Letra 15. Revista digital
Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid - ISSN 2341-1643

Sección ARTÍCULOS

Guillén y Aleixandre en la Academia: dos universos poéticos

Javier Lostalé

Javier Lostalé

El autor nace en Madrid en 1942, es poeta, periodista, crítico literario y antólogo. Profesional de Radio Nacional durante más de treinta y seis años, obtuvo el Premio Nacional de Fomento de la Lectura a través de Medios de Comunicación. Autor de seis libros de poemas, su poesía reunida está publicada por Calambur bajo el título La rosa inclinada. Premio Francisco de Quevedo por el libro de poemas en prosa La estación azul. En 2010 apareció, también en Calambur, Tormenta transparente, poemario al que siguieron las antologías Rosa y Tormenta (Cálamo 2011) y Azul relente, publicada por Renacimiento la pasada primavera. Este otoño Pre-Textos editará su nuevo libro El pulso de las nubes. Es autor asimismo de un libro sobre la lectura, Quien lee vive más (Polibea 2014).

Conferencia pronunciada en la RAE el día 2 de julio de 2014.

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Resumen / Abstract

Resumen.

Recorrido por la poesía de los académicos Jorge Guillén y Vicente Aleixandre. De estos dos poetas, imprescindibles en la literatura castellana del siglo XX por ser creadores de dos universos poéticos, se celebra el común treinta aniversario de su fallecimiento. El autor analiza la poesía de plenitud gozosa de Guillén y el amor más escéptico y doloroso de la poesía de Aleixandre.

Palabras clave: lengua poética, plenitud, amor, erotismo, inocencia, lenguaje superrealista, serenidad, síntesis poética.

Guillén and Aleixandre at the Spanish Royal Academy: Two poetic universes

Abstract.

Lecturing tour on the poetry of academics Jorge Guillén and Vicente Aleixandre. We commemorate the 30th aniversary of the dissapearance of these essential poets in Spanish Literature, creators of two different poetical universes. The writer studies Guillén’s fulfilled joyful poetry and Aleixandre’s painful and sceptical love poetry.

Keywords: Poetical language, Fullfillment, Love, Erotism, Surrealist language, Tranquility, Poetical synthesis.

1. La Lengua

«Somos dentro de una lengua». Lo sentimos como una respiración en esta casa, la Real Academia Española, que, a pesar de los trescientos años de vida, no deja de ser joven y de renovarse, como la lengua, viejísima y jovencísima al mismo tiempo.

Desde que nos desprendemos del seno materno, las palabras de nuestra madre son el humus en el que despertamos a la vida. Por eso aprendemos a hablar con la sangre de las letras circulando ya por las venas de nuestro espíritu, y nombramos las cosas orientados por los ojos maternos que las despojan de su uso cotidiano y les prestan una luz inaugural. Con el lenguaje cultivamos desde la infancia la rosa de la soledad y llamamos a la puerta del insondable misterio del amor.

La lengua es desde el primer momento nuestra mejor aliada y nuestra mayor enemiga. Gracias a ella derribamos los muros de la incomprensión, sordera y olvido que nos rodean, y trazamos signos en el aire, o en una cuartilla, que nos afirman en el universo y nos arman por dentro para cualquier conquista. Pero también la lengua se vuelve contra nosotros con el veneno de la mentira, y nos debilita hasta la indefensión cuando se desdibuja en la niebla de una despedida. «Ninguna palabra —escribió María Zambrano— debe quedarse sin interior». Una palabra —pensamos— que no fue incubada antes por el corazón nace enferma, o lo que es peor, nutrida por el engaño. Una palabra que pueda escucharse sin que nos traslade o roce nuestra sangre como una abeja, es una rama seca que se troncha víctima de su propia sequedad. La lengua nos construye y nos destruye, es nuestro faro en el monólogo y nuestro horizonte en el diálogo. La lengua es nuestra patria, pues en ella cristalizan seres, paisajes, sombras, memoria… Sin la lengua nuestra mirada sería un lucero ausente y nuestros labios una raya helada. Por eso aquí, en esta casa del idioma, pronunciemos palabras como madre, azul, inocencia, pájaro… Su resplandor nos hará inmortales.

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2. Lengua poética

En la poesía, la lengua adquiere su máxima tensión arterial. La palabras no son solo reflejo de vida, sino construcción de vida, de realidad. La poesía—como dice Juan Ramón Jiménez— «busca la sustancia eterna de lo temporal». La poesía —afirma José Luis Rey— «es anterior al lenguaje. Los huecos del lenguaje están preparados para su advenimiento». Según Rilke, en ella «la queja de un ser es la queja del ser». En la poesía —señala Cernuda— «las circunstancias se tornan revelación, despiertan la creación poética en el alma del poeta». Es la poesía precisión que opera sobre lo más impreciso, la huella de una vivencia más que su relato. El poeta debe quedar vacante como el espacio para que el poema se deletree en él con libertad total.

Por último tres reflexiones más de tres poetas académicos: Gerardo Diego: «La poesía está siempre despierta como la mar»; Francisco Brines: «La poesía como la música acometen el desvelamiento de lo invisible que vive en la realidad y que así logran percibir el lector y el oyente» y Pere Gimferrer: «La poesía es ver la luz en el tránsito de la luz». Estas citas y otras muchas figuran en dos libros necesarios: Sobre el arte de hurtarse, de Vicente Gallego, y Poesía sin estatua, de Álvaro García.

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3. Grandes escritores en la Academia

Dámaso Alonso, tantos años director de la Real Academia Española, decía que «los grandes escritores abren canales en la lengua» en esta institución donde creación y erudición son vasos comunicantes. Academia significaba para Dámaso ecuanimidad: estar en el fiel de la balanza, tradición y renovación, lo que se cumple al pie de la letra en los dos poetas que esta mañana de julio vamos a leer juntos incardinándolos en nuestra vida, «escribiendo durante nuestra lectura, en el aire, nuestro propio poema», como afirmaría Francisco Brines.

Me refiero a Jorge Guillén y a Vicente Aleixandre, dos creadores de universos, de paraísos: gozoso el de Guillén, y doloroso el de Aleixandre (como muy bien resumió nuestro citado Dámaso). Dos poetas fundamentales dentro de la poesía universal en el siglo veinte de los que en este 2014 se cumplen treinta años de su muerte. Guillén murió el seis de febrero de 1984 en Málaga a los noventa y un años, y Aleixandre el trece de diciembre a los ochenta y seis. Jorge había nacido en Valladolid y Vicente en Sevilla. Guillén fue nombrado Académico de Honor el 19 de enero de 1978, casi dos años después de haber recibido el primer premio Cervantes. Intentaremos en los próximos minutos habitar juntos el oxígeno de plenitud de Aire nuestro, título englobador de Cántico, Clamor, Homenaje, Y otros poemas y Final, que se corresponde muy bien con el nutriente solidario de la poesía de Guillén.

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4. Jorge Guillén

 

Durante el verano de 1919, en una playa de la Bretaña francesa —Tregastel—, unido al deslumbramiento de su amor Germaine, nació Cántico, «Fe de Vida», que fue creciendo en sucesivas ediciones: 1928, 1936, 1945 y la cuarta y definitiva en 1950. Desde el primer momento el deseo de Guillén fue alumbrar una obra orgánica, de modo que los poemas, escritos en diferentes épocas y circunstancias, siempre respondieran a la misma unidad interna, resumida en un deseo constante de afirmación, de existencia plena, en una permanente voluntad de asumir la Realidad hasta el fondo, de ahí que las zonas oscuras alternen con la claras, sin quebrar esa alta comunión con el mundo, como sucede en Clamor:

¡Realidad, realidad, no me abandones

Para soñar mejor el más hondo sueño!

escribe el poeta.

Vamos a amanecer con Guillén, digo amanecer y no despertar porque ya hay algo que desde el primer momento nos gana, y como el nadador que sin dudarlo se arroja al mar descendamos hasta el fondo de la vida: de la tuya y de la mía, de la de todos; y allí digamos un Sí rotundo, opongamos la luz a la sombra, afirmémonos frente a todo lo que quiere introducir la negación.

Abramos Cántico y leamos el comienzo del primer poema Más allá:

(El alma vuelve al cuerpo,

Se dirige a los ojos

Y choca.)

 

¡Luz! Me invade

Todo mi ser. ¡Asombro!

Nos imaginamos un hombre, mejor al hombre, todavía semiconsciente. Pero ya hay algo fuera de él, su entorno, que lo invade (invadir es ocupar plenamente). Entonces surge la intuición de la sangre:

A todo pertenezco, todo me vence. Soy por las relaciones que tengo con un árbol, con esta calle tan sabida… con otros seres. La realidad que me rodea aparece ante mis ojos como algo capaz de ser creado en cada momento. ¿Yo capaz de crear cada momento?: la respuesta es el asombro. Y junto a ese hombre imaginado, tres manzanas más abajo, o a miles de kilómetros, otro hombre abre también sus ojos y siente la potencia de la mañana. Cuánto, muchas veces sin tener conciencia de ello, nos une a los demás. No podemos ser sino con los demás.

nos dice Jorge Guillén.

Ahora ya solo nos queda entregarnos a lo que desde el exterior nos solicita convertido en prodigio, a las formas que en este amanecer a un nuevo día, siempre único día por todo lo que nos ofrece, nos instalan en el centro del mundo. Llegados a este punto nuestra decisión insoslayable, pues es destino, se resume en pronunciar con impulso de canto: ¡Adelante en la espesura del ser, mejor del estar! Estar más que ser, porque lo más inmediato ostenta la categoría de lo absoluto, porque hasta lo más abstracto adquiere la tensión de lo real, todo es lazo con raíz sustancial:

Soy, más, estoy. Respiro.

Lo profundo es el aire.

La realidad me inventa,

Soy su leyenda. ¡Salve!

Ser inventados por la realidad es sentirnos centro del mundo sin un acto de voluntad, vibrar gozosos sin luchar contra el azar. Nuestra respuesta, por tanto, no puede ser otra que un sí, pero como nos dice el poeta, «un sí con dimensión de mar». Respuesta que a veces es balbuceo por tanta existencia como se agolpa, ruptura interjectiva tan frecuente en Guillén. Leemos en el poema Viento saltado:

¡En el viento, por entre el viento

Saltar, saltar,

Porque sí, porque sí, porque

Zas!

En Cántico se alteran los conceptos de tiempo y espacio. El tiempo es siempre presente, sin el conflicto de las huellas del pasado ni la preocupación por el futuro. Y el espacio, cualquiera que sea su dimensión, anuda en su perímetro todo en plenitud: un río, una valla, un escaparate y las manos entrelazadas de unos enamorados. En este poemario adquiere un peso específico lo elemental, más en su significación de evidente que de fundamental o primordial. Lo comprobamos leyendo la décima Vaso de agua:

No es mi sed, no son mis labios

Quienes se placen en esa

Frescura, ni con resabios

De Museo se embelesa

Mi visión de tal aplomo:

Líquido volumen como

Cristal que fuese aún más terso.

Vista y fe son a la vez

Quienes te ven, sencillez

Última de universo.

Y es muy importante igualmente el ocio. Guillén rinde culto al tiempo perdido, o mejor ganado, a ese deseo señalado por Dámaso Alonso de quererlo todo próximo a la nada. Ocio que propicia la amistad, la taza de café, la penumbra que hace más íntima la conversación, que exalta el sillón desde el que en las horas de la siesta miramos todo lo que nos es familiar sin apenas verlo, porque la tibieza del momento nos inunda:

¡Beato sillón! La casa

corrobora su presencia

con la vaga intermitencia

de su evocación en masa

a la memoria. No pasa

nada. Los ojos no ven,

saben. El mundo esta bien

hecho. El instante lo exalta

a marea, de tan alta,

de tan alta, sin vaivén.

En la alta comunión con el mundo de Jorge Guillén caben, como ya apuntamos, las sombras, presentes en el libro Clamor, «Tiempo de Historia», pero siempre en una unidad orgánica que nunca abdica de la central afirmación de ser. Caben el conflicto, el desorden (que pretende romper el equilibrio de la Creación, no de la sociedad), el dolor (aislante y separador):

No existe nada

En torno al corazón acongojado,

dolor frente al que se rebela :

Yo no soy mi dolor;

caben las disonancias que rompen la armonía que rige el universo de nuestro poeta, introducidas por el escándalo, el poder y la economía; y aparece la muerte pero como «una ley —nos lo indica Jorge Guillén— que se desprende del mismo orden de la vida», por tanto —añade el poeta— «vivir no es ir muriendo, mortalidad no es muerte».

Y frente a la fusión de hombre y realidad aparecen la oposición, la incomunicación, la lucha, el antagonismo. Sirva el paso de una ambulancia como ejemplo de esas fuerzas oscuras desestabilizadoras del perfecto acoplamiento entre ser y realidad:

De súbito

Dominando una masa de ciudad

En calor de gentío,

Surge con atropello

Clamante, suplicante,

Gimiente,

Desgarrándolo todo,

La terrible sirena.

¿Qué, qué ocurre?

¿Quien está agonizando

Muy cerca de nosotros , ahora mismo?

¿Dónde el mal, sus revólveres, sus llamas?

La sirena se arroja,

Va tras la salvación,

Con apremiante angustia

Se impone.

Pasa hiriendo el minuto:

Alarido brutal —que nos concierne.

Pide atención a todos sin demora.

La alarma, tanta alarma.

Y un dolor invasor ocupa el ámbito

De la calle, del hombre.

Jorge Guillén

Pero, insisto, todos los elementos negativos señalados no ensordecen esa sinfonía total en la que, como una cresta luminosa, se levanta el Ser. En cuanto a Homenaje que, con Cántico y Clamor son el núcleo de la obra de Guillén, rinde tributo a autores cuyas lecturas tanto le han enriquecido, por ejemplo a Pedro Salinas y a José Moreno Villa, e intima también con ese lector que siempre va con él. Asimismo se muestra el hombre enamorado —o en vías de enamoramiento— con lo que implica —señala Antonio Gómez Yebra— de amistad, ternura, atracción, duda, por fin amor. Homenaje es también un libro con elementos autobiográficos. Respecto a Y otros poemas, publicado cuando ya Guillén era octogenario, tiene —en opinión de Rafael Lapesa— «la exaltación vital de Cántico, su asombro ante el universo maravilloso; el drama de la existencia humana de Clamor y la vida compartida con otras en la lectura, la amistad o el recuerdo de Homenaje», así como una reflexión sobre la poesía, característica señalada también por Gómez Yebra.

Y Final, publicado tres años antes de su muerte, que es un poemario escrito por quien lúcido y sereno espera su final. El citado Antonio Gómez Yebra afirma que «seguimos en un Cántico a la creación, cántico espiritual si se quiere, pero solo a aquello que los sentidos pueden alcanzar, y se caracteriza también, añade, por su atención a la creación artística y por abordar cuestiones políticas y sociales de la España del siglo XX», sin agotar con ello toda la naturaleza del libro.

Al acercarnos a la obra de Jorge Guillén nos encontraremos con una inicial dificultad de acceso dado lo que hay en ella de limpieza, de norma, de apretado intelectualismo. Dificultad rigurosamente reconocida por Dámaso Alonso, quien compara esta dificultad de acceso con la existente al leer a Góngora, admirado por el Premio Cervantes, del mismo modo que se siente muy cerca de Mallarmé, Valéry y Gide. Pero una vez vencida esta barrera sentimos —así lo creo— la irradiación de un pensamiento revelador que en su exacto nombrar emociona. Sentimos el rapto de la desnudez de lo intuitivo.

Antes de nuestro encuentro con Aleixandre quisiera aludir a la imagen humanísima, y total como su obra, de Guillén. Para ello acudo, y lo recomiendo, al libro publicado por Galaxia Gutenberg Círculo de Lectores Cartas a Germaine (1919-1935) edición de Margarita Ramírez y prólogo de Guillermo Carnero. Imagen, sobre todo, de su amor a su primera esposa Germaine, fallecida en 1947. Para Guillén en el amor persiguen la misma meta la aventura intelectual y la emocional. Amor expresado con frecuencia en francés, lengua que catalizaba para el poeta el espacio escondido y secreto de los amantes: «Yo siempre te beso en francés», le decía a Germaine. Para Guillén la amistad es consustancial a la relación amorosa. Entendía el amor como una comunicación integradora que trasciende los límites del yo mediante la complicidad en el pensamiento, la amistad y el compañerismo. Sin olvidarse del erotismo, pero impregnado, en la medida de lo posible, de la espiritualidad y delicadeza que toda mujer requiere. Guillermo Carnero precisa lo que decimos iluminándolo. Con esta imagen, y con la idea de plenitud generativa de toda su obra despiden mis palabras a Guillén. Lo hago con el poema Perfección, de Cántico:

Queda curvo el firmamento,

Compacto azul, sobre el día.

Es el redondeamiento

Del esplendor: mediodía.

Todo es cúpula. Reposa,

Central sin querer, la rosa,

Aun sol en cenit sujeta.

Y tanto se da el presente

Que el pie caminante siente

La integridad del planeta.

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5. Vicente Aleixandre

Yo conozco un jardín donde es, callado, el amor. Muchas tardes empujé la verja que me introdujo en un ámbito donde todo era misteriosa propagación, y vi unos ojos que sin tiempo ahondaban la luz a pesar de ser mortales. Esos ojos eran los de Vicente Aleixandre que, recostado en un sofá testigo de tantas confidencias, brillaban con el pulso de gran parte de la poesía española del siglo XX bautizada en su casa de Velintonia. Las sombras de Lorca, Miguel Hernández, Neruda y Alberti y de poetas de distintas generaciones, caldeaban ese habitáculo de la creación poética donde la palabra alentaba existencia, se tornaba conocimiento, en alguien se encendía y brotaba tan pura como la amistad: «No hay amigos literarios, sino amigos sin más calificativos», solía decir Aleixandre.

Y en su corazón extendido encontraban consuelo el que, tímido, empezaba a escribir, el desengañado, el que, temblando buscaba correspondencia en otro ser. Jóvenes o viejos todos resonaban en él a través de la única edad: la del amor. El amor, núcleo vivificante de toda su poesía. El latido de su vivir depurado convertía cada respuesta a su interlocutor en algo esencial, iluminador de su existencia. Y en el diálogo, nunca tertulia, había una demora, una pausa impuesta por el significado de lo dicho que hilaba voz, mirada y gesto hasta el punto de alumbrar la desnuda condición humana. Ningún tema se escapaba a su nombrar dignificado: desde la publicación de un libro hasta la inauguración de un club eran materia viva surcada por la sangre de unos sonidos. ¡Y a cuántos conocimos desde la altitud de su nombrar! ¡Cómo los enaltecía en su ausencia! Cualidad del poeta que no era sino la confirmación de la solidaridad que respira su obra y de ese fluido amoroso que la irriga.

Velintonia

Fachada de la casa de Vicente Aleixande, conocida como Velintonia.

El amor es también el tema que fecunda su discurso de ingreso en la Real Academia Española, pronunciado el 22 de enero de 1950 y titulado En la vida del poeta: El amor y la poesía. Un discurso que sigue abriendo nuestro espíritu a lo que entraña la obra del Premio Nobel. «El amador —dice Vicente Aleixandre— lleva una carga de maravillosa inocencia por estar próximo a esa unidad perpetuamente renovada que es el secreto del mundo. Y en el fasto de las plumas del ave del paraíso, como en la fuerza preciosa del tigre despoblador estamos viendo algo de lo que gemirá después dulcemente en la pupila intacta de la enamorada». He aquí este carácter telúrico de la poesía aleixandrina propiciador de la unidad amorosa del cosmos. «El amante —sigue diciéndonos en su discurso— es un ser en pristinidad, que pasa por la vida incorporando patéticamente un momento del hambre del estado sin tiempo», «un ser —afirma Carlos Bousoño— permeable a la propagación cósmica. En el amor se funden eternidad e instantaneidad, y su rostro no es distinto del de la muerte pues ambos encarnan la misma última realidad totalizadora. Un intento de comunión con lo absoluto: esto será ciegamente el amor en el hombre». Y si nos fijamos en la dimensión temporal de la persona, en la madurez —parafraseo el discurso de Aleixandre— la aparición del amor es solo un préstamo de esa vida suprema, de esa maravilla, pues no implica un horizonte de esperanza. En cambio el corazón juvenil lleva la esperanza consigo, por eso aunque pierda un amor existe en él una reserva de existencia futura.

Este resumen mínimo del discurso de ingreso a la Academia, a partir de ese núcleo vivificante de toda la obra de Aleixandre que es la energía amorosa, digo energía por su potencialidad unida a la fuerza de la Naturaleza, nos muestra la médula del universo aleixandrino, la corriente sanguínea de un organismo en permanente evolución pero siempre fiel a su aspiración hacia la totalidad y hacia la luz desde las zonas más abisales del ser humano. Organismo que auscultamos ayudados por el mejor estudioso — imposible creo de superar— de la obra de Aleixandre que es Carlos Bousoño, quien distingue tres etapas en la poesía de Aleixandre: Una primera que abarca desde Ámbito a Nacimiento último, pasando por Pasión de la tierra, Espadas como labios, La destrucción o el amor, Mundo a solas y Sombra del paraíso.

En esta primera etapa —y mi resumen va a ser telegráfico—:

la solidaridad amorosa con respecto al cosmos le conduce no solo a un panteísmo en el que el amor es la sustancia unificadora, sino también a una correlativa elementalización del hombre, pues en virtud del amor este se ha hecho uno con lo amado, la naturaleza. El amor será, principalmente el amor-pasión en su trascendencia metafísica, que consiste en relacionar la unión de la pareja con lo absoluto telúrico, en virtud de esa sustancial comunión erótica con que se vincula todo el universo, lo que se traduce en multitud de términos del mundo natural (río ,roca, todo tipo de animales) y revela asimismo a un Aleixandre cantor no solo del hombre sino también de la Naturaleza. En esta etapa el poeta busca la deslimitación a través de la muerte, puesto que esta es la definitiva entrega a la naturaleza amante, y será vista como el supremo acto de libertad, de amor y de vida… Será penetrar en una plenitud de vida superior.

El lenguaje utilizado en esta etapa es superrealista, con su grado máximo en Pasión de la tierra donde Aleixandre, que ha leído mucho a Freud, escribe poemas en prosa surgidos de las zonas más profundas del ser humano. Pero eso sí: no se trata de una escritura automática, siempre existe conciencia artística. Este superrealismo se irá poco a poco atenuando en ese ascenso hacia la luz de la obra del Premio Nobel, a medida que vaya aproximándose al «hombre histórico», expresión de Bousoño. No quiero aquí dejar de recordar que Cernuda dijo que «el superrealismo francés obtiene con Aleixandre en España lo que no obtuvo en su país de origen: un gran poeta».

Una segunda etapa está representada para Carlos Bousoño por Historia del corazón, en donde el mismo título nos conduce al vivir humano «a través de todas sus edades (no se quiebra la idea de totalidad) y con un componente psicológico cuando trata de la niñez», lo que enseguida resalta leyendo el poema Violeta:

Aquel grandullón retador lo decía.

«Violeta». Y una calleja oscura.

Violeta… Una flor… ¿Pero un nombre?

Y decía, y contaba. Y el niño chico casi no lo entendía.

Cuando él se acercaba, los mayores no se callaban.

Ah, aquella flor oscura, seductora, misteriosa, embriagante,

con un raro nombre de mujer…

«Violeta»… Y en el niño rompía un extraño olor a clavel

reventado.

Y el uno decía: «Fui…» Y el otro: «Llegaba…»

Y un rumor más bisbiseante. Y la gran carcajada súbita

la explosión, casi hoguera, de una indecente alegría

superior

que exultase.

Y el niño, diminuto, escuchaba.

Como si durmiese bajo su inocencia, bajo un río callado.

Y nadie le veía y dormía.

Y era como si durmiese y pasase leve, bajo las aguas buenas que le llevaban.

La vida se mide ahora por el esfuerzo (la ardua subida a una montaña), el amor se torna compañía, tiene tanto valor lo colectivo como el poro de una piel y la muerte es finitud, acabamiento, no por tanto deslimitación como antes, ni máxima plenitud. Tres palabras ahora florecen: aceptación, piedad y esperanza. En cuanto al lenguaje es más directo, y por lo que respecta a la tercera etapa, representada por Un vasto dominio, «es una etapa —según Bousoño—, de síntesis de las dos anteriores, las denominadas cósmica o natural y humana o histórica». Lo histórico se aplica ahora a la materia y esta evoluciona como si humana fuese, fruto del esfuerzo:

Y el vientre envía vida.

Y sube en savia clara

y es savia colorida, y se hace pecho,

y allí es aire, girando.

Y más, y aún más envía

y es son, rumor de voz: viento armonioso

Y aún del vientre más vida,

y sube más y es luz: sus ojos puros.

Y al fin ya sumo acaba:

cielo que le corona  suavemente.  

Y existe en este libro —señala Bousoño—«un presente absoluto de modo que si en mí  está el soldado, el monje y la cortesana, con mayor razón lo estarán aquellos seres que coinciden conmigo en mi actividad fundamental: el amor»:

La pareja en la sombra ríe y ríe. El alféizar

cristalino se escucha su reír sin suceso.

Sobre un fondo purísimo de silencio absoluto,

la pareja en la noche

aquí está o aquí estaba, o estará, o aquí estuvo.

Una etapa más podemos añadir nacida cuando a sus setenta años publica otro de sus libros fundamentales: Poemas de la consumación, que será completada seis años más tarde con la aparición de Diálogos del conocimiento. Poemas de la consumación fue definido por José Luis Cano como «una meditación sobre la existencia contemplada desde la altitud de la edad y de una honda experiencia», y en Diálogos del conocimiento Aleixandre pretende ofrecer distintas perspectivas sobre el mundo y la vida a través de unos personajes cuyos monólogos o soliloquios al entrecruzarse se convierten en un diálogo con el lector, en el que este adquiere una visión mucho más rica y múltiple de la existencia. Es un libro en el que ese efecto de cruce —lo indica el propio Aleixandre— necesita de un lenguaje irracionalista.

Con el máximo respeto al, repito, principal estudioso de la obra de Aleixandre, desde mi lectura del Premio Nobel voy a continuación a transmitiros, humildemente, cómo ha encarnado en mí su poesía, valiéndome de términos como mar, noche, comunión, aurora y cuerpo. El mar y la noche con su vastedad inasible y su independencia del cotidiano suceso humano, crean un ámbito que la inteligencia y sensibilidad aleixandrinas moldean trasladando la pasión amorosa, el dolor, la soledad, la nostalgia, el descanso en la suavidad de un pecho que conforta: es decir, los sentimientos más compartidos por todos los hombres, a ese imperio inconquistable del mar y la noche que brillan ausentes, imperio vigorizado ahora por la presencia humana que, para vivir en el nuevo medio, ha de romper todas las ataduras que oscurecen su verdadera condición.

De este modo los sentimientos en su esqueleto abrasarán y nos sentiremos deslumbrados ante lo que se nos presenta como un mundo recién amanecido y, sin embargo, tan escuchado ya en los pocos momentos de verdad que a lo largo de nuestra vida tenemos. Nunca son, por tanto, el mar y la noche escenarios solo de la historia humana, sino que confundidos con ella la explican en una continua transfusión donde las formas marinas o nocturnas sustituyen palabras o corazones, o viceversa, y el contacto entre dos seres humanos próximos es tan pronto el mar, como su sombra, o como sencillamente dos labios mudos.

El mar con su cualidad arrasadora muestra mejor ese mismo sentido de potencia que existe entre dos labios, acaso perdido por el uso:

¿Son almas o son cuerpos?

Son lo que no se sabe.

Esas fronteras deshechas de tocarse las dos filas de dientes,

ese contacto de dos cercanías

que tan pronto es el mar

como es su sombra erguida,

como es sencillamente la mudez de dos labios.

Esta fusión del ser humano con el mar o la noche, se realiza de una forma más radical en la primera etapa de la obra aleixandrina, la que abarca, recordemos, de Ámbito hasta Historia del corazón, produciéndose ya a partir de Sombra del Paraíso una humanización del universo aleixandrino, a la que, de un modo natural, se acomodan estos dos elementos de la naturaleza con suma tensión simbólica. Lo primero es ahora el suceso humano con su secuela de exaltación o dolor. Y como cálida atmósfera, como reflejo, ya él mismo con vida, de lo que allí acontece, el mar o la noche.

El mar y la noche son, por ejemplo, lo que sucede entre dos amantes cargándose positiva o negativamente según predomine el ánodo o el cátodo, permitidme esta imagen, de la corriente eléctrica creada entre ambos. O la noche acoge en su seno al que perdido el amor no desea sino abandonar este mundo ya para él sin sentido, sobre todo si es consciente de que será el último amor. El último amor es el título del poema de Historia del corazón donde la noche se hace cuerpo de la soledad y tristeza del abandonado, como se comprueba en una de sus partes que reproduzco:

Amor mío, amor mío.

Y la palabra suena en el vacío. Y se está solo.

Y acaba de irse aquella que nos quería. Acaba de salir.

Acabamos de oír cerrarse la puerta.

Todavía nuestros brazos están tendidos. Y la voz se queja

en la garganta.

Amor mío…

Cállate. Vuelve sobre tus pasos. Cierra despacio la puerta,

si es que no quedó bien cerrada.

Regrésate.

Siéntate ahí, y descansa.

No, no oigas el ruido de la calle. No vuelve. No puede

volver.

Se ha marchado, y estás solo.

No levantes los ojos para mirarlo todo, como si en todo aún estuviera.

Se está haciendo de noche.

Ponte así: tu rostro en tu mano.

Apóyate. Descansa.

Te envuelve dulcemente la oscuridad, y lentamente te

borra.

Todavía respiras. Duerme.

Dueme si puedes. Duerme poquito a poco, deshaciéndote,

desliéndote en la noche que poco a poco te anega.

También la noche representa la muerte aceptada serenamente tras el cansancio de una vida medida por las preguntas y los desengaños:

Y la noche ha llegado. Es la noche larga.

Acéptala. Acéptala blandamente. Es la hora del sueño.

Tiéndete lentamente y déjate lentamente dormir.

Oh, sí. Todo está oscuro y no sabes. Pero ¿ qué importa?

Nunca has sabido, ni has podido saber.

Pero ya has cerrado blandamente los ojos

y ahora como aquel niño,

como el niño que ya no puede romper el juguete,

estás tendido en la oscuridad y sientes la suave mano

quietísima,

la grande y sedosa mano que cierra tus cansados ojos

vividos,

y tú aceptas la oscuridad y compasivamente te rindes...

Y hay momentos en que la voz del poeta se vuelve terrible contra los dormidos, es decir contra los sordos a la embriaguez del mundo, contra los que nunca asumieron el resplandor de una piel. La noche adquiere entonces toda su pujanza para despertarlos. Se vuelve la noche todos los rostros llamándolos. Y las estrellas se desbordan como tactos. Impresionante el poema Los dormidos, de Sombra del Paraíso, en el que hay versos como estos:

¿No sentís en la noche un clamor?

¡Ah dormidos,

sordos sois a los cánticos! Dulces copas se alzan:

«¡Oh estrellas mías, vino celeste, dadme toda

vuestra locura, dadme vuestros bordes

lucientes!»

[...]

Pero no; muertamente callados, como lunas

de piedra, en tierra, sordos permanecéis, sin tumba.

Una noche de velos, de plumas, de miradas,

vuela por los espacios llevándoos, insepultos.

Jorge Guillén

Tras los términos mar y noche pronunciamos dentro de nosotros comunión y aurora. El poeta busca lo absoluto. Sus manos —cito a Vicente Aleixandre—

alzadas tocan la luna.

Sus ojos

miran a la luz cara a cara

mientras

apoya la cabeza en la roca.

Sus pies

remotísimos sienten el beso postrero de poniente

y su cabellera

colgante deja estela en los astros.

Hay en Vicente Aleixandre una comunión unificadora de tiempos y espacios en la que materia y espíritu, mejor diría soplo inefable, forman un todo que exige por parte del lector una respuesta también integradora, con distintos niveles de abstracción pero con la misma fuerza pasional y emocional. Una doble comunión se produce en ese organismo vivo en permanente transformación que es su obra: aquella en que la Naturaleza sustituye al hombre para así hondamente revelarle, y el tiempo no existe, pues final y principio se funden y fecundan mutuamente, y la que posee ese mismo afán de totalidad aunque se mueva ahora dentro de una dimensión temporal y espacial, con temperatura íntima y colectiva. Pondré algunos ejemplos de esta doble cosmovisión.

De la primera cosmovisión, la que transforma lo telúrico en emanación de las pasiones humanas, elijo dos poemas, uno de Pasión de la tierra, y el otro de La destrucción o el amor. Los versos de Pasión de la tierra, pertenecientes al poema El amor no es relieve, rezan así:

No me ciñas el cuello, que creeré que se va a hacer de noche. Los truenos están bajo tierra. El plomo no puede verse. Hay una asfixia que me sale a la boca. Tus dientes blancos están en el centro de la tierra.

Y los versos seleccionados de La destrucción o el amor corresponden al poema Ven siempre, ven:

No te acerques. Tu frente, tu ardiente frente, tu encendida

frente,

las huellas de unos besos,

ese resplandor que aun de día se siente si te acercas,

ese resplandor contagioso que me queda en las manos,

ese río luminoso en que hundo mis brazos,

en el que casi no me atrevo a beber, por temor después a

ya una dura vida de lucero

[...]

Ven, ven, muerte, amor; ven pronto, te destruyo;

ven, que quiero matar o amar o morir o darte todo;

ven, que ruedas como liviana piedra,

confundida como una luna que me pide mis rayos.

Y de la segunda cosmovisión, relacionada con el vivir común, el poema Mano entregada, de Historia del corazón, nos muestra esa aspiración a la totalidad que se traduce en que si el amante toca la mano de la amada se produce una conmoción, seguida de la navegación interior de este por la amada hasta cantar en su sangre:

Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.

Tu delicada mano silente. A veces cierro

mis ojos y toco leve tu mano, leve toque

que comprueba su forma, que tienta

su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso

insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca

el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso.

Totalidad también sustanciada en el pleno reconocimiento en los otros, del que es un buen testimonio el poema En la plaza:

No te busques en el espejo,

en un extinto diálogo en que no te oyes.

Baja, baja despacio y búscate entre los otros.

Allí están todos, y tú entre ellos.

Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.

La aurora es otro de los elementos generativos de la poesía de Aleixandre. Aurora sinónimo de lo primigenio, de lo elemental, de lo que, intocado, precede al lenguaje y a la conciencia humanos, Aurora debeladora también, desde su pureza y fuerza simbólica, de lo que entraña la pérdida, de lo que alberga el engaño y empobrece el alejamiento de lo esencial. Su luz es tanto principio universal, alba del universo, como semilla de la infancia, y su ausencia engendra dolor, oscuridad anímica, añoranza, evocación, con lo que estamos ya nombrando, sin citarla, la presencia humana. Aquí también por tanto nos encontramos con una doble visión auroral: la telúrica y la temporal.

Un libro, Sombra del Paraíso, incorpora ambas visiones: la telúrica está presente, por ejemplo, en el poema Criaturas en la aurora:

Vosotros conocisteis la generosa luz de la inocencia

[...]

Las lenguas de la inocencia

no decían palabras:

entre las ramas de los altos álamos blancos

sonaban casi también vegetales, como el soplo en las

frondas

[...]

El placer no tomaba el temeroso nombre de placer,

ni el turbio espesor de los bosques hendidos,

sino la embriagadora nitidez de las cañadas abiertas

donde la luz se desliza con sencillez de pájaro.

Y si descendemos al pulso concreto de la vida y su horizonte temporal, lo auroral, lo virginal, encarna en una ciudad, Málaga, niñez-paraíso del poeta, y tiene su ejemplo más diáfano en el poema Ciudad del Paraíso:

Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos.

Colgada del imponente monte, apenas detenida

en tu vertical caída a las ondas azules,

pareces reinar bajo el cielo, sobre las aguas,

intermedia en los aires, como si una mano dichosa

te hubiera retenido, un momento de gloria, antes de

hundirte para siempre en las olas amantes

[...]

Por aquella mano materna fui llevado ligero

por tus calles ingrávidas. Pie desnudo en el día.

Pie desnudo en la noche. Luna grande. Sol puro.

Allí el cielo eras tú, ciudad que en él morabas.

Ciudad que en él volabas con tus alas abiertas.

Lo virginal o auroral, y es otro rostro del libro, hace transparente el cansancio de vivir, su naturaleza de exilio:

Yo llegaba de allí, de más allá, de esa oscura conciencia

de tierra, de un verdear sombrío de selvas fatigadas,

donde el viento caducó para las rojas músicas;

donde las flores no se abrían cada mañana celestemente

ni donde el vuelo de las aves hallaba al amanecer virgen el día.

Mar, noche, comunión y,finalmente, cuerpo. Cuerpo es alma para Vicente Aleixandre. Todos los amaneceres y crepúsculos caben en un cuerpo. Todas las edades y tiempos más remotos. Insondable es su cielo donde se pueden —cito a Aleixandre—

beber luces.

Y en la combustión amorosa se crea una metafísica del orden y el caos, pues mientras el amor es arder cada órgano se fragmenta y multiplica y, tras el éxtasis final, la masa corporal se ordena y limita en un nuevo despertar del ser, reconocible ahora en toda su verdad. Como ejemplo tomamos el pulso al final de un acto de amor en compañía del poema Después del amor, de Historia del corazón:

Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto,

como el silencio que queda después del amor,

yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo

hasta tus bordes tenues, apagados, que dulces existen.

Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir

retraído

y siento la musical, callada verdad de tu cuerpo, que hace

un instante, en desorden, como lumbre cantaba.

El reposo consiente a la masa que perdió por el amor su

forma continua,

para despegar hacia arriba con la voraz irregularidad de

la llama,

convertirse otra vez en el cuerpo veraz que en sus límites

se rehace.

El cuerpo no es solo ámbito de resurrección para los amantes, ni transparenta siempre la plenitud de una existencia radiante, sino que tiene también sus simas y borrascas, y trasmina destrucción. Pensando en esto nos estremecemos al leer algunos versos del poema Arcángel de las tinieblas, de Sombra del Paraíso:

Me miras con tus ojos azules,

nacido del abismo.

Me miras bajo tu crespa cabellera nocturna.

Helado cielo fulgurante que adoro.

Bajo tu frente nívea

dos arcos duros amenazan mi vida

No me fulmines, cede, oh, cede amante y canta.

Naciste de un abismo entreabierto

en el nocturno insomnio de mi pavor solitario.

Humo abisal cuajante te formó, te precisó hermosísimo.

Adelantaste tu planta, todavía brillante de la roca pelada,

y subterráneamente me convocaste al mundo,

al infierno celeste, oh arcángel de la tiniebla

[...]

Tu cuerpo resonaba remotamente, allí en el horizonte,

humoso mar espeso de deslumbrantes bordes,

labios de muerte bajo nocturnas aves

que graznaban deseo con pegajosas plumas.

El cuerpo es asimismo destino, pues más allá de la piel canta para quienes lo habitan. Nos conduce a un conocimiento primordial, al mismo tiempo que es lugar de gloriosas y líricas batallas:

¡Ah la verdad tangible de un cuerpo estremecido

entre los brazos vivos de tu amante furioso,

que besa vivos labios, blancos dientes, ardores

y un cuello como un agua cálidamente alerta!

Por un torso desnudo tibios hilillos ruedan.

¡Qué gran risa de lluvia sobre tu pecho ardiente!

¡Qué fresco viento terso, donde su curva oculta

leve musgo de sombra rumoroso de peces!

Creo, por lo dicho, que Aleixandre reivindica una mística del cuerpo que le lleva a decir en Poemas de la consumación que

la criatura pensada existe. Mas no basta.

Poco antes de que terminara el 13 de diciembre de 1984 fallecía en la clínica Santa Elena de Madrid, a unos metros de su casa de Velintonia, Vicente Aleixandre. Una hemorragia interna, complicada por la insuficiencia renal que padecía, le condujo, con serenidad y aceptación a su destino final. Sus últimas palabras antes de perder definitivamente el conocimiento fueron para su gran amigo Carlos Bousoño. Apretó su mano y le dijo: «Carlos, la vida es un dolor».

Permitidme que en este momento vuelva al principio y que, silenciosamente, cruce el umbral de la casa cada vez más deteriorada de Aleixandre, que debió ser declarada en su día patrimonio cultural. Pero ninguno de los sucesivos gobiernos centrales, comunitarios y municipales mostraron interés por su salvación. Permitidme que una vez allí, y entre ardientes sombras, transcriba el poema que escribí sobre el poeta y que él conoció:

Yo conozco un jardín

donde es, callado, el amor.

Hasta él silenciosas sombras se deslizan,

astros apagados que en otro tiempo cuerpos habitaron

y ahora soledad solo cantan.

La verja cede vencida

por la tristeza de una mano

y un clima de árboles

suspende tactos que nunca denuncian un cuerpo

mas si su misteriosa propagación.

Al fondo un rostro batido por la luz de unos labios

cuyo hálito los años no borraran,

que reflejase continuo un fuego

y secreta vida a la sangre comunicara,

proyectaba un ámbito

en el que el corazón se encendía solitario.

Sin tiempo unos ojos ahondaban la luz

esos ojos eran mortales.

Desecado el pecho por violentas mareas

aún un fondo de espumas

arrastraba en su flujo

quemantes corolas de besos, respiraciones. Y era el recuerdo

una vasta extensión roja

en la que un anillo y un guante

ardieran silenciosos.

Afuera la luna era una mancha dolorosa

que unos ojos inmóviles aplacaran

mientras los esqueletos amantes brillan un momento.

Tú, que el aislamiento del dolor padeciste

y elevándote potente sobre tus ruinas

con las palabras alentaste un universo

en el que el hombre libre se reconoce

y en destellos sereno descubre la raíz de su pasión,

contempla estas páginas que ya olvidamos

como olvida la sangre quien hacia el amor la convoca.

Tus manos, calcinadas por la belleza

con que el deseo caló el aire,

son un destino para las que en la sombra se buscan

y esperan aún el cuerpo del roce.

Tus manos, nunca un gesto

sí el espacio tenso que dejó una melena

ahora modelado por un imperceptible movimiento

que muestra un instante unos hilos quemados.

Las mismas que desde dentro mueven como un viento

la claridad de las montañas

cuyas ondas nos alcanzan al salir a la calle.

Y ya no sabemos que unos ojos más allá de la vida

una piadosa mirada envían al corazón del hombre.

Yo conozco un jardín

donde es, callado, el amor.

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6. Posdata de agradecimiento

Quiero mostrar mi gratitud de discípulo a todos los profesores de la Faspe, y al último maestro del último pueblo, porque gracias a todos ellos empezamos a amar los libros, a adquirir biografía a través de la lectura, aprendimos a sentir como leíamos, disfrutamos de la maravilla de alcanzar lo en principio inalcanzable, el cielo que diría Emily Dickinson. Libros que nos relacionan con el misterio, y que nos permiten leer la Naturaleza porque, como dijo Novalis, la Naturaleza es una gran escritura en clave. Gracias en nombre de ese buen lector que, transcurridos los años, levanta un momento la mirada del libro que está leyendo y siente cómo la habitación se llena de una difusa presencia, no de este tiempo sino de otro ya lejano en que un profesor amigo no solo leyó un texto en voz alta, sino que después puso en sus manos aquel volumen, su cuerpo tan luminoso. Hoy el buen lector no teme preguntarse por la suerte de aquel profesor porque sabe que, a través de la lectura, estará siempre con él, pues los libros crean un territorio de solidaridad y amistad en el que nada de lo que fue se pierde.

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7. Referencias

Este artículo transcribe la conferencia pronunciada por su autor el día 2 de julio de 2014 en el Salón de Actos de la Real Academia Española, durante la Convención «Escritores y escritoras en la RAE en su trescientos aniversario», organizada por la FASPE y por la APE Francisco de Quevedo, de Madrid.

7.1. Créditos del artículo, versión y licencia

LOSTALÉ, J. (2014). «Guillén y Aleixandre en al Academia: dos universos poéticos». Letra 15. Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid. Año I. Nº 2. ISSN 2341-1643 [URI: http://letra15.es/L15-02/L15-02-04-Guillen-y-Aleixandre.html]

Recibido: 15 de julio de 2014.

Aceptado: 2 de septiembre de 2014.

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