Sección CARPE VERBA
Para abrir este primer número tenemos la suerte de contar con la presencia de docentes escritores de generaciones diferentes que nos aportan experiencias creativas igualmente diversas: Ezequías Blanco, Antonio Crespo Massieu, Óscar Martín, Begoña Regueiro, Auxilio Rodríguez, Jesús Diéguez y Javier Sáez de Ibarra.
Ezequías Blanco
El autor (Paladinos del Valle, Zamora, 1952) dirige desde hace veinticinco años la prestigiosa revista de creación Cuadernos del Matemático. Hasta el curso pasado, en que se jubiló, ha ejercido como catedrático de Lengua y Literatura españolas en varios Institutos de Enseñanza Secundaria de la geografía de nuestro país, los últimos veintiocho años en el IES Matemático Puig Adam, de Getafe.
Ha publicado los siguientes libros de poemas: Limitación del vuelo (1979), Palabras de la Sibila (1992 y 2000), En medio del desierto (1996), Archivo de imágenes-Imágenes de archivo (1999), Objetos del amor lejano (1999 y 2005), Los caprichos de Ceres (2004, 2005 y 2007), Construirte un abismo (2008), Una ceja de asombro (2010), Doce musas (2012), La realidad desentendida (Antología 1978-2012) (2013), Los evangelios de Chamu (2013). En prosa tiene publicados los siguientes libros: Memorias del abuelo de un punk (relatos) (1997), Tienes una cabeza apuntando a tu pistola (relatos) (2009), Tres muñecos de Vudú (novela) (2001), Islandia, 2004 (novela) (2007), Las aventuras de Pinocho (edición crítica) (Zaragoza, 2004). Por todas estas labores ha recibido más de un premio.
El poema publicado es inédito.
Para Irene Blanco
Este año vuelve a dar un master
(si su frágil salud se lo permite)
la rosa de pitiminí
en nuestra Fundación.
Preguntada que fue por periodistas
sobre el tema de sus disertaciones
contestó: «la melancolía que me produce
mi relación con la maleza».
Ya se han matriculado
el tomillo y la zarza
las ortigas y las lenguas de fuego
unas cuantas gramíneas
las acederas y la avena loca
la zaballoga y el cabentarrastros…
La margarita dijo: «yo no voy
porque seguro que me deshoja algún capullo».
Y la nieve se excusó con que estaba «deshecha».
El cardo fue directo al grano:
—«¡Eh! ¡Dejadme ya de hostias!»
¡Últimas plazas!
Antonio Crespo Massieu
El autor (Madrid, 1951) es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid y Diplomado en Estudios Portugueses por la Universidad de Lisboa.
Ha publicado la antología comentada Una mano tomó la otra. Poemas para construir sueños (Comunidad de Madrid, 2002), en coautoría con Pedro Hilario, Roberto Bravo y Fernando Cañamares. Desde 1997 es responsable de las páginas literarias de la revista Viento Sur, de cuya Redacción forma parte.
Ha publicado los poemarios: En este lugar (Fundación Kutxa, Donostia- San Sebastián, 2004) que obtuvo el «Premio de Poesía Kutxa Ciudad de Irún» en su XXXV edición; Orilla del tiempo (Germania, Valencia, 2005); Elegía en Portbou (Bartleby editores 2011). Ha publicado también el libro de relatos El peluquero de Dios (Bartleby Editores, Madrid, 2009).
Ha colaborado con trabajos de investigación y de creación literaria en variadas revistas. Poemas suyos han sido incluidos en diferentes antologías poéticas.
El poema publicado pertenece al libro En este lugar (Fundación Katxa, San Sebastián, 2004.
La Biblioteca Nacional de Irak fue asaltada y quemada la noche del domingo al lunes, y la Escuela de Estudios Islámicos ha sido saqueada y destrozada, en otro episodio del desorden y la violencia que reina en Bagdad desde la caída del régimen. En la Biblioteca Nacional, situada en el barrio de Rusafa, han desaparecido más de un millón de libros quemados o robados, además de importantes archivos, microfilmes y fondos de documentos antiguos, como la primera revista en lengua persa editada en el mundo, un ejemplar de «Al Zaura» de 1869.
El País, martes 15 de abril de 2003.
Y la palabra se hizo arcilla
barro caña trigo polvo
urdido con el sudor de las manos
quemado por el sol abrasado
abrazado a la intemperie amasado
tablilla a la espera de roce
otra luz o misterio muesca
hendidura grieta incisión
mínimo signo que el mundo contiene
frágil materia que atraviesa
siglos alfabetos guerras.
Entonces
hubo un temblor
de permanencia sagrada
en el mundo.
Y la palabra se hizo árbol
honda raíz tierra humedecida
savia que fluye asciende
rugosa áspera corteza
temblor verdecido rama
sombra confundida con aire
asombro vertical del tiempo.
El pájaro habitó
la ingrávida espesura
y el canto iluminó el silencio
bullir de alas y ramas
misterio oculto del trino
milagro huida hacia la luz
fugaz caricia con el aire.
Y el árbol fue
talado arrancado raíz
expuesta tronco perdido
secas ramas sin luz o pájaros o canto.
Entonces
hubo un temblor
de ausencia irreparable
en el mundo.
Y la palabra se hizo ternero
mugido aliento ligeras
pezuñas trote hierba
ubre áspera lengua
Y llegó el cuchillo
la sangre derramada
el grito casi humano
ojos perdidos lengua inerte
el útero abierto el no nacido
(diminuto temblor la promesa)
de cuajo arrancado desgajado
abierto en canal invadido
de grasa placenta sangre.
Entonces
hubo un temblor
de ausencia irreparable
en el mundo.
Y la palabra vino
al árbol arcilla pájaro lengua
diminuto temblor del no nacido
y pobló el mundo
fue vida alimento mugido savia
infinita sucesión de vuelos o caídas
sueño ternura aliento
Todo canto era posible
el luminoso amanecer las sombras del bosque
el viento sin huella o la pesada carga
el arado el vino la ira el sueño
la sangre grito o espanto
y la caricia el roce inabarcable
Todo
arcilla piel o árbol
se hizo pájaro
y fue dicho
incluso el silencio
la pausa lo impronunciable
el espacio en blanco del aliento
la espera de Dios el vacío de su ausencia.
Habitamos así de pronto casi de improviso
como por azar o misterio
un bosque de palabras
lo inabarcable la vida
multiplicada en anaqueles
signos muescas letras
supurando vida sangre esperma
leche savia mugido y vuelo.
Era
la casa del ser
tan infinita incomprensible como
la vida misma.
Era
mundo
espacio habitado
tierra cultivada. Era el mundo.
También le dimos nombre
y llamamos biblioteca a nuestra morada
dijimos
está bien que esta sea nuestra casa
espacio de la mujer la vaca el niño
el hombre el insecto la tierra el árbol
tejido trenzado de la vida
fuego y luz de la memoria
por los siglos de los siglos.
Entonces
hubo un temblor
de permanencia sagrada
en el mundo.
Ahora
Arde el bosque de palabras
De nuevo en la plaza
los inocentes son quemados
piel corteza pluma palabra
ahora pavesas cenizas
savia negra grito de dolor
ternero descuajado niño
árbol arcilla o temblor sin brazos
mirada ausente del pájaro de la luz
entre ruinas preguntas
tizón de piel
ternero no nacido niño no vivido
Regresa
la tala del tiempo
arde el mundo
la casa de palabras encendidas
es brasa fuego destrucción hojas secas
perdidas taladas robadas
Olvido del ser
huida del tiempo
ablación de la memoria.
Ahora
arde el mundo
Este
fuego
esta insensata destrucción
sucede
ahora
en el instante mismo
en que un soldado del Imperio
mira indiferente
apenas percibe el olor a carne quemada
acuciado por el deseo y la nostalgia piensa
en su novia
y en desfilar entre vítores música y serpentinas
en su añorado pueblo allá en el lejano estado de Ohio.
Entonces
ahora
hubo
hay
un temblor de ausencia
irreparable
en el mundo.
Óscar Martín
Óscar Martín Centeno (Madrid, 1977) es Licenciado en Historia y Ciencias de la Música por la Universidad Autónoma de Madrid. En 2006 recibió el «Premio Internacional Florentino Pérez-Embid» de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras por su primer libro Espejos enfrentados, publicado por la editorial Rialp en la colección Adonais. En 2007 recibió el «Premio Nacional Nicolás del Hierro» por su segundo libro Las cántigas del diablo, publicado ese mismo año. También en 2007 obtuvo el «Premio Internacional Paul Beckett» por su tercer libro Sucio tango del alma, publicado en el año 2008 por la Fundación Valparaíso. En 2010 recibió el «Premio Internacional Antonio Gala» por su libro Circe, publicado por la editorial Alhulia en 2011.
Ha publicado, así mismo, los manuales para docentes Manual de creación literaria en la era de Internet (2009) y Animación a la lectura mediante las nuevas tecnologías (2010).
Participa en numerosas antologías y revistas literarias. Ha publicado artículos en revistas nacionales e internacionales y sus poemas han sido traducidos al inglés, al alemán, al francés y al griego.
Coordina el Centro de Estudios de la Poesía de la U.P. José Hierro de San Sebastián de los Reyes, así como el ciclo Poesía en la Esfera del Ayuntamiento de Alcobendas. Ha obtenido diversos galardones de gestión cultural como presidente de la Asociación Grupo Artístico 8.
El poema publicado pertenece a su libro Las Cántigas - Je Suis Le Diable. Editorial Ya lo dijo Casimiro Parker, 2012.
(Prestissimo)
Somos un grito
que se escapa del mundo, una palabra
que ha olvidado el lenguaje, una pasión
que abrió la puerta a todos los psiquiátricos.
Somos los ansiolíticos que alimentan tu sopa,
los antidepresivos que remontan tus venas
cosiéndote a mordiscos
todas las cicatrices.
Somos el vuelco que te gira en el pecho, la caricia
que te araña la espalda,
el rojo escalofrío
que recorre tu piel
tatuándola de frases surrealistas.
Somos la cafeína de los lunes
y la primera copa de los viernes.
Somos esa canción
que te quema los ojos cuando pones la radio.
Somos la rabia
que te come la sangre,
y la furia infinita
con que aprietas los dientes, y el dolor
que te acaba curando las heridas.
Y las noches de insomnio
en que te azota el alma haber nacido,
y el sudor congelado
que te clava la angustia, y la pasión
que desviste tu cuerpo, y el orgasmo
voraz
que te sabe mejor
que conquistar el mundo.
Y el golpe que te abre
con su luna los ojos
y el viejo abracadabra
de la conciencia y el desnudo
de toda realidad,
y el primer sorbo de cerveza de tus trece años,
que te sabía amargo y mareaba
y te entregaba un sueño
cosido con burbujas y canciones.
Y somos el azote
del mar sobre tu piel, y la sal en la herida,
y el murmullo escondido
que recita sus sílabas eternas en la caracola.
Y la llave de yudo
que le rompe la espalda a la gramática,
y la pintura
que colgó sus pinceles
para hacerse invisible, incomprensible, mágica
y colocó retretes en salas de museo e instalaciones
flotando en el Pacífico. Y también
somos el trueno ardiente
que rompe la sequía,
y el rayo que te cae a medio metro
y te hace gritar de puro pánico,
mientras gimes y piensas
que o no te quiere el diablo o es que falta
algo por hacer
antes de convertirte
en otro filamento
que estalla en las bombillas infinitas del mundo.
Somos la anomalía que revienta el sistema, la ecuación
que desgarra la lógica,
el anarquista insomne
que ha cruzado los cables de la central eléctrica,
porque una noche quiso
que callaran los focos, los ruidos,
las lámparas, las luces
y toda la ciudad —desnuda entre las sombras—
mirara las estrellas.
Begoña Regueiro
La autora (Madrid, 1981) es doctora en Literatura Española por la Universidad Complutense de Madrid, donde trabaja como profesora. Desde 2000, codirige la Revista de Creación Literaria Otras Palabras. Ha publicado textos literarios en revistas de creación o divulgación cultural.
Es autora del poemario Alma soñada (2009) y ha participado en los libros Marés nos pousos de café. Mostra de poetas de expresión galega en Madrid (2010) y Sonrisas del Sáhara. Antología (2010). Asimismo, poemas suyos han sido publicados en diversas revistas literarias y ha recibido premios literarios tanto en poesía como en prosa.
El poema publicado pertenece a su libro Diosas de barro, Devenir, 2012.
Esta vez, no quiero que me salves.
No quiero que tu suavidad me anestesie
y me oculte el dolor.
No quiero que tus labios cierren mis párpados
a la certeza del absurdo.
Esta vez,
no quiero tenerte como excusa.
(De Dos mil doce, inédito)
**
Hay lágrimas sucias en los tejados
gritos mudos en las avenidas
grafitis de angustia en las paredes.
La rabia hiriente de un país que llora
se confunde con mi miedo a despertar.
(De Dos mil doce, inédito)
**
Ya ves, así soy yo.
Solo otra muñeca de porcelana rellena de serpientes.
Una trampa mortal,
una emboscada.
Así soy yo, ya ves.
Piel envenenada con fragancia de lirios,
canto de sirena en el bosque de las hadas,
la parca disfrazada con las alas de un ángel.
Nada más que eso,
un manojo de rosas frescas sobre una tumba de tierra húmeda.
Auxilio Rodríguez
El autor nació en Cabezas de Alambre, pequeño municipio abulense de la Moraña –tierra de moros-, aledaño a la cuna de san Juan de la Cruz y donde reina el arte mudéjar. Estudió Filosofía en el seminario diocesano de Ávila y terminó sus estudios de magisterio. Se dedicó a la enseñanza hasta que recaló en trabajos administrativos más sosegados en la banca. Su quehacer poético le ha acompañado en sus alforjas a la largo de sus andanzas vitales, deteniéndose en concursos locales, en los que ha obtenido premios, y publicando algunos de sus poemas en publicaciones restringidas.
El poema publicado es inédito.
Viajero soñador, toca sus muros,
Sella tu boca, desata tus sandalias,
Aguza los oídos, escucha la palabra
Que musitan las piedras
Aupadas en el aire.
Pasean las almenas caballeros fantasmas,
Guardianes de silencios,
Vigilantes de noches estrelladas
Donde acechan los ruidos
De yelmos, de celadas.
A gatas, fatigado, el rumor del Adaja,
A mitad de la cuesta,
Sufre un desmayo, calla.
Torres por el aire, grito mudo,
Fortín de soledad, nido de calma,
Oraciones que burlan celosías,
Maitines que se escapan,
Silencios que se agolpan medrosos
En rincones, en plazas,
Que escalan recios muros
Cuelgan de las ventanas.
Vitalicio destierro para el ruido
Pregonan mil campanas.
Se desmayan los ecos moribundos
En la quietud de calles empedradas.
Inquilinos de soledad y cielo,
impasibles, la cigüeña y la nube
comparten espadaña.
Ávila se duerme en la penumbra,
De misterio arropada, de silencio,
De piedra arrodillada.
Jesús Diéguez
El autor (Villagarcía de Arosa, 1947), licenciado en Filología Románica (Universidad de Salamanca) y en Ciencias de la Educación (UNED), ha dedicado su vida a la enseñanza, como profesor de Lengua castellana y Literatura, salvo algún breve paréntesis en el que ha ejercido como informador y corrector de textos para una Editorial o como Inspector de Educación. Acaba de jubilarse, siendo su último destino, como funcionario, el IES Francisco Giner de los Ríos, en Alcobendas.
Ha publicado varios libros de narrativa infantil, de poesía y de aspectos lingüísticos como Textos breves, correctos y claros, premiado por la Editorial Santillana o Mejorar la expresión oral. Animación a través de dinámicas grupales (en colaboración).
Últimamente la Editorial Visión Libros le ha editado dos novelas, en lo que podría considerarse nuevo género de textos literarios novelados. Sus títulos: El gran plagio medieval (2011) y Salamanca o Antología romántica novelada (2014).
El minirrelato publicado es inédito.
Año 1011. Escuela del monasterio de San Millán. Muy enfadado, el maestro corrige a sus alumnos y les manda escribir cien veces: Dicitur lingua, non lengua.
Año 1492. Universidad de Salamanca. Apuntes de un estudiante tras escuchar una conferencia de D. Antonio de Nebrija:
Siempre la lengua fue compañera del imperio: junta mente començaron, crecieron et florecieron. La lengua nos aparta de todos los otros animales. Hasta agora nuestra lengua anduvo suelta et fuera de reglas et a recebido muchas mudanças: que si cotejamos la de oi con la de hace quinientos años hallamos más diversidad que entre dos lenguas distintas.
Año 1692. Calle real de Alcalá de Henares. Un grupo de universitarios, acompañados por sus guitarras, canta los versos de Lope de Vega:
Trébole de la soltera, que tantos amores muda;
trébole de la vïuda, que otra vez casarse espera,
tocas blancas por defuera y el faldellín de color.
Trébole ¡ay Jesús, cómo güele! Trébole ¡ay Jesús, qué olor!
Año 1780. En el Prólogo del primer Diccionario de la R.A.E:
Espera la Academia que el Público disimulará los defectos (…) en atención al zelo con que procura desempeñar las obligaciones de su instituto, proponiéndose siempre por objeto en todas ellas la pública utilidad.
Año 1975. Patio de un Instituto vallisoletano. Diálogo entre dos alumnos de bachillerato:
—Estoy leyendo el Libro de buen amor y no me cusco de «na».
—Yo, El conde Lucanor, y «pa» enterarme lo he «comprao» en castellano actual.
—¡Jo! Así cualquiera.
Año 2011. Buenos Aires. Respuesta de una piba a su novio por sms:
mirá q sos boludo vos yo tb pienso = xq t qiero bss.
Javier Sáez de Ibarra
El autor (Vitoria, 1961) vive en Madrid, trabaja como profesor de Lengua y Literatura en el SIES Lázaro Carreter de Daganzo.
Co-dirige la colección Narrativa breve (Páginas de espuma) que edita antologías temáticas de cuentos de autores españoles e hispanoamericanos.
Ha publicado cuatro libros de cuentos: El lector de Spinoza (Páginas de espuma, 2004); Propuesta imposible (Páginas de espuma, 2008); Mirar al agua (Páginas de espuma, 2009), que obtuvo el I Premio Internacional de Narrativa breve Ribera del Duero; Bulevar (Páginas de espuma, 2013). Y un libro de poesía: Motivos (Icaria, 2006).
Ha sido seleccionado en las más recientes antologías de cuentistas españoles: Pellicer-Valls, Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual (Menoscuarto, 2010); Neuman, Pequeñas resistencias 5, Antología del nuevo cuento español (2001-2010) (Páginas de espuma, 2010); Valls, Mar de pirañas. Nuevas voces del microrrelato español, (Menoscuarto, 2012); Encinar, Cuento español actual (1992-2012) (Cátedra, 2014).
El cuento pertenece al libro Bulevar (Páginas de espuma, Madrid, 2013).
Loren estaba de pie en el sofá con el jarrón de Cnossos entre las manos.
– ¡No lo hagas! –gritó Elena.
– ¿Por qué?
– ¿Pero cómo se te ocurre? –volvió a gritar.
– Te encanta este jarrón y a mí también. Nos trae muy buenos recuerdos, de la luna de miel... Ha sido la época más feliz de mi vida, te lo juro.
– ¡Estás loco! –le dijo. Pero no se acercaba a impedírselo.
– Romperlo no quiere decir que vaya a acabar nuestra historia.
Elena se dejó caer en el sillón. Escondió su rostro en las manos; agachó la cabeza, todo el cabello se le volcó sobre él.
– Haz lo que te dé la gana –se rindió–. Sé que quieres vengarte de mí.
– ¡No, Elena! Después de que se rompa, voy a pegar el jarrón trozo a trozo. Para recomponerlo de nuevo. Será el mismo, ¿entiendes?, no se habrá perdido nada.
– Te lo cargas solo por diversión. ¡Quieres hacerme sufrir! –protestó ella.
– No me escuchas y pretendes que arreglemos nuestros problemas –le contestó él con una leve inflexión de pregunta.
Sostenía el vaso con una sola mano a la altura de su cabeza, haciendo que se balanceara. Se quedó callado. Ella esperó un rato. Luego se retiró el pelo, muy despacio, como si un falso movimiento fuera a desencadenar el desastre.
Se miraron. Ella titubeó.
– ¿Qué haces, un experimento a ver mi reacción? ¿Estás buscando que me ponga yo también a tirar cosas, o es una prueba de amor?... ¿Tengo que dejar que hagas lo que quieras, para que no lo rompas?
Él negaba con la cabeza, seguía moviéndolo.
– Piensa en lo que te he dicho..., piensa en lo que te he dicho... –rogaba.
Ella se cubrió el rostro con las manos.
– Es el mismo jarrón; sus heridas son como las nuestras. Lo vuelvo a pegar; lo pegamos juntos, si lo prefieres. Rehacemos nuestra vida, recomenzamos. Míralo, por favor. ¿Qué es esto? Un poco de barro cocido. ¿Qué te importa más, un poco de barro o nosotros?
Cuando se tranquilizó, volvieron a mirarse.
– ¿Es que crees que será fácil recomponerlo? –le preguntó él.
Ella se fijó en el jarrón griego, en sus vivos colores: azules, blancos, rojos; en las figuras representadas formando grupos: unos héroes ensimismados en un combate; un guerrero persiguiendo a otro a pie; un soldado victorioso sobre un carro magnífico. No había vuelto a fijarse en él desde que lo trajeron de Creta y lo colocaron en el mueble del salón. También miró a su compañero, había desaparecido su gesto crispado; ahora ella no sabía si en su semblante dominaba una suave invitación, o la alegría de un triunfo dialéctico, o la serenidad de una reconciliación que iría a producirse, o qué.
– ¿Qué me dices?
* * *
Loren seguía meciéndolo y a Elena, sí, algo de gracia le hacía todo eso.
– ¿Qué? –le preguntó de nuevo.
Se imaginó el estrépito.
– ¿Lo hacemos?
Los trozos grandes, menudos, desiguales, la arenilla resultante… Los colores vivos todavía, las figuras partidas...
– Quedará horrible –argumentó ella. – Será nuestro jarrón, único –sonrió él.
Y Loren seguía meciéndolo y a Elena, sí, algo de gracia le hacía todo eso.
– ¿Qué me dices?
* * *
Y Loren seguía meciéndolo ante los ojos de Elena.
– Estás loco, Lorenzo. Y si volvemos a pelearnos ¿qué harás? ¿Romperlo otra vez?
– Sí. Romperlo otra vez. Y volver a pegar los trozos –se adelantó a su réplica–. Y volver a hacerlo de nuevo, tantas veces como haga falta.
Roto una, dos, tres veces, cuántas veces, ese jarrón ya no sería el mismo, sino otro dislocado en docenas de trozos pegados que dejarían marcas que se sumarían a otras marcas, igual que cicatrices; al final un amasijo de pedazos desiguales, colores rotos y mezclados, figuras irreconocibles sin correspondencia ni continuidad. Un jarrón compuesto de arenilla.
– Será un jarrón con otra esencia –fue él quien lo definió–. Respóndeme, Elena, ¿lo hacemos?
– ¡Tú sí que eres de otra esencia! –Y la chica se puso repentinamente en pie. Sin siquiera detenerse a mirarlo, dio cuatro pasos y abandonó el salón.
El chico se quedó inmóvil, con la mirada clavada en la puerta abierta por donde había salido ella; su mano por fin se había detenido.
* * *
Al cabo de unos minutos, estaba claro que Elena no iba a volver. El jarrón, seguramente, pesaba.
Lorenzo bajó del sofá con cuidado. Se veía el hueco en el mueble donde lo exhibían, con su pequeño círculo cercado por una pátina de polvo. Lo sostuvo con ambas manos y lo depositó en su sitio. Después de un rato, salió por la misma puerta hacia otra habitación.
El jarrón se quedó en su lugar, dominando los adornos del comedor desde su posición principal como desde hacía un tiempo, intacto, falso.