Letra 15. Revista digital
Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid - ISSN 2341-1643

Sección ARTÍCULOS

Miguel Delibes y Cardoso Pires, más acá de los «ismos»: en el postrero, la ‘Parábola del náufrago’ y ‘Jogos de Azar’

Luis Cañizal de la Fuente

Luis Cañizal de la Fuente

El autor es catedrático de Lengua española y Literatura del Instituto San Isidro de Madrid, donde ha sido docente desde 1976 hasta 2006. Recientemente ha publicado en línea el poemario Notas para la próxima existencia (2018) y su obra en prosa Perséfono. Digresiones en caída libre (2019).

ludocanizal@gmail.com

Resumen / Abstract

Resumen.

El artículo es un estudio de la novela de Delibes «Parábola del náufrago». Dónde y cómo empezó todo: en Praga, con los sucesos de aquella primavera, y Delibes allí, en viaje de conferencias. De vuelta a España, escribe la novela-alegoría de todo ello, con un oficinista checo-español-universal representante de la condición humana de los hundidos de la sociedad. De profesión, oficinista humilde-humillado. La novela está escrita en tandas (de tres tipos) que se alternan sin orden establecido ni previsible. Avances y retrocesos, en los escenarios y en el tiempo. También va desquiciada la expresión y hasta la grafía, al compás de la peripecia. Se apela a los hablantes rurales. Y a Kafka. ¿Cómo salió Delibes de esa aporía? Con «Las guerras de nuestros antepasados». La equivalencia en Portugal: Cardoso Pires.

Palabras clave: expresionismo, Kafka, Praga, reiteraciones, onomatopeyas, scriptorium, sumar, erratas, esperpento, autócrata, seto, rural, parchís, portugués, mecánico, topónimos.

Miguel Delibes and Cardoso Pires, closer to isms: in his final «The Parable of the Castaway» and «Games of Fate»

Abstract.

The article is a study of the novel by Delibes «Parable of the Castaway». Where and how it all started: in Prague, with that Spring’s events, and with Delibes on a lecture trip. Once back to Spain, he wrote the novel-allegory of everything, with a Czech-Spanish clerk depicting the humble human condition of those who are at the bottom of the society. The novel is written in three different rounds which alternate without any obvious or established order. Progress and setback as far as settings and time is concerned. It also goes with the deranged expression and the graph, to the beat of the unexpected event. It calls to the rural speakers. And to Kafka. How did Delibes get out of that aporia? With «The wars of our ancestors». Its Portuguese equivalent is Cardoso Pires.

Keywords: expressionism, Kafka, repetitions, onomatopoeias, scriptorium, adding, errata, grotesque, autocrat, fences and hedges, rural, parcheesi, Portuguese, mechanic, place names .

 

Cartel de la exposición conmemorativa en la Biblioteca Nacional de España en 2020.

§ 1. Anclaje histórico

No se puede analizar la Parábola del náufrago sin verla dependiente de los sucesos de Praga en el verano de 1968, cuyo preludio había presenciado Delibes durante su estancia en dicha ciudad, abril del mismo año.

Para no dejar la novela demasiado pendiente de la Primavera de Praga, crónicas delibesianas de aquel viaje y sucesos posteriores en el país, observemos solamente que la Parábola del náufrago supone un quiebro chocante dentro de la trayectoria del escritor. Hasta el punto de que, por lo menos, su novela siguiente, Las guerras de nuestros antepasados, presenta algunos de los mismos tics ─y esto no es menospreciarla─ que la Parábola. Pero ya los examinaremos después. Por el momento, urge denominar seriamente el estilo, la armazón y el planteamiento de la novela; y tal denominación es la de Expresionismo. Sí: el Expresionismo histórico (1910, pongamos) redivivo. Arte deshumanizado, estilo cortado a hachazos, tono exasperado, cierto ingenuismo, a ratos, que suena a hueco ─y todo alimenta─; humorismo de carcajada brutal cuando se da.

Sería demasiado fácil descansar sobre el aserto de que Delibes, con todo ese pertrecho, homenajea a Kafka, en cuya ciudad habían transcurrido esas semanas del autor en la primavera de 1968. Tal homenaje es cierto, claro. Pero no es asunto pasajero. La experiencia le queda dentro al autor. Veamos cómo.

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§ 2. Estructura externa

La novela está dedicada «A Jacinto San José / A Giacint Sviatoi Iósif»,  que es el mismo pero en versión rusa; el mismo material humano, quiero decir. Sólo que en vez de tratarlo desde el momento histórico checo, que ya lo han hecho otras críticas a la novela, prefiero mirarlo dentro de la trayectoria general de Delibes: Jacinto es de la pasta humana de los sanjosé: no olvidemos que la coprotagonista de La hoja roja [1959] es Desi San José, que ni siquiera sabe escribir, y que, cuando su señorito, el viejo Eloy, la enseña a escribir, firma Desi Sajosé en la carta que escribe a su remana (hermana), como ella pone.

Esto no es sarcasmo: es encajar humanamente a los personajes dentro de la sociedad: son los aplastados de la sociedad, como los llama Jiménez Lozano, y lo hace compasivamente desde la vividura cristiana (aunque… heterodoxa, digamos).

La novela se desarrolla y avanza en tres series, llamémoslas así, que se turnan, pero nunca en el mismo orden, y siempre sin avisar:

I. Serie del automatismo gráfico; va en tercera persona. Se caracteriza, fundamentalmente, por ir los signos de puntuación expresados cada uno con su palabra.

II. Serie de la cursiva (Jacinto habla consigo mismo delante del espejo: persona ).

III. Serie de la narración tradicional, pero que incluye a cada paso precisiones redundantes y reiterativas entre paréntesis: con ello se acerca al automatismo gráfico. En estas tiradas es donde se multiplican las onomatopeyas. Ya veremos qué explicación puede tener esto último.

Cada poco trecho, hay «avisos del narrador omnisciente» que reordenan la narración, dentro de sus avances y retrocesos. Ejemplos (p. 25):

Mas todo esto aconteció unos días después de que Jacinto se marease en la oficina al hacer ceros.

Otro (p. 39):

Pero todo esto ocurría después de que Jacinto se mareara en la oficina al hacer ceros.

Naturalmente, lo anterior no pretende «ordenarle» la novela a lector alguno, porque la narración y la peripecia tiene que ganársela cada lector por sí mismo. Lo cual no quiere decir que se trate de una novela para masoquistas, claro, sino describir la operación que todos y cada uno hacemos al avanzar en sus páginas: recontarnos la novela en nuestra memoria, y así vamos haciéndola como aventura personal. Porque aventura es leer la Parábola del náufrago, y aventura amena. No exagero.

Sobrecubierta de la primera edición: colección Áncora y Delfín, n.º 329. En el colofón: «Barcelona, julio de 1969».

 

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§ 3. Avances, retrocesos y escenarios

Por muchos rasgos descriptivos, la sociedad en que Jacinto vive podría ser medieval. Su centro de trabajo ─el Centro, sin más─ se parece mucho a un monasterio, ni siquiera «de los de tres en celda». Y la actividad que en él desarrollan él y sus colegas tampoco está muy alejada de las del scriptorium: escriben palabras y suman sumandos. Eso es todo. Véase la muestra (p. 17):

La caligrafía de Jacinto es minuciosa, lo mismo la inglesa que la redondilla que, en casos excepcionales (por ejemplo cuando realiza un pergamino de encargo), la gótica o la carolina cuyos tipos garrapatea con una precisión y una pulcritud impecables.

Y más adelante (p. 18):

Para sus labores utiliza tres tonos de tinta: azul, verde y rojo, azul para los enunciados […] y rojo y verde para los guarismos, y tres tipos de plumines: corona, cigüeña y cervantina.

Pero otras veces y por otros respectos, el lugar de trabajo, sus actividades y las actitudes de los compañeros y de los superiores se parecen mucho a un colegio, sin ahorrar sadismo.

El otro escenario al que se traslada la evocación, es la ciudad y la casa de vecindad. De ninguna de las dos se dice el nombre ni el número, pero sí del vecindario: de la dueña de la pensión y de las vecinas con las que Jacinto juega al parchís.

Toda la peripecia empieza ─«empezó»─ cuando Jacinto, en su trabajo, se preguntó «qué sumaban ellos» (p. 59):

Jacinto intentó hacer ver a Darío Esteban [el capataz, por abreviar] la conveniencia de informar al personal sobre las cifras que sumaban.

Ahora bien, la respuesta había aparecido mucho antes (p. 35):

…Y, al cabo de media hora, oye la voz grave de Darío Esteban que repite monótonamente: […] ‘Ustedes no suman dólares, ni francos suizos, ni lingotes, ni kilovatios-hora, ni negros, ni señoritas en camisón, ¿me comprende? Ustedes suman SUMANDOS, ¿me oye?’.

Detalle de la máquina de escribir de Delibes, un regalo de su mujer, aunque él prefería escribir a mano. Exposición de la Biblioteca Nacional de España.

La reiteración del motivo a tanta distancia e invirtiendo el orden de aparición dará idea… más que de la estructura de la novela, de cómo ella quiere imitar la cavilosidad del protagonista. Porque la novela, en sí, lo que está es desestructurada, y bien adrede. Ofreceré otro ejemplo: una vez que Jacinto ha sido confinado a esa especie de [risueño] campo de castigo por preguntar qué sumaban ellos, y con el encargo de sembrar el seto, la acción da frenazo y marcha atrás: a las tardes de los domingos en la ciudad (cuyo nombre, por cierto, nunca se dice) (p. 39):

…Las tardes de los domingos, que suele dedicar a jugar al parchís con doña Palmira, doña Presenta, la cuñada de su patrona, y la señorita Josefita, la huérfana del piso de abajo…,

y se inserta una secuencia que transcurre en dicho escenario y tiempo. ¿Está claro el [des]orden? «Tenebrosamente claro», como contesta a Juan de Mairena un discípulo.

¡Pues todavía falta por computar la serie evocadora de la peripecia ocurrida con Genaro!, llamado Gen porque ha sido degradado a perro, así, como suena. Las secuencias dedicadas a la peripecia de Genaro, sus hijos y Jacinto de paseo por el campo, siempre se cuentan con las características de la serie I.

 

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§ 4. Cuanto peor, mejor

Tal vez fuera buena idea entremeter ahora, como diversivo, un particular que intriga mucho en la novela, al menos en esta su primera edición: de cuando en cuando, aparecen… pifias gráficas que no siempre pueden ser atribuidas a error mecánico. No siempre, ni mucho menos.  Tienen todo el aspecto y la dinámica de intencionadas. Un puñado de muestras, todas en la misma página (94): «…Su par de dientes careados»; «siente el brazo descuajeringado»; «la algarabía… de gorgeos, trinos y graznidos»; por supuesto que en la novela no van en cursiva.

Página 94 de la edición de 1969, con las expresiones (¿erratas?) «dientes careados», «descuajeringado» y «gorgeos».

Detengámonos un momento a pensar sobre esta frecuencia (luego vendrán más muestras, para que se vea el jaez y la cercanía entre sus páginas): no puede deberse a que el escritor las dejase pasar: si él no pudo corregir pruebas, correctores tienen (tenían) las editoriales.

¿No pudo tratarse de un elemento más de disolución abandonado en una novela disolvente de principio a fin?, y disolvente adrede, claro. No se olvide que, en ella, hay un episodio que versa sobre un idioma nuevo que ha ideado el protagonista: el Contro, y consiste en un sistema (?) de reducción (compresión) de las palabras del castellano para poner coto a toda verborrea, a fin de conseguir la paz. Págs. 97-105. Elocuentemente, la experiencia fracasa. Pero no puedo reprimir el deseo de ofrecer un par de muestras habladas en contro, a fin de considerar el parecido que tienen con las supuestas erratas (p. 104):

…Eutilio Crespo perdió la cabeza y le voceó: ‘¡Eres un dicto y un gilipas!’, le dijo, y aunque Jacinto apeló débilmente a su condición de Preso de la asociación recién construida, Eutilio Crespo, fuera de sí (…) cerró a voces toda posibilidad de acuerdo: ‘¡Pues el Preso me toca a mí los cojos!’, chilló…

No se trata de ponerse complaciente (contra toda razón), sino de dejarse llevar por el torbellino palabrero sobre el que la novela está edificada: secundar la tendencia del texto que uno tiene entre las manos; y dejándose llevar, le saca uno partido hasta a las erratas más evidentes (p. 106):

…Y así que el doctor  abre la puerta y le dice [a Jacinto] ‘pase’, pasa, mas de inmediato, ya en el dintel, la mano del doctor le atenaza…,

por más que ésta no sea errata, sino pifia del escritor.

«Escritores he leído yo que al pasar a una habitación pisan el dintel», recuerdo que dice Azorín, con una burla suave y benigna, en una página que ahora no sería yo capaz de encontrar, pero de cuya sustancia garantizo la autenticidad. Pues bien: el clima onírico de la Parábola del náufrago es tal, que incluso semejantes pifias contribuyen a preparar in crescendo al lector para lo que se avecina y culmina allá a la altura de las páginas 173-180.

Pero volvamos al asunto de las pifias elocuentes, casi diría parlantes (p. 121):

...Se arrodilló junto a Gen coma colocó su mano derecha en el costillar y friccionó enérgicamente coma mas al advertir el extertor y las convulsiones coma levantó la cabeza de Gen…,

y da la impresión de que escrito ─y pronunciado─ con x se impone más el sentido de la palabra.

Juan Ramón Jiménez, en una de sus páginas autobiográficas, recuerda que un paisano suyo un poco redicho pronunciaba áccido, y que para él, entonces un niño, y desde entonces en adelante, lo ácido era más ácido si se pronunciaba como dejo escrito. Pues lo mismo comento yo de la muestra pasada y de la que viene (p. 144):

Al bajar la vista se olvida de todo (Jacinto) y únicamente ve el seto, un seto exhuberante que rebasa su cabeza (la de Jacinto) y…

Porque fijémonos ahora en algo que no tiene vuelta de hoja. No se dirá que Delibes escribe al buen tuntún y como lo que hablan los pobres en los pajares de noche sobre la cosa pública. No. Todos saben-sabemos lo muy evocadora y precisa que es siempre su prosa. Pues bien: si ese mismo escritor se deja decir lo siguiente, algún efecto especial querrá enviarle al lector (p. 188):

Repite (Jacinto) esta respiración regulada varias veces y, al cabo, abre los brazos en cruz  y ejecuta el ejercicio de pectorales dobles, aunque sus bíceps y los agujeros de las axilas se resienten a cada movimiento.

¿Por qué no estampa los huecos, que es lo que de un castellano viejo bienhablado se esperaría? (Entiéndaseme: no estoy enmendándole la plana al escritor, Dios me libre; pero me pregunto si de Praga volvería Delibes ─aparte el arte─ con el ánimo y el oficio un tanto alterados.)

Cubierta de la edición de 1984 en Destinolibro, n.º 214.

 

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§ 5. Figurón, espantajo, esperpento

Quizá se impone ahora, aunque sólo sea para quitársela de en medio, la franja episódica atañedera al personaje de don Abdón, que es el capitoste máximo que lo gobierna todo en esa sociedad y que recibe el más desvergonzado de los inciensos por parte de todo perro y gato en la ciudad. Pero no voy a ponerme maniqueo a la contra para glosar una caricatura de fanatismo gubernamental que en la novela hay. Lo diré de una vez ─y hablo sólo del personaje─: don Abdón es el jefe supremo, y al mismo tiempo es un inútil, un bodoque y, como ser humano, un cuerpo con rasgos de hermafroditismo. Gobierna desde un despacho protegido por puerta de caoba, avisador en placa de oro y lucecita verde que da permiso para entrar (p. 22). Claro que no es menos aparatosa la instalación de su inmediato subalterno y acólito rendido, Darío Esteban, que señorea al ejército de copistas desde un «alto minarete» con balaustre, escalerilla de acceso y dictáfono para pastorear la grey de copistas (pp. 21-22).

Por su parte, la oposición está representada por Amando García ─otro copista más─, y consiste en manejar un mote para el Jefe Supremo (pág. 29): le llama el Capicúa (don-Ab-don); y el resto se reduce a burlarse de sus compañeros con palabras hirientes. Eso es la oposición.

En suma: la figura de don Abdón es la caricatura del autócrata inepto en todos los aspectos y, sin embargo, objeto de una admiración ciega por parte de todos sus gobernados: sus súbditos en la ciudad; nunca se habla de país. El orbe de la novela es la ciudad.

Muestras de la inepcia que digo: don Abdón va a la piscina, y el público le aclama cuando patalea ─no nada, o casi no─ en lo más somero; y luego:

¡Ahora donde le cubre, don Abdón!

Ah, bueno.

No puede faltar un comentario al episodio de «la festividad de la ciudad, San Abdón mártir», en que el autócrata visitaba el lago, se embarcaba en bote y visitaba el asilo de ancianas radicado en la isla: las Hermanitas de Don Abdón, presidido por la más longeva, Susanita Rey Expósito. Los apellidos lo dicen todo, como el San José del protagonista. ¡Y el festejo consiste en que las ancianitas manteen a don Abdón! al ritmo de otra parodia, esta vez, de una cantilena infantil. Las ancianitas se cansan pronto, claro, pero la que menos es la mentada arriba, y esto hace que las demás repitan un lema que se repetirá también a lo largo de toda la novela, como un ostinato (pp. 91-94):

¡Joer, vaya bola que ha echado la Susanita!.

Pues bien: como no podía ser de otra manera, quien decide el destino de Jacinto San José es don Abdón, previo dictamen, eso sí, del doctor: «Contra la timidez, el seto». Y el autócrata le entrega el remedio (pp. 74-76):

el bolsón de plástico prieto de semillas. Se trata de un híbrido americano que prolifera en muy poco tiempo.

Ya está en marcha el proceso de degradación. Es decir, está en marcha por lo menos desde la página 34, pero, como se va viendo, la peripecia de la novela avanza y retrocede a tirones a lo largo de todo el libro, y ello no tiene que ser motivo de desconcierto, porque, como antes dije, en realidad la novela la construye hasta el final cada lector en su memoria.

Todo ello nos lleva por sus pasos contados a hablar de la estructura de la Parábola del náufrago.

 

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§ 6. La estructura del carrusel

En todas las novelas de Miguel Delibes se da, en mayor o en menor medida, lo que yo llamaría la estructura del carrusel, es decir, la reaparición de motivos episódicos, cada uno caracterizado por sus palabras clave. Ello no hace que la peripecia de cada novela deje de avanzar, no; la peripecia avanza, pero va siendo claveteada por los ritornelos. ¿Qué efecto tiene ello sobre el lector?  Pues no es desagradable, pero lo que evoca es la forma de narrar de los hablantes rurales, que cuando cuentan un sucedido avanzan y retroceden, machacando sobre ciertos pormenores. Si el oyente no tiene prejuicios ni impaciencia, el bamboleo de la historia es hasta divertido.

Para caracterizar a Delibes como narrador rural  ─o que lo imita, y viene a ser lo mismo─, me ampararé en lo que inserta Sánchez Ferlosio dentro del curso de una disertación docta sobre el arte de narrar: incrusta la cantilena de un rústico que le contaba un sucedido real a vueltas con la aparición de un bicho… Doy la palabra a Ferlosio:

…Pues bien, este hombre, teniendo que mentar de alguna forma al incógnito animal cuya identidad no habría de descubrirse hasta el final de la historia, hubo de construir, para fruición de mis oídos, la siguiente mención: «el turón-tejón-garduña-zorro-conejo-nutria-o lo que fuera», fórmula que repetía siempre idéntica, sin omitir un solo nombre ni alterar el orden ─y esto lo recuerdo bien, porque fue lo que más me llamó la atención […] Yo, acostumbrado acaso a los abusos de narradores efectistas, al oír aquel ‘o lo que fuera’, que mi interlocutor enfatizaba […], me decía: ‘sabe Dios qué extraño bicho no saldrá finalmente a relucir’ […] Eché de ver que mi amigo era en verdad un narrador honrado […] Aquí no era el narrador el que escondía algo al oyente para sorprenderlo…

La cursiva es mía, y en ella está el toque. Delibes adopta en casi todas sus novelas ese recurso de repetir latiguillos más o menos extensos, unas veces por cuenta del narrador y otras atribuyéndoselos a determinado personaje, y ya se ha visto que el recurso estriba en mimetizarse de narrador rural, y hacer de ello una característica de oficio.

La diferencia reside en que, en la Parábola del náufrago, las reapariciones episódicas, y el machacar sobre ellas, se convierten… casi en un instrumento de tortura, pero esto entiéndase en el sentido en que pueden serlo las pesadillas. De ellas está llena la Parábola del náufrago, sobre todo hacia el final, pesadillas que tiene Jacinto San José, pero no es sólo eso: las reapariciones repetidas a lo largo de toda la novela son uno de los elementos que la hacen literatura de vanguardia: Expresionismo, si se quiere un marbete, pero, claro, sacado de su momento histórico y traído a 1969 como un homenaje más a Kafka.

Creo que, por todo lo dicho, se habrá comprendido que el texto de la Parábola del náufrago es una cinta sin fin y, casi, sin más descansaderos que los puntos y aparte. Por eso decía que los episodios va construyéndolos cada lector en su memoria.

Me parecería casi un abuso de confianza extender un planillo del argumento, pero no creo que esté fuera de lugar insertar aquí unas instrucciones de uso, líneas de fuerza argumentales que, sin embargo, no le arruinarán el disfrute de la novela a lector alguno.

Es de saber que, en el scriptorium donde trabaja el protagonista, ya ha habido dos metamorfosis, debidas a causas distintas y que son otras tantas historias previas a la de Jacinto San José: la de Genaro Martín, convertido en el perro Gen, para disfrute de sus niños, los gemelos, que lo sacan a pasear por el campo y siguen llamándole papá. Y la de César Fuentes, que es, como se dio a entender, una metamorfosis mecánica, si se me excusa el eufemismo siniestro, y que lo ha convertido en una personalidad amarga, zocata y desencantada. La tercera será la de Jacinto San José, pero no debo desvelar en qué se transmuta.

 

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§ 7. La onomatopeya y otros juegos en el juego

Dicho todo lo cual, creo que nos hemos merecido ─mis lectores y yo─ un descansadero y recreación sin dejar de nutrir nuestro conocimiento previo de la novela. Lo llamaría yo: las onomatopeyas (y lo son, claro) que constelan a trechos el texto entero de la novela de Delibes. Son un material de construcción más, en ella.

Se incrustan onomatopeyas de todo lo que se va hablando, pero son especialmente frecuentes, variadas y regodeadas las de aves, como era de esperar en el texto de un hombre muy habituado a largas vividuras y esperas en el campo. Daré una muestra significativa: al pasar de un episodio de paseo por el campo con el perro Gen y sus [hijos] gemelos, a otro episodio de las primeras horas de Jacinto en el «Refugio de Recuperación nº 13» (el toque de mal fario, que no falte), no hay aviso ni señal gráfica alguna más que punto y aparte (p. 71). Y discurre apaciblemente esta otra estampa campestre (p. 72):

Hay un silencio que los gorjeos de los gorriones, chiip-chissis, y los silbidos de los mirlos, chinc-chinc-chinc, y el zureo de las tórtolas en la pinada, currurrr, hacen aún más espeso. Y en los intervalos, cada vez que las aves enmudecen, llega a él (a Jacinto) el murmullo de los rápidos del río erosionando las piedras, chuap-chuac, meciendo las salcinas de las riberas.

Diría yo que las onomatopeyas más frecuentes y abundantes en la novela son las del canto de los pájaros, bien diferenciadas y descriptivas, plásticas, precisaría, a pesar de lo mostrenco que pueda parecer tal material. Y después de ellas, las más frecuentes son las de ruidos de la naturaleza (pp. 48, 49 y 123):

La tierra embebe el agua con un siseo ávido y sedante, fssssssst, como de combustión.

[...]

…Y, en el hogar, la lumbre crepitante, cle-clip, que él (Jacinto) alimenta arrojando de cuando en cuando a las llamas un leño de roble.

[...]

…En ese compás de espera, llega hasta él el chapaleo sostenido del riachuelo, chuap-chuac, entreverado por la llamada de un macho de perdiz, chac-chac-ar, y la estridencia…

Ya se ve que van entreveradas con las otras de la naturaleza.

¿Qué impresión deja en el lector semejante partitura? Podría pensarse que de monotonía o de artilugio mecánico, pero no hay tal: sería una simplificación apresurada y despreciativa. Si el lector tiene paciencia (¿y por qué no?: a ello estamos), podrá detectar en su ánimo la estimación de algo nuevo en la frecuentación de textos literarios: el adentramiento en un mundo construido artificialmente mas no desagradable, sino intrigante.

Pero no querría perderme en divagaciones. Estábamos con las variadas clases de onomatopeyas. Llega a haberlas hasta de los actos más triviales: los movimientos que ejecutan los jugadores de parchís (p. 137):

…Así que dijo esto, la señorita Josefita tomó el cubilete amarillo, lo agitó, tol-tol-tol, lo volcó, blok, e hizo rodar el dado por el cristal, trenterenten, satisfecha de poder…

Por cierto que podría ser interesante observar uno de estos pasos (sin que el narrador avise, ni falta que hace) de un escenario a otro: Jacinto está en un lance peligroso, dentro del Refugio; y véase con qué vehículo verbal se da el salto a otro escenario (p. 134):

…Jacinto se tambalea […] y rompe a llorar acongojadamente mientras murmura: «¡Estoy encerrado; esto es una barrera inexpugnable!»

─Barrera ─dijo (Jacinto) y colocó las dos fichas rojas en el seguro, una junto a la otra, cuidando de igualarlas, mientras doña Palmira palmoteaba, plá-plá-plá, y decía...

En otros casos, y ya que estamos con algo cercano a las cantilenas en el juego, lo que se despliega es el juego de las rimas. Será menester echarle paciencia, porque la cita es larga, pero creo que merece la pena, porque asistimos a algo no desfigurado por el tirón expresionista, sino desplegado en toda su chispeante realidad lúdica. De juego un poco antiguo y con su sabor provinciano, pero tal como se jugaba en Castilla la Vieja, supongo que hasta no hace mucho (pp. 40-41):

…Doña Palmira, muy aficionada a las cartas, propuso jugar a la mona y al que perdiera darle el repelús.//Doña Presenta dirigía el repelús, naturalmente si no era ella la perdedora, y, a cada correctivo que imponía, le agradaba deletrear sádicamente la sentencia: «¡Sota!», exclamaba, y luego, mientras golpeaba la mano de la víctima, añadía: «sota, sotiña debajo la cama tienes la tiña». O: «¡cuatro, sopapo!», y lo propinaba […] «¡cinco!, pellizco» […] hasta que aquélla (la víctima) gritaba […] y Jacinto […] solía concluir el repelús, cuando perdía, con la mano en carne viva.

El toque de sadismo esta vez, ya se ve, corre a cargo del personaje de doña Palmira, pero aseguro que el discurrir del repelús está reproducido exactamente igual a como se jugaba en Castilla la Vieja; por lo que veo, con variantes, porque en la provincia de Segovia las rimas y las escenas evocadas en el repelús tenían otro color:

Sota, sotana, vente conmigo a dormir a mi cama.

O si no:

Caballo, caballero, vente conmigo a dormir al lucero.

Pero habíamos prometido elucidar el porqué de tanta onomatopeya, abundancia que a poco andar en este texto de Delibes se hace sospechosa (por no decir otra vez intrigante, que puede inducir a equívoco).

Me atrevería a decir que tienen la finalidad de acosar, asediar, agobiar poco a poco y en crescendo al lector (pero claro que se trata de un asedio lúdico). La prueba está en que la primera descripción del paisaje idílico que rodea la cabaña (págs. 36-37) aparece tersa y libre de onomatopeyas, mientras que éstas van adensándose, junto con los otros elementos de reiteración, a lo largo de la novela, hasta hacer irrespirable todo el conjunto. Irrespirable, que es de lo que se trata.

Todo lo cual no contribuirá a desaconsejar al público la lectura de esta novela, claro. ¡Hay que acompañar al texto que se está leyendo!, siempre y en toda ocasión. No es cosa de decir, como he oído a lectores inmaduros:

¡Pues si ese libro le pone a uno tan en vilo como dices, ya no lo leo, porque para agobiarse no se mete uno en la lectura!

No: a cualquiera se le ocurre que en la lectura, como en cualquier actividad de la vida, hay que saber jugar.

Y con esto no creo haber hecho el descubrimiento del agua caliente, conste.

 

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§ 8. A modo de paréntesis

Mas creo advertir en todo lo anterior cierto clima de agobio, tal vez por causa de tanto cubileteo con el instrumental crítico. Por ello, a lo mejor convenía abrir ventanas a otro compartimento de la crítica: semejanzas de la manera delibesiana de novelar, semejanzas con la de otros escritores, por si ello puede dar luz al panorama literario que presento.

Y el otro novelista contemporáneo suyo al que remito es el portugués José Cardoso Pires. Yo mismo me sorprendí, y perdón por la inmodestia, cuando vi que un crítico tan autorizado como Óscar Lopes habla también de expresionismo al enjuiciar el pergeño y el sabor y el talante de aquél en ciertos cuentos:

Estarei a apoucar a sensibilidade expressionista, de cujo apuramento resultou Kafka? Não, porque fui talvez o primeiro crítico português a reivindicar o realismo de Kafka e a sondar o realismo imanente nos melhores expresionismos de Branquinho e Bessa Luís […] Estarei a apoucar os contos de Cardoso Pires ao apontar uma sua linha de evolução naturalista-expressionista? Não, porque…

O sea [al principio de la cita]:

…La sensibilidad expresionista, de cuya depuración  nació Kafka.

Apoucar significa ‘desmerecer, hacer de menos’.

De todos modos, claro está que a lo que apunto es al parecido entre la narrativa de Delibes y la de Cardoso Pires, como expresionistas derivados ambos de Kafka, por simplificar el planteamiento.

Y después de aventurada esta aproximación, no me queda más que recomendar a delibesianos empedernidos ─lectores, digo─ la lectura de los cuentos contenidos en Jogos de Azar, de Cardoso Pires, para que experimenten la veracidad de lo que afirmo.

 

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§ 9. El juego que faltaba

Podría afirmarse que la Parábola del náufrago es un SARCASMO continuado, de principio a fin. De principio a fin, con lo cual la figura retórica se eleva a Estética de cuerpo entero. Una especie de esperpento. Y dentro de él, cómo no, las conversaciones de oficina en el Centro Don Abdón; uno de cuyos apotegmas reza (p. 20):

Hablar de deportes es aún más saludable que practicarlos.

Y uno de cuyos principios fundacionales es:

Nadie debe recibir en el mundo otro dinero que el necesario para dos comidas diarias, un partido de fútbol quincenal y el plazo de amortización periódica del televisor.

Todo un plan de vida, como se ve.

Pero he aquí que Jacinto San José, amargado por la degradación a que ha sido sometido su amigo Genaro Martín, opta por fundar el movimiento Por la mudez a la paz, actitud que le recrimina su inmediato superior (pp. 97-98):

Darío Esteban replicó, ladeando el pestorejo como una gallina alertada, «¿está usted poniendo en duda, Jacinto San José, que hablar de deportes sea aún más saludable que practicarlos?»

Así que Jacinto se ve arrastrado por la corriente conversacional; pero sólo acierta a proferir:

Pues yo digo que el cerrojo, pues yo digo que el cerrojo, pues yo digo que el cerrojo;

pero no querría reventar la escena completa, que es un modelo de arquitectura sarcástica. Está en el corazón y centro mismo de la novela: páginas 165-66.

 

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§ 10. Otra clase de automatismo

Sí, un automatismo de tipo distinto del que promueven y practican los surrealistas. Me atrevería a llamarlo, en esta novela de Delibes, mecanicismo, si no fuera porque el marbete de ese movimiento filosófico molesta como moscardón revoloteando cerca. No: me estoy refiriendo a esas tiradas de la que yo llamo serie III en las que constantemente el narrador incrusta de modo machacón, y entre paréntesis, precisiones  redundantes, repetitivas, tautológicas y con aspecto de mecánicas remachando el clavo de lo que acaba de estampar. Es imprescindible tomarle el pulso a uno de esos párrafos, aunque sea un poco extenso, para apreciar el efecto (pp. 82 y 83):

Jacinto, siempre que piensa, se manosea la cabeza; trata de conformar las ideas con las manos. Le cuesta mucho elaborarlas (las ideas) y más aún ordenarlas (las ideas) y mucho más aún evacuarlas (las ideas) ya que con frecuencia se adhieren al cerebro. […]
En ambos casos, mientras la deuda no se salde, Jacinto procura soslayar a la parte contraria (prestamista o prestataria), pues si se topa con ella (la parte contraria) y es él (Jacinto) quien ha prestado, le azora pensar que el otro está pensando que él (Jacinto) piensa en pedirle lo que le adeuda…

Recorriendo ya no sólo estas muestras, sino muchas más, análogas, a lo largo de la novela, el efecto obtenido es el de un sarcasmo sobre los esfuerzos sintácticos por deshacer equívocos: la parodia de un escrupuloso.

Se me ocurre compararlo con aquello que en poesía inventó Antonio Machado: la máquina de trovar y las coplas mecánicas. Sólo que en la poesía machadiana la experiencia da una lección de extremismo lírico, unas sopas-con-honda a los de la escritura automática, mientras que, en la prosa de Delibes, las tiradas resultantes de su prosa por maquinilla (la llamaría yo) aportan una lección más sobre el porvenir apocalíptico de la novela. Pero siempre sin perder la retranca.

 

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§ 11. La novela se salva del Apocalipsis

Y se salva en la siguiente de Delibes: Las guerras de nuestros antepasados, cuyos primeros borradores intenta el autor en julio de 1970, y que fue de parto difícil: no aparece hasta enero del ’75. No es extraño, porque se trataba de rehacer toda una estética, después de la combustión que supone la Parábola del náufrago. Para no abrumar, no daré más que dos o tres trazos del expresionismo que arma el tinglado de Las guerras…: la acción transcurre en Humán del Otero. Un topónimo bien castellano y bien… reconocible, ¿verdad? Bueno, pues oído a los detalles: en esa ladera, al pie está el Humán; en lo alto ─como dice su etimología misma─, el Otero: y a la mitad está la cantina del pueblo: ¿cómo se llama el tabernero? El señor Del. Se veía venir.

Otrossí: el párroco del pueblo se llama don Prócoro, antropónimo que no extraña ni pizca dentro de la colección delibesiana. Pero ¿cuál es la característica inmediata de don Prócoro? (p. 105):

Tenía lo de los ojos. O sea, si miraba, paraba [=’levantaba’] las manos porque tenía que sujetarlos. Y si movía las manos, no miraba, una de dos.

Pero como es la primera aparición, el lector no se da cuenta cabal del fenómeno de feria. Atención a esta otra muestra (p. 147):

Inclusive una noche, me llegué donde don Prócoro a confesarme, ¿se da cuenta? Y allí mismo, en la rectoría, le empecé a contar. Y no lo querrá usted creer, pero conforme me desahogaba, me sentía mejor. Y él, don Prócoro, digo, tan asustado estaba, que en una de ésas se llevó los dedos a los ojos para mirarme, y lo que yo le dije, si abre usted los ojos, cando yo el pico.

¡Luego es como al principio lo habíamos entendido! Ése es un cura de ficción, porque con esa prenda no puede haber pasado por un seminario… del siglo XX, al menos. Y esto se dice para encarecer cuán experimental en caída libre es Las guerras de nuestros antepasados .

Y ya es hora de que tanteemos algo del registro expresionista de Cardoso Pires en Jogos de Azar, ¡que podía parecer que lo teníamos olvidado!

Cubierta de la edición de 1999 de «Jogos de Azar».

Salvo el diálogo, que es casi un continuum en el cuento, no es menos de tal estética este bocado descriptivo-narrativo, en que la ferocidad del asunto queda aterciopelada por el timbre poético del narrador:

Morte, liberdade, lua –tudo isso está ligado à folha das navalhas, à pureza do seu traço e à pronta e súbita alegría com que elas se declaram nos dedos sábios dos lutadores. E dança: também há um movimiento de dança, de capricho e de romaria nas formas ágeis de uma lâmina bem talhada; e ainda pão, um fio de lembrança, um odor de pão fresco, porque as navalhas não são inúteis, simples instrumentos de morte como as baionetas –e esse era um dos ditos do caldeireiro Baldomero quando recebia contrabandistas. Está tudo, realmente: pão e sangue, solidão e amor.

Por cierto que el mentado Baldomero Quentin es (ahora, traduzco) «…Calderero y herrero de San Benito, que afilaba las mejores hojas de Extremadura»: sí, de la Extremadura española (pero, para que sea literario, no Don Benito, sino San Benito) . Se veía venir, y más siendo de Cardoso Pires. Ese expresionismo de pan y navaja, de caricia y herida, es el mismo de José Luis Sampedro en El río que nos lleva [Aguilar, 1961].

El autor de este artículo en la exposición de la Biblioteca Nacional de España.

 

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§ 12. Colofón

[esta vez, derivado de colofonia, porque el tener que escribirlo me ha hecho el efecto de esa sustancia, frotada contra el vello del antebrazo].
Acabado de redactar este estudiejo, conseguí por puro azar el libro colectivo que describo en AA. VV. de la bibliografía. En la página 125, Sergio del Molino estampa:

Cuando el escritor [Delibes] dice ‘traté de construir una narración’ no está enfatizando su modestia proverbial, sino constatando un fracaso, pero no tanto su fracaso como el de todo lo que sucedía en 1969. El fracaso de un futuro que se pasó de moda enseguida y cuyo gusto por el artificio, el plástico y lo sintético empachó a todo el mundo,

y lo que sigue en la pág. 126.

El autor de estas líneas de aquí se devoró la Parábola del náufrago recién aparecida, y lo que se quedó es harto edificado, en el sentido en que lo decía Teresa de Jesús. No diré complacido, pero provecho sí que le hizo la lectura. VALE.

 

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13. Referencias

13.1 Notas

 1  DELIBES, Miguel. La primavera de Praga. Madrid. Alianza Editorial (“El Libro de Bolsillo”, nº 143). 1968.
 2  SÁNCHEZ FERLOSIO, Rafael. Las semanas del jardín. Semana primera: Liber scriptus proferetur. Madrid. Mauricio d’Ors, editor (colección “Nostromo, nº 10). 1974. 171 páginas. En la 86.
 3  «No tenemos autoridad moral. Yo veo mal la cosa. El final no parece lejano. De no cambiar de actitud mi predicción se cumplirá inevitablemente» (Conversaciones con Miguel Delibes, ed. descrita, pág. 166).
 4  Un año después de salir a las librerías la Parábola del náufrago (julio ’69), ya estaba Delibes tomando notas para Las guerras de nuestros antepasados: ver Un año de mi vida, anotación del 8 de julio [de 1970]: «He traído conmigo las notas para escribir una nueva novela -¿’Las guerras de mis antepasados’?-, pero no creo que me meta con ella». Ed. descrita, págs. 14 y 15: en esta última, una anotación sobre la Parábola del náufrago.
Y en El quiosco de los helados, cit., pág. 369 y ss: nota posterior a 1975 (habla Delibes): «…Y me costó un año largo, casi dos, darle remate. La fórmula de ser toda ella dialogada era un reto para mí  y tuve muchas vacilaciones y muchos frenazos. Siempre se habla de la experimentación que llevé a cabo en Cinco horas con Mario o en Parábola del náufrago, pero para mí lo fue tanto o más el experimento de Las guerras de nuestros antepasados…»
 5  Jogos de Azar, cit., págs. 42-43. Algunas frases del herrero Baldomero van escritas en castellano. Es en el cuento Carta a Garcia, págs. 15-46. La edición en portugués es la recomendada, si se atreve uno a «echarse al agua»: ahí es donde brillan continuamente las expresiones desgarradas (no lúbricas), de un popularismo descuajaringado que convierten un texto supuestamente literario en un ciempiés jergal-conversacional-expresionista. Hay que asomarse, por lo menos, cuando el diálogo va a cinco voces. El título, Carta a Garcia, no orienta nada sobre el contenido.

 

13.2 Bibliografía de autores citados

  • AA. VV. Delibes [Exposición y Catálogo]. Madrid. Ministerio de Cultura y Deporte /Acción Cultural Española/Fundación Miguel Delibes. Marzo 2020 [en el colofón]. 263 páginas. 23 x 17 cm. En págs. 117-35, el estudio La modernidad de Delibes, el último castellano libre, por Sergio del MOLINO.
  • ALONSO DE LOS RÍOS, César. Conversaciones con Miguel  Delibes. Barcelona. Destino (colección Áncora y Delfín, n.º 707). 1993. 202 páginas. Sobre la Parábola del náufrago, págs. 101-109.
  • CARDOSO PIRES, José. Jogos de Azar. Contos [1963].//Lisboa. Publicações Dom Quixote. 7ª edição: 1999. 246 páginas.
  • DELIBES, Miguel. Obra completa. Tomo V. Barcelona. Destino. 1975. 441 páginas. Texto de Un año de mi vida, págs. 297-436.
  • ─. Parábola del náufrago. Barcelona. Destino (colección Áncora y Delfín, n.º 329). 1969. 236 páginas. //En la 237, colofón: «Barcelona, julio de 1969».
  • ─. Las guerras de nuestros antepasados. Barcelona. Destino (colección Áncora y Delfín, n.º 457). Primera edición: enero 1975. 297 páginas. [No hay colofón.]
  • ─. Un año de mi vida. Barcelona. Destino (colección Áncora y Delfín, n.º 384). 1972. 220 páginas.
  • GARCÍA DOMÍNGUEZ, Ramón. El quiosco de los helados. Miguel Delibes de cerca. Barcelona. Destino (colección Imago Mundi, n.º 81). 2005. 632 páginas. Sobre Las guerras de nuestros antepasados, págs. 369 y ss.
  • LOPES, Óscar. Os sinais e os sentidos. Literatura portuguesa do Século XX. Lisboa. Editorial Caminho (colecção Universitária, n.º 11). 1986.// Págs. 266-68: «Jogos de Azar» [de Cardoso Pires], contos, Lisboa, 1963.

 

13.3. Créditos del artículo, versión y licencia

CAÑIZAL DE LA FUENTE, Luis (2020). «Miguel Delibes y Cardoso Pires, más acá de los ismos: en el postrero, la ‘Parábola del náufrago’ y ‘Jogos de Azar’». Letra 15. Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid. Año VIII. N.º 11. ISSN 2341-1643
[URI: http://letra15.es/L15-11/L15-11-15-Luis.Canizal-Miguel.Delibes.y.Cardoso.Pires,mas.aca.de.los.ismos.html]

Recibido: 8 de febrero de 2021.

Aceptado: 14 de marzo de 2021.

 

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