortal verano
me supe un dios caído a quien pronto
la juventud que entonces disfrutaba.
Abandonaría, como a un ingenuo
Narciso, sin integridad ni gloria.
Ahora, satisfecha la deuda contraída
con mi yo de aquel tiempo al escribirlo,
varias fotos en blanco y negro
que decoran los últimos peldaños
de la escalera de la nueva casa,
preservan del olvido esta desviada
sensación de melancolía. Yo las observo
cuando subo al trastero, con un fervor convencional
tan similar al de que observa
en la vitrina una distribución
de extravagantes lepidópteros
que temo, muchas veces, confundirme.
Ahora es la noche, pp. 50-51.
Recitado del poema por el autor.
Un buen hijo
Quien tiene hijos necesita futuro.
Valter Hugo Mãe.
Eras niño otra vez,
no eras ya mi padre.
Vicente Gallego.
Antes de que en la luz crepuscular
se diluya la imagen que dio pie
a este pacto de no agresión con tu otro
yo recorres el camino de vuelta
a la infancia sin miedo a las consecuencias.
Terminas aceptando que quien hoy regresa
ignora casi todo de aquel tiempo
en el que las cosas pudieron
suceder de manera diferente. Quedaron
entonces demasiadas preguntas sin respuesta,
quedó un reguero solidificado
de miel y leche sobre la mesa que fijaba
la frontera entre una ciénaga y un oasis,
entre la fatalidad y la salvación.
Siendo aún poco más que un niño,
mi padre braceaba hasta el urro
que se erguía a unos cientos de metros de la playa
—en el mar, la falta de referencias
falsea las distancias, por eso aprovechaba
el reflujo de la marea, cuando
el agua se pliega sobre sí misma,
como algunos crustáceos—
para cazar conejos y mejorar
la humilde dieta alimenticia
de la posguerra. Sigue nadando sin descanso,
sorteando las olas de sus recuerdos Aquel
tú del pasado lo revive ahora como si fuera la primera
vez, cuando inmoviliza con la palma
de sus manos tu cuerpo menudo y agarrotado
por el mido en la playa de La Concha,
sopesando el vigor de las corrientes
mientras te enseña a mantenerte a flote.
Me propuse escribir este poema
como quien construye la casa natural
de la vida, sin ayuda, con materiales nobles
pero modestos, una casa con grandes ventanales
para vernos mejor por dentro, hecha
con las palabras que nunca nos dijimos,
una casa, un poema de músculos y piedra
con los que ganarme el pan, igual que hacen
los hombres de provecho. Si lo crees preciso,
supervisa la argamasa, controla a los obreros
piensa en cómo podremos convivir
en el futuro pese a nuestras diferencias
—tú entrando sin llamar, yo contemplando
los muros encalados, ahora sin tu sombra—
y dame tu bendición, esa será la mejor recompensa
que pueda percibir por mi trabajo,
pero quiero que sepas que no es fácil
levantar solo con buena materia prima
unos cimientos firmes, también se necesita
esa emoción latente que propicia
el lenguaje poético, tan fuera de lugar
en las transacciones mercantiles.
Las lágrimas que derramé sin que tú
lo supieras, poniendo nombre con las palabras
que me enseñaste a todo lo que lo que me rodeaba,
hasta que logré dar vuelo a mi pensamiento,
forman parte de tan impopular
y mal pagado oficio,
ese del que te avergonzabas
en los primeros años, cuando eran mis poemas
solo frustradas tentativas.
Es verdad, yo no sé
en qué momento un cuerpo se revienta
y flaquea en el campo o en el turno de noche
de la fábrica porque nunca sentí el látigo
del trabajo a destajo castigar mi espalda
aunque ya esté tan deformada
como de la de un recolector de fresas,
pero he intentado siempre reflejar
en las páginas mis propios conflictos,
sin buscar amparo fuera de mí
o en la naturaleza, porque esta solo siente
sin quejarse, pero no piensa.
Quien escucha el tartamudeo
de las teclas hasta la madrugada
o me ve inclinado sobre la mesa
como un vidente sabe de qué hablo.
Durante muchos años guio mis pasos
una idea utópica de la realidad
que tú me habías inculcado.
Pensaba que con ser puntual y honesto
sería suficiente para que me sonriera
la vida, pero estaba equivocado.
Incluso, alguna vez, durante ese instante fugaz
en el que unos rayos de luz huidizos
como un mirlo o una fragancia se filtran
por las rendijas de la persiana
casi cerrada y acarician la piel,
presentí que era cierto, que valía la pena
esa efímera recompensa, pero, al final,
si afino la memoria, me parece
estar viendo tu gesto escéptico y pensativo.
Me embarga entonces la impresión
de que tampoco tú creíste de verdad
en ello. Una cosa son las palabras
y otra los hechos.
Padre, nunca seré lo que tú hubieras
deseado que fuera, nunca sentiré afición
por la canaricultura o el mus,
nunca seré un manitas, pero puedo decirte
que desde que fui padre comprendí
por fin lo que supone ser un buen hijo.
Aflicción y equilibrio, pp.72-76.
3
La puerta de la calle
a medio abrir. Penetra
en la casa el olor a tierra húmeda.
Encera con su aroma muebles y habitaciones.
Tu ropa, en la maleta,
huele a esas latitudes
hacia las que tus sueños se aventuran
en busca de otro sueño.
Percute sobre el acero del frigorífico
un solo oblicuo, aún intrascendente.
La claridad parece
pedir disculpas por agudizar las sombras
que amenazan el día de mañana,
que hacen de la existencia un campo estéril.
Un vaso de agua evaporándose
es una buena descripción de tu pasado.
Ahora sabes que tu propia historia
es tan evanescente como el aire.
Fotosíntesis, p. 610 (en Acto de presencia. Poesía reunida: 1986-2020).
Nieves Álvarez
Nieves Álvarez Martín nació en Mingorría, Ávila (1949) y vive en Cantabria desde 1975. Maestra de profesión y vocación, ha trabajado en colegios e institutos de Cantabria desde 1974 hasta su jubilación. Es autora del Proyecto 'Escuela Europea de Consumidores' y ha coordinado e impulsado proyectos europeos y varias redes temáticas, vinculados a la educación y formación, comunicación y medios, consumo y medio ambiente. Además, ha publicado más de 200 libros y materiales didácticos multimedia y ha impartido conferencias en todos los continentes. Asimismo, es colaboradora de programas de radio y televisión, así como artista plástica, novelista y poeta. Ha publicado libros de poesía, libros de relatos y de otros géneros (cómic, cajas de juegos, catálogos, teatro, etc.).
En su obra poética, destacamos los siguientes poemarios: Voces nuevas (2004), Trenes de Cercanías (2005), Navegando Fantasmas: tras las huellas de Gulliver (2006), Intrusos en el tiempo. Teorema de la lírica (2007), Contrastes (2007), Luces y sombras (2009), La Magia de la voz (2010), Con A de mujer (2011), Desde todos los nombres (abecedario del olvido) (2014), Erótica de la luz (liturgia de las horas) (2014), Tremor de polvo rojo (2018), CON-FIN-ADA (2020), Cercana Lejanía / Closer Farnes (2020), Voz dormida (2023). En sus propias palabras, «Intento que mi poesía sea clara, sencilla y directa. Los poemas responden a una idea y en cada uno de ellos estoy yo. Suelo escribir en verso libre, pero también sonetos, décimas, etc.». Su página web es http://www.nievesalvarezmartin.com
VIII
La muchacha
de los ojos azules
estudiaba un examen
en los trenes de marzo.
El libro aprendió a volar
entre cristales
y sus ojos
dibujaron nubes
en todas las miradas.
Trenes de cercanías.
Teorema de la lírica
Apenas un murmullo, simplemente
un ligero murmullo que se apaga,
un cálido silencio que divaga
en las líneas de fuga de la mente.
Un murmullo fugaz, iridiscente,
que dibuja el mensaje y que se embriaga
de aquella plenitud en la que indaga
la voz y la palabra, suavemente.
El sueño de la lírica domina
los impulsos del ser que está esculpiendo
en las entrañas mismas del teorema.
Y en la penumbra, allí donde germina
la magia vertical, está naciendo
el alma que palpita en el poema.
Intrusos en el tiempo. Teorema de la lírica.
Mujeres
Hay mujeres que tienen la mirada
repleta de caricias,
que siembran la ternura con sus manos
y bordan en espejos de cristal,
mujeres cuyos nombres
derrotará el olvido.
Hay mujeres de arena que pregonan
su voz en los desiertos,
que sueñan con oasis diferentes
y dejan su palabra florecida
en las playas del tiempo
sin que nadie comprenda su razón.
Hay mujeres que sufren
el desgarro de sensaciones rotas,
que pagan la osadía de ser libres,
que mueren defendiendo su verdad
sin entender por qué
nadie ha escuchado sus gritos en la noche.
Hay mujeres anónimas:
poetas, escritoras,
esposas maltratadas,
amigas arco iris,
hermanas, madres, novias,
doctoras, alpinistas,
amantes del amor,
presas de un sueño o simples compañeras.
Mujeres que perdieron la sonrisa,
mujeres que han ganado la licencia
de seguir siendo
siempre
ellas.
Porque tú y yo sabemos que hay mujeres
como tú y como yo que están buscando
poder nacer personas
simplemente.
Con A de mujer.
Tengo los ojos azules…
Tengo los ojos azules
de tanto mirar al mar.
Me escondieron en la tierra
y no puedo navegar.
Si me buscan que me encuentren
en los guiños de un poema.
Quiero seguir siendo yo
en la risa y en la pena.
Que mis palabras resuenen
en los montes y en los valles.
Que las clepsidras no oculten
la verdad que habla en la calle.
Nadie sabe dónde estoy.
Todos me quieren buscar.
Yo sueño con mariposas
que vuelan en libertad.
Que las campanas se anuncien
sobre un lecho de poemas,
que la muerte no recurra
al grito de las banderas.
Dejad que digan mis versos
lo que no dice el traidor.
Vestid de blanca paloma
vuestro negro corazón.
Desde todos los nombres (abecedario del olvido).
Maru Bernal
Maru Bernal nació en Barcelona (1964), pero lleva afincada en Cantabria más de treinta años. Licenciada en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca, se dedica a la enseñanza de lenguas clásicas, literatura y teatro en un instituto de Cabezón de la Sal. Es, asimismo, actriz, dramaturga y directora del grupo Eos Theatron, con el cual ha participado y recibido premios con sus montajes Pasaje a Ítaca, Argonáutica Medea y Troya Naos.
Ha colaborado en diversas revistas literarias y académicas, así como en Santillana, el valor de lo único, con fotografías de Ana Santamatilde, o Casa en el aire, que combina los versos y la música de Raquel Serdio, Manuel Iglesias y la propia autora. En cuanto a su obra poética, se inició con Hendiendo el aire (2019), reeditado junto al poemario Suturas del alma (2022, en Libros del Aire). En 2022, publicó No todos volvimos de Troya (Reino de Cordelia) y, este año, ha publicado Rumores yámbicos (también en Reino de Cordelia).
Sus primeras obras poéticas constituyen un viaje teñido de nostalgia por diversas geografías emocionales, desde los recuerdos del amor al paso de la vida, marcado por las estaciones, como cuando «La lluvia que cae / recoge las lágrimas / que no he vertido», del poema “VIII”, frente a la «ingravidez del verano», del poema “X”. En sus dos últimos poemarios, Bernal muestra su conocimiento de la antigüedad pasado por el tamiz de su personal sensibilidad poética, como se puede observar en su página web.
XI
Ya no quedan mapas
que doblar en cuatro pliegues,
señales luminosas del camino,
puntos de fuga que converjan
en el cielo de tu boca.
El mundo es más vasto sin ti,
sin embargo,
es ahora
cuando estoy en el centro.
Hendiendo el aire. Suturas del alma, p. 76.
III
Baja a la playa midiendo sus pasos
—la humedad no es buena para la artrosis—,
la tarde se demora al abrigo del viento,
roza la luz su cuerpo aterido.
Recuerdos de fogatas apagadas,
reses flotando a la deriva,
el ominoso silencio en la barca,
el fragor del agua en el mar.
Transcurre así el primer día
después del Diluvio.
Ella cavilando en la playa,
él dormitando en la cueva,
la marea alta, el cielo inquisitivo,
un oráculo indescifrable
silbando incesante en sus oídos.
Cuando coge el primer canto
en un acto reflejo
y lo arroja descuidada
por encima del hombro,
Pirra no sabe que ese gesto
libera a los dioses por siempre
de su deuda con la Tierra.
No todos volvimos de Troya, pp. 21-22.
Recitado del poema por la autora.
X
Transgresor
Sus labios se humedecieron
al escuchar la propuesta.
El pulso se encabritó,
ardió la llama en su vientre,
y un oscuro deseo asomó
a sus soberbios ojos negros.
El joven se escabulló unos minutos,
acentuó sus párpados con ceniza,
coloreó sus mejillas de alheña,
hurtó el liviano peplo de su amante
y se dispuso a seguir a Dioniso
hasta las elevadas cumbres del Citerón.
Ardió la llama en su pecho,
y un oscuro deseo asomó
a sus soberbios ojos negros.
La sensación de libertad que lo embriagaba,
nubló su mente, enturbió sus sentidos
y lo precipitó —feliz y travestido—,
en los fatales brazos de la censura.
Ardió la llama en su pecho,
y un oscuro deseo asomó
a sus soberbios ojos negros.
No todos volvimos de Troya, pp. 64-65.
I
De Circe a Calipso.
Con el siguiente envío de cantueso
te llegará también un hombre
que creía mío,
como lo creerás tú
durante un tiempo.
No te encariñes
demasiado de él,
es un ave de paso más.
Somos mujeres
de raíces duras,
encajas en las aristas
de la tierra,
manos abiertas
al abrazo del mar.
Nuestro fue el naufragio,
suyo tan solo
el canto de las sirenas.
Rumores yámbicos, pp. 13-14.
Celia Corral Cañas
La autora (Santander, 1987) es licenciada en Filología Hispánica y doctora en Literatura Española por la Universidad de Salamanca. Natural de Reinosa, reside en la actualidad en Salamanca, donde trabaja en el ámbito del Español como Lengua Extranjera, como profesora en los Cursos Internacionales de la Universidad de Salamanca, y es profesora en el Máster de Escritura Creativa de la misma universidad.
Ganadora de varios premios por sus creaciones de poesía y narrativa, ha publicado los poemarios La voz del animal bajo tu piel (BajaMar Editores), en 2017, y También incertidumbre entre nosotros (Libros del aire), en 2022. Además, en 2020 publicó su primera novela, Tiempo para los pájaros (Ediciones Traspiés), y en 2022 el libro híbrido Por amor al arte, ilustrado por Alicia Cañas.
En su obra, destaca la reflexión metapoética, así como las relaciones intertextuales con diferentes temas de la actualidad: la mitología clásica, el feminismo o las series de televisión. Cabe señalar, asimismo, los poemas de introspección personal en los que se vale de sus versos para contar y contarse, además, de reflexionar acerca de qué supone vivir en el siglo XXI: «Nosotros, que nacimos a finales / de aquellos locos lúcidos ochenta, / hoy somos responsables y testigos / del ocaso de un mundo afortunado», de Algún día será nuestro momento.
La oscura intimidad de la Medusa
tienes todos los rostros y ninguno,
eres todas las horas y ninguna,
te pareces al árbol y a la nube,
eres todos los pájaros y un astro.
Octavio Paz (Piedra de sol).
A veces eres luz, a veces piedra;
a veces tiburón y otras erizo.
El viaje de los sueños en las nubes,
las alas del dragón y de Mercurio.
La humanidad de Batman y el temblor
de todo lo animal y lo divino.
Los oídos de Ulises y los párpados
conscientes y obstinados de Penélope.
El gigante más grande en Liliputh,
los molinos de viento imaginados.
El camino del bosque que descarta
Caperucita Roja y lleva al lobo.
El interés del gato en la ratita,
el sueño en siete camas o en Totoro.
Eres el pie que no entra en el zapato,
las mentiras piadosas del espejo,
la voz de la sirena y la espuma.
Eres el héroe muerto y sobrevives
al paso de la lluvia y sus arrugas.
Las paredes de Dogville, la escritura
de Sócrates, la playa de Invernalia.
La piel de los guepardos y sus garras,
el tacto de los labios del león
marino y la sonrisa del insecto.
La elegancia del vuelo transparente
de la libélula, la silenciosa
proximidad de la serpiente hembra.
El caracol en su húmedo abrazo,
la secreta voracidad del pez.
La espera impertérrita del perro,
el ladrido en el aire de los cuervos.
El hígado del pato al explotar,
la oscura intimidad de la medusa.
El honor del elefante, la astucia
de la zorra y de las uvas, el hambre
que a todos nos define y nos enfrenta.
La duna tras la tormenta de arena,
la mano que dibuja un arcoíris.
La distancia creciente entre galaxias
destinadas para siempre al olvido.
La estrella ignorante de su nombre,
el río que nace cerca de casa,
el cielo de esta tarde de noviembre.
El árbol que hospeda en su tronco
los cuerpos –¿y las almas?– desdentados
de los bebés toraja que murieron.
Ventana en el palacio y en la escuela,
ventana en hospitales y en la cárcel.
La espada sin hombre y sin romance,
el caballo que vuelve sin jinete,
la fiebre de la noche en cada guerra,
la luna de la luna y su sentido.
El viento insoportable del que duda,
la libertad del sueño y su esperanza.
El roce de la cuerda en la garganta,
la rama rota en el acantilado.
La fuerza misteriosa y convencida
que da vida y expande el tumor.
El silencio después de la pregunta,
las vías cuando ya ha pasado el tren.
La herida que no sangra y sin embargo
se despierta contigo cada día.
Tu carne sabe a historias y a animal.
Eres sólo real; sólo inventado.
Eres el que condena, el condenado
y la condena; la magia y el truco,
el mago, el conejo y el sombrero.
El equilibrio y todos sus contrarios.
El corazón que late y el latido,
el primer parpadeo y el último.
Eres el navegante, eres el náufrago,
el mapa, el navío, el iceberg.
A veces eres tú y otras veces…
te mudas de pronombre personal,
despiertas en lo propio y en lo ajeno.
Eres quien crees ser, quien desconoces;
eres quien creo y quien desconozco.
A veces quien escribe, otras quien lee
y otras, como ahora, el poema.
La voz del animal bajo tu piel, pp.70-73.
Recuerda
Que todas las historias de este mundo
comienzan con los mismos ingredientes:
primero un personaje a quien seguimos
unidos por la magia y la empatía
un quién a quien querer acompañar,
aquel que representa lo que somos,
lo que queremos ser y lo que no;
y, después, un problema al que enfrentarnos,
aquello que perturba a nuestro amigo —
amiga, amigue, amigos, enemigo—,
un nudo en el camino, una escalera,
una puerta cerrada, una ventana,
que no se puede abrir, un pozo oscuro,
un sueño irrealizable, una amenaza,
la duda, una mentira o un dilema.
No importa dónde, cuándo ni por qué:
la historia no es historia sin problema.
El relato requiere su conflicto;
el conflicto merece su relato.
La relación simbiótica es perfecta
e invita a comenzar un nuevo viaje,
la búsqueda y el cambio, el recorrido,
con la transformación, su aprendizaje.
Lo dijo Jorge Wagensberg, si nunca
hubiera habido crisis todavía
seríamos bacterias, ¿lo comprendes?
Ahora dime cuál es tu problema.
También incertidumbre entre nosotros, pp. 17-18.
Recitado del poema por la autora.
A veces necesito relajarme
A veces necesito relajarme
y pienso en animales, los escucho,
observo a la paloma que me observa
en este mismo instante en que la escribo
y me pierdo en los astros o en las plantas.
Las plantas cuando mueren, sin embargo,
me muerden muy despacio los tobillos
y todos los destrozos que trazamos
en un planeta a punto de dormir
encienden mis insomnios, mi iceberg.
Me encanta el subjuntivo y me apacigua
dejar un pie en el aire, distraerme
sembrando de ojalás todo el paisaje.
Sucede algo distinto en el encuentro
con el imperativo y sus esquinas.
Me oprimen los océanos de plástico,
las guerras, la pobreza, el abandono.
El pasado, el futuro y el presente
se dejan alojar en las dos casas.
Me inquietan la inacción y la quietud.
De toda la ansiedad me tranquiliza
la palabra ansiedad bajo la lluvia.
Descanso en la ficción, la realidad
columpia en sus quiasmos mi deseo.
Si bien la poesía me aletea,
me deja en desazón este poema.
El mundo y tú con la literatura
cruzáis esta frontera todo el tiempo,
como una nube lenta e impredecible
o como el vuelo incierto y caprichoso
con que huye la paloma de este verso.
También incertidumbre entre nosotros, pp. 23-24.
Penélope revela su secreto
De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.
Augusto Monterroso.
La historia no es exacta, ingenuo Homero.
Es cierto, yo cosía, descosía,
cosía y descosía, sin embargo,
no había en mi trabajo el objetivo
que tú interpretaste en tu lectura.
Ulises se alejó para mi suerte,
inmerso en una estúpida aventura,
y yo encontré mi paz y mi equilibrio,
mi espacio conquistado, mi persona,
en el placer oscuro del rechazo
a aquellos pretendientes deseosos
—tronista convencida y exigente—
y en dedicar mi tiempo a la costura
tan libre y azarosa como un viaje.
Creo que no captaste mi intención:
yo no esperaba a nadie, yo cosía.
No sabes, pobre Homero, que el relato
lo escribieron mis manos impacientes
en un vaivén de agujas, desconoces
que era mi tejido inacabado
el misterio, el poema, la Odisea.
También incertidumbre entre nosotros, pp. 42-43.
Marcos Díez
Marcos Díez (Santander, 1976) es escritor y periodista, además de gestor cultural. Así, ha estado vinculado a Santander Creativa y, actualmente, dirige las jornadas de Santillana. Además de poesía, escribe artículos periodísticos, relatos y guiones de cine. En cuanto a su obra poética, comenzó con la publicación de Quince pequeños apuntes sobre la longitud de la tristeza (1998, Premio José Hierro), Puntos de apoyo (2010), Combustión (2014, Premio de Poesía Hermanos Argensola), Desguace (2018, Premio Ciudad de Burgos), Belleza sin nosotros (2022, Premio de Poesía Generación del 27) y la reciente antología de toda su obra Con sol dentro. Poesía reunida (1999-2024) (2024), que incluye su último poemario, Besar la tierra (2024).
En su obra se aprecia el paso de la poesía narrativa, más centrada en lo descriptivo, a una poesía de carácter más reflexivo, con cierto tono metafísico producto de una contemplación más templada e inquisitiva, como señala Carlos Alcorta. En su obra, Díez habla de la identidad, del yo en su relación con los demás y de cómo esta vinculación nos define, sobre todo de la familia: de su pareja, de sus padres, con su hija Vera, a la que dedica muchos versos («Pasarán estos años / y dejarán en mí / las huellas más sublimes, / las de tu vida abriéndose camino») y, también a su hermana fallecida (presente en todos sus libros: «Mis padres llevan flores a su hija los domingos. / Murió a los veintitrés»). Además, a Díez le gusta escribir sobre sus inquietudes metapoéticas. Como apunta Alcorta, muchos de sus poemas expresan «el dolor de la pérdida y la constatación de que el desgaste vital conlleva renuncias que el ser humano debe ser capaz de soportar», como en «―Este es mi dolor, / florece aquí a su lado mi alegría» o en «Observo cada hueco que dejaron / aquellos que perdí» (del poema Huecos), así como el paso inexorable del tiempo en Rendición: «Al galope se acerca la vejez».
Desguace
Alcanzo a ver a veces, cuando miro sin mí,
una esencia sin nombre, anterior al lenguaje.
No sabría explicarlo. No podría.
Es como despertar de un sueño vívido
a una verdad más clara,
llana como el secreto que se ofrece
a algunos moribundos.
Lo real está ahí: con su potencia queda
desguazada la vida de los hombres.
No sabría explicarlo. No podría decir
qué es lo que ocurre
cuando los espejismos se derrumban.
Es todo muy confuso
porque sé que no sueño cuando escribo
pero ocurre en el sueño de este poema.
Desguace, (en antología Con sol dentro. Poesía reunida (1999-2024), 2024, pp. 111).
Hay poemas que nunca sé escribir
Hay poemas que nunca sé escribir.
Los que dicen las cosas luminosas,
escurridizas siempre,
yo no sé dónde están.
La luz existe solo si la veo,
si la pienso no es luz.
Y no puedo escribirla.
Aquello que palpita
si cae en el papel
se convierte en un fósil definitivo, gris.
Igual que el bailarín
inmóvil para siempre
en la fotografía.
Parece que se mueve, pero no.
Es solo una ilusión.
Solo puedo cantar
a lo que ya perdí,
a lo que espero.
Aquello que está vivo
se muere en el papel,
languidece deprisa
donde solo hay ideas
y este lenguaje torpe,
igual que el balbuceo de los niños.
El amor, si está vivo, no lo puedo cantar.
Lo canto si se va, para que no se vaya.
Lo canto de la forma en la que he visto
golpear en el pecho
a algunos moribundos
que vuelven a la vida.
Belleza sin nosotros, p. 208.
Huecos
Observo cada hueco que dejaron
aquellos que perdí.
Toda ausencia se queda, permanece.
Crezco a su alrededor
lo mismo que una hiedra
trepando en el vacío.
Belleza sin nosotros, p. 231.
Rendición
No existe otra manera:
el lado vulnerable debe quedar expuesto,
dispuesto así a la herida.
No existe otra manera de encontrar
refugio, cueva, casa en la intemperie.
Es una rendición.
Si hay foso o fortaleza, no existe cercanía.
Pero eso ya lo sabes.
En otras ocasiones te ocultaste
envuelto en tus palabras, ese manto de nada,
una maraña oscura, solo un retorcimiento.
Fue el lenguaje una senda
hacia tu perdición, fue un laberinto.
En su interior crecía un minotauro.
La historia la conoces, devoraba doncellas.
Lo mataste callando.
En silencio, después, hallaste la salida.
No quieras volver nunca.
Otra vida comienza.
Al galope se acerca la vejez.
No queda mucho tiempo
pero te queda tiempo todavía.
Es más que suficiente.
¿Lo comprendes ahora?
Hay que mostrar primero el flanco débil,
porque esconderse es propio de alimañas.
Besar la tierra, pp. 253-254.
Rafael Fombellida
El autor nació en Torrelavega, Cantabria (1959). Ha publicado los siguientes libros de poesía: Lecturas de las aguas (1988), Deudas de juego (2001, premio nacional de poesía José Luis Hidalgo), Norte magnético (2003, premio internacional de poesía Ciudad de Burgos), La propia voz. Poemas escogidos 1985-2005, (2006), Canción oscura (2007, premio internacional de poesía Gerardo Diego), Montaña roja (2008), Isla Decepción (2010), Campo de Marte (2011), Violeta profundo (2012), Di, realidad (2015) y la antología Mi lado izquierdo. [Antología poética, 1989-2019] (2021), esta publicada en Renacimiento, como gran parte de sus últimas obras. Ha ejercido la codirección de colecciones como Scriptvm o Quálea Poesía, y de revistas como Ultramar. En la actualidad es corresponsable de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y del Aula de Poesía «José Luis Hidalgo».
Fombellida es un autor poco conocido por el gran público, pero que ha llamado la atención de la crítica desde Violeta profundo (2012). La profesora Candel Vila señala que su poesía que no se puede adscribir a ninguna corriente y lo vincula a una tradición vinculada a la Modernidad literaria: en sus poemas, se encuentran influencias de Eliot, Milton, Rilke, Ungaretti, Keats, Dickinson. Así, en sus poemas se aprecian las huellas del Simbolismo o Romanticismo, como se puede observar en la contemplación de las ruinas de Villa romana: «Sobre férreo / basamento temblaba la columna / que lima el viento ahora». Se trata de una poesía de pensamiento que medita «sobre la capacidad del ser humana ante la muerte, el paso del tiempo o el dolor que roza lo metafísico», como apunta Candel: «¿A qué has venido, alba, / sino para finarnos tu aplomo?».
La visita
Demencia, sutil o disonante, mas demencia.
Anoto versos, y al leer, sonrío
o en sobresalto cabeceo. Paso
con rapidez la página. Alienado,
nada procuro, sólo amnesia de mí mismo.
Por eso no concibo que ella me vigile.
La luz es rasa. El mundo, inverosímil.
Doy la espalda al balcón. La fragancia nocturna
penetra despaciosa. Dejo el libro en la mesa,
conturbado. La vista elevo. Ella
presencia. Es dócil, y a menudo
obedece mi voz. Entra en la biblioteca,
persiste en contemplarme, ahora en la cercanía.
Temo a esos ojos grises verdiazules.
Aleja el libro,
lo expulsa de mi ámbito.
En su nuca la aurora trasparece.
Ve el eclipse en mi rostro, semblante del error,
del extravío. Me apaciguo. Tomo
su tacto cristalino, su nitidez. Mi vida
es una escala fiable hacia la nulidad.
Ella lo sabe. Oprimo su mano acuosa, la húmeda
impresión paulatina de su deslumbramiento.
Es un ser tan logrado que produce pavor.
Un ser que no persigue sueño alguno.
Velando está frente a la galería.
Como un ángel sonámbulo, arrastra su dominio.
Di, realidad, pp. 15-16.
Moira
Quando tu, mia poesia, leggi poesia...
Juan Rodolfo Wilcock.
Cuando la noche calla, callas tú.
Y te inclinas hacia estos versos míos,
versos que vició siempre una leve demencia.
Te agradezco que lo hagas
sin buscarles sentido,
sin hurtarles su euforia, su ausencia de razón,
mientras nieva sobre las uralitas.
Hay instantes en ellos que son tuyos
y que a ti pertenecen como a mí.
Hilos que pareciera haber tejido Moira
con sus dedos artríticos, celosos.
Fanal sin parpadeo, se acostumbra tu rostro
al claror irreal de cuanto he escrito,
estameñas o seda, crin o cerdas,
un templo entre las viñas, un gañán orinando.
Ahora lees tú. Los ojos bailan
de un folio a otro con estupor o alivio.
No lo sé agradecer, ni lo sabré jamás.
Caes cargada de sueño y el temporal arrecia.
Coches semienterrados, descolorida luna.
Has tenido
la piedad de callar, esclareciéndome.
Dormitas mientras caen papeles de tu mano.
La nieve, sobre Europa,
ahoga, muy en silencio, una candela.
Violeta profundo, p. 16.
Weep not for me, o love
Moriré a media tarde. Cuando toda
la lógica del mundo se mude en metafísica
y los carros de niebla preparen su atavío.
Moriré cuando nadie esté conmigo.
Unos pocos vehículos, detrás de la cortina,
como peces silentes harán comba
lo mismo que la aguja de un pick-up
sobre el mojado asfalto. Moriré
cuerdamente, sin santiguarme. Solo
se alejará este cuerpo como un leve sonido
y vivir no será más que ese instante
cuya esencia es dejar de ser en mí.
Desplegarán amantes sus campanas pluviales
debajo del neón de algún hotel
y un grumo de saliva hará distinto
el paralelo junto de sus labios.
Y el volcán de un limón estallará
sobre el encaje de las niñas rubias,
y volverá a caer en la desnuda escápula
un puñado de sal deslumbradora.
Moriré a media tarde, sin notarlo
y sin verme morir. Y tú estarás buscándome
en las cantinas y en los lazaretos
arruinada de lluvia, agotada de andar.
Y tú estarás buscando la llave de mi puerta,
la ingle de los ángeles, una copa labrada.
Cuanto había prometido y ya no podré darte,
cuanto yo te debía y nadie saldará.
Me moriré tranquilo, invisible, a media tarde.
Descalzo por la arena de la hora
que no ha de rebasarse nunca más.
Y me iré despoblando, tercamente rendido,
aquilatado en forma, misérrimo de fe.
Con oídos atentos al rodar de los autos,
la onda funeral que me abrirá el camino.
Violeta profundo, pp. 65-66.
[Cae el sol como el agua]
Cae el sol como al agua rueda un cuerpo. Y nos exalta
su cerrado impacto. Alguien nada hacia él, lo gira, empuja
y embarca a sus espaldas como al santo madero de Jesús.
Resplandece el confiado decaer de lo diáfano. Cada cosa sonríe
enjugada en concordia. Turbamulta de lonas, desflecadas
estelas de gasóleo, la crencha pelirroja de la puesta
medrando por poniente. Alguien es acostado sobre un hule
color naranja, alguien se burla de ese majadero
al que habrán de aplicar un masaje cardíaco. Carece
de importancia. Hay un pacto seguro en el concierto
de un mundo sucediéndose a sí mismo: nada terminará,
salvo nosotros. Intendentes, burócratas, esos que anudarían
un dogal a su cuello, o una media de nylon, tragan comida rápida
ensartada en cubiertos de fibra vegetal. Los altavoces ladran
enunciados y eslóganes. Todo rota, reinicia su propia melodía,
todo danza en acorde paso a dos, quizá decrece
un instante su ritmo y recomienza. Al ahogado regresa
el milagro común de la palabra, reanima ese destello conjurado
contra la oscuridad. Alegría, milagro bajo un sol que se desploma
como la res del sacrificio. Incorporarse, sostenerse. Andar
en la alegría de hoy. Pues no hay jornada que admita dilación.
Mi lado izquierdo, [Antología poética, 1989-2019], pp. 225-226.
Ana García Negrete
Ana García Negrete nació en Castro-Urdiales, Cantabria (1961). Es diplomada universitaria y ejerce su profesión en la Administración del Gobierno de Cantabria. Comenzó su actividad poética con el grupo poético Cuévano, publicando a partir de entonces en distintas revistas y publicaciones sus poemas inéditos. En 2005, publicó en la editorial La Sirena del Pisueña su primer libro de poemas, Algo tendrán que decir las estaciones, a los que siguieron las siguientes obras: Memoria para seguir un rastro (2010), Y dices tu nombre (2015), Descrédito de la certeza (Premio de poesía José Luís Hidalgo, 2016) y El balcón (2021) su última obra hasta el momento.
García Negrete ha colaborado en el volumen colectivo Maternidades (2021), donde 39 escritoras hablan sobre distintas experiencias en torno a la maternidad y, además, ha escrito el estudio sobre la figura y la obra poética y dramática de Isaac Cuende: Entre la libertad y el compromiso (2016). Colabora habitualmente en publicaciones (como el libro de poemas y fotografías El álbum del fingidor), artículos, presentaciones y antologías de poesía de Cantabria y ha coordinado actividades poéticas y proyectos en torno a la creación de mujeres escritoras.
En su obra, el mar constituye una presencia recurrente («El mar siempre hipnotiza. / Movimiento de superficie e incierta oscuridad de fondo»), pero también la literatura y la misma poesía («Si la palabra acaso decanta luz es porque desnuda / se asoma afortunada mientras somos / calidoscópicos vestigios de sus versos»), el deseo o la realidad cotidiana («para decir y pensar» sobre la vida, como señala la propia García Negrete). Se trata de una poesía que, como recuerda Carlos Alcorta, se vale del «verso libre de largo aliento, profusamente descriptivos, con incardinación de numerosas subordinadas y, en muchos casos, abruptos encabalgamientos».
Desde el principio
Ya desde el principio debías decidirte.
Elegir siempre es causa de fortuna
o pavor al abismo de un alma quejumbrosa.
La templanza y, desprenderse de temores iniciales,
la voluntad de ser y la acción
del blanco lunar sobre los cielos insistentes
salvó tu inercia al vacío, a la inquietud y la tormenta.
Aunque todo se ocultara en voces dispares,
y una máscara tapase el verdadero rostro,
cada cosa que al descartarnos fuimos eligiendo
retratan al humano siempre con dudas,
aunque hayas aprendido con los años
que no vale de nada arrepentirse,
y a no dejarte robar el corazón o la cabeza.
El instinto adiestrado que nos lleva
a sortear el corazón del laberinto
El álbum del fingidor.
Rumores
Se ha dicho y repetido que no es la poesía
la que cambia el destino de nadie.
Que no es la que salva a los pueblos del hambre,
ni la que venga a la infancia errante de la tierra.
No da lecciones a la especia codiciosa
que repta en todos los salones circundantes…
Sin embargo,
si valoramos el clima persistente
la respuesta deja un hueco insustancial
que ignora lo dulce y el ácido sabor de los enigmas;
la mancha que contrae las páginas del mundo
de miedo y de miseria.
Si la palabra acaso decanta luz es porque desnuda
se asoma afortunadamente mientras somos
calidoscopios vestigios de sus versos.
Aunque solo seas una. Una entre tantas.
El balcón, p. 16.
Deja que te desnude
El sudor me cubre, un temblor
se apodera…
Safo.
Deja que te desnude yo ahora
y deja que tu ropa caiga ajena a ti.
Deja que se extravíe y se pierda sosegada
la piel desprotegida,
que yo pueda probarte con la lengua;
mi ágil remolino entre tu carne.
Palpo la piel blanca humedecida,
nuestros pezones firmes
y tus piernas extensas entregadas a mí.
Ya te beso y se inquieta
el vientre elástico ondulándose.
¿Qué más pides? ¿Qué te exijo yo?
Froto ese vello encrespado y candente
como si despertara otra vez dichoso y satisfecho.
Amansará mi tacto con sus yemas
la tierna suavidad mientras me miras
meciéndonos del beso al paraíso
sin saber qué fuimos antes, siquiera ahora.
Nada me importaría de este día de hoy
salvo si me estremece tu dulce tremor
donde me hago cóncava y veneno.
Permíteme abrir, desabrocharte
la epidermis, tus dentritas, y el corazón latiente.
Tu cuerpo mundano es el vestido que quiero desear,
y ya que me rondas te aguardo hace rato
sometida a tus manos en campo voluntario.
Si tus ojos me miran hirvientes, me decanto.
¿Dónde tu ropa aguarda? ¿Dónde tú?
El balcón, p. 27.
Estar al margen
Me guardo en el margen de las tragedias que ocurren
lejos todavía,
y quién va a recordar mi escondite al otro lado del mapa…
las llamas sin rumbo de cada continente,
'crímenes de raza'
en distintos lugares,
autoridades y jueces que maldicen el sexo
el hambre de los nuestros parece olvidarse,
y el hambre del mundo
en los campos de Grecia,
en las calles de Europa.
El balcón, p. 74.
Lorenzo Oliván
Lorenzo Oliván nació en Castro Urdiales, Cantabria (1968). Se licenció en Filología Hispánica en la Universidad de Oviedo, y se dedica a la docencia desde hace muchos años. Tiene una dilatada obra poética: Visiones y revisiones (1995), Único norte (1995), Puntos de fuga (2001, premio Fundación Loewe), Libro de los elementos (2004), Nocturno casi (2014, Premio Nacional de la Crítica 2015), Para una teoría de las distancias (2018) y Los daños (2022). Como antologías de su obra en verso, destacamos Las percepciones islas (Antología poética) (2020), y también ha cultivado el aforismo (por ejemplo, con Dejar la piel) o el ensayo (Las palabras vivas. La poesía y la poética de José Hierro). Ha editado varios volúmenes de Poesía con Norte. Los poetas y sus poéticas y, además, ha traducido a poetas como John Keats y Emily Dickinson. Codirigió, asimismo, la revista de literatura y arte Ultramar.
Su obra poética se caracteriza por explorar el misterio, indagando entre la visión y el pensamiento. Para ello, se vale de un lenguaje despojado de lo artificioso que se queda con lo medular, articulando una poesía en la que el verso brilla diáfano. Como apunta Juan Manuel Romero, en el ensayo introductor a su antología, «la verdad de Lorenzo Oliván nace de una mirada apasionadamente inteligente. Su poesía arde para iluminarnos», como en su poema Mirar como la luz: «Mirar como la luz: / cambiando, / en movimiento, / sin dejar de ser luz, / para que todo sea lo que es / y lo que sin descanso / está empezando / a ser de otra manera».
Blanco perfecto
Tiró una piedra a un pozo
y aquella tan cerrada oscuridad
el ruido extraño aquel que hizo al caer
el expectante tiempo que tardó
y esa visión tenaz
de una profunda torre
sin raíces
le hicieron intuir por un instante
que de alguna manera aquella piedra
solo había caído en la escondida hondura
de su mente asomada así a sí misma
Libro de los elementos, p. 90.
Preguntas
Cada vez que alguien hace una pregunta
el mundo se abre un poco,
vuelve la flecha al arco, que se tensa
con la energía de la expectación.
Me hago preguntas por crear espacio
traspasado de flechas,
que no ansían la diana que limita,
sino el vértigo vivo
de buscar.
Nocturno casi, p. 53.
Canto rodado
La gravedad se vence con lo grave:
bálsamo de una voz
que avanza en mí
como arrastrando piedras
de un río
que da al mar de la quietud.
Grave canto en la noche,
me adentro en el caudal de tu corriente,
donde el tiempo
que muerde rumoroso
se abraza con las curvas
de los cuerpos rozándose.
Grave canto sensual,
vibrante,
susurrante,
pules en mí mismo rocas,
mis aristas,
el filo de mi mente en que me hiero
hasta volverme leve,
sensitivo,
vivo
canto rodado.
Para una teoría de las distancias, pp. 49-50.
Dentro de los demás
¿En qué hirientes pupilas
se deshilacha el yo?
¿Quiénes podemos ser –hasta negarnos–
en la visión del otro?
Miles de arañas tejen en la sombra
redes en que caer.
Como leves bocetos mal trazados,
crecemos siempre
en la indefinición.
Somos pensados en mentes ajenas,
hasta ciertos extremos
casi impensables por nosotros mismos.
Quizás morirse sea un ir borrándose,
perder ser poco a poco
en todas las imágenes erróneas
con que tienden a vernos los demás:
en la que estamos
–y en la que no estamos–
dentro de los demás.
Los daños, pp. 115-116.
Jaime Peña
Jaime Peña nació en Torrelavega, Cantabria (1982). Cursó la rama de Humanidades en el bachillerato y su formación académica se encaminó posteriormente hacia la informática y la educación medioambiental, ámbitos en los que trabaja. Es escritor, músico, diseñador sonoro y DJ; además, es batería desde hace más de dos décadas tras aprender de modo autodidacta. En el año 2018 se inicia en la producción y composición musical de música electrónica con el nombre artístico de JPEGr, con el cual ha producido diversos proyectos musicales (como HYLE, Paraísos modulados, Ficciones), así como composiciones especializadas en la creación de espacios sonoros para la danza y el teatro (Devórate, Espacios habitados, Bamm, Fronterizas). Ha actuado en numerosos escenarios, tanto como parte de su proyecto personal como formando parte de otras compañías.
En su vertiente literaria, ha publicado libros de poesía: Solo acontecer (2016), Templo alrededor (2020), Entre horas (2021); además, ganó el premio Premio de Poesía Experimental Francisco Pino con su obra Teorema de Glitch (2018), aún sin publicar. Ha publicado, asimismo, el libro de relatos Indicios (2017). Su obra trata temas como el deseo («El fuego nace para sí»), la evolución de la vida y los desengaños que se pueden observar en la actualidad o las imágenes surrealistas: «ya sabes / confeti y palomitas doradas por todo el firmamento».
El juego del fuego
El fuego nace para sí,
de sí mismo,
y de sí mismo crece
asciende,
aspira al infinito
de su propio nerviosismo.
El fuego juega solo
pero necesita que le aviven
como a un niño malcriado;
juega más
cuanto más le avivan,
y cuanto más le avivan,
más egoísta es su juego.
El fuego inventa sus motivos
para quema, para observar
la vanidad de su llama
y escuchar
el sonido de su persistencia;
para permanecer
(como las leyendas)
Al consumirse en el delirio de su juego.
¿Quién no ha querido alguna vez
ser el fuego que ilumine sus juegos,
que queme sus juegos
y se extinga después
en la decadencia de sus juegos?
Yo mismo he sido llama
encendida por el juego
de aspirar quemarme y ascender
cuando solo llegaba
al suspiro de un fósforo.
Solo acontecer, pp. 21-22.
En la periferia
Ahora que se acerca un murmullo nuevo,
en el camino que bordea la ciudad
se extiende un nuevo eco
como la idea de perdernos que
tranquilamente,
ha partido en nuestra búsqueda.
Ahora escuchamos la risa de los alambres
ahora, el llanto de las fábricas,
ahora comemos el amargo fruto
de nuestros ojos
y desde un mirador sin nombre en la colina
contemplamos a la solitaria escarcha
desconocedores, quizá, de lo esencial:
que dos cuerpos pueden gotearse, despacio,
uno sobre el otro,
y evadirse haciéndose visibles
con la torpeza inocente de los niños.
Solo acontecer, p. 35.
En una ciudad cualquiera
...adonde nadie
Sabe nada de nadie,
Adonde acaba el mundo.
Luis Cernuda
Está amaneciendo en una ciudad cualquiera.
Los ojos y las venas
se abren como el Challenger
(ya sabes
confeti y palomitas doradas por todo el
firmamento;
un buen y trágico espectáculo).
Cómplices de esta ciudad,
observamos en silencio
esa extraña intuición de la rutina
al colgarse en los tendales.
Ya podemos percibir la fina película
que todo lo recubre
confiriéndole a las cosas
un aspecto de escenario.
Tras unos minutos de calma,
las palomas invaden la mañana.
Afuera cruje el aire.
Las palomas nos ignoran
e ignorando la mañana, la mirada, la rutina
y cualquier cosa humeante desprendida,
nos cagan desde la cornisa.
¿No crees que las circunstancias
se parecen demasiado a las palomas?
Por la avenida
una mujer camina día y noche.
Va hablando con las farolas, con los árboles;
día y noche intenta desentrañar
el secreto de los adoquines.
Dicen que espera a su marido,
hace veintitantos años ya de eso.
Hay policías por ahí, barrenderos.
Hay gente trajeada y gente despojada
andantes de todo tipo.
Hay inmigrantes fuera de sus calles
limpiando las botas de empresarios.
Hay empresarios que se prostituyen
para pagar el alquiler de sus trajes.
Podría haber incluso
asexuados mutantes trajeados
vendiendo saquitos de polvo
en la nariz de todos los tarados.
El sol poco a poco se licua como el zumo
a través de un cielo carnosamente celuloide.
La mancha se extiende por aceras y
comercios,
por cafeterías y mercados y oficinas,
se va extendiendo de tal modo
que todo ello constituye
un gran mapa de acontecimientos
consumados.
La luz termina de impregnarlo todo de
monstruos.
Está amaneciendo, poco a poco,
(en donde nadie sabe nada de nadie)
y en un patio cualquiera
de una ciudad cualquiera,
(en donde acaba el mundo)
yace un hombre cualquiera
sobre una muerte cualquiera.
Solo acontecer, pp. 38-40.
Día de hoy
… todo sucede:
el pecho se parte como por gracia de un
conjuro antiguo,
el arte constituye la fuente de un poema,
los poemas remiten siempre a los ríos del
amor.
Hay días secretos,
cuando las manos
(suaves criaturas que se abandonan al tacto)
entrelazan sus anhelos.
Hay días valientes flotando como ramas de un lago
cristalino,
y días en que los topos son capaces
de averiguar
los colores misteriosos de la Nada.
También hay otros días:
días en los que llueve, sí,
pero en cada gota
se puede ver el ojo perdido de Ra;
días que parecen brechas, sí,
pero también caminillos de pólvora
que culminan en la gran explosión de los sentidos;
días que son el Gobi,
el Atacama,
el Gran Salar de Uyuní,
donde el hombre es un desierto aún mayor,
sí…
pero incluso los desiertos
pueden ser cruzados
por sedientos cometas
henchidos de un deseo irrealizable.
Hubo días como el de ayer
que no merece la pena revivirlos,
casi ni nombrarlos.
Por fortuna,
también hay días como el de hoy
que se suceden como pájaros radiantes
recién emancipados y libres a su vuelo.
Quiero pensar que
(me apetece creerlo)
aunque no le deba nada a nadie,
estos días te los debo a ti.
Solo acontecer, pp. 59-60
Silvia Prellezo
Silvia Prellezo de la Riva nació en Santander, Cantabria (1983). Está licenciada en Administración y Dirección de Empresas y es, asimismo, Máster en Banca y Mercados Financieros por la Universidad de Cantabria. Desarrolla su profesión a través de su propia iniciativa empresarial. Está vinculada a la poesía desde una temprana edad, cuando su padre recitaba los versos de José Martí y Antonio Machado, aunque el prematuro fallecimiento de su progenitor la condujo por el lamento elegíaco de corte manriqueño. Participa en proyectos culturales como antologías (El hilo más firme, Un siglo de piel y poesía o El pecado original), revistas (Leñalmono y Absenta Poetas), así como otros medios de prensa y radio. Ha publicado, hasta el momento, tres poemarios: Drama y nitroglicerina (Septentrión Ediciones, 2016), La intimidad del armisticio (Libros del Aire, 2018) y Estruendos de fragilidad inducida (El Desvelo Ediciones, 2023).
Su obra ha evolucionado desde su primer poemario, en el que numerosos personajes actuaban en el teatro de la vida, cargando consigo biografías en constante cambio: «Amar ardiendo, / amar quemando« (de Amar muriendo, amar matando) o «Creo que estoy perdiendo mi inspiración. / Y es porque a cada segundo recuerdo / que te estoy perdiendo» (de Reina de paraísos imperfectos). Ya desde sus inicios, Prellezo combina poemas extensos con otros muy breves: «Secretos diáfanos. / Y, en cada esquina, verdades a medias». En su último libro, Estruendos de fragilidad inducida, se aprecia un cambio de tono: «Así te encontré, sumida en aquella niebla que aún repica en tus sienes (…) “y observo que somos un acervo de despedidas no consumadas», que permite a la autora observar la vida con quietud, mientras aún se sienten «en las yemas de tus dedos / las cicatrices de mis temores».
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In córpore
Rastro de respiraciones erráticas,
encuentros inapetentes
y celdas para caracteres deambulantes.
Pieza que te atrae,
pieza que no encaja
en tu sórdida ciudad de imperfecta sintonía.
Atracción insuficiente e insatisfecha,
fuego húmedo y agua seca que se imantan.
Polos negativos que repelen los instintos.
Abandonas tu ciudad,
devoras mis aristas,
me creas a tu imagen y diferencia.
Marcha militar,
trompetas de guerra.
Treguas para matar la serenidad y la inapetencia.
Decoros imprudentes,
políticas incorrectas,
trazar líneas imaginarias para eludir tu penitencia.
Desacuerdos pactados,
desobediencias manuscritas,
aprobaciones incrédulas sobre barreras fronterizas.
Despedidas cercanas
a fuentes de sabiduría.
Descrédito y cúmulo de teorías fingidas.
Pieza incandescente
congelada de agonía.
Miedo a equivocarse al juntar tu esencia con la mía.
Drama y nitroglicerina, pp. 46-47.
III
La mentira y el deseo crean cadenas.
La verdad y el amor crean lazos.
Pero quién desea un amor por corrección,
yo quiero que me amen por error por ser
la peor opción y, aun así,
que me amen con fervorosa arrogancia.
Como ama el sol a esta hectárea de trigo un 24 de junio.
Estruendos de fragilidad inducida, p. 13.
Acervo de despedidas
Arreciaba la lluvia.
Eras un noray recubierto de tirantes cuerdas.
Cadenas y anclas que impedían el alzamiento
Ancorando tu nave a un pasado obcecadamente ajado.
Aparente forma de salvamento ante la inacción del orgullo.
Así te encontré, sumida en aquella niebla que aún repica en tus
sienes.
Me sentencias a la culpa que te impide dormir
y yo repitiendo el mismo discurso estéril voy quedándome inerme.
Nuestro afecto quedó requisado en una aduana,
menudeo de cobardes que mal vendió nuestra honestidad.
No culpemos al paso del tiempo,
algunas noches fueron testigo de nuestra heroica cohesión.
Recuerda la melodía recurrente que arrullaba el vientre vacío.
La ilusión es un vago recuerdo de la infancia tardía
y el mutismo de esta hache, en ocasiones, nos ha tornado hostiles.
Te encuadro de nuevo en esta retícula
y observo que somos un acervo de despedidas no consumadas
que alzan la voz porque,
en verdad,
hemos construido un refugio de disonante armonía.
Estruendos de fragilidad inducida, pp. 50-51.
Trashumancia
Cuando llega el olvido
el dolor es ajeno.
Pertenece a alguien del pasado
alguien que quizá ya ha muerto.
No una muerte corpórea,
sino una muerte inconsistente y huidiza del alma.
Cuando llega el olvido
la memoria es un músculo capaz de flotar en la indigencia emocional.
Una fugaz extrañeza.
El olvido es una semilla
de la que brotarán los recuerdos futuros,
con otras caras,
otros lugares,
escenarios en los que representar de nuevo la hoguera perpetua del que se niega a olvidar.
El olvido hace de la vida trashumancia,
es la vereda por la que se viaja del invierno al verano.
El olvido es una necesidad es una obligación.
El olvido
es tan humano como la equivocación
y el indulto.
Tiene algo de sensación,
retazos de herida
y fértiles cicatrices.
El olvido es descanso.
Es un camino solitario
cuyo origen es la penitencia y cuyo objeto es la redención.
Cuando llega el olvido
el dolor se convierte en calma
y te preguntas absorto qué es ese vacío que no recuerdas
y que un día te hizo feliz.
Estruendos de fragilidad inducida, pp. 54-55.
Adela Sainz Abascal
Adela Sainz Abascal nació en Saro, Cantabria (1965). Estudió Periodismo en la Universidad del País Vasco y ha trabajado en diversos medios de comunicación regionales y gabinetes de prensa. Más tarde, estuvo vinculada al mundo de la fotografía y, en la actualidad, es funcionaria. Obtuvo los accésits del Premio 'José Hierro' de 1995 y 1996, y sus versos han aparecido en numerosas obras colectivas. Ha publicado los siguientes poemarios: Al final de las horas muertas (Guiomar, 2002), Cartografía del silencio (Devenir, 2005) y Esa extraña luz (Renacimiento, 2014), su última obra hasta el momento.
Luis Alberto Salcines apunta que, en la obra de Sainz, la luz es la protagonista, y no solo de su último libro. Así,«la luz natural, la que llega a través de esa ventana de la que habla Adela en la que suponemos está la poeta, y la luz simbólica que desprende una vela, por ejemplo, incluso la luz que procede de los cuerpos amados como fuente de inspiración». Como señala Carlos Alcorta de su Esa extraña luz, su poesía está construida «con palabras sencillas, cotidianas y, sin embargo, con estas humildes herramientas la autora logra trasmitirnos una grave sensación de fragilidad, de incertidumbre, de zozobra, pero también de esperanza, de agradecimiento existencial». Por ejemplo: «Es puro goce este rayo / de sol desmembrado en las pestañas, / semicerrados los párpados, / invadidos de partículas de irisada luz» (del poema Puro goce este rayo).
Yo sé que una noche danzaré…
Yo sé que una noche danzaré desnuda
bajo la luz de la luna,
solas su blanca luz y yo,
y la lluvia.
Y sé que la lluvia lavará de mi cuerpo
el olor de la culpa.
Tu rastro en mi memoria.
Cartografía del silencio, p. 45.
Resplandece una llama
Resplandece una llama
que intuyo fatigada,
diluida en la bruma
que apuntala la tarde,
otoño sin excusas.
No alumbra, ilumina
el círculo pequeño
del espacio que ocupa.
No distinguen los ojos
el exacto lugar
que la sitúa.
Intuyen resplandor.
Y no saben si es luz
u otra vela prendida.
Esa extraña luz, p. 64.
Puro goce este rayo
Puro goce este rayo
de solo desmembrado en las pestañas,
semicerrados los párpados,
invadidos de partículas de irisada luz.
Puro disfrute su cálido roce en la epidermis,
rayo amigo que llega hasta la última,
recóndita célula del vitelo que gesta el corazón.
Mansamente han comenzado a llover palabras.
Ahora el sol brilla confinado
en la burbuja de una lágrima.
Gracias sean dadas.
Esa extraña luz, p. 70.
Será todo
Te sientas un momento,
apoyas el cansancio de tu frente
en la palma de la mano
el trabajo del cuerpo
en su sustento.
El verano golpea la ventana.
Inspiras, tomas conciencia
del peso de ese aire.
Las horas, lentas, de la mañana
laten, recorren la luz plena del estío
del lluvioso junio.
Nada más que un momento. Vas sentándote.
Cuando ya lo busques, aparecerá.
Vendrá la luz, y será todo.
Esa extraña luz, p. 71.
Alberto Santamaría
Alberto Santamaría nació en Torrelavega, Cantabria (1976). Doctor en Filosofía por la Universidad de Salamanca, actualmente es Catedrático en el Departamento de Historia del Arte / Bellas Artes en la Facultad de Bellas Artes de la misma universidad. Colabora habitualmente en diversos medios de comunicación con artículos sobre arte y estética. Ha publicado ensayos sobre arte, literatura y política, entre los que destacamos El poema envenenado. Tentativas sobre estética y poética y Alta cultura descafeinada. Situacionismo low cost y otras escenas del arte en el cambio de siglo.
Tiene una extensa producción poética desde principios del siglo XXI: El orden del mundo: cuaderno de Budapest (2003), El hombre que salió de la tarta (2004), Notas de verano sobre ficciones del invierno (2005), Los poemas del otro (2005), Su casa es suya (2007), El poema envenenado (2008), Pequeños círculos (2009), Interior metafísico con galletas (2012), Los poemas añadidos (2013), Yo, chatarra, etcétera (2015), Lo superfluo y otros poemas (2020). Su obra está antologada en El huésped esperado (2016).
La obra de Santamaría, según Carlos Alcorta, «ha estado siempre impregnada de un sentido del humor inteligente, que no rehúye poner en evidencia la parte más grotesca del ser humano» y, además, es una poesía que en ocasiones se vale de la experimentación. Pero también se centra en los más humano, desde el deseo al amor, la poesía y la metapoesía o el paso del tiempo: «Tiempo, esa es la piel / que nos ofreces: la venganza / de lo frágil que creemos / eterno». Su página web es http://albertosantamaria.blogspot.com junto con la más actualizada https://enloslimitesdeloposible.wordpress.com.
Anécdota del deseo
esperamos
demasiado tiempo
su llegada
he fregado los platos
visitado a los vecinos
doblado las camisas
creído que era posible
una forma particular
de estar ante los hechos
pero las cuatro patas
del deseo
se convierten
de golpe
en toscos muebles
de época
no sabría explicarlo
de otra manera
lo siento
quizá explicar
sea el verbo
menos útil
de nuestra lengua
Pequeños círculos, p. 34.
El sistema del amor
(Lección de filología botánica)
Lo que yo diga no importa nada, nada. ¿Acaso le importa al aire el aleteo idiota de un pájaro? Jamás he regado las dos plantas que me regalaste —Monstera deliciosa, Platycerium bifurcatum— y sin embargo crecen sin misterio hacia lo alto. Huyen hacia ti desde mi casa.
De mi cocina
sale humo
en un idioma
que desconozco.
Pequeños círculos, p. 348.
Aprender de un idioma
Aprender de un idioma
su sensación
de desastre
gramatical
la tensa sombra
de lo que
por decir
nunca será dicho
la miseria
de quien no tiene
en su lengua
la palabra
hambre
Lo superfluo y otros poemas, p. 21.
Recitado del poema por el autor.
La poesía
La poesía
es
lenguaje
que al romperse
cruje
Lo superfluo y otros poemas, p. 44.