Letra 15. Revista digital
Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid - ISSN 2341-1643

Sección ARTÍCULOS

Las mujeres en El lápiz del carpintero de Manuel Rivas: ¿adelantadas a su tiempo?

Alejandro Fernández González

Alejandro Fernández González

Profesor de Lengua Castellana y Literatura en Secundaria. Licenciado en Filología Española por la Universidad de Oviedo, actualmente está realizando la tesis doctoral dentro del programa de Género y Diversidad de la Universidad de Oviedo sobre Modelos de mujer en la Biblioteca «Patria» de obras premiadas: realidad y adoctrinamiento, trabajo interdisciplinar de Literatura y Sociología.

Ha publicado artículos sobre los poetas Miguel Hernández y Aurelio González Ovies y sobre la novela Nada, de Carmen Laforet; sobre Antonio de Hoyos y Vinent; sobre el modelo de mujer del «ángel del hogar» en distintas novelas y obras de teatro y sobre distintos aspectos de la Biblioteca «Patria». Coordina la Biblioteca Escolar del IES «Santa Clara», de Santander y es el editor de la revista Boletín de la Asociación de Profesores de Español «Gerardo Diego» de Cantabria.

ualex02@gmail.com

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Resumen / Abstract

Resumen.

Tras un análisis sobre el papel de la situación de las mujeres durante la guerra civil y la postguerra, se analizan los personajes femeninos, y los modelos a los que representan, de la novela El lápiz del carpintero de Manuel Rivas. Dos mujeres revolucionarias que rompen con el modelo establecido: Marisa Mallo, la protagonista, de familia tradicional y falangista, e Izarne, monja con los mismos ideales de libertad. Dos mujeres sometidas: María da Visitaçao, joven prostituta y Beatriz, la mujer maltratada física y psicológicamente por su marido. Y otras dos mujeres que apuntalan el sistema social de la época: las prostitutas Manila y la Tumbona. Se reflexiona sobre cuáles fueron adelantadas a su tiempo y a través de qué medios narrativos se presentan estas mujeres en sus respectivos ambientes y cómo eso influye en los modelos de mujer. El artículo se cierra con una propuesta de las razones por las que los profesores de enseñanza secundaria pueden sugerir al alumnado la lectura de algunas novelas de Manuel Rivas para enseñar, a través de su visión del mundo, cómo funciona nuestra sociedad actual.

Palabras clave: modelos de mujer, educación, esfera pública y privada, libertad, Segunda República, Guerra Civil, dictadura nacional-católica, Sección Femenina, relaciones amorosas, malos tratos, sometimiento de las mujeres, prostitutas, religiosas, narrador, punto de vista, Manuel Rivas, El lápiz del carpintero.

Women in Manuel Rivas’ El lápiz del carpintero, ahead of their time?

Abstract.

This article deals with the analysis of female characters in Manuel Rivas’s novel El lápiz del carpintero (The carpenter’s pencil) and the role models they represent. It begins with the study of the situation of women during the Spanish Civil War and its aftermath, and shows how two revolutionary women break the established pattern: Marisa Mallo, the main character, who comes from a traditional and fascist background, and Izarne, a nun who shares her freedom ideals. Besides, there are two overpowered women, young prostitute María da Visitaçao and Beatriz, physically and mentally abused by her husband, plus two other women who strengthen and secure the social system of the time, prostitutes Manila and La Tumbona. Thus, the paper ponders on which women were ahead of their time and the narrative ways they are portrayed within their context and the implications on the women models they depict. Finally, the article closes with a proposal on why secondary education teachers can suggest our students reading Manuel Rivas’ novels so as to show how our society works through Rivas’ point of view.

Keywords: women role models, education, public and private domain, freedom, Second Spanish Republic, Spanish Civil War, National Catholic dictatorship, Women’s Section, love relationship, abusive behavior, subjection of women, prostitutes, nuns, narrator, point of view, Manuel Rivas, El lápiz del carpintero (The carpenter’s pencil).

 

Los libros son como un hogar…
En los libros podemos refugiar nuestros sueños para que no se mueran de frío…

Rafael Azcona, guión de la película La lengua de las mariposas de José Luis Cuerda, 1999.

 

Los maestros... son las luces de la República.

La lengua de las mariposas, en ¿Qué me quieres amor? de Manuel Rivas.

 

Obras

Escuchando un programa de radio por Internet tras la masacre del semanario satírico francés Charlie Hebdo, en la cabecera se oían estas palabras de don Gregorio, el maestro de uno de los cuentos más famosos del gallego Manuel Rivas, La lengua de las mariposas, palabras tomadas de la película de José Luis Cuerda:

Dignísimas autoridades, queridos niños, respetados convecinos: en la primavera, el ánade salvaje vuelve a su tierra para las nupcias. Nada ni nadie podrá detenerle. Si le cortan las alas, irá a nado. Si le cortan las patas, se impulsará con el pico, como un remo en la corriente. Ese viaje es su razón de ser [...] En el otoño de mi vida, yo debería ser un escéptico. Y en cierto modo lo soy. El lobo nunca dormirá en la misma cama con el cordero. Pero de algo estoy seguro: si conseguimos que una generación, una sola generación crezca libre en España [...] ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad. [...] Nadie les podrá robar ese tesoro.

Estas tres citas ya casi responden a la pregunta que me hacía en el título: creo que la libertad solo se consigue a través de una educación libre e igualitaria y de la que las mujeres formen parte activa. El papel de estas no siempre se consideró importante, por eso quiero hablar sobre esas mujeres que, en un tiempo en que la sociedad no quiso reparar en ellas como elementos clave de su progreso y de su avance, dieron un paso al frente y jugaron un papel importante en su vida, en la de quienes los rodeaban y en la sociedad de su tiempo.

Para ello voy a establecer dos apartados bien diferenciados entre sí: primero un análisis sobre cuál era el papel de las mujeres durante la guerra civil y la postguerra, y después un análisis de los personajes femeninos de El lápiz del carpintero de Manuel Rivas para comprobar si fueron realmente unas adelantadas a su tiempo o no.

Obras

 

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1. Las mujeres en los años de la guerra civil y la postguerra. Momentos difíciles

Desde finales del siglo XIX, cuando las mujeres comienzan la lucha por sus derechos, hasta los primeros años 80 del siglo XX, en que se las empieza a tener en cuenta aunque sea aún de manera muy tímida, solo desde finales de la década de los 20 y hasta casi finales de la década de los 30 podemos afirmar que la mujer fue protagonista principal del momento histórico en que vivió. La clave de este gran problema que aún hoy se advierte radicaba en la educación recibida. Fue la España del primer tercio del siglo XX la que supuso la irrupción de la mujer en la vida pública gracias a su incorporación masiva al trabajo remunerado, contribuyendo con ello al proceso de modernización de la economía española. A partir de los años 20 el feminismo español comenzó a añadir demandas políticas a las reivindicaciones sociales al participar en distintas organizaciones sindicales y obreras y la Segunda República apoyaría estas decisiones, si bien debe tenerse en cuenta que en 1930 la mitad de las mujeres eran aún analfabetas:

En 1918 en Madrid se crea la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), formada por mujeres de clase media, maestras, escritoras y universitarias que planteaban ya claramente la demanda del sufragio femenino. Las mujeres empiezan a participar en la enseñanza superior, en la creación de la ciencia, en la cultura, en la vida política y en profesiones hasta entonces vedadas a su sexo (Carceller, 2013).

Al llegar la República «la corriente de pensamiento democrático llevó a una revisión de las leyes discriminatorias y a la concesión del sufragio femenino», que las fuerzas de derecha aceptaron creyendo que la mujer, influenciada por la Iglesia, de la que aún la creían dependiente, acabaría por aumentar el voto dentro de sus filas. Fue Clara Campoamor (1888-1972), diputada y miembro del Partido Radical, quien asumió una apasionada defensa del derecho de sufragio femenino, que acabó fructificando al basar sus argumentos en «el tratamiento legal igualitario para hombres y mujeres» y quien exigió

que los principios democráticos debían garantizar la redacción de una Constitución republicana basada en la igualdad y en la eliminación de cualquier discriminación por razón de sexo (Carceller, 2013).

Esta constitución republicana

reguló el acceso de la mujer a cargos públicos, reconoció derechos a la mujer en la familia y en el matrimonio: matrimonio civil, derecho a la patria potestad, supresión del delito de adulterio solo para la mujer y ley de divorcio que lo permitía legamente de mutuo acuerdo.

El Estado tuvo que «regular el trabajo femenino y proteger la maternidad» con lo que ya no se podía despedir a la mujer por contraer matrimonio, por gestación o por dar a luz, así «se estableció el Seguro Obligatorio de Maternidad y se aprobó la equiparación salarial para ambos sexos». Estos datos nos llevan a afirmar que el régimen republicano llevó a España en el terreno legal

a la altura de los países más evolucionados en lo referente a la igualdad entre hombres y mujeres (Carceller, 2013).

El derecho al sufragio para las mujeres fue una victoria pero había aún más cosas que conseguir, sobre todo en política interior: feministas y republicanas

se interesaron por tareas a largo plazo tales como la salud, la enseñanza o la paz internacional (Carceller, 2013).

Ellas también fueron las primeras en denunciar el nazismo y los campos de concentración y aunque pudiera parecer que durante los tres durísimos años de la guerra civil estos avances se frenaron, fue justamente al contrario:

No se paralizaron los progresos culturales y legislativos sino que se legalizaron las uniones libres, las mujeres se incorporaron a la industria de la guerra y, en el 36, la ministra de Salud, Federica Montseny, consiguió la legalización del aborto (Carceller, 2013).

Durante los años de la guerra mujeres como María Zambrano, la discípula de Ortega, o Dolores Ibárruri, Pasionaria, formaron parte de la AMA, la Asociación de Mujeres Antifascistas, y bajo la dirección de esta

se organizó a las mujeres en las fábricas, siendo denominador común de todas que lo público y lo privado era indisociable. Fue notable la labor de estas mujeres durante el transcurso de la guerra, de ahí que muchas de ellas fueran encarceladas o enviadas al exilio (Carceller, 2013).

Todos estos datos permiten llegar a la siguiente conclusión: la Segunda República, en un período de tiempo realmente breve, «supuso un avance espectacular para la mujer, especialmente, en el plano legal» ya que

conquistó grandes avances para ella (Carceller, 2013)

con lo que la esfera de lo público dejó de ser ámbito solamente masculino.

Al término de la contienda bélica comienza el período que más redujo a la mujer al ámbito de lo privado: la dictadura nacional-católica del general Franco (1939-1975). Por lo que se refiere al nuevo orden cultural y educativo, que revertirá en el clima en que se instruye y educa a la mujer, estamos ante un nuevo esquema: siguiendo las teorías de Marcelino Menéndez Pelayoidentificación de España con lo católico y de su opuesto con lo antiespañol, venga de fuera de nuestras fronteras o incluso de dentro— a partir de 1939 el nacionalismo y la religión, verdaderas obsesiones del régimen, serán las características más importantes que van a influir en nuestro modo de ver la cultura y la educación. Esto no supuso que la cultura fuera totalitaria y uniforme de acuerdo con los principios del movimiento y del régimen pero durante la postguerra sí que supuso

una cultura de imposición con actitudes imperialistas que supuso una fuerte represión y la depuración generalizada y sistemática del sistema educativo y de todas las instituciones culturales (Paredes Alonso, 2004).

Las instituciones más identificadas con la República ―la Institución Libre de Enseñanza, la Junta para la Ampliación de Estudios y la Residencia de Estudiantes― se pusieron en manos de las órdenes religiosas y de personalidades afines, se implantó una censura ideológica y moral y se puso en marcha un aparato de propaganda que utilizó de forma eficaz los modernos medios de comunicación de masas: el NO-DO, la Prensa del Movimiento, el estricto control de las emisoras de radio y de la televisión.

Aquellos años de rápido avance se vieron oscurecidos por la larga etapa de la dictadura franquista, que destruyó todos los logros y conquistas que, en materia de género, había conseguido la Segunda República, y volvió a instaurar

un régimen fuertemente patriarcal y machista donde se instauraría de nuevo la figura del perfecto ángel del hogar (Carceller, 2013),

al que ya María del Pilar Sinués había dedicado un estudio así titulado en 1859.

La historiadora Ana Aguado Higón afirma que

el franquismo fue un régimen fuertemente patriarcal que radicalizó los modelos de feminidad doméstica y subordinación femenina que ya existían y que no los inventa, pero los radicaliza hacia extremos esperpénticos utilizando todos los instrumentos institucionales que tiene: todas las políticas de género del estado que puede, todos los medios de educación, es decir, de deseducación de la población, y en ese sentido utilizó instrumentos como la Sección Femenina de la Falange, que fue su instrumento político directo (Aguado, 2011).

Para mantener a la mujer de nuevo en la esfera de lo privado

la legislación fue un instrumento fundamental, con leyes que recalcaban y radicalizaban la dependencia femenina en lo público y en lo privado, en la representación de la vida social, laboral y en la familia, en las relaciones contractuales, como el matrimonio (Aguado, 2011).

Claro está que el régimen franquista no solo podía basarse en la legislación para mantener a la mujer en su casa; para que sus ideas permanecieran aún después de desaparecer el régimen utilizaron, como todos los regímenes totalitarios, la educación y la religión,

la iglesia católica era la religión oficial del régimen y tomaba parte del discurso oficial, y en ese sentido, los modelos morales y religiosos que se van a transmitir a niñas y niños van a insistir en la virtud femenina como subordinación, dependencia, silencio, no autonomía, no capacidad para desarrollar un trabajo (Aguado, 2011),

ideas que aparecerán en el discurso del régimen a lo largo de toda su vida. Un régimen como el franquista, de tipo totalitario, se establece sobre distintos pilares. El de tipo social debe ser la familia, «pieza clave en una sociedad jerarquizada» y no se puede olvidar los nuevos valores que se atribuyen a la mujer: se la ensalza por su faceta como madre y esposa y se la liga, de nuevo, a las tareas del hogar, es decir, hay una vuelta a los valores tradicionales. Todos los líderes fascistas

reescribieron un discurso de feminización dentro de la política del régimen para ganarse el apoyo de las mujeres, ellas eran las madres de la patria (Carceller, 2014).

La Sección Femenina, nacida en 1934 como rama femenina de Falange Española, fue dirigida durante sus más de 40 años de vida ―se disolvió en 1977―, por Pilar Primo de Rivera, hermana del fundador de Falange, José Antonio, ambos hijos del dictador Miguel Primo de Rivera. Este movimiento fue el que más hondo ha calado en el ideario femenino de nuestra historia reciente y, de forma implícita, aún perdura en nuestros días. Fue el pilar clave dentro de la maquinaria del franquismo para mantener a la mujer bajo el yugo del hombre nuevamente:

la doctrina de la Sección Femenina difundía los principios del nacionalsindicalismo y los valores tradicionales, en los que la figura de la mujer quedaba inscrita en los papeles de madre y de esposa sumisa (Carceller, 2014).

De hecho, las funciones que fueron adquiriendo con el Auxilio de Invierno y el Auxilio Social ―cuidar de los enfermos y de los caídos en las reyertas callejeras― las hizo erigirse en ángeles protectores o ángeles del hogar, lo que la Iglesia veía con muy buenos ojos, pues las devolvía a ser el sostén fundamental de la familia y, además, las alejaba de la vida política del país. Todo esto llevó a la mujer a ser considerada, de nuevo, como una menor de edad, visión que se enviaba y aplaudía desde los púlpitos.

En el verano de 1939 se celebró el tercer consejo nacional de la Sección Femenina y en él se define el papel de la mujer dentro de la sociedad española:

esta nueva mujer, que dibujan desde el ideario de la Sección Femenina, está ligada a los preceptos que la Iglesia Católica le asignaba dentro de la sociedad y en los que la maternidad se exalta como la máxima de la feminidad, caracterizada por su fragilidad, sumisión y espíritu de sacrificio. Así se aniquilaba la capacidad intelectual, creativa y crítica de la mujer. De ahí, la relevancia mayor que adquiere la religión al convertirse en la base ideológica de homogeneización de las mujeres (Carceller, 2014).

Durante la postguerra, la mujer volvió a quedar confinada entre las cuatro paredes de la casa y a considerarse menor de edad, y al exaltarse la familia como «la célula capaz de sostener la maquinaria del Estado» (Carceller, 2014), la mujer vuelve a esa esfera privada tras la aniquilación de leyes tan progresistas como la de la igualdad jurídica de los sexos, aprobada durante la Segunda República. En materia educativa, la postguerra volvió a separar niños de niñas, una educación segregada, tal y como se recoge en el propio ideario de la Sección Femenina: «el niño mirará al mundo, la niña mirará al Hogar».

A partir de 1940, al instaurarse el Servicio Social, es obligatorio que todas las mujeres de entre 17 y 35 años pasen por él al menos durante seis meses. Este servicio tenía el objetivo de «potenciar el papel de la mujer como madre y como perfecto ángel de los quehaceres domésticos». A medida que la afiliación aumenta, lo que se consigue es que todo ese grupo de mujeres se convirtiera en

mujeres abnegadas y calladas que debían pasar desapercibidas en la vida pública del país, ya que la máxima de las mujeres quedaba relegada a las fronteras del hogar (Carceller, 2014).

Y a partir de 1945, para asegurarse de que la ideología del aparato se perpetúa, las maestras

están obligadas a pertenecer a la Sección Femenina y, también a partir de este mismo año la Organización Juvenil (OJE), agrupada en chicos y chicas hasta los 18 años, quedaba, en su rama femenina, bajo el control de la Sección Femenina (Carceller, 2014).

Está claro, entonces, que la educación era un instrumento fundamental de adoctrinamiento.

A partir de los años 60

la Sección Femenina no concuerda con la evolución económica del país, lo que provocará el paulatino arrinconamiento de este organismo dentro de la dictadura hasta su total disolución (Carceller, 2014)

en 1977. Esto no quiere decir que a partir de los años 60 la maquinaria ideológica se hubiera parado, muy al contrario, como se puede observar en el siguiente fragmento:

A través de toda la vida, la misión de la mujer es servir. Cuando Dios hizo el primer hombre, pensó: No es bueno que el hombre esté solo. Y formó a la mujer para su ayuda y compañía, y para que sirviera de madre. La primera idea de Dios fue el hombre. Pensó en la mujer después, como un complemento necesario, esto es, como algo útil (Formación Político-Social del primer curso de Bachillerato, 1963).

Creo que este repaso es fundamental para entender a las distintas mujeres de la novela El lápiz del carpintero de Manuel Rivas; sus actuaciones, sus caracterizaciones, su forma de ver el mundo y de aceptar algunas decisiones, de enfrentarse a lo establecido y de luchar por una vida que consideran más justa y mejor para todos quedan completamente definidas en el bosquejo que de la situación de la mujer he intentado exponer.

 

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2. Las mujeres en El lápiz del carpintero

El lápiz del carpintero es una historia de amor aunque no deje de ser una crónica social: es

una novela que indaga las razones del corazón humano e intenta analizar la complejidad de los hombres que, con sus acciones, tejen el tapiz de la realidad en que viven (Martini, 2011:61).

Aunque la novela intenta rescatar la memoria de los vencidos, exaltar los ideales republicanos y denunciar la saña de los sublevados con respecto de quienes solo por su diferente inclinación política fueron torturados o asesinados, el autor

consigue evocar la compasión de sus lectores no solo hacia los personajes que representan las víctimas de las represalias franquistas, sino también para los representantes de los fascistas que las llevaron a cabo (Hines-Brooks, 2010:21),

como ocurre con Herbal, el guardia, humanizado a lo largo de la historia. Casi todo lo que ocurre en la novela,

construida con el objeto de pintar un cuadro intenso del franquismo y de servir de lugar de memoria para España (Martini, 2011:61),

se relata desde el punto de vista subjetivo del viejo guardia franquista Herbal: toda la novela es un puzzle de sus recuerdos en torno a la figura idealizada del médico republicano Daniel Da Barca, preso bajo su supervisión en distintos lugares de España. Así, el autor

obliga al lector a depender de un enemigo para recuperar la historia del doctor (Hines-Brooks; 2010:28),

pues los objetivos de rescatar la memoria de los vencidos, exaltar los ideales republicanos y denunciar la saña de los sublevados no se conseguiría si hubiera sido el narrador el propio doctor o, incluso, alguno de sus amigos. Desde el presente, Herbal vuelve su mirada al pasado, a los tiempos de guerra, de manera fragmentaria, para dar significado a su existencia falta de plenitud, para reconciliarse consigo mismo y para dar comienzo a aquel

proceso de pedir perdón y perdonar las horribles crueldades del pasado, para así aliviar las heridas, reconocer a los muertos y hacer menos pesada la pena de la culpa (Hines-Brooks, 2010:21-22).

Es el propio Herbal quien, aun habiendo formado parte del bando vencedor, admiraba a Da Barca, un preso vencido, seguramente porque consiguió enamorar a la mujer más bella que Herbal había visto en su vida, Marisa Mallo. Recorriendo la vida del doctor de forma retrospectiva, el guardia da a conocer el contradictorio mundo de su existencia, sus contrastes interiores, la fuerza del amor entre el doctor Daniel Da Barca y Marisa Mallo, las crueldades perpetradas por el bando franquista... Así que, si bien se pretenden narrar acontecimientos históricos para recordar el pasado de España, El lápiz del carpintero es una novela que Manuel Rivas dota de una gran subjetividad, precisamente al escoger de forma intencionada a Herbal para hacer revivir aquel período.

Obras

El juego entre los tiempos de la historia y del discurso en esta novela es una de las características que mejor retrata las distintas épocas históricas en que ocurre (finales de los 90 del siglo XX y toda la guerra civil y la postguerra), lo que conlleva un retrato claro de la mujer en esos momentos. Los capítulos 1 y 2 presentan al doctor Da Barca y a su esposa, Marisa Mallo, en la actualidad, poco antes de morir el doctor, y sirven para motivar la narración de su historia por parte del guardia Herbal a la prostituta María da Visitaçao. El capítulo 3, muy breve, sirve para unir la historia de Da Barca con la de Herbal, es el capítulo en que el guardia mata al pintor que estaba en la cárcel con el doctor, hecho que va a suponer para Herbal su transformación positiva y para la narración de los hechos, el inicio de la retrospección. Esta narración llega hasta el capítulo 19.

Y con el capítulo 20 concluye la historia volviendo al presente, al momento en que muere el doctor y Herbal confiesa a la prostituta todo el resto de su vida: que desde que dejó a Da Barca en la prisión de San Simón, terminó su vida («Ellos fueron lo mejor que la vida me ha dado»; Rivas, 1998:197); que asesinó a su cuñado, que siempre golpeaba a su hermana y se burlaba de él; que entró en prisión y allí conoció al hermano de Manila, la prostituta dueña del club de alterne donde trabaja María da Visitaçao; y que volvió al pueblo con ella después de salir de la cárcel para defenderla de todo («Cuando salí, me dijo: Estoy harta de chulos. Necesito un hombre que no tenga miedo»; Rivas,1998:199).

Partiendo de estas consideraciones ―los distintos narradores y sus puntos de vista, los objetivos que se pretenden con la novela y los juegos entre el tiempo de la historia y del discurso― intentaré relacionar la forma en que cada uno de estos personajes femeninos aparece tratado durante el nacionalcatolicismo franquista y la forma en que es tratado socialmente dependiendo de su actitud ante la vida y de su propia forma de pensar.

 

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2.1. Marisa Mallo

La protagonista de la historia de amor de la novela es Marisa Mallo, descendiente de una familia de falangistas. Nada más comenzar la novela, Carlos Sousa, el periodista que va a hacer la entrevista al doctor Da Barca, piensa al ver a Marisa, una mujer bastante mayor, abrirle la puerta: «A la puerta de cada casa debería haber dos ojos como esos» (Rivas, 1998:9); Marisa «sin dejar de sonreír» lo lleva hasta su esposo y cuando este se dirige a él por primera vez, Sousa piensa que

aquella bella anciana tras la llamada de la aldaba parecía escogida para un capricho por el cincel del tiempo.

Incluso el narrador dice que tras el recitado del poema de Faustino Rey Romero, Sousa se conmovió porque

fue su mirada (la de Marisa) un resplandor de vitrales en el crepúsculo (Rivas, 1998:16).

Se aprecia que Marisa, incluso ahora que es anciana, era bellísima. Criada en una de las

familias pudientes de la comarca, la ahijada del alcalde, la hija del notario, la hermana pequeña del señor cura párroco de Fronteira… (Rivas, 1998:59-60),

representa la oligarquía rural española de la época. Su historia de amor con el doctor Daniel Da Barca es rechazada por su familia. Además, es el símbolo de la vanguardia entre las dos Españas. A través de este personaje, Manuel Rivas elabora una especie de memoria fotográfica de las relaciones amorosas durante el período de la Guerra Civil, y pretende que nos demos cuenta de que, aun en el mismo espacio, es posible la convivencia mutua de ideologías distintas, si hay tolerancia, entendimiento y razón. Además, la relación entre ambos es muy avanzada ya que prescinde de las enseñanzas y orientaciones moralizantes de la familia conservadora y cristiana, y se basa en el ideario de libertad defendido por los republicanos: «Marisa Mallo estaba dispuesta a morir por el Dr. Da Barca» (Rivas, 1998:63).

Ni el rechazo del abuelo, ni la intolerancia de la sociedad franquista en general ─avalada y respaldada por la Iglesia Católica─, impiden que Marisa Mallo lleve a cabo la lucha por su verdadero amor. Y se entrega, en cuerpo y alma, a su pasión por el médico, aun siendo consciente de todo lo que conlleva. El noviazgo se inicia con el mismo interés por parte de ambos: el amor. En esta relación no caben las dudas, no importa la divergencia de las familias, políticamente opuestas; no caben ideologismos, ni intolerancias; no cabe el razonamiento ni la moral, solo hay lugar para el sentimiento del amor, reflejo de una lucha de poder en la España franquista. En aquellos momentos, los sentimientos no eran prioridad…solo había lugar para los intereses político-religiosos de las jerarquías dominantes. Las preocupaciones por lo humano carecían de afección e interés; distaban de ser prioridad y todo parecía interrumpirse en el tiempo y/o perderse en el espacio. No obstante, solo el amor es capaz de superar barreras como las del odio, el rencor o la intolerancia. Así, la consolidación del matrimonio de Marisa Mallo y el Dr. Da Barca es un nítido ejemplo de que, aun en tiempos de guerra, y en medio de circunstancias bastante adversas, es posible llegar al entendimiento, por vía de la razón y la tolerancia, y lograr el respeto a las diferencias histórico-sociales, político-ideológicas, religiosas… e incluso respetar todas las libertades en un terreno en que se entrecruzan ideas e ideales divergentes.

Está claro que Marisa es una mujer adelantada a su tiempo, una mujer que lucha por sus propios intereses e ideales, por tanto una mujer que encarna el ideal republicano. Claro que su familia no aceptaba sus intereses, pero ella se enfrentó a ellos y no le importó lo que pensaran. Por eso cuando Herbal se fija en ella al ir a la cárcel a llevarle unas viandas al doctor, rápidamente sabemos que

Hasta entonces había evitado los ojos de Marisa Mallo. Con la cabeza gacha, le clavaba la mirada en las muñecas. Y le dolió saber que era cierto lo que se rumoreaba. Que se había cortado las venas de las muñecas cuando sus parientes, los señores de Fronteira, habían tratado por todos los medios de que se olvidase para siempre del doctor Da Barca. Marisa Mallo estaba en los huesos. Marisa Mallo llevaba como pulseras unas vendas hospitalarias (Rivas, 1998:63).

Obras

Su belleza no deja de afectar a Herbal, el guardia. Cuando Marisa llega a ver al doctor y se encuentra con que no está porque Herbal había firmado su traslado a Coruña, él intenta mostrarse frío y le dice a Marisa que no figura en la lista, todo ello

porque quería ver cómo podía ser de triste la mujer más hermosa. Por ver cómo nacen las lágrimas de un manantial inaccesible (Rivas, 1998:65).

Una de las muchas intervenciones machistas que sobre la belleza de Marisa aparecen en la novela tiene lugar cuando parece que Herbal ha matado al doctor Da Barca pero la bala que le ha disparado en la boca le ha hecho una herida limpia

la bala había salido por el cuello sin afectar ningún órgano vital (Rivas, 1998:72);

tras este momento y ante el miedo de que el gobierno cubano pueda decir que Da Barca tiene también nacionalidad de la isla y no les permitan matarlo, el jefe dice:

Por cierto, tiene una novia que es una real hembra (Rivas, 1998:73).

Marisa, por pertenecer a una familia fascista, debe seguir, hasta su mayoría de edad, las normas que esta impone. Esto se ve claro en el capítulo en que se narra su puesta de largo:

Junto a su nieta, aquella muchacha rubia en la que ya brotaba una hermosa mujer, Benito Mallo sonreía con orgullo. Era la primera vez que conseguía reunir a todas las llamadas fuerzas vivas. Allí estaban, en lugar destacado, los que más lo despreciaban, el pedigrí del señorío pueblerino, riéndoles las gracias con mansedumbre (Rivas, 1998:122).

Justo después, el narrador omnisciente nos cuenta cómo el abuelo era un analfabeto que, convertido en traficante de armas, se hizo rico

se había enriquecido hasta ese nivel en que la gente deja de preguntarse cómo. […] Benito Mallo compró el pazo de la gran araucaria. […] Pisaba con seguridad en los salones alfombrados, hacía diligentes a los más soberbios funcionarios y jueces (Rivas, 1998:123).

No solo eso, sino que el propio narrador omnisciente lo compara con Al Capone y dice que se aprendió poemas de Espronceda, Lope de Vega y Manrique tras empezar a leer para recitarlos como suyos en la puesta de largo de su nieta. Marisa, de niña, amaba la naturaleza, sobre todo el jardín lleno de árboles que rodeaba la casa de su abuelo; ya con el doctor Da Barca recordaba las historias que sobre los árboles le contaba su jardinero, y Daniel llegó a la conclusión de que «los árboles son sus ventanas. Te está hablando de él» (Rivas, 1998:137); pero el abuelo, símbolo de ese fascismo analfabeto que solo sabe comprar todo a base de dinero, como hace con el pazo, exhibía algunas variedades de su jardín «cual blasón» (Rivas, 1998:136), para hacer creer a los demás que venía de una familia honrada, cuando había sido hijo bastardo. Al volver al momento en que el abuelo ya ha sufrido la enfermedad de la esclerosis

los brazos le cuelgan rígidos de los hombros caídos y las bocamangas de la chaqueta casi le ocultan las manos, solo visibles las garras contraídas en un bastón (Rivas, 1998:137),

se nos muestra como un animal fiero a pesar de su enfermedad y de las consecuencias que esta ha dejado en él a nivel físico:

Metálica empuñadura en cabeza de mastín. Sigue vivo el halcón de los ojos, el sello inconfundible de Benito Mallo, pero hay en él ese resentimiento con el que la mente lúcida se enfrenta a la esclerosis (Rivas, 1998:137).

Toda esta larga alusión al abuelo es necesaria para concluir que el poder del abuelo era ingente y que podía conseguir lo que quisiera, incluso aunque los poderes fácticos se rieran de él, como se aprecia en la fiesta de puesta de largo de Marisa. Queda claro que su nieta había heredado de él la fuerza y el coraje para enfrentarse a todo, y que por eso cuando el abuelo aparece bajando la escalinata de la casa casi sin fuerza, se demuestra la fuerza de la juventud de su nieta, que le dirá que se va a casar con Daniel Da Barca, le guste o no:

Me casaré con mi amor encarcelado (Rivas, 1998:139).

El recuerdo a la memoria histórica aparece en la voz del narrador omnisciente para terminar el capítulo 15:

El abuelo era de los vencedores. En Fronteira la represión había sido especialmente cruel. Un osario de calaveras con agujero de bala. Demasiado para el sentido práctico. Y él era un hombre práctico (Rivas, 1998:140).

En ese momento en que ya nada quiere saber de la nieta que se ha enfrentado a sus órdenes, solo le murmura:

Pasado mañana sale un tren de Coruña. Un tren especial. Y tu doctor va en él (Rivas, 1998:140),

es un tren de tuberculosos que se dirige al sanatorio valenciano de Porta Coeli. Era el hospital donde acababan en aquellos años este tipo de enfermos —como le ocurrió al poeta oriolano Miguel Hernández, que murió allí debido a que las autoridades no lo trasladaron hasta que estaba casi muerto― y que tan importante va a ser dentro de la novela. Lo que representa este momento de «debilidad» del abuelo para con su nieta es que el ambiente en que se mueve y el poder del fascismo, al que representa, han sido vencidos a nivel personal por el amor y la buena voluntad de Daniel y de Marisa, representantes de los ideales republicanos.

Herbal le cuenta a la prostituta María da Visitaçao que cuando vio juntos por primera vez a Marisa y a Daniel paseando por la Rosaleda de Santiago

ni podía imaginar que fuesen a formar pareja. Eso estaría bien para una novela, pero no para la realidad de aquel tiempo. Era como echar pólvora en el incensario (Rivas, 1998:149).

Otra vez las fuerzas fascistas creen que la relación es imposible pues el antagonismo de ideas entre el doctor y la familia de Marisa se evidenciaba a las claras. Pero el mismo guardia le relata a la prostituta sus impresiones sobre la relación que mantenían:

He visto a un hombre y una mujer hacerse de todo, pero aquellos dos se bebían uno al otro. Se lamían el agua con los labios y con la lengua. Sorbían en las orejas, en el hueco de los ojos, cuello arriba desde los pechos. Estaban tan empapados que se debían de sentir desnudos. Se besaban como dos peces (Rivas, 1998:151).

Estas citas muestran claramente el estado de su relación: solo se dejaban llevar por el amor y por el deseo que sentían el uno por el otro. Pero que lo hicieran en mitad del paseo más concurrido del pueblo hace pensar que ambos querían mostrar a todos que su amor estaba por encima de imposiciones ideológicas y/o morales. Así, se puede afirmar que Marisa era una mujer que se dejaba llevar por sus pasiones y las mostraba en público en una época en que cualquier demostración de afecto a la vista de todos se consideraba un insulto a la moral pública y, normalmente, conllevaba un castigo y la inmoralidad de la mujer casi para siempre. De nuevo, otra característica de esa mujer luchadora y pragmática que era Marisa Mallo, que no dejó nunca de enfrentarse a todo por el amor que sentía por Daniel Da Barca. Tanto que, a pesar de los enfrentamientos, acabó casándose con Daniel «por poderes», gracias a la ayuda de la madre Izarne, la monja que se dedica a cuidar enfermos en el hospital valenciano Porta Coeli. En el capítulo 19, ya cerca del final, Marisa aparece en la estación de tren cuando llegan Herbal y el doctor Da Barca, y el narrador omnisciente la describe diciendo:

Allí estaba. Su pelo rojo, el arco iris de sus ojos, iban apartando la niebla del andén. El doctor, esposado, golpeó en el cristal con los nudillos. ¡Marisa! […] ¡Es mi mujer!, dijo el doctor sacudiendo al sargento con las manos esposadas, excitado como si estuviese anunciando la llegada de una reina (Rivas, 1998:187-188).

Marisa ha estado esperando ese momento para ver al doctor ―ha llegado gracias a un telegrama enviado por la madre Izarne―, incluso Herbal cuenta que

cuando se asomó al departamento, no sabíamos si disparar una salva o ponernos de rodillas. […] Marisa traía un cesto como para ir de merienda y un traje estampado de flores que se le ceñía al cuerpo, con los brazos desnudos. […] El abrazo inicial fue inevitable. El cesto de mimbre crepitó entre los dos cuerpos como el esqueleto del aire (Rivas, 1998:188).

Su belleza y su energía cautivan también al sargento García, que les va a permitir pasar su noche de bodas juntos en un hostal mientras él y Herbal vigilan.

Marisa es, entonces, una mujer de valor que destaca por su tenacidad y su terquedad, por su gran capacidad de sacrificio, que no se echa nunca atrás, que dice siempre lo que piensa, que actúa según su conciencia y valores, enfrentándose incluso a su familia, llegando a cortarse las venas en prueba de protesta. Intenta llevar a la cárcel una pistola escondida dentro de la comida para que Da Barca pueda escaparse, casa con él por poderes, pelea con su abuelo por el amor que siente por Daniel. Marisa está dispuesta a hacer todo lo posible por su doctor, incluso morir: es una mujer valiente que lucha incansablemente. La fuerza del amor entre Marisa y Da Barca

puede cubrir el hueco abismal que deja la ansiedad, la desesperanza porque es una historia de amor que se sobrepone a la destrucción (Torres Bouza, 1998; traducción propia del gallego).

Una mujer, en fin, avanzada a su tiempo, que conseguirá, a pesar de la presión y de ser mujer, luchar por el hombre que ama y romper las normas establecidas, lo que la convertirá en una heroína a los ojos de Herbal.

 

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2.2. María da Visitação

Otra de las mujeres importantes de la novela, pero completamente distinta a Marisa Mallo, es la prostituta María da Visitação. Con veinte años, es una joven inmigrante africana que acaba de llegar a Galicia sin papeles y que ha sido vendida a Manila, la dueña del prostíbulo, para que trabaje en él:

María da Visitação había llegado hacía poco de una isla del Atlántico africano. Sin papeles. Como quien dice, se la habían vendido a Manila. De su nuevo país poco más conocía que la carretera que iba hacia Fronteira. […] Si la viésemos desde fuera, mientras ella acechaba inmóvil por la ventana, pensaríamos que se le habían posado mariposas rojas en el hermoso tótem de su cara. […] Ella pensaba que estaba muy al norte. Que para arriba de Fronteira empezaba un mundo de nieblas, vendavales y nieve (Rivas, 1998:20-21).

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Ni Manila ni Herbal le habían pegado, como, en cambio, pasaba en otros clubes:

Herbal le caía bien. Nunca la había amenazado, ni le había levantado la mano para pegarle, como había oído decir que hacían con las chicas en otros clubes de carretera. Tampoco le había pegado Manila, aunque esta tenía días en que su boca parecía el cañón de una recortada (Rivas, 1998:21).

María se asusta cuando Herbal le cuenta cómo mató al pintor y se quedó con su lápiz de carpintero o cuando le detalla las atrocidades que «los de la partida» hacían a los hombres a los que llevaban a matar:

Habían pensado alguna maldad. Quizá cortarle los cojones en vivo y metérselos en la boca. O cercenarle las manos como hicieron con el pintor Francisco Miguel, o con el sastre Luis Huici. ¡Cose ahora, dandy! No te asustes, mujer, se hacían cosas así, […] Sé de uno de esos que le fue a dar el pésame a una viuda y le dejó un dedo del marido en la mano (Rivas, 1998:25).

María da Visitação es quien escucha la historia de Da Barca y Marisa de labios de Herbal. Ella se interesa mucho por todo lo que le relata Herbal y lo demuestra el hecho de que algunas veces interviene durante la narración, interrumpiendo a Herbal con preguntas que quieren satisfacer su curiosidad, sobre todo acerca de asuntos concernientes a los sentimientos de los protagonistas ―característica con la que se presentaba, y se presenta aún ahora, a las mujeres, la poca discreción de las de su propio sexo―. Lo que más le interesa es qué se decían Marisa y Da Barca cuando se veían en la cárcel

Cuando Marisa viene a verlo, piensa que es cosa mía que me ponga justo en el medio a escuchar lo que dicen y no dejar que se toquen ni la punta de los dedos. ¡Ese tipo no sabe lo que son las ordenanzas! Hombre, le dijo el pintor, podías hacerte un poco el ciego. Ya lo hice, sabes que ya lo hice, dejé que se tocasen con la punta de los dedos. ¿Y qué se decían?, preguntó María da Visitação, cuando juntaban las manos por la punta de los dedos (Rivas, 1998:68)

pero también cómo se abrazaban debajo de la Berenguela (una campana de la catedral), si a la madre Izarne le gustaba Da Barca… Cuando Herbal le cuenta que Marisa y Da Barca se encontraron, gracias a un telegrama de la madre Izarne, en el tren para Vigo y que, ya sentados juntos, Da Barca le cogió la mano, Herbal anticipa la pregunta de María que, seguro, por la curiosidad que muestra a lo largo de toda la novela, querría saber qué hacían. María es curiosa, sensible, «había aprendido a aguantar las lágrimas pero no a controlar las emociones» (Rivas, 1998:47), y será ella quien reciba la herencia de Herbal, el lápiz del carpintero.

María da Visitação, la joven prostituta, sigue los modelos de la mujer de la época de manera doble: tanto en su papel de prostituta como en el de mujer. Como prostituta solo en dos ocasiones se habla de ella; como mujer, es como cualquiera de la época: curiosa por los detalles amorosos de la pareja protagonista, miedosa, asustadiza, que se emociona…; es decir, se la muestra como un personaje incapaz de quebrantar las normas, el papel que le ha tocado en suerte en el mundo es inferior al de cualquier otro, sobre todo porque su condición de prostituta la muestra como una mera mercancía, como un mero objeto en manos del hombre.

 

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2.3. La madre Izarne

Hay otra mujer importante, clave en los capítulos finales de la novela, es la madre Izarne, la superiora de las monjas, que se ocupa de la enfermería del hospital penitenciario valenciano de Porta Coeli. El narrador omnisciente presenta a la monja llegando a la puerta del cuarto del doctor Da Barca ya muy tarde:

En otras ocasiones bromearía a cuenta de su hábito de mercedaria, ¡ah, pensé que se trataba de una migaja ectoplasmada! Pero esta vez notó una sensación de irrealidad que lo perturbó por la parte del pudor. La monja sonreía con una picardía de mujer. De repente, sin otro saludo, sacó de debajo de la falda una botella de coñac. Para usted, doctor. ¡Para su noche de bodas! Y se fue apresurada por el pasillo, como quien huye de una alegre osadía, dejando un aura de ojos iluminados (Rivas, 1998:168).

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Ya desde el principio la monja presenta un comportamiento que no es el habitual en una religiosa de su condición

―lucho contra el sufrimiento, el sufrimiento que ustedes, los héroes de uno y otro lado, causan en la gente corriente (Rivas, 1998:177)―

le dice al doctor tras la discusión sobre la obra de la santa de Ávila, lo que permite que la veamos como una avanzada para su época, una mujer sin ningún tipo de miedo y que se enfrenta a lo que cree que es injusto. Tras irse del cuarto del doctor, se nos describe de forma directa:

Azul gris verde. Ojos algo rasgados, con un pliegue de piel en semiluna en los párpados. Como los de Marisa. Dios no existía, pensó Da Barca, pero sí la Providencia. Fue ella misma, la madre Izarne, quien al atardecer le había entregado, muy alegre, el telegrama que confirmaba la celebración de la ceremonia de su boda (Rivas, 1998:168).

Se repite dos veces que es muy lista y Herbal destaca que es guapísima y que tiene mucho genio; incluso se presenta ante el doctor quitándose la toca de monja

y meneó la cabeza para que los rojos mechones cayesen libremente (Rivas, 1998:177).

Con Marisa, la madre Izarne comparte, además del aspecto físico, una voluntad firme y tenaz: la religiosa no se echa para atrás ante los problemas, dice siempre lo que piensa y lucha contra el sufrimiento ayudando a los más débiles. La superiora odia a Herbal ―«Cerdo. Cerdo con tricornio» (Rivas, 1998:172) lo insulta al comprobar que el guardia lee la correspondencia de Marisa al doctor, mientras que traba con el doctor Da Barca una amistad que se fundamenta en una relación de mutuo respeto, si bien la vida de la madre no responde a los cánones de Da Barca: la diferencia que hay entre la concepción positivista-científica del mundo de Da Barca y la inquebrantable fe religiosa de la madre Izarne destaca en la discusión que termina en la disputa que los dos tuvieron en Porta Coeli, en la que la monja lo acusó de ser un «pato loco» (Rivas, 1998:175) por sus diferencias al entender la obra teresiana. Sin embargo, la madre Izarne siempre tratará de ayudar al doctor y a Marisa para que estén juntos (firmará los documentos de bodas, enviará el telegrama a Marisa para que dé el «sí, quiero» en la boda por poderes…). Incluso llega a enfrentarse al inspector Arias cuando este llega a la cárcel para llevarse a Da Barca:

Cogió al doctor Da Barca del brazo. No hizo falta que lo empujase. Él se dejó llevar hacia el coche. Creo que alguien debería explicarme lo que está pasando, dijo la madre Izarne, encarándose con el inspector. Es un cabecilla, madre. Un director de orquesta. ¡Este hombre es mío!, exclamó ella con los ojos encendidos. Pertenece al sanatorio. ¡Está aquí internado! Usted atienda su reino, madre, dijo con frialdad y sin detenerse el inspector Arias. El infierno es cosa nuestra. Se oyó aún el comentario en voz baja de uno de los policías acompañantes: ¡Carajo con la monja! Tiene carácter (Rivas, 1998:180-181).

Incluso María da Visitação le pregunta a Herbal si se sentía celoso porque la superiora no le hacía ningún caso con lo guapa que era y lo que se parecía a Marisa Mallo, y sin embargo, enseguida conectó con el doctor Da Barca. Y cuando traen de nuevo al doctor a la penitenciaría, Herbal le cuenta a la prostituta

el doctor no comentó nada de su paso por comisaría, ni siquiera cuando la madre Izarne se acercó a él y escudriñó su rostro buscando las huellas de la tortura. Tenía un negrón en el cuello, bajo la oreja. La madre se lo acarició con la yema de los dedos, pero enseguida retiró la mano como si le hubiese dado un chispazo. Gracias por su interés, madre. Me mandan a otro hotel más húmedo que este. A Galicia. A la isla de San Simón. Ella desvió la mirada hacia una ventana. […] Pero luego reaccionó con una sonrisa de novicia. […] Cuando pueda, déle un abrazo fuerte de mi parte. No olvide que yo también los casé (Rivas, 1998:182).

La madre Izarne es el «mirlo blanco» del mundo eclesiástico, igual que Marisa lo era del mundo civil. La desaprobación de Manuel Rivas frente a la actitud de los religiosos, que solían tanto «alzar el cáliz en una ceremonia oficial» como «llevar camisa azul y pistola al cinto», se disipa en el caso de la monja, a la que el autor admira por su ahínco en una lucha firme contra el sufrimiento. Además, no solo se la relaciona por su belleza y su fuerza con Marisa, sino que es la otra mujer que se enfrenta a todo por lo que quiere; una mujer también avanzada a su tiempo, una religiosa que lucha por mantener al doctor en el hospital porque cree que él se merece vivir y juntarse de nuevo con Marisa porque de verdad están enamorados. La madre superiora no tiene nada que ver con la imagen de la monja tradicional que todos conocemos, en ninguno de los momentos en que aparece descrita por lo que hace y dice, incluso cuando se la describe, es una mujer que siente, además de su fe, el amor, aunque sea de forma más sublimada. Una mujer que lucha por lo que cree que es justo en un mundo de hombres siempre es considerada inferior, pero el hecho de que consiga lo que se propone en el caso del doctor y de Marisa hace que se nos presente como una rara avis en el mundo de las religiosas de la época, cuyo único interés era servir al régimen.

 

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2.4. Beatriz

 

Otra de las mujeres de la novela es la hermana de Herbal, Beatriz, a la que el guardia siempre quiso mucho desde que era niña. Cuando Herbal le pide al sargento Landesa que le arregle el traslado a Coruña como un favor personal, le explica, aunque sea una excusa:

Mi hermana vive allí, el marido le pega y me va a dar pensión para que lo mantenga a raya. Eso está hecho, Herbal, y dele una patada en los cojones de mi parte (Rivas, 1998:65).

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Unos capítulos más adelante, el narrador nos pone en situación cuando ya Herbal vive en la casa de su hermana:

Desde la cocina llegaban también los lamentos dóciles de su hermana. Recordó lo que le había dicho el sargento Landesa. Ya está bien, murmuró. Hijo de puta. ¿Lo has oído? Quiero la cena caliente en la mesa. ¡Llegue a la hora que llegue! Su hermana estaba en camisón, despeinada, con un plato de sopa en la mano. La presencia de Herbal pareció sobresaltarla aún más, pues vertió parte del plato. El otro venía uniformado. La camisa azul. Los correajes. La pistola enfundada en la sobaquera. Lo miró de frente. Los ojos estriados. Borracho. Amagó una sonrisa cínica. Después pasó la gamuza de la lengua por los dientes. […] Beatriz procuraba disimular las huellas de los malos tratos pero a veces, se derrumbaba llorando en los brazos de su hermano. Ahora, después de desatar el saco con el que había llegado el marido, Herbal vio que quedaba estupefacta, petrificada, como en un vértigo. […] Y ella, venciendo el asco metió las manos y finalmente sacó la cabeza de un cerdo. La mostró, apartándola de sí, dirigiéndola hacia los hombres (Rivas, 1998:102-103).

La actitud de sometimiento de Beatriz la hace acercarse al papel de la prostituta, otra mujer humillada por su esposo, oprimida por una sociedad que creía en unos valores atrasados que presentaban su humillación como si fuera su destino: una mujer tímida, miedosa, sometida a la voluntad de su baboso marido, un marido cruel, malvado, constantemente borracho, que no solo robaba a los más débiles:

¡Viene entero, con rabo y todo! Aquel carajo de vieja no lo quería soltar. Dijo que ya había dado un hijo para Franco,

sino que también

era de los que salían a decomisar víveres por las aldeas. Y quedaba con una parte del botín (Rivas, 1998:103).

Pero Herbal le cuenta a la prostituta su venganza posterior:

Tras entregar al preso en San Simón, volví a Coruña. Me encontré con mi hermana muy enferma. Enferma de la cabeza, quiero decir. Le pegué un tiro al Zalito Puga. Bah, en realidad le pegué tres (Rivas, 1998:199).

Herbal representa, a pesar de su papel de malvado, la venganza de una de las mujeres de su vida contra el hombre que la mantenía intimidada.

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Estas pocas intervenciones de Beatriz, la hermana a la que Herbal considera un tesoro, nos la presentan como una mujer temerosa de su marido; siempre pendiente de él porque la golpeaba sin piedad en cuanto la menor cosa no estaba a su gusto; la hacía pasar por las vivencias más duras y crueles; una mujer, en fin, de las que entonces buscaba el régimen para ser esclavas de sus maridos y siempre siguiendo las normas de estos, sin ningún tipo de voluntad. Para que todas las mujeres se convirtieran en siervas de sus esposos y familiares clamaba en los púlpitos el padre Gomá, uno de los pilares eclesiásticos de la dictadura franquista y uno de los que más las atacó a través de sus escritos. Pero este tipo de mujeres no era algo que hubiera aparecido de pronto ni se las empujó a ser así solo desde la Iglesia. Todos los púlpitos eran pocos para esta institución. Así, pues, desde la Literatura también se venía presentando estos modelos de mujer, siempre para que las conciencias estuvieran absolutamente dominadas: es el caso de dos colecciones literarias de preguerra muy apoyadas por la Iglesia y por la aristocracia cristiana ―la Biblioteca «Patria» de obras premiadas (1904-1931) y Nuestra Novela (1925-1926), esta es incluso más ideológica que literaria. Una mujer, entonces, que nada tenía que ver con Marisa, por lo que podemos decir que solo las mujeres que pertenecían a las clases acomodadas o las religiosas podían mostrarse ante el mundo como adelantadas a su tiempo, con todo lo que eso suponía para ellas y su consideración social.

 

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2.5. La vieja Manila y la Tumbona

 

La última mujer presentada de manera individual en la novela es la dueña del club de alterne, la vieja Manila, y junto a ella aparece el personaje de la Tumbona, la

puta vieja que les enseñaba el oficio a las jovencitas. Les enseñaba, sobre todo, cómo soportar durante el menor tiempo posible el peso del hombre sobre el cuerpo de una, y la regla de oro de cobrar antes del servicio (Rivas, 1998:47)

y en cuya casa vive el pintor al que Herbal mata y con cuyo lápiz se queda.

La dueña del club aparece solo en dos ocasiones, al principio y al final de la novela. Al principio, tras sus palabras diciéndoles a las chicas del club que se preparen para los hombres de los zapatos blancos ―en clara alusión a los que llega​ban en los barcos que transportaban la cocaína―, es el narrador omnisciente quien nos la presenta a través de la visión de María da Visitação sobre ella:

María da Visitação se había dado cuenta de que el humor de Manila dependía de la comida. Cuando disfrutaba en la mesa, las trataba como a hijas. Pero los días en que se descubría gorda, disparaba blasfemias como si quisiese vomitar las grasas (Rivas, 1998:21).

Manila nunca la había golpeado, era fea y se sentía vieja, la propia joven lo dice, y de ella sabemos que Herbal la conoció en la cárcel cuando ella iba a visitar a su hermano, preso también. Una mujer que le dice a Herbal que no quiere chulos, que quiere un hombre que no tenga miedo, está claro lo que busca: un hombre que la defienda, típico comportamiento que se asignaba a las mujeres de la época para seguir manteniéndolas sometidas al poder del hombre. Sin olvidarse de que cree que las chicas se estropearán si se dedican demasiado a leer literatura, como ocurre en el momento en que Herbal y la joven María ven la esquela de Da Barca y ven un poema de Antero de Quental como epitafio.

Y junto a este personaje aparece el de la vieja Tumbona, la que enseña a las chicas jóvenes como María da Visitação a mantener relaciones sexuales. Ambas son mujeres que responden a patrones establecidos: los de las mujeres marginadas y marginales, como también le pasaba a María da Visitação. Ninguna de ellas tres es tenida en cuenta por los estamentos más altos de la sociedad, pero las tres son utilizadas por los hombres para satisfacer sus instintos más primarios. Es decir, no se las tiene en cuenta pero se las necesita para que cumplan con los objetivos diseñados por la sociedad según sus cualidades.

 

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2.6. Personajes femeninos colectivos

 

El resto de personajes femeninos es colectivo. Por un lado están las monjas compañeras de la madre Izarne. Cuando Da Barca se despide de ellas dándoles la bendición, haciendo «la señal de la cruz en el aire», el narrador omnisciente dice: «ellas rieron como muchachitas» (Rivas, 1998:183). En ese momento, el sargento García, que tiene que ponerle las esposas al preso ya que las ordenanzas dicen que es un «destacado elemento desafecto al régimen», se sosiega a pesar de las palabras: «lo había tranquilizado la visión del preso, con aquel ramillete de monjas cautivadas» (Rivas, 1998: 184).

Otro de esos personajes femeninos colectivo es el grupo de costureras que grita e insulta a los guardias que atacan al doctor. El narrador omnisciente, otra vez, tras hacer una descripción física del doctor como un héroe de la Antigüedad, cuenta que la patrulla lo detiene; y pronto la narración pasa a Herbal, que toma la voz para explicarnos que no entendía la razón por la que todos lo defendían:

Los primeros días del alzamiento anduvo huido. Solo había que esperar a que se confiase, a que pensase que la caza amainaba. Cuando por fin se acercó a casa de su madre, se le echaron encima los cinco que formaban la patrulla y él se resistió como un jabalí. La madre gritaba como loca desde la ventana. Pero lo que más les cabreó fue cuando salieron las costureras de un taller que había enfrente. Los maldecían, les escupían, y alguna de aquellas costureritas hasta se atrevió a tirarles de la guerrera y arañarles en el cuello. El doctor Da Barca sangraba por la nariz, por la boca, por las orejas, pero no se rendía. Hasta que él, el guardia Herbal, le acertó un culatazo en la cabeza y cayó de bruces contra el suelo. Y entonces me volví hacia las costureras y les apunté a la barriga. Y de no ser por el sargento Landesa, no sé lo que haría, porque si algo me sublevaba eran aquellas muchachas gritando por él como un coro de viudas. Lo de su madre lo entendía, pero lo de ellas me quitaba de mis casillas. Y entonces solté lo que me roía por dentro. ¿Qué carajo le veis a este cabrón? ¿Qué os da? ¡Putas, que sois todas unas putas! (Rivas, 1998:54-55).

Para terminar, y enlazando con esta última cita, concretamente con las últimas palabras de Herbal increpando a las costureras, es importante otra cita que agrupa la visión que gran parte de la sociedad, sobre todo los guardias y los poderes fácticos, tenían de la mujer. Cuando la madre Izarne descubre que Herbal controla la correspondencia de Da Barca, lo insulta y le dice que está enfermo y que solo se curará rezando. Herbal le dice que ya reza pero que aun así no se le arregla, y ella lo manda al infierno yéndose con la carta de Marisa al doctor que Herbal había interceptado. Entonces Herbal le comenta al inspector Arias, de la policía, lo sucedido. Tras decirle que tenga cuidado con las monjas y que nunca se cruce en el camino de estas porque de otro modo acabará en el infierno, el narrador cede la palabra al propio inspector Arias:

En España no habrá nunca una dictadura perfecta, al estilo de la de Hitler, que funciona como un reloj. ¿Y sabes por qué, cabo? Por culpa de las mujeres. Las mujeres. En España, la mitad de las mujeres son putas y la otra mitad monjas. Lo siento por ti. A mí me ha tocado la primera mitad (Rivas, 1998:173).

Esta visión de las mujeres, desgraciadamente actual aún hoy por la influencia política tan fuerte que sufrieron las instituciones durante el franquismo, era entonces una forma de pensar habitual; además se presenta a las mujeres en dos grupos bien diferenciados: las que venden su cuerpo y las que son monjas. Esta dicotomía nos presenta un laberinto de fácil solución: ​​de las primeras se aprovechan las clases altas para satisfacer sus necesidades afectivas y sexuales y ​a ​las segundas las puede​n​ utilizar para los más diversos fi​​nes. Esta España que representan estos dos tipos tan distintos de mujeres representan también esas dos facciones enfrentadas que aún vertebran España. Poco ha sido el avance que en este terreno se ha conseguido en un país de hondo calado religioso.

 

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3. La obra de Manuel Rivas en el canon actual de literatura juvenil recomendado por los profesionales de la educación

Obras

¿Deberíamos incluir los profesionales de la educación la obra de Manuel Rivas, no solo El lápiz del carpintero, dentro de las lecturas que habitualmente recomendamos como lecturas obligatorias, o como sugerencias, a nuestros alumnos?

Lo primero que debemos tener en cuenta es la edad a la que vamos a destinar la lectura que proponemos. Sus obras se pueden presentar para lectura en los dos últimos cursos de la Enseñanza Secundaria, si bien sus cuentos pueden leerse y trabajarse incluso antes, así que expondré mis razones a favor de dicha propuesta.

Los personajes femeninos, que debemos presentar como modelos a los alumnos, se dividen en dos tipos bien diferenciados: mujeres heroicas y adelantadas a su tiempo (modelos directos), que suelen ser las protagonistas de las historias, las que luchan por sus ideales, habitualmente opuestos a los establecidos en su época; y mujeres que sufren por vivir en su época y que son castigadas por ello, a pesar de ser mujeres buenas y de comportarse siguiendo esas normas establecidas en su momento. Creo que es fundamental presentar esos modelos a nuestros alumnos para que situaciones de las que hoy en día se dan, vayan desapareciendo poco a poco.

En la mayor parte de las obras de Manuel Rivas hay alusiones a la guerra civil y a sus consecuencias. El autor gallego es, de acuerdo con muchos críticos de su obra, portavoz de un silenciado dolor propio del pueblo gallego y está interesado en expresar palabras colectivas y heridas a través de reflexiones sobre la historia de la Galicia del último siglo ―y no solo en el tema de la guerra civil sino en otros que han marcado al pueblo gallego, como los relacionados con las drogas y la corrupción―.

Aunque Rivas no vivió los momentos más convulsos del franquismo ―nació a finales de 1957― en su obra ocupan un lugar privilegiado emigrantes, fusilados y perseguidos, protagonistas de uno de los períodos más difíciles de la historia reciente de España. Rivas se marca la exigencia de reflexionar y escribir sobre estos asuntos porque sufrió muchas de las consecuencias de nuestra guerra civil y esta necesidad interior es la que lo lleva a interesarse por el pasado, el presente y el futuro de un pueblo y de una historia de los cuales él, en cuanto gallego, forma parte. Es el propio Manuel Rivas quien afirma que si muchos autores de su generación están interesados en escribir sobre la Guerra Civil y sus consecuencias

posiblemente se debe a que hay una sensación de cierto vacío, […] hay una necesidad de que quedan muchas cosas por decir y desde distintas perspectivas (Tejeda, 2003).

La represión franquista, afirma el propio Rivas,

fue algo terrible e inmisericorde […] puesto que afectó a muchísimas generaciones. Hay una sensación de pérdida de tiempo para muchas generaciones, de robo de sus vidas […]. También cabía el miedo para todo, el no poder hablar, el robarte las palabras que te amargaban la vida. Era una amargura total que además aquí significó emigración porque hubo mucha pobreza, así que la emigración era otra forma de exilio (Tejeda, 2003).

Para el autor

en Galicia el pueblo ya no tenía ni pan ni libertad: muchísimos fueron los gallegos que tuvieron que salir de España (Tejeda, 2003).

El tema de la guerra civil supone también no permitir que nuestros alumnos olviden el horror de una guerra que tantos problemas ha traído y trae al país y a sus gentes, y siempre relacionado con este tema aparecen en Rivas los temas de la emigración y de la memoria histórica, que deben enseñarse a los alumnos, que, en muchas ocasiones, lo entienden más fácilmente a través de la literatura que si solo se lo explicamos de forma teórica.

Rivas presenta personajes siempre enfrentados en su visión de la vida y del mundo ―aunque en muchas ocasiones sean maniqueos―, lo que permite a nuestro alumnado ver las distintas versiones que sobre un mismo hecho se dan y así hacerse su propia idea de ciertos momentos históricos. Utiliza el mundo de la religión para criticarlo desde dentro de sí mismo, otra cuestión sobre la que siempre trabaja de la misma forma y que es importante que nuestro alumnado conozca para concebir su propia opinión.

Y la última razón que propongo es que en todas las obras de Rivas hay dos cosas que creo que es fundamental que aprenda nuestro alumnado: los momentos líricos que siempre aparecen en sus obras y la actualidad de muchas de sus alusiones. Para cerrar veamos dos ejemplos en nuestra novela:

Había una leyenda en torno a Pepe Sánchez. En vísperas de las elecciones de 1936, cuando ya se intuía la victoria de las izquierdas, proliferaron en Galicia las llamadas Misiones. Eran predicaciones al aire libre, dirigidas sobre todo a las mujeres campesinas, entre las que los reaccionarios cosechaban más votos. Los sermones eran apocalípticos. Vaticinaban plagas terribles. Hombres y mujeres fornicarían como animales. Los revolucionarios separarían a los hijos de sus madres en cuanto saliesen de sus vientres para educarlos en el ateísmo. Se llevarían las vacas sin pagar un duro. Y sacarían en procesión a Lenin o a Bakunin en vez de a la Virgen María o al Santo Cristo (Rivas, 1998:86).

A Pepe Sánchez lo fusilaron un amanecer lluvioso de otoño del 38. La víspera, las palabras desaparecieron de la prisión. Lo que quedaba de ellas eran despojos en el chillido de las gaviotas. El lamento de un pasador en la garganta del cerrojo. Las boqueadas de los sumideros. Y entonces Pepe se puso a cantar. Cantó toda la noche acompañado desde sus celdas por los músicos de la Orquesta Cinco Estrellas, con sus instrumentos de aire. Cuando se lo llevaban, con el cura detrás murmurando una oración, aún tuvo humor para gritar por el pasillo: ¡Vamos a tomar el cielo! ¡Yo bien puedo entrar por el ojo de la aguja! (Rivas, 1998:88).

¿Repetirá España sus errores? ¿Y por qué no probamos a educar a través de la literatura, a través de obras como las de Manuel Rivas, que nos ayuden a no repetir esos errores? Enseñemos y practiquemos la igualdad, mostremos modelos femeninos para que nuestros jóvenes los sientan como suyos, como formando parte de ese acervo cultural que las distintas generaciones deben enseñar a sus descendientes. Solo la educación nos hará libres, una educación marcada por los sentimientos y el ejemplo diario de lo que intentamos enseñar.

En todas las obras de Manuel Rivas hay modelos femeninos para enseñar a nuestros jóvenes, para mostrarles que otros mundos y otras formas de enfrentarse al mundo son posibles. Hagámosles sentir que la literatura es otro mundo al que pueden acudir para conocer lo que ha pasado en nuestro país y para que sus mentes les ayuden a entender que su propia forma de comportarse es la que puede llevarnos a cumplir sueños y utopías, o a no hacerlo.

 

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Lecturas recomendadas

He aquí algunas de las cubiertas de las novelas o colecciones de cuentos de Manuel Rivas que podemos sugerir a nuestros alumnos y sobre los que la red nos proporciona variados recursos de explotación.

Obras

 

Obras

 

4. Referencias

Las fotografías de este artículo pertenecen a la versión cinematográfica de 2003 de El lápiz del carpintero, dirigida por Anton Reixa y con guión propio y de Xosé Morais, protagonizada por Tristán Ulloa, Luis Tosar, María Adánez, Nancho Novo y María Pujalte. Producida por Socine / Morena Films.

 

4.1. Bibliografía

  • HINES-BROOKS, Shelly (2010): «Recordando y reconstruyendo el pasado en el presente con bicicletas y lápices: textos despolitizados como lugares de memoria de la Guerra Civil española», Divergencias: Revista de estudios lingüísticos y literarios, VIII, 1. pp. 20-22. Versión en línea en pdf en University of Alabama. Consultado 07.05.2016.
  • MARTINI, Elena (2011): El lápiz de la memoria: la Guerra Civil en Manuel Rivas, Universidad de Padua, Facultad de Filosofía y Letras.
  • RIVAS, Manuel (1998): El lápiz del carpintero, Madrid, Alfaguara.
  • SANTOS ARAUJO, Gracineia dos (2014): «La condición social de los personajes de la novela El lápiz del carpintero, del escritor Manuel Rivas», SOLETRAS, n. 27 (jan.-jun. 2014), UERJ - Universidade do Estado do Rio de Janeiro. Versión en línea en pdf.
  • TEJEDA, Armando (2003): «Manuel Rivas: mi primer libro fue la memoria de mi madre», Babab, XIX, mayo 2003. En línea en página web. Consultado: 10.06.2016.
  • TORRES BOUZAS, Celia (1998): «Esta é unha grande historia de amor, melancolía e libertade», Xerais Online, XXXII.

 

4.2. Créditos del artículo, versión y licencia

FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, A. (2016). «Las mujeres en El lápiz del carpintero de Manuel Rivas: ¿adelantadas a su tiempo?». Letra 15. Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid. Año III. Nº 6. ISSN 2341-1643 [URI: http://letra15.es/L15-06/L15-06-12-Alejandro.Fernandez.Gonzalez-Las.mujeres.en.el.lapiz.del.carpintero.de.Manuel.Rivas.html]

Recibido: 8 de julio de 2016.

Aceptado: 21 de septiembre de 2016.

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