Letra 15. Revista digital
Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid - ISSN 2341-1643

La influencia de Kafka en la música y el cómic

Pablo González

Pablo González

Licenciado en Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid, con la especialidad de Español para Extranjeros. Profesor de educación secundaria de la escuela pública como funcionario de carrera desde 2016 en la Comunidad de Madrid. Ha trabajado en diversos IES de la Comunidad de Madrid en Tres Cantos, Carabanchel y Alcalá de Henares. Actualmente es profesor en el IES Giner de los Ríos de Alcobendas, Madrid, donde imparte clases desde hace cinco años. Formación musical: Grado Profesional de Guitarra Clásica en en Conservatorio Arturo Soria y formación en música moderna en diversas academias de Madrid como Ritmo y Compás y Escuela de Música Creativa. Ha sido monitor de la Southbourne School of English de Bournemouth, Reino Unido, durante más de 5 años y miembro del proyecto Comenius en el IES José Luis Sampedro de Tres Cantos.

 

Este texto es una transcripción adaptada de un vídeo de Pablo González dedicado a Kafka en su canal de divulgación de cultura Música y literatura en YouTube.

1. El vídeo

Vídeo del canal de Pablo González en YouTube titulado 13. Kafka: literatura, música y cómic.

 

2. El texto transcrito

La Ciudad de Frans Masereel y Vertigo de Lynd Ward son dos narraciones en imágenes llevadas a cabo mediante la técnica de la xilografía o grabado en madera, y son dos obras muy importantes porque son precursoras del cómic. Thomas Mann decía respecto a los grabados de Frans Masereel que le resultaban extrañamente convincentes, no podía dejar de mirarlos, le parecían al mismo tiempo imágenes tan realistas como imaginativas.

Las dos se publican en el periodo de entreguerras, La Ciudad en el 25 y Vertigo en el 37, y presentan la vida como un hecho dramático. En concreto, en La Ciudad se nos muestra una sociedad industrializada pero al mismo tiempo enmohecida por el hollín que produce esa modernización. Aquí podemos encontrar el trabajo en masa, la uniformidad alienante o el amontonamiento que asfixia. Al mismo tiempo podemos ver el aislamiento del individuo en la arquitectura, así como su tendencia a la pérdida de empatía. También apreciamos el enfrentamiento entre iguales que inevitablemente empequeñece al ser humano, o las relaciones materiales y vacías.

Lo que hará después Lynd Ward en Vertigo es perfeccionar la técnica; su tratamiento de la luz es mucho más complejo, tanto las luces como las sombras expresan sentimientos, y elimina los marcos o bordes, de tal manera que la imagen es mucho más dinámica. Además emplea símbolos, como por ejemplo el teléfono, que simboliza la comunicación impersonal.

Es interesante comprobar que la obra de Kafka se ha adaptado recientemente a técnicas que recuerdan mucho a las xilografías. Prueba de ello es la obra de Jaromir 99 o la de Peter Kuper. Las narraciones de Kafka creo que a día de hoy todavía siguen resultando tremendamente originales, son muy hondas, y se prestan a ser interpretadas de muchas maneras, tanto a la hora de traducirlas como a la hora de escoger las tipografías en las que se escriben, en cuanto a las imágenes que pueden ilustrarlas, las adaptaciones cinematográficas o también las adaptaciones musicales, quizá el terreno que todavía está más por explorar.

Kafka fue un escritor que murió muy joven, vivió solo 40 años, y lo hizo siempre en el mismo sitio, en la ciudad de Praga. A pesar de su aparente estabilidad es probable que se sintiera en numerosas ocasiones un tanto advenedizo, primero porque a pesar de que era un ciudadano checo su lengua principal era el alemán, y segundo, pertenecía a un grupo minoritario que era la comunidad judía, pero no practicaba esta religión, aunque sí que estuvo muy inspirado por su cultura, por esa tradición suya tan grande de cuentistas, así como por el teatro de humor absurdo, un humor muy similar al que podemos encontrar en las películas de Woody Allen. Además, también está influenciado por la tendencia tan característica del Antiguo Testamento a la auto-humillación o al sentimiento de culpabilidad, que son la base de muchos relatos, como por ejemplo de La metamorfosis.

La obra de Kafka se ha intentado etiquetar de numerosas maneras: algunos consideran que es prosa existencialista que aborda el problema de la identidad judía en un mundo antisemita, otros dicen que es expresionista por su manera de deformar la realidad, o algunos quieren ver en la mayoría de sus relatos el complejo de Edipo, el problema que tenía Kafka con su padre. Es verdad que la Carta al Padre, la que Kafka le escribió a modo de libelo acusatorio por el trato desfavorable que aquel tenía con su hijo, ─que, por cierto, no llegó a leer nunca─, es una llave maestra que nos puede ayudar a entender el antagonismo que se da en muchísimas de sus obras, el que ocurre entre un personaje que suele ser el protagonista, un personaje vacilante, vulnerable, y el otro, el antagonista, que se corresponde con la autoridad distante, despreciativa, incluso con una autoridad ilegítima que, lo peor de todo, está aceptada por la comunidad.

Después de todo lo que se ha escrito sobre Kafka es muy probable que lleguemos a la conclusión de que no se le puede etiquetar de ninguna manera y que por encima de todo es literatura.

En cuanto a Kafka como escritor profesional, deberíamos tener en cuenta que él no escribía por dinero, tenía otros trabajos, sino que la escritura era una actividad que practicaba de una forma ineludible, no podía evitarlo, daba sentido a su existencia. Algunos han querido ver la obsesión que tenía por escribir en ese pasaje de La metamorfosis en el que están desmantelando la habitación de Gregor, y el narrador nos dice que se podían llevar si querían el baúl, pero en cuanto al escritorio ¡de ninguna manera!

También es curioso saber que le dijo a su amigo Max Brod, su albacea, el amigo elegido para cumplir su última voluntad, que quemara todo lo que había escrito excepto algunos relatos, y lo que ha testimoniado Max Brod es que a lo que realmente aspiraba Kafka era a hacer una prosa que fuera verdaderamente convincente, incluso si no lo conseguía debía pagar un precio por ello.

Parece ser que el primer relato que escribió que cumplía sus expectativas fue La condena, de 1913.

También ha señalado Gonzalo Hidalgo Bayal, ─escritor español autor de la novela La paradoja del interventor, la cual está muy influenciada por El castillo─, que las obras de Kafka suelen nacer de un impulso original que muchas veces brota en momentos como sus ensoñaciones o en episodios de insomnio, que parece ser que eran bastante habituales en Kafka.

En ocasiones, cuando ese empuje se debilita esto repercute directamente en su escritura, de tal manera que a veces no llega a escribir los finales, o incluso los que hace no le convencen, como ocurrió con el de La metamorfosis. En cualquier caso, cuando leemos los textos de Kafka nos damos cuenta de que hay un gran intento por parte del autor de plasmar sus ideas, su pensamiento, su conciencia, no en un libro que sea de carácter discursivo, como pudiera ser un ensayo, sino en un universo propio creado en estas historias de ficción, y ahí radica gran parte de su mérito.

Ese impulso, esa agitación interna que luego se transforma en literatura, se metamorfosea, valga la palabra, en textos que son de una prosa tremendamente fría, distante, como lo son también sus personajes, individuos que suelen ser incapaces de amar, como por ejemplo lo demuestra la relación que se establece entre Lenny, la enfermera de El proceso y Josef K, quienes comparten una relación un tanto malsana, o ese encuentro brusco, en el suelo, sobre los charcos de cerveza que ocurre en El castillo entre Frieda y el agrimensor. Son personajes que no son transparentes sino densos, de la misma manera que la escritura de Kafka también lo es, y eso igualmente lo podéis comprobar en la manera que tiene de introducir los diálogos, que están insertos en la línea del narrador, lo que puede hacer que la lectura sea un poco más dificultosa.

Por otro lado, los argumentos de las obras de Kafka son bastante sencillos, se pueden resumir con facilidad, y además acota el campo de conciencia de los personajes, es decir, lo que pone en la mente de estos suele ser algo muy concreto, y tiene que ver con lo que les va a ocurrir en el futuro, con su devenir, ellos no se detienen en el pasado, no son nostálgicos. La sensación que tenemos es que lo que van haciendo es recorrer un espacio un tanto laberíntico, una llanura en la que uno no es capaz de orientarse, como por ejemplo pueden ser los pasillos del transatlántico donde ocurre el relato El fogonero, o esa Praga irreconocible, una ciudad tan monumental y maravillosa que no llegamos a identificar en una novela como El proceso, o los caminos que conducen al castillo, supuestamente ubicado en lo alto de la aldea, y el que realmente no existe, sino que simplemente es un cúmulo de casas, lo que nos hace sentirnos desubicados y perdidos a la par que al protagonista.

A pesar de esa aparente monotonía, las historias de Kafka están pobladas de numerosos personajes secundarios que llevan a cabo mucho lenguaje gestual, el cual es descrito de una manera muy clara, pero su significado queda abierto a nuestra interpretación, lo que aporta mucha riqueza a los relatos. Un buen ejemplo podría ser todo el coro de personajes que rodea y perturba al protagonista de El fogonero, o esa escena final del libro El proceso en la que los subalternos tienen a Josef y no saben muy bien qué hacer con él cuando se supone que lo tendrían que matar.

Las ficciones de Kafka no están hechas realmente solo para disfrutar, para entretener, sino que lo que pretenden es arañar, rasgar, el autor quiere despertar nuestras conciencias y hacer que caigamos en la cuenta de las mentiras que rigen el mundo y llevan a que nuestra existencia sea nimia o absurda.

Encontrar una música que corresponda con esta literatura no es algo fácil, y más aún si tenemos en cuenta que Kafka decía que no tenía ningún instinto musical. Su amigo Max Brod, por cierto, ha comentado que cuando lo llevaba a conciertos, las impresiones que Kafka recogía no eran tanto de lo que había escuchado sino de lo que había visto.

Puede que su relato más fácilmente musicable sea La metamorfosis; ayuda ese final dramático de Gregor, pero aún así esta fábula es como una pesadilla contada a la luz del día, narrada como si fuera un informe técnico, aunque lo cierto es que posiblemente sea el único relato en el que vemos que un personaje disfruta con la música, un sujeto que se ha convertido en un animal, y es entonces cuando Gregor recupera un instinto natural que otros personajes como Josef K, el agrimensor, o el médico de Un médico rural no tienen.

Entonces, una música que fuera acorde con estos relatos tendría que ser un poco ambigua. Debería ser una música sombría, pero al mismo tiempo que no inspire tristeza; una música austera, pero que no sea sencilla; una música que sea lírica, pero que no llegue a transmitir dulzura; una música que sea tranquila pero que tampoco nos inspire paz.

Precisamente con estos calificativos se ha descrito la obra del compositor húngaro Kurtág, quien también ha musicalizado textos de Kafka.

Para Kurtág el acto compositivo es una tarea que se lleva a cabo con rigor, elimina todo lo superfluo; por otro lado, su música implica desentrañar significados sobre la existencia humana.

Cuando vemos a los músicos interpretar sus obras parece que se debaten con el instrumento por querer sacar un sonido,y nos puede venir a la mente la imagen de un ser humano renqueante, tambaleante, ante algo que siente que lo amenaza o le produce cierto miedo.

De lo que compuso, yo hoy me quiero quedar con esa obras que hizo solo para viola, porque la viola es un instrumento muy especial.

La viola, a diferencia del violín o el violonchelo, es un instrumento que tiene una tara, y es que para la afinación que posee, las cuerdas deberían ser más largas y el cuerpo del instrumento más grande. Al ser de una dimensión más reducida, lo que ocurre es que el sonido se apaga con más facilidad, no vibra. Para hacerla sonar tenemos que llevar a cabo un ataque mucho más preciso.

Por poner una analogía que a lo mejor os ayuda, es como si tenemos una guitarra eléctrica que no tiene cuerpo de resonancia; si la enchufamos al amplificador y no le ponemos un poco de reverberación, para que suene bien, como os digo, ese ataque tiene que ser mucho más preciso.

Por eso a veces la viola nos puede producir la sensación de que suena como un gemido o como un quejido. Por otra parte, el rango de notas que tiene es medio, no es tan agudo como el del violín ni tan grave como el del chelo, por eso nos recuerda más a la voz humana. Y si además a este instrumento le aplicamos unas técnicas extendidas como las que utiliza Kurtág, como el pizzicato, ─que consiste en tocar las cuerdas con los dedos, como si fuera una guitarra, en lugar de hacerlas sonar con el arco─, vibratos muy fuertes, glisandos, que se hacen arrastrando los dedos por el diapasón, armónicos, etc..., realmente podemos llegar a conseguir, casi, que la viola hable.

Os sugiero que escuchéis las grabaciones que llevó a cabo Kim Kashkashian en el sello ECM de todas las composiciones para viola de Kurtág. Ella es una alumna célebre del autor, y ha sabido como nadie dar sentido a su música. Quizá al principio nos cuesta un poco escuchar este tipo de obras, pero a medida que entremos en el universo de Kurtág descubriremos que son un campo infinito de significados.

Para terminar quería dejaros aquí unas «resoluciones» de Kafka como consejos a tomar para superar esos momento de abatimiento o agotamiento que se identifican con este tipo de literatura y música, creadas también para el disfrute, por supuesto:

Recobrarse de un estado de decaimiento tiene que ser fácil [...] Lo mejor que se puede hacer es soportar todo con calma, comportarse como un peso muerto [...] no dejarse llevar a dar un solo paso innecesario; mirar a los otros con mirada animal […] Un movimiento característico de tal estado es recorrer las cejas con el dedo meñique.

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