Letra 15. Revista digital
Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid - ISSN 2341-1643

Sección NUEVAS VOCES

La lectura de los clásicos en la adolescencia

Amalia Castellot de Miguel

 

La autora actualmente cursa el Máster de Formación de Profesorado en la Universidad Complutense de Madrid.

amacaste@ucm.es

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Resumen / Abstract

Resumen.

Los clásicos son un patrimonio cultural compartido por los hablantes de una misma lengua. Suponen, además, un enriquecimiento personal especialmente útil en la etapa de la adolescencia. El problema del docente surge a la hora de acercar estos clásicos a sus alumnos, que en ocasiones ni siquiera tienen un hábito lector. Es entonces cuando tiene que apostar por la literatura juvenil o las adaptaciones.

Palabras clave: Clásicos, literatura juvenil, adaptaciones, canon literario.

Reading classics in the teenage years

Abstract.

Classics are a cultural heritage shared by speakers of the same language. They also imply a personal enrichment, that is especially useful in adolescence. The problem of the teacher arises when he tries to introduce these classics to their students, who sometimes do not even have a reading habit. That is when they have to rely on youth literature or adaptations.

Keywords: Classics, young people's literature, adaptations, literary canon.

1. Introducción

Sobre la necesidad de leer a los clásicos se ha debatido en numerosas ocasiones. En realidad, el conflicto surge a la hora de intentar establecer qué obras entran bajo esta categoría o, dicho de otra forma, qué obras constituyen el tan nombrado canon literario. Mayor es el problema cuando se intenta establecer un canon para lectores jóvenes o en edad de formación. Pudiera haber quien considere innecesario, impracticable o incluso infructuoso que los adolescentes lean este tipo de obras, al pensar que el mensaje final escapa a su comprensión y que una toma de contacto apresurada con textos demasiado complejos puede generar en ese joven lector un fuerte rechazo hacia la literatura.

Sin embargo, una vez concluida la etapa escolar, muchas personas no tienen ocasión de adquirir ese conocimiento de los clásicos si no lo hicieron en su juventud; bien por falta de tiempo, bien por falta de interés o bien porque su terreno profesional les ha llevado por otros caminos muy alejados de la literatura. Si nunca se les inicia en la lectura de estas obras, es más que probable que jamás lo hagan por su cuenta. Hay que encontrar, por tanto, una forma de acercar este tipo de literatura a ese público joven no especializado.

 

2. La importancia de los clásicos

Lo primero que conviene recordar, es que la lectura de los clásicos es mucho más que un acto de erudición. Eliacer Cansino habla de la importancia de los clásicos en la formación de la conciencia colectiva (2007: 31).

     Se trata de obras que trascienden más allá del individuo y sus circunstancias. Son un patrimonio cultural compartido por los hablantes de una misma lengua, por los habitantes de una misma región o incluso por la humanidad entera. Por ello mismo, participar de este conocimiento colectivo es esencial no solo en un ámbito académico, sino también en el ámbito social. Su universalidad excede a la propia literatura, haciendo que formen parte de la vida. Sirva de ejemplo el hecho de que el lenguaje coloquial está plagado de referencias a los clásicos (ser un donjuán, un romeo, una celestina, un lazarillo…). Ya lo dice Rosa Navarro Durán:

al no leer a nuestros clásicos no solo perdemos la posibilidad de gozar de una inmensa mina de diversión, sino también prescindimos de nuestros referentes culturales (2006: 18).

Ilustración del libro Estanislao Zuleta, maestro de la literatura, de Álvaro Bautista. Edit. Fundación Estanislao Zuleta. Cali. Colombia.

No obstante, en sentido estricto no es necesario leer a los clásicos para formar parte de esa cultura colectiva. Cansino (2007: 34) introduce el término de «oidor» para referirse a quien posee un conocimiento indirecto de estas obras, porque ha oído hablar de ellas pero no las ha leído por sí mismo. Esta es la forma más habitual de acceso a los clásicos y es la que siguen los alumnos de secundaria cuando sus profesores les hablan de los autores renombrados del pasado. Es la que permite el entendimiento de referencias básicas como las del párrafo anterior o de frases hechas como «los sueños, sueños son». Se trata de un encuentro superficial con las obras y los autores, que a veces ni siquiera alcanza el nivel argumental y mucho menos el significado profundo del texto. En ocasiones, ni siquiera leyendo un clásico se consigue ir más allá de su interpretación literal, sino que se requiere un lector especialmente interesado ─lo que Cansino llama lector apasionado─.

Si no es, entonces, necesario para la conciencia colectiva, ¿para qué leer un clásico? En primer lugar, para saber transmitirlo. Para que el clásico perviva en el tiempo y no muera en una generación. Si los reducimos a meras expresiones coloquiales o a frases hechas, acabarán perdiéndose como tantos otros modismos del lenguaje. Y, en segundo y más importante lugar, porque los clásicos ─como ya señala Cansino (2007: 32)─ nos llevan más allá de nuestro tiempo y amplían nuestra visión del mundo. Suponen un enriquecimiento personal más útil del que se puede encontrar en otros libros, en cuanto a que son universales, han servido de inspiración para obras posteriores y permiten el acercamiento a otras épocas o momentos históricos. Este enriquecimiento personal es una parte esencial en la formación de una persona y es por ello por lo que, con ciertas consideraciones, los clásicos son una lectura especialmente útil en la adolescencia.

 

3. Clásicos adaptados

Un debate interesante es el de si existen distintas formas de leer, en función de la edad. ¿Leen igual un adolescente, un joven, un adulto y una persona que ya ha alcanzado la madurez? ¿Tienen los mismos ritmos de lectura, la misma capacidad cognitiva o la misma habilidad para detectar metáforas y referencias literarias? La intuición y lo que sabemos sobre el cerebro adolescentenos sugieren que no, aunque sería necesario respaldar esta afirmación con una investigación más detallada. Lo que sí se puede afirmar, sin temor a equivocarse, es que la experiencia vital del lector influye sobre la impresión que le va a transmitir una obra. Por eso, se entienden perfectamente las palabras de Italo Calvino cuando dice que es diferente leer un clásico durante la juventud que durante la madurez:

[…] leer por primera vez un gran libro en la edad madura es un placer extraordinario: diferente (pero no se puede decir que sea mayor o menor) que el de haberlo leído en la juventud. La juventud comunica a la lectura, como a cualquier otra experiencia, un sabor particular y una particular importancia, mientras que en la madurez se aprecian (deberían apreciarse) muchos detalles, niveles y significados más. […] En realidad, las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia, distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de la vida. Pueden ser (tal vez al mismo tiempo) formativas en el sentido de que dan una forma a la experiencia futura, proporcionando modelos, contenidos, términos de comparación, esquemas de clasificación, escalas de valores, paradigmas de belleza: cosas todas ellas que siguen actuando, aunque del libro leído en la juventud poco o nada se recuerde. Al releerlo en la edad madura, sucede que vuelven a encontrarse esas constantes que ahora forman parte de nuestros mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado. Hay en la obra una fuerza especial que consigue hacerse olvidar como tal, pero que deja su simiente (1993: 7-8).

También Rosa Navarro Durán alude a que el adolescente es un lector peculiar, que ─al estar en proceso de formación─ encuentra más dificultades que un adulto cuando intenta acercarse a estas obras catalogadas como “clásicas» o «modélicas»: 

Como es lógico, ni la capacidad lectora de los niños ni de los adolescentes, ni sus conocimientos de la lengua, les permiten leer, ni con gusto, ni con aprovechamiento, buena parte de nuestros clásicos, porque muchos están escritos en una lengua que no es exactamente igual a la que ahora usamos, al tener variantes léxicas o sintácticas propias de su época; o simplemente, por su misma condición de obra de arte, que nos habla de su belleza estilística, de su complejidad; y así, gozar de ella supone un lector ya formado. No es ninguna exageración decir que, en definitiva, las páginas de estas obras están cerradas para los aprendices. Imponerles la lectura del Quijote o del Cantar de mio Cid —o del Guzmán de Alfarache o del Conde Lucanor— es hoy un imposible o un camino hacia el fracaso, o incluso peor: una forma de que tengan una experiencia tan negativa que nunca más quieran oír hablar de estas extraordinarias obras y que vivan la lectura como un suplicio (2006: 18).

Así pues, la lectura de los clásicos en la adolescencia ─a pesar de ser una experiencia formativa─ puede conllevar la incomprensión del texto y por tanto el fracaso de lo que se pretende. Es aquí donde cabe plantearse la posibilidad de hacer algo con estos textos para acercarlos al público juvenil: las adaptaciones.

Clasificación de libros en una biblioteca. El color naranja se aplica a libros clásicos adaptados a niños o jóvenes.

Las adaptaciones no pretenden ser un sustituto del original, o al menos solo pretenden serlo en una primera etapa de acercamiento. Si presentamos una versión adaptada del Quijote a nuestros alumnos, las posibilidades de que años después decidan leerlo por su cuenta aumentan con respecto a las posibilidades de que lean y entiendan la obra original si se les exige como lectura obligatoria en Secundaria.

Las características de una buena adaptación, según Rosa Navarro son:

la selección de pasajes esenciales, el lenguaje accesible y la absoluta fidelidad al modelo (2006: 19).

Es importante que la adaptación esté bien hecha, porque si es infiel al original, se estaría presentando una historia diferente y creando una idea equivocada en un joven aprendiz. Rosa Navarro ejemplifica esta teoría acerca de las adaptaciones con algunos de sus trabajos en este campo, como la adaptación que hizo del Quijote. Su metodología me parece acertada, aunque quizá yo no habría eliminado todos los relatos insertados en la primera parte, porque el juego de planos es una parte esencial de la obra y además es algo a lo que los adolescentes están acostumbrados al verlo constantemente en películas y series de televisión.

 

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4. La literatura juvenil

La alternativa del docente si descarta la lectura de los clásicos ─adaptados o no─ es lo que se ha dado en llamar literatura juvenil, término discutido por muchos, que alude a una literatura escrita para un público específico que se encuentra entre la infancia y la edad adulta. Esta opción atiende a una supuesta falta de formación lectora en los jóvenes y a la necesidad, por tanto, de adaptar la enseñanza. Jaime García Padrino (2001) lo expresa con estas palabras:

[…] buena parte del profesorado que ha debido asumir la docencia en la actual Educación Secundaria, se queja de la falta de gustos literarios en los jóvenes actuales, o de su mala formación lectora. Ante semejante constatación, esos docentes se han convencido de que una enseñanza de la lengua y la literatura fundamentada en unos textos y autores clásicos, de valores tan indiscutibles como apartados de la mentalidad de los jóvenes actuales, carece ya de vigencia, por resultar escasamente eficaz para el desarrollo de los objetivos de una auténtica formación integral.

De esta forma, se concibe esa literatura juvenil como una literatura de transición, con la idea de que sirva como eslabón para enlazar posteriormente con la literatura general. Sin embargo, cabe preguntarse si los alumnos serán capaces de dar este paso por sí solos en el futuro, si únicamente se los educa en la lectura de estos libros juveniles. Alguien podría alegar que esta medida solo contribuye a empeorar su formación lectora, pues les enseña a leer un tipo de literatura no canónica. No obstante, no hay que suponer que una obra es mala solo por llevar la etiqueta de juvenil. Estas obras también se seleccionan, en lo que podría llamarse un canon literario de aula o canon literario juvenil. Además, este tipo de libros cumplen una función muy importante: al tratar temas de interés para el adolescente, con los cuales se sienten identificados (amor, desamor, rebeldía, relaciones familiares conflictivas, amistad, etc.) son ideales para trabajar indirectamente la personalidad en desarrollo de los jóvenes a esta edad. Permiten profundizar en la resolución de conflictos, en la empatía y en el autoconocimiento. Funciones que, si no están en la base del concepto de literatura, sí tienen que ver con ella en cuanto a que se trata de una obra de arte y de una ciencia humanística.

En realidad, bajo mi punto de vista, la adaptación de un clásico y la literatura juvenil persiguen objetivos diferentes: mientras que el primero intenta acercar obras modélicas y complejas a un lector en formación, la literatura juvenil intenta generar un hábito de lectura a quienes carecen de él. En este sentido, ambas metodologías son útiles y complementarias: en algún punto de su formación, los adolescentes deberán tener un acercamiento a los clásicos, pero para ello, primero ha tenido que haber un acercamiento a la lectura. En palabras de Antonio Mendoza Fillola,

la competencia lectora (que es un componente de la competencia literaria) es la llave que abre el acceso a la interacción entre el texto y el lector, y también, hay que destacarlo, al goce estético (2002).

Si se carece de dicha competencia lectora, no tiene sentido ni se podrá desarrollar la competencia literaria.

 

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5. Referencias

El presente trabajo fue presentado en la asignatura Didáctica de la literatura, del Máster de Formación de Profesorado de la Universidad Complutense de Madrid, impartida por la Profesora Silvia Agosto, en octubre de 2016.

5.1. Cita

 1  En este sentido, resulta interesante el análisis del funcionamiento del cerebro adolescente llevado a cabo por la Universidad de Navarra dentro del proyecto Los secretos de tu cerebro, que se encuentra disponible en línea.

 

5.2. Bibliografía

  • CALVINO, Italo (1993). ¿Por qué leer los clásicos?, Aurora Bernández (tr.). México: Editorial Patria.
  • CANSINO, Eliacer (2007): «¿Para qué queremos a los clásicos?», Lazarillo, nº 18, pp. 31-35.
  • GARCÍA PADRINO, Jaime (2001). «Vuelve la polémica: ¿existe la Literatura... Juvenil?», Cuatrogatos: revista de literatura infantil, nº8.
  • MENDOZA FILLOLA, Antonio (2002). «La renovación del canon escolar: la integración de la literatura infantil y juvenil en la formación literaria», en Mª del Carmen Hoyos Ragel et al., El reto de la lectura en el siglo XXI, Granada: Grupo editorial Universitario, Universidad de Granada, pp.21-38. Reproducción digital [Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2008].
  • NAVARRO DURÁN, Rosa (2006). «¿Por qué adaptar los clásicos?», Tk, nº 18, pp. 17-26.

 

5.3. Créditos del artículo, versión y licencia

CASTELLOT DE MIGUEL, A. (2016). «La lectura de los clásicos en la adolescencia». Letra 15. Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid. Año III. Nº 6. ISSN 2341-1643 [URI: http://letra15.es/L15-06/L15-06-22-Nuevas.voces-Amalia.Castellot.de.Miguel-La.lectura.de.los.clasicos.html]

Recibido: 2 de noviembre de 2016.

Aceptado: 9 de noviembre de 2016.

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