Letra 15. Revista digital
Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» - ISSN 2341-1643
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1.
Eloy Sánchez Rosillo
Venir desde tan lejos

Eloy Sánchez Rosillo - Venir desde tan lejos

 

Barcelona, Tusquets Editores, 144 páginas.

ISBN 978-84-1107-613-5

 

por Pablo Torío Sánchez

Profesor de Lengua Castellana y Literatura en Cantabria, en el IES Manuel Gutiérrez Aragón de Viérnoles. Ha publicado Vida y Pintura y Una aproximación a los Pliegos de Cordel Valisoletanos, y se encargó de la edición de Retrato de familia. (Autobiografía del Grupo Simancas).

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«En el rodar del tiempo y de las estaciones, volverán estas ramas a poblarse.»

Eloy Sánchez Rosillo «es un poeta mayor», según Fernando Aramburu, que destaca por «su modestia elegante». Y compartimos esta afirmación tras la lectura de gran parte de la obra del poeta murciano, unos poemas que nos hacen llegar «reconfortantes bocanadas de aire limpio».

Su última obra, Venir desde tan lejos, está publicada en la primavera de este año y supone un cambio en la trayectoria del autor. Si en su primera etapa predominaba el canto elegíaco y en la segunda se celebraba la vida y todo lo que esta conlleva, su último poemario es una recapitulación de lo vivido con la perspectiva de los años. El autor muestra su recorrido vital en el primer poema, y que da título al libro: Venir desde tan lejos: «Cómo ha llegado uno hasta este día, / nadie puede saberlo», y alude a los caminos de la vida: «Casi infinitos fueron, / y enmarañados entre sí, enredados» porque «vivir es un laberinto». Siguiendo la ruta que abrió Kavafis de camino a «Itaca», Sánchez Rosillo recuerda que «llegar hasta aquí tuvo que ver / con algo semejante al azar puro», en una vida que tuvo «eriales y abismos», aunque «También hubo / valles amenos». Así, corresponde a la vida, «Acepto, acojo» porque «escucho el murmurar de las estrellas» nocturno.

En el poema «Miro caer las hojas», el autor rememora el sol del «alba y en los atardeceres / oír cómo sonaba / la verde y elevada intimidad / del orbe bullicioso», lo cual le lleva a plantearse si «¿Es tan corta la vida?». Él mismo se responde a la manera becqueriana, cuando «hoy alzo la vista y miro lejos. / En el rodar del tiempo y de las estaciones / volverán estas ramas a poblarse / de hojas nuevas y pájaros recientes», en un ciclo de la vida que mira «sin melancolía» porque, para él «estuvo todo bien. Y no fue escaso». El agradecimiento por todos los dones que ha recibido de la vida es una de las claves de la obra.

La naturaleza es otro de los temas recurrentes de este poemario. Aparecen los gorriones, como en «Cuando tanto he olvidado» y el poeta recuerda ver cómo caía «dando en el aire giros, casi ingrávida, / la pluma de un gorrión» en un momento de bienestar. De otro lado, los vencejos son augurios de alegría en «Así, como si nada», cuando «Una gran muchedumbre (…) / se cruza y entrecruzan en la luz del ocaso», cuando «sin estorbarse en vueltas y acrobacias» imposibles, las aves anuncian «la luna, casi llena» y «la belleza pide / ser compartida y pronunciada».

Otro de los temas que atraviesan esta obra es la ausencia. En «Aquel ahora» recuerda a su ser querido y revive cómo se encontraron: «era junio y que allí todo / era como un acaso»: «sin buscarte, te encontré» para que, finalmente, todo sucediera: «Unos días apenas respiramos muy cerca, / en la íntima alegría de estar juntos». Y el recuerdo de esa «muchacha lejanísima que el azar en sus giros / acercó hasta mi vida» lo lleva a preguntarse «Qué habrá sido de ti» en un sueño que ha sido in ictu oculi: «Y algo ocurrió en el sueño: ya no estabas».

El poema «Acerca del final» le supone al autor «una revelación» al ver a su padre recién fallecido. Así, todo torna «Una constatación tan perentoria / y tan temprana puso en mi inocencia / confusión, desamparo y soledad». Pero la vida siguió, en una existencia que avanzaba inexorable, hasta llegar al momento del ahora, en que «Hay jornadas de sol, hay calma en mí», le permite comprender que «La muerte no se va con el que muere: / alienta entre los vivos y los daña». Y esto le permite llegar a conocer una de las grandes verdades de la vida: «Se comprende despacio lo que importa».

Venir desde tan lejos es un recorrido por la vida de Eloy Sánchez Rosillo, una vida plena, aunque el camino no siempre fuera derecho. Y en estos poemas aparecen el tono elegíaco y la celebración, siempre mostrándose siempre alegre por aquello que le ha tocado vivir, por lo mucho y muy bueno que ha vivido: «estuvo todo bien. Y no fue escaso».

 

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2.
Ariadna G. García
Adamar

Ariadna G. García - Adamar

 

Valencia, Editorial Pre-Textos, 88 páginas.

ISBN 978.84-10309-36-4

 

por Pablo Torío Sánchez

 

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«Vida que se enriquece con la vida»

Según Aurora Luque, el último poemario de Ariadna G. García, Adamar, es «un apasionado canto de amor a la vida». Este es el undécimo libro de poesía de la escritora y profesora madrileña y en él, con voz serena y tranquila, desgrana una serie de aspectos de la existencia por los que vale la pena vivir.

No por casualidad, el título, «adamar», hace referencia amar con pasión y vehemencia. Así, la autora muestra su amor por la vida y hace un canto a la naturaleza, con sus árboles, nieves, ríos, así como a sus hijos y a la calma que puede llegar a transmitir la propia existencia. El libro se articula en siete apartados en los que, según las palabras de Luque, muestran que «todo lo que vale la pena lo guarda la poeta en sus poemas-arca».

En el primer apartado, «El invierno interior», el poema «Noche oscura», muestra que la oscuridad le sirve para olvidarse de los sinsabores de la vida y del temor de que la existencia pase muy rápido. De esta manera, «la danza de los astros, cómo giran», nos permite olvidar y llegar a la invitación: «Sé el planeta / que baila acompasado con los otros» para bailar como los astros. La noche es el momento para imaginar que se convierte en un planeta que baila: «Siente el fuego, / único e irrepetible, / que en ofrenda te han dado».

El segundo apartado, «Naturaleza urbana», presenta el poema «Huerto urbano» como una Arcadia en la que se materializa el beatus ille horaciano: «Dichosos quienes poseemos la llave» que da acceso al huerto urbano en el que la vida crece «En los bancales». Así, mientras «unos jóvenes» tocan música, «los niños / que están abriendo surcos en la tierra / para plantar semillas con sus manos» disfrutan. Todo ello permite un milagro: «Vida que se enriquece con la vida». Por otro lado, en el poema «Carpe diem», la higuera dará unos higos que «la gravedad / arrastrará hacia abajo / su dulzura», aunque, mientras tanto, hay que aprovechar el momento: alzan». se «ahora, miradlos bien:

En el tercer apartado, «Lecciones de las ruinas», el poema «Caesar Augusta», de largo aliento, presenta el teatro romano de Zaragoza y como «Al expolio del tiempo / apenas ha sobrevivido / una parte de la grada» que muestra «vacío el espacio» y, donde, además, «Es brutal el silencio». Aparece el ubi sunt? al interrogarse por «Dónde estarán las risas» pasadas. Allí, «El colosal teatro ya ha perdido / el antiguo esplendor» y «La soledad / centellea en las ruinas». Aquí, la autora renueva el género clásico de las ruinas, pues su reflexión la lleva a concluir: «los avances de mi civilización, / que ha hecho trizas el yugo del esclavo / que ha ungido a la mujer de dignidad». Así, este potente poema señala que «Hoy somos / ─pensadlo bien, amigas─ ciudadanas», que llama la atención sobre los logros de nuestra cultura.

La sección «Álbum familiar» la encabeza el poema «Sentido». Aparece aquello que articula su vida: «Mis hijos son maestros del presente» porque «En sus ojos / resplandece el asombro / ante la realidad». Con ellos, la poeta tiene «un proyecto / que encadena mis días, / y da sentido al bosque que atravieso». El poema «Hija de cinco años» es conmovedor cuando su hija le dice «No quiero que te mueras». La estrecha «con fuerza entre mis brazos» y se plantea su caducidad vital y el vacío que podría dejarle a sus seres queridos. Sin embargo, aparece la certeza de que, aunque no esté en el futuro, la autora siempre caminará «contigo y seré sombra / de amor junto a tus pasos», al tiempo que «seré fuego en tus ojos».

El siguiente apartado, «Plenitud», nos propone el poema «En el estudio»: un momento de completitud, cuando ha terminado «el trabajo pendiente» y la autora «Divaga y sueña / libre» gracias «a existir como un árbol: plena, en calma». En cambio, en el poema «Luz» muestra cómo la poeta intenta atrapar la claridad mientras escribe: «Cómo apresar la luz en un poema», y espera que su poema sea una antorcha que alumbre caminos: «¿(…) convertirla en una luminaria, / hacer las palabras una tea?».

La última sección, «Zen» nos ofrece el poema «Templo», en el que se transmite la sensación de un bienestar pleno: la autora se aloja en «el templo» de su propia alma y se anima: «Medita en la penumbra», «Escucha la cascada», «Concéntrate» y «Encuentra en ti la paz» mientras que «el suave trino de los pájaros» o «el crepúsculo azul junto a los ríos» le contagian «un estado de ánimo exultante». En el poema «Crisálida», la autora se anima y nos anima a aislarnos «en el claustro de tu alma / lo que duren las nieves del invierno» ya que, en nuestro interior, una vez que nos hemos vaciado de nosotros mismos, «En tu abismo interior está lo eterno».

Adamar es un libro que canta a la vida, a los momentos íntimos y a los pequeños detalles que nos hacen ser conscientes de la felicidad, gracias al amor apasionado y vehemente hacia la vida que nos muestra Ariadna G. García.

 

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3.
Antonio Muñoz Molina
El verano de Cervantes

El verano de Cervantes, de Antonio Muñoz Molina

 

Ilustrado por Manuel García Sacristán.

Barcelona, Seix Barral, 448 páginas.

ISBN 9788432244988

 

por Javier Fernández Delgado

Docente, investigador, historiador, editor y experto en edición digital.

 

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«Un lector o un crítico se interesan casi exclusivamente por el modo en que se construyen y se cuentan las historias. Para Cervantes es igual de prioritaria la reflexión sobre el efecto que pueden tener en las personas que las leen o escuchan, y la influencia que ejercen sobre sus vidas y sus percepciones de lo real, haciéndoles ver o no ver lo que hay en su propia conciencia y lo que tienen delante de los ojos, verse o imaginarse a sí mismos. Cervantes, muy sensible siempre a los síntomas del trastorno mental, constata con alarma que los libros pueden hacer desvariar y enloquecer a las personas, cuando estas les conceden demasiado crédito, o cuando no saben o no quieren distinguir la ficción de la realidad, cuando se obstinan en poner por delante y proyectar sobre el mundo las fantasías o las abstracciones o creencias que han leído en los libros, y en las que creen más aún porque las han visto impresas. Hay una grave responsabilidad en el que escribe, y la hay también en el que lee, que ha de someter cada texto a la indagación sobre su naturaleza, y aprender a ejercitarse, delante de las ficciones, en lo que Coleridge llamó la suspensión temporal de la incredulidad.»

La extensa cita que sirve de entradilla a esta reseña de la obra más reciente de Antonio Muñoz Molina, El verano de Cervantes, da la medida de las preocupaciones del escritor a la hora de dar forma final a sus interminables lecturas y anotaciones veraniegas fruto de sus relecturas de la obra cervantina durante años. Y cuál será su sorpresa, que nos transmite pulcramente a los lectores, al descubrir que el mundo cervantino está aquí mismo, en su infancia, en los recuerdos de su propia vida y de la nuestra, y también en sucesos que parecen independientes o ajenos, pero que se entienden mejor si los examinamos con otra luz, la cervantina. La quimera de Felipe II de conquistar Inglaterra, los racistas sureños que añoran las capas blancas de los caballeros artúricos, o el viaje de Thomas Mann a su exilio norteamericano despojado de su nacionalidad alemana por los nazis, durante el que ha dejado testimonio de que lee el Quijote. ¡Cuántos otros autores universales han leído la obra cervantina!

Nuestro gran novelista de hoy pone los brazos en jarras y se lanza a descifrar la escritura y la vida de otro gran novelista, y subidos a sus hombros nos zabullimos en el Quijote y lo recorremos de cabo a rabo con una nueva mirada, una mirada escrutadora y bondadosa. El autor lee entre líneas la vida de Cervantes y al tiempo nosotros, lectores, leemos entre líneas la vida de Muñoz Molina, y descubrimos la evolución de su estado anímico, mientras a paso tranquilo va descubriendo y dialogando con los ánimos de Cervantes en el Quijote, desde su primera salida un día de julio hasta su lucidez final unos meses después, transcurrido el verano. La pericia del autor nos contagia y desvela las habilidades cervantinas para navegar por los paraísos y también por los infiernos de la memoria.

Es una lectura y relectura gozosa, intensa, honda, casi abismal, mareante y rebosante de lecciones sobre las posibilidades del perspectivismo y las diferentes miradas sobre la realidad, que creemos un tanto ingenuamente conocer.

El libro analiza con un detenimiento y un puntillismo exquisitos la esencia de la propia novela como género moderno, las puertas que abrió Cervantes y que aún hoy al leerlo continúan abiertas y por ellas miramos la realidad de una manera peculiar, la contraria a la épica, a la doctrina, a las reglas, a la alucinación colectiva:

La novela es pura inmanencia. En la novela, contrapunto de la épica, los ideales se exhiben para ser desacreditados y los héroes, vistos de cerca, resultan ser fantoches, los cuerdos locos, los señores idiotas o vulgares, los analfabetos racionales, las mujeres más sabias y astutas que los varones. La novela viene del cuento popular y la celebración carnavalesca.

Esta obra de Muñoz Molina es casi imprescindible para cualquier lector atento, y no digamos para cualquier escritor que quiera poner su mirada en lo que le rodea , y llevar a la práctica el supremo consejo cervantino: «procurar que el melancólico se mueva a risa y el risueño la acreciente».

 

Recitario APE Quevedo 642

 

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4.
Esplendor y ocaso del ultraísmo en dos revistas del movimiento: Reflector y Vértices.

Reflector y Vértices


Reflector. Arte, literatura, crítica

(Madrid, 1920)

Edición de Carlos García

Sevilla, Ediciones Ulises (Grupo Editorial Renacimiento), 2024.


Reflector y Vértices


Vértices. Revista literaria

(Madrid, 1923-1924)

Edición de José María Barrera López y José Luis Bernal Salgado

Sevilla, Ediciones Ulises (Grupo Editorial Renacimiento), 2025.


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por Ángel Luis Sobrino

Catedrático de Lengua castellana y Literatura, doctor en Filología Hispánica.


 


Menos de tres años separan la publicación de las dos revistas que hoy presentamos, lapso suficiente para asistir con Reflector a la inicial afirmación del movimiento ultraísta como nuevo valor inscrito con derecho pleno en el incipiente tránsito hacia la modernidad de las letras hispanas; y con Vértices, cuando ese tránsito se daba ya con paso firme y sin estridencias, a la desbandada de un grupo que, en palabras de Guillermo de Torre, nunca llegó a adquirir vertebración ni sentido.

No creo que sea necesario insistir en la importancia de las revistas literarias para la investigación y el conocimiento del devenir histórico del complejo fenómeno social que conocemos con el nombre de literatura—hablé sobradamente de ello en este artículo del número 13 de Letra 15 y tienes un caso ejemplar a propósito de la obra de Lucía Sánchez Saornil en este mismo número—, pero sí considero indispensable que se dé a conocer la recuperación de revistas literarias inaccesibles hasta el momento, siempre una buena noticia para especialistas y personas interesadas en nuestra historia cultural, y reconocer de nuevo el empeño para hacerlo posible de empresas editoriales como Renacimiento.

Cubierta de la edición facsimilar de Reflector( 2024) en Editorial Renacimiento.

Reflector no es precisamente el caso de revista inaccesible necesitada de recuperación, pues está disponible en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España y contaba hasta el momento con dos ediciones facsímiles: la primera, como encarte del número de invierno de 1975-76 de la revista santanderina Peña Labra; la segunda, en 1993, de Visor. El nuevo facsímil de Ediciones Ulises, editado con esmero, todo hay que decirlo, se justifica plenamente por el estudio introductorio de Carlos García, investigador independiente radicado en Hamburgo desde 1979 que tiene en su haber varios facsímiles de revistas de la vanguardia hispánica y la edición comentada de epistolarios de célebres escritores de la época, entre ellos, los de dos implicados directa o indirectamente en la realización de la revista: Guillermo de Torre y Jorge Luis Borges.

Con contenido de los archivos de ambos escritores y la exploración de otras fuentes documentales primarias, Carlos García construye el relato de la creación y producción de la revista, que podemos seguir casi como espectadores de un filme documental sobre las bambalinas de la escena literaria, sus pormenores, las minucias, rivalidades y mezquindades que llevaron a la transformación de Grecia, con su lastre de querencias modernistas, en la refulgente revista internacional de arte, literatura y crítica que fue Reflector, previa compra, eso sí, de todos los derechos de la primera por José de Ciria y Escalante a Isaac del Vando Villar. La correspondencia citada en el estudio introductorio nos permite construir la imagen del joven Ciria y Escalante, financiador y director de la nueva cabecera desde su sede social, el Hotel Palace de Madrid, su lugar de residencia, y la del esforzado Guillermo de Torre, secretario de redacción y verdadero motor de la empresa, quien a golpe de correspondencia desde su domicilio familiar en Puertollano recabó para la revista la colaboración de las principales firmas del primer y único número —Juan Ramón Jiménez, Gómez de la Serna, Borges, Philippe Soupault, Paul Éluard, más la parte gráfica de Barradas y Norah Borges—, gestionó los permisos de reproducción de las obras de Lipchitz y Picasso, y se ocupó por entero de la sección de reseña de libros. Es posible que viera en la financiación del adinerado Ciria y Escalante la oportunidad de publicar una revista acorde con sus pretensiones después del intento fallido de poner en órbita Vertical, proyecto del que sólo vio la luz el manifiesto homónimo publicado como suplemento del número 50 y postrero de Grecia, de noviembre de 1920, un mes antes de la salida de Reflector.

Cubierta de la edición facsimilar de Vértices (2025) en Editorial Renacimiento.

El primer número de Vértices se publicó con el grupo ultraísta ya disperso, en octubre de 1923, cuando, superada la efervescencia de las primeras vanguardias, dominaba en la actividad artística y literaria internacional un anhelo de pausa y orden, un propósito de integración anticipado de algún modo por Reflector y representado en aquel momento de modo excelente en nuestro país por Revista de Occidente. Los editores del facsímil, José María Barrera y José Luis Bernal, exponen con detalle en su estudio introductorio el contexto en que se produjo la aparición de esta nueva revista que llegó a sumar cuatro salidas entre el 15 de octubre de 1923 y el 1 de enero de 1924. Hasta 2011, solo se conocían sendos ejemplares de los números 1 y 3 conservados en la Casa Zenobia-Juan Ramón; ese año se descubrió la existencia de un ejemplar del número 4 en la Biblioteca Gerardo Diego y recientemente se ha hallado en el Legado de Fernando González un ejemplar del número con el que se ha completado esta serie que el Grupo Editorial Renacimiento pone ahora a nuestro alcance. Debemos señalar, no obstante, que no se aprecia en este caso el esmero puesto en la edición del facsímil de Reflector: se ha reducido sensiblemente el tamaño de la página, lo que dificulta la lectura de alguno de los textos, y se han recortado los márgenes interior y exterior, lo que deja la cabecera cercenada en la primera página de cada número.

Vértices fue una revista modesta en su presentación (un pliego en cuarto para el primer número, esto es, 4 páginas, y 2 pliegos para los restantes), sin ninguna pretensión de modernidad en el apartado gráfico, salvo en el diseño de la cabecera y las xilografías de Francisco Santa Cruz y Fernando Briones, que colaboró con un grabado en las páginas centrales del número 4 que no se puede apreciar bien en la reproducción por haber quedado recortado entre los márgenes interiores. Vértices no contó con los recursos de que dispuso Reflector: el caudal generoso de las finanzas del padre del director y un buen número de marcas y negocios de prestigio que ocuparon con sus anuncios un cuarto del espacio tipográfico de una revista que presumió en su cabecera, por cierto, de tener difusión nacional mediante todos los puestos de periódicos y de una tirada mínima de 10.000 ejemplares, cantidad que parece a todas luces exagerada. Desde luego, la tirada de Vértices no llegó ni por asomo a eso. Dado el escaso número de ejemplares conservados, debió de ser muy reducida y con distribución exclusivamente entre ciertas tertulias literarias y diletantes próximos. La media docena de anuncios que acogió el total de la serie, en un espacio mínimo a final de página, procedieron, además, de colaboradores ocasionales prácticamente desconocidos en el mundo literario y de cuestionable calidad.

Vértices no fue revista de selección. Dio entrada en sus páginas a textos propios de un modernismo retardatario y de la literatura más comercial. Los directores de la revista, José Ojeda en los dos primeros números y su sucesor Manuel de la Peña, participaban habitualmente en la tertulia del Café de Platerías. Habían coincidido antes en las páginas de Los Quijotes con otros de los que fueron habituales en Vértices, como César González Ruano, Juan G. Olmedilla o Eliodoro Puche. Junto a ellos, colaboraron en Vértices escritores de prestigio en los círculos literarios juveniles de la época, caso de Cansinos Assens, Gómez de la Serna, Hernández Catá, Alberto Insúa o Ramón Goy de Silva; vemos también la firma de autores que por razones obvias no pudieron dar su consentimiento para ello, como Oscar Wilde, Rubén Darío y Gabriela Mistral; y jóvenes que comenzaban a despuntar en la escena literaria, caso de Gerardo Diego y Guillermo de Torre, o que alcanzarían cierta notoriedad en los años siguientes, entre ellos Eduardo de Ontañón, Carranque de Ríos y una entonces jovencísima Norah Lange. De algunos de los menos conocidos hoy, los editores nos ofrecen cumplida información en su estudio introductorio. Es una lástima que no mencionen en ningún momento a Lucía Sánchez Saornil, cuyo «Poema nocturno y musical» se publicó en el segundo número.

 

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5.
Samanta Schweblin
El buen mal

El buen mal, de Samanta Schweblin

 

Planeta de libros. Seix Barral. 2025, 203 páginas. 

ISBN: 978-84-322-4458-2


por Azucena Pérez Tolón

 Catedrática de Educación Secundaria en Lengua Castellana y Literatura


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«Mi padre está orgulloso… sabe que todo lo que tiene que hacer para ayudarme es mantenerse al margen. Le duele tenerme lejos pero lo único que sabe hacer con su dolor es aguantar.»

(El ojo en la garganta)

El buen mal (2025) es el último libro de relatos de Samantha Scheweblin (Buenos Aires, 1.978), una de las escritoras más premiadas y reconocidas de los últimos años. Como en otras obras, la escritora argentina explora una realidad perturbadora, a veces surrealista con una prosa que fusiona la influencia latinoamericana y la anglosajona. El buen mal se compone de cinco narraciones desconcertantes que parecen realistas pero que al mismo tiempo transitan por una fantasía inquietante. La autora aborda temas como la incomunicación, las relaciones padres-hijos, la soledad y el aislamiento, además del dolor o el apego culpable a los seres queridos. Los cuentos están llenos de imágenes que se instalan en la retina del lector: la mujer que se tira al agua para suicidarse y no lo consigue, el niño que respira a través de una traqueotomía y ve el mundo a través de ese agujero, el gato William que impone su presencia en la ventana después de muerto o el hombre que limpiando los cristales de un hotel se ve a sí mismo en la habitación con veinte años más hasta que reconoce a su propio padre que lo había abandonado años atrás. Los protagonistas de estos relatos se mueven en una atmósfera alienante, confusa en la que se mezcla lo real y lo fantástico, la rutina y lo improbable; son seres humanos vulnerables y solitarios que a veces parecen fantasmas y se enfrentan sin remedio a la tragedia, a la culpa o al castigo.

Bienvenida a la comunidad arranca con la escena de una mujer, madre de familia, que se intenta suicidar, ahogándose, pero no lo consigue. La protagonista narra su vida posterior como una especie de maldición que la desconecta de la realidad. Dominada por el dolor y la ansiedad, soporta una vida triste que le provoca una fuerte insatisfacción. Un vecino, testigo de su intento de suicidio, le da la clave para seguir viviendo: dolor eso es lo que hay que provocar, algo de dolor cada día, eso la llenará de culpa y la culpa es fuerte y la mantendrá…. Aunque parezca inverosímil el relato muestra que el amor por sí solo no basta, la culpa y la vergüenza son más eficaces para forzar a uno a aferrarse a la vida.

Un animal fabuloso está narrado en primera persona, en tiempo presente. La protagonista recibe la llamada de una vieja amiga, tras un tiempo separadas, decidida a hurgar en una herida aún no sanada: la muerte en circunstancias trágicas de su hijo. Un niño extraordinario que un día le había confesado a la protagonista que quería ser un caballo. Casi veinte años después del accidente, Elena me llama a Lyon. No reconozco su voz, pero cuando dice su nombre, sé perfectamente con quién estoy hablando. (…) Quiere hablar de Peta, su hijo. Quiere saber qué es lo que recuerdo de la noche del accidente. El relato aborda el tema de la pérdida del hijo, el recuerdo distorsionado, la amistad y la culpa.

William en la ventana narra la historia de una escritora, que acude a un congreso en China, mientras su pareja lucha contra una grave enfermedad en su Argentina natal. La protagonista reconstruye la cotidianidad en la distancia, aborda, de forma paralela, la creación de la nueva novela con el nuevo tratamiento para la enfermedad. Entre tanto entabla amistad con Denysse, una escritora mayor, que sufre la pérdida de su gato William, al que adora, hasta el punto de que no se había divorciado de su marido porque el gato en realidad era de él (Yo si quiero a mi marido pero William es todo lo que tengo) La imagen del gato en la ventana después de muerto, envenenado, conduce a la esperanza de la propia protagonista que constata que si otros se sobreponen a las desgracias, ella también podrá hacerlo.

El ojo en la garganta es la historia más impactante de este libro, un niño sufre un terrible accidente que condiciona su relación con el mundo y con quienes le rodean. Vive con una traqueotomía a través de la cual ve el mundo. Él se convierte en un narrador imposible de la historia de sus padres y la suya propia, en una atmosfera conmovedora: Es como si el espacio de toda la casa se me metiera por ese agujero. Hay que poder apretar el aire para que el silencio suene a algo, pero yo estoy tan abierto que a veces me confundo, ¿yo estoy adentro o afuera?

Es un relato sobre cómo el pasado marca el presente, los personajes no son capaces de resolver sus problemas, pues hacerlo sería aliviar un castigo impuesto por ellos mismos. Los padres se culpan del accidente, sufren, se desviven por curar y proteger al hijo y se acaban separando. La sobreprotección termina con la autonomía del otro pero ese control se asume como un mal necesario, como un buen mal.

La mujer de Atlántida. Dos hermanas adolescentes en un verano conocen a una escritora alcoholizada, deprimida, que ha perdido la inspiración y se convierten en su sombra en un intento de salvarla de sus propias adicciones. Un terrible accidente acaba con la vida de la hermana mayor. Años después, la hermana menor se instala en ese mismo lugar y se reencuentra con la anciana. Sin palabras inician una relación en la que la protagonista busca la felicidad de su infancia, el recuerdo de su hermana y la escritora encuentra esa inspiración que se le había negado tantos años. No suelo ir al mar, ni acercarme a la playa brava. Prefiero estar siempre en la peluquería, lista para cuando llegue la señora Pitis...

El superior hace una visita. Este relato explora un tema recurrente, la invasión de las casas ajenas. Una mujer vulnerable cuya madre demente está en una residencia y su hija en otro continente arrastra su soledad y sus miedos hasta que un desconocido invade su casa una larga noche y la somete al auténtico terror. Al final no es consciente si ha sido sueño o realidad pero consigue fuerzas renovadas para seguir viviendo. La autora consigue en este relato recrear una atmósfera de terror psicológico: Escuchó un clic y luego un estruendo. ¿Había disparado? Intentaba detectar si sentía dolor, si el estruendo podría ser una bala que le hubiera atravesado la cabeza ¿Estaba muerta? ¿Era así cómo iba a morirse? Quería abrir los ojos y el terror se lo impedía.

En los cuentos que conforman este libro hay algunos elementos recurrentes que caracterizan la escritura de Samanta Schweblin: la casa como escenario de la historia, un espacio interior a través del cual nos adentramos en el interior del personaje; el regreso a la infancia donde todo empieza; la presencia de animales con un contenido simbólico: el conejo, la mascota de las hijas de la protagonista de Bienvenida a la comunidad, a quien ella misma quiere matar para causar dolor, el gato Williams que es envenenado pero sigue presente después de muerto, el caballo en Un animal fabuloso, símbolo de la pasión y la vida.

Lo más significativo de la obra es la presencia de elementos fantasmagóricos, extraños, inexplicables que zarandean a los personajes hundiéndolos en la culpa, el dolor o la incertidumbre. El sentido del título, un oxímoron, se revela con claridad al terminar el libro. Los seres humanos nos sentimos atraídos por otras fuerzas invisibles que nos amenazan, que nos coartan, nos zarandean como la muerte, la violencia, el dolor, la locura, los miedos que sabemos que no forman parte del bien pero que son inevitables. En definitiva, la antología explora la idea del bien y del mal, uno no puede existir sin el otro. El estilo de Samanta Schweblin es preciso y minucioso, logra describir sentimientos ambiguos y recrear atmósferas imposibles, todo ello con una tensión narrativa que afloja o intensifica según los momentos, dosificando la información y provocando un estado de alarma en el lector que desasosiega y cautiva al mismo tiempo. 


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6.
Luis Martínez de Mingo
Yo también viajé al fin de la noche

Luis Martínez de Mingo - Yo también viajé al fin de la noche

 

Editorial Renacimiento. Ediciones Espuela de Plata, Sevilla. 2025, 256 páginas.

ISBN: 9788419877567

 

por Félix Hinojal

 Licenciado en Geografía e Historia y Catedrático de Educación Secundaria.

 

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«El Régimen era un Estado militar. Lo que se llamaba España era un cuartel con denunciadores, chivatos y policías de paisano en cada calle, cuyas cloacas, los desagües, eran los campos de concentración. Contribuía todo. Los muertos, por ejemplo, se exhibían delante de nosotros con delectación. Eran arrastrados por los pies hasta los camiones, que se los llevaban a los pudrideros, como algo natural.»

Es Historia porque los hechos sucedieron, es ficción porque el novelista no es un historiador, es crónica porque intenta, y consigue, que vivamos el acontecimiento en presente.

Si Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline, es una obra semiautobiográfica de un periodo de tiempo que abarca desde la I Guerra Mundial hasta los años 30, Yo también viajé al fin de la noche, de Luis Martínez de Mingo, emulando el título de Céline, vendría a ser una ficción semibiográfica de un periodo de tiempo que abarcaría desde el bombardeo de Guernica hasta los primeros sesenta, es decir, los años más duros del franquismo (Guerra Civil con su momento cumbre en Guernica; exilio exterior y silencio interior; años del hambre; campos de concentración extranjeros como el de Argelès-sur-Mere; campos de concentración y remisión de penas interiores como el de la construcción del Valle de los Caídos; División Azul y Semíramis como metáfora del retorno de presos y de niños desde la URSS; autoencierros carcelarios de topos humanos durante décadas bajo una escalera; represiones políticas, sexuales, religiosas, morales: abusos, violaciones, suicidios políticos; robos de niños en el silencio de colegios religiosos, hospitales, hospicios, monasterios; cárceles para homosexuales ─como la de Tefía en Fuerteventura─ y otros «vagos y maleantes»; …). Falta, quizás, lo que fue el hambre, no el «año del hambre» sino el hambre en sí misma de todos aquellos años que otros recuerdan tanto, y que aquí De Mingo pasa de soslayo, quizás porque su familia tenía un comercio y recursos para no sufrirla tan intensamente como otros.

Decimos semibiográfica y no semiautobiográfica porque no es el autor el que nos cuenta sus recuerdos, aunque sí sea el hijo que encuentra las memorias escondidas de su padre; el autor de las memorias es El Innombrable, apelativo con el que su hijo se refiere a ese supuesto autor anónimo. Ocultar el nombre y esconder las memorias era propio de aquella época de silencio y represión, especialmente, aunque no solo, si se había estado en el otro bando, el perdedor. Y es no solo, porque los numerosos avatares de la España franquista, incluida la Guerra, intentarán ocultarse por todos. Como si la vergüenza, y no solo el miedo, quisieran tapar aquello que fue un fracaso generacional completo que tendría consecuencias durante décadas, no solo hasta los sesenta ni hasta el 78, podríamos señalar que incluso hasta hoy.

Sobrevolando todo ese ambiente, agazapado pero presente por su liderazgo ideológico del mal, no es la figura de Franco la que orienta sino la de otro hombre que le facilita al Régimen los argumentos científicos necesarios para llevar a cabo la depuración de la Nación cristiana, Antonio Vallejo Nájera (no confundir con su hijo, el también psiquiatra y escritor, Juan Antonio Vallejo-Nájera), racista en grado sumo, imitador de las prácticas nazis, antisemita, partidario de la creación de una nueva Inquisición que condenase a muerte a todos los demócratas e izquierdistas por ser infrahumanos, razón por la cual a los hijos de los republicanos se les podía cambiar su nombre y arrebatárselos definitivamente a sus padres y madres. En colaboración con médicos alemanes investigó el «gen rojo» que provocaría la malformación de crear partidarios del marxismo, deteniéndose en la maldad intrínseca de las mujeres republicanas (mitad niños, mitad animales). Martínez de Mingo ve en este personaje toda la justificación ideológica y científica que el franquismo necesitaba para llevar a cabo la depuración que supuso la guerra (necesaria, según Vallejo-Nájera) y la posterior interminable posguerra basadas en los principios del psiquiatra mengeliano.

Luis Martínez de Mingo, que tantos temas, estilos y modalidades de la literatura ha tocado a lo largo de décadas de publicaciones intenta sacar a la luz muchos de los aterradores acontecimientos que sufrieron los españoles en esos casi treinta años que abarca este volumen, como si los hubiera vivido en primera persona, como si quisiera dejar constancia de todos los Crímenes contra la Humanidad que se produjeron en la piel de toro ensangrentada y en aquellos lugares donde acabaron los españolitos que no se quedaron en la tierra amnésica del silencio.

A Martínez de Mingo se le va toda la fuerza de la pluma en una verborrea ansiosa por contar el detalle, que llega a ocupar capítulos enteros en un solo párrafo, sin puntos aparte que nos hagan olvidar el párrafo anterior.

El novelista, el articulista, el entrevistador, el poeta, el biógrafo, el ensayista, el periodista, el recreador de la historia…, que es el autor de este libro, aquí utiliza algunos de esos estilos para convertirse en memorialista de la España trágica, de las dos Españas, y como él no puede hablar en primera persona de todo, utiliza al Innombrable, a toda su familia, a él mismo y a otros que pasaban por allí para describirnos, con hitos bien marcados en los capítulos de este volumen, la novela histórica, la crónica, la biografía de esa España, casi siempre trágica, casi siempre superviviente de tragedias anteriores y antes de que lleguen las siguientes, por medio de una familia que, casualmente, podría ser la suya.

Es Historia porque los hechos sucedieron, es ficción porque el novelista no es un historiador, es crónica porque intenta, y consigue, que vivamos el acontecimiento en presente. Como catedrático de literatura que fue, también es didáctico más que para que aprendamos de los errores, para recordar a las viejas generaciones y para advertir a las futuras que la historia puede volver a repetirse si volvemos a jugar con fuego y a olvidar la memoria de los errores que cometimos en el pasado. Por ello, este es un libro necesario, y nunca serán suficientes, tras tantos años de silencio, de olvido, de amnesia, de mentiras y de bulos, como los que se contaron y como los que están volviendo a aparecer. Como un niño que recuerda la piedra en la que tropezó para no volver a caer, ojalá con libros como este recordemos todas las piedras en las que no podemos volver a tropezar. No es mucho pedir, es solo para no volver a hacernos más daño.

He aquí un significativo fragmento leído de la obra.

Recitario APE Quevedo 701.

 Más lecturas orales sobre obras del autor en Recitario 251 y Recitario 531.

 

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7.
La hora múltiple: los poetas leen a Jesús Hilario Tundidor

La hora múltiple: los poetas leen a Jesús Hilario Tundidor

 

 Editorial Hiperión, Madrid, 2025, 224 páginas
ISBN: 9788490022511

 

por Fernando Primo

 

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La antología poética La hora Múltiple de Jesús Hilario Tundidor (Zamora 1935- Madrid 2021) editada por Hiperión, con la colaboración del Ayuntamiento y de la Diputación Provincial de Zamora, ha sido, sin duda, una de las sorpresas editoriales de los últimos tiempos. No sólo por la cuidada selección de textos, realizada por el periodista y poeta Carlos Aganzo y el hijo del autor, el profesor Pedro Hilario Silva, responsables de la edición; sino porque la obra, que lleva por subtítulo «Los poetas leen a Jesús Hilario Tundidor», incluye un audiolibro en el que cien poetas, críticos e intelectuales han prestado su voz (algunos, como Ángel García López o Antonio Hernández, compañeros de promoción poética de Tundidor, han grabado para esta obra las que fueron probablemente sus últimas lecturas públicas antes de fallecer), para recitar los textos antologados y hacer de esta obra una de las propuesta poéticas más sugerentes surgidas en los últimos años dentro del panorama poético español.

Recordaba, en el epílogo con que se cierra la antología escrita, que Giuliana Baita señalaba en su tesis doctoral sobre el poeta: La pasión por reconocerse. La poesía de Jesús Hilario Tundidor, que la poesía del zamorano puede dividirse en tres etapas que ella delimita y titula del siguiente modo:

  • 1.ª ETAPA: desde 1962 hasta 1972. «El vivir y su entorno».
  • 2.ª ETAPA: desde 1972 a 2000: «La Poesía Ontológica».
  • 3.ª ETAPA. Desde 2000 en adelante: «Abrir con razones la inteligencia del mundo».

Tomando esta cronología como referencia, y ordenando las distintas lecturas según la aparición de los textos en sus libros de pertenencia, la selección de los poemas nos ofrece una visión global de la obra de Tundidor (incluidos varios poemas inéditos), mediante la cual podemos adentrarnos con rigor en su universo poético; sin duda, uno de los más sobresalientes de la segunda mitad del siglo XX ─un universo construido sobre obras tan relevantes como Junto a mi silencio (1963), Pasiono (1972), Tetraedro (1978), Libro de amor para Salónica (1980), Mausoleo (1988), Construcción de la rosa (1990), Tejedora de azar (1995), Las llaves del reino (2000) o El vuelo del albatros (2002)─. A dicha aproximación, hemos de sumar la que, incorporadas al libro mediante un QR, nos ofrecen las cien lecturas, algunas realmente espléndidas ─Luis Antonio de Villena, Olvido García Cortés, Luis Alberto de Cuenca, Marifé Santiago, Jaime Siles, Olga Novo, Juan Carlos Mestre, Esperanza Ortega, Eloy Sánchez Rosillo, María Ángele Pérez López, César Antonio Molina, Amalia Iglesias, Rafael Soler, Pepa Nieto, Calos Aganzo, María Ángeles Maeso o Jorge Reichmann son algunos de sus recitantes─, que conforman el audiolibro y que dotan a los poemas de Tundidor de una textura rítmica y una personalidad única que expande aún más su carga semántica y su intensidad emotiva. Cada una de ellas aporta ese valor añadido que toda apropiación sonora de un texto poético supone, un valor que se ve incrementado por las aportaciones musicales que hacen varios cantautores (Rafa Mora, Moncho Otero, Lucía Caramés o Luis Aguado, entre otros) a partir de algunos de los poemas seleccionados y que dotan al poemario de una dimensión sonora de una enorme riqueza.

La obra se completa con el hermoso poema que abre la antología, escrito a manera de homenaje por la poeta Clara Janés a partir de un ejercicio de carácter intertextual que toma como referente uno de los poemas más representativos de Tundidor: «El circo», y que es leído para la antología sonora por la actriz Constanza Sanz. Un prefacio y un epilogo completan la obra y nos acercan a la obra tundidorana y al poeta.

Esperemos que esta doble antología ─escrita y sonora─, que nos brinda la editorial Hiperión, permita disfrutar de una nueva manera a quienes ya conocen la poseía de este imprescindible poeta, y anime a conocerla a quienes todavía no lo han hecho. Nos gustaría ofrecer, a continuación, como botón muestra, un centón poético sonoro elaborado por Pedro Hilario Silva a partir de lecturas incluidas en el audiolibro, así como dos de las canciones, la titulada «última canción para María Teresa», compuesta e interpretada por Luis Ramos, y la que lleva por título «Célibe» interpretada por Lucía Caramés, acompañada por Rafa Mora y Moncho Otero, autores de la misma, que podemos escuchar como complemento a la antología sonora.

Centón poético sonoro sobre Jesús Hilario Tundidor.

 

«Ultima canción para María Teresa», de Luis Ramos.

 

«Célibe» interpretada por Lucía Caramés.

Más en nuestro blog: «Acto de presentación del libro ‘La hora múltiple. Los poetas leen a Jesús Hilario Tundidor’», 22 de noviembre de 2025.

 

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8.
Viviana Paletta
La espesura del cielo

 

Traficantes de sueños. Los libros de la mujer rota, Madrid, 2024, 98 páginas.

ISBN: 978-84-128551-0-4

 

por Pedro Hilario Silva

 

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Noni Benegas se preguntaba al hablar de este libro por la mejor forma de calificarlo: ¿Poema épico? ¿novela lírica? ¿Relato, nouvelle, prosa poética? Y es que La espesura del cielo tiene algo de todos ellos, pero a la vez resulta difícil de encerrar en uno solo. Quizás esta sorprendente primera incursión en el relato de esta poeta y editora argentina (es cofundadora y directora de la editorial Veintisiete letras), afincada en España desde hace años, pueda asimilarse a los relatos del gran poeta cubano Lezama Lima, sobre todo porque la incuestionable presencia de un epos ─personajes, situaciones, tiempos y espacios─ se construye sobre una buscada transgresión de las fronteras genéricas. De ese modo, el intenso eje narrativo sobre el que se teje la historia contada: la huida de una guerrillera que se interna en medio de la selva para poder dar a luz, se fusiona con la poesía a través de fórmulas diversas: condensación del lenguaje, uso abundante de la imagen y la metáfora (por ejemplo, esos aviones cuyo continuo vuelo rasante marca el ambiente bélico y amenazante en el que se desenvuelve toda la huida), o una complejidad textual que no busca la coherencia cartesiana, sino la sugerencia y la participación continua del lector.

Sin duda, una de los mayores aciertos del libro (y tiene muchos) es su narradora; esa primera persona anónima con quien el lector casi de inmediato se mimetiza: siente con ella, sufre con ella, con ella experimenta sensaciones y sufre su punzante dolor físico; pero también con ella experimenta la intensidad febril del recuerdo, de una memoria que se impone con toda su crudeza, mientras se sobrelleva la hostilidad de un entorno enemigo que acaba convertido en un personaje protagónico. Una selva que todo lo inundada con su continua, pródiga y agobiante presencia, y que va marcando la huida de la protagonista en ese oscuro viaje al corazón de unas tinieblas físicas y mentales que poco a poco van envolviéndola.

Adentrase en la página de la novela es hacerlo en un absorbente relato de supervivencia; pero sobre todo en un intenso periplo mental, porque ahí se encuentra, a nuestro juicio, otro de los aciertos de este incalificable relato, en ese modo en que Paletta utiliza los recursos propios de la corriente de conciencia para transmitir la multitud de pensamientos y sentimientos que sobrepasan a la protagonista y que acaban convirtiendo el relato en un profundo viaje sin tiempo a la memoria. Un viaje en el que lo volitivo y lo emocional se entremezcla continuamente gracias a los intensos saltos asociativos con el pasado que se deslizan y va dibujando de forma porosa una realidad paralela en medio de la intensidad emocional con que se impone el presente. Un presente que también servirá para mostrarnos, en un giro final, un futuro inesperado.

«El libro se lee con asombro y admiración», ha dicho Marta Aponte Alsina; y es cierto, pero también añadiría con la misma visceralidad con que se abordan en sus páginas la maternidad, la injusticia, el amor, el sufrimiento propio y ajeno, a través de un uso preciso de la palabra, de un lenguaje intensamente evocativo, lleno de esa poesía limpia y profunda que solo podemos encontrar en, como acertadamente nos dice Sylvia Miranda, «la novela de una poeta».

 

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9.
Miguel Ángel Hernández
Yo estoy en la imagen. Ensayos afectivos y ficciones críticas

 

Colección: El Acantilado, 486, 2024, 274 páginas.

ISBN: 978-84-19958-23-5

 

por Enrique Ortiz Aguirre

Catedrático de Lengua española y Literatura
PDI en Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)

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Hay libros que no se conforman con hablar de las imágenes; apuestan por replantear, desde la raíz, el gesto mismo de mirarlas. Este compendio de ensayos se instala justamente en ese punto de inflexión. Parte de una constatación tan elemental que, por eso mismo, suele permanecer oculta: el mundo que habitamos ya no está bañado por la misma luz. A la claridad solar y al resplandor febril de las ciudades, se superpone ahora un fulgor fabricado, una luminiscencia artificial que emana de pantallas, dispositivos y tramas de datos. Ese brillo aparentemente inocuo modifica la consistencia de lo real y de sus representaciones, de suerte que, a mayor intensidad luminosa, más borrosos se vuelven los límites entre la experiencia inmediata y su réplica.

Ante esa mutación del régimen visual, Miguel Ángel Hernández se decanta por situarse en el campo del ensayo, lejos tanto de la melancolía antimoderna como del entusiasmo tecnófilo, y se deja guiar por una atención lenta a lo que sucede cuando una imagen no solo atraviesa el ojo, sino que encuentra refugio en la conciencia. Sus textos se disponen como un gabinete privado de maravillas; cada uno abre un compartimento recóndito, un ámbito donde el autor recompone menos el objeto contemplado que el trayecto que lo lleva a contemplarlo de ese modo. Tan relevantes como el cuadro, la fotografía o la pantalla convocados son las vibraciones afectivas, las derivas filosóficas y las huellas biográficas que el encuentro con esas imágenes despierta.

La arquitectura del libro rehúye deliberadamente el avance rectilíneo del tratado. En vez de organizarse como un argumento que encadena pruebas, los ensayos progresan por ramificaciones, desvíos y retornos. Una imagen convoca a otra, un motivo reaparece desplazado, un detalle mínimo acaba iluminando una constelación más vasta de referencias. El conjunto remite a esos atlas indócilmente poéticos que se leen más con la intuición que con el método: en lugar de imponer un orden rígido sobre las imágenes, las mantiene en un estado de convivencia respiratoria, de modo que las conexiones se establecen por afinidad, por contraste o por simple vecindad imaginaria.

En ese entramado, las imágenes dejan de funcionar como objetos cerrados para adquirir una cualidad permeable, dúctil. Hernández muestra cómo se impregnan unas de otras, cómo el deseo se aproxima a lo inquietante, cómo la vulnerabilidad del cuerpo se recorta sobre la frialdad de la pantalla, cómo violencia e introspección coexisten en un mismo campo visual. Lejos de disolverlo todo en un ruido caótico, esta mezcla hace visible aquello que la cultura digital suele ocultar, y es que el presente no borra las capas que lo sostienen. Lo electrónico no elimina la huella fotográfica; lo contemporáneo no desactiva el sedimento de lo anterior. Mirar, sugiere el libro, equivale a desplazarse entre estratos que nunca han estado del todo separados.

Por ese mismo motivo, la obra se ofrece también como un sutil mecanismo de orientación en un tiempo que ha perdido sus coordenadas. Habitamos una cartografía sin bordes; el planeta entero se ha vuelto imagen manipulable, plano que se amplía o se reduce con una caricia sobre el cristal. Esa mirada cenital, antaño reservada a dioses y a satélites, nos devuelve hogaño una extraña intemperie por el hecho de ignorar si formamos parte del paisaje que contemplamos o si la imagen que manejamos nos ha incorporado por completo. Los ensayos de Hernández, sin proponer fórmulas ni consuelos, apuntan modos de recuperar cierta «ubicación» en medio de ese océano visual saturado hasta el umbral de la ilegibilidad.

Algunas de las secciones más intensas emergen cuando el autor se adentra en la obra de artistas como Javier Pérez. En esos tramos, la escritura se afina hasta volverse un instrumento de doble registro, ya que acompasa la respiración íntima de las piezas y, al mismo tiempo, anota con rigor las tensiones que las mantienen en pie. La prosa avanza por un filo exigente; ni se abandona a la pura efusión lírica ni se refugia en la jerga universitaria. Así, Hernández cultiva una zona intermedia —que ha denominado en otros lugares «poscrítica»— desde la que la palabra no pretende domesticar las imágenes ni reducirlas a ejemplo, sino seguirlas de cerca, amplificar sus resonancias, interrogarlas sin clausurarlas.

De esa manera de situarse ante las obras se desprende, de forma tácita, una determinada idea de la crítica. No se trataría de fragmentar el objeto ni de dictar un veredicto, sino de intervenir en el mismo flujo en el que la imagen acontece. Cada ensayo adopta la forma de un combate mínimo en el que el crítico renuncia a la coartada de la neutralidad y se reconoce como presencia implicada. Sus gestos de lectura se despliegan en un punto de cruce entre lo sensible y lo conceptual, allí donde todavía es posible abrir líneas de sentido que la obra quizá contenía en potencia, pero no había explicitado del todo.

El efecto global del libro es simultáneamente inquietante y liberador. Inquietante, porque confirma la intuición de que vivimos dentro de una imagen planetaria, moviéndonos en ella como trazos de luz, sin percibir con claridad qué marcas dejamos ni qué fuerzas nos configuran. Liberador, porque insiste en que esta constatación no conduce necesariamente al fatalismo, sino a una posible intensificación de la mirada para aprender a ver más despacio, a percibir las capas, los ecos, las fisuras que palpitan bajo el brillo homogéneo.

En última instancia, estos ensayos formulan una apuesta poco habitual en el clima de aceleración actual: la confianza en una mirada que no se entregue por completo a la velocidad ni a la inercia. Una mirada capaz de demorarse en una sola imagen, de acompañarla más allá de su aparición fugaz, de conservarla en la memoria como se conserva una conversación que no se quiere dar por terminada. Que un libro de crítica de arte consiga, además, devolver al lector ese deseo de atención sostenida es, probablemente, su logro mayor y la razón por la que resulta especialmente pertinente en el catálogo de cualquier revista atenta a los modos contemporáneos de ver y de decir lo visto. Esta reflexión sobre la perspectiva constructiva y militante, sin duda, abona cualquier acercamiento a un hecho artístico; indispensable.

 

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10.
Annie Ernaux
La ocupación

 

Cabaret Voltaire, 2022, 96 páginas.

ISBN 978-84-19047-33-5 

 

por Enrique Ortiz Aguirre

Catedrático de Lengua española y Literatura
PDI en Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)

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La premio Nobel Annie Ernaux se caracteriza por sus novelas breves, pulcras, directas y enraizadas en la autoficción. La ocupación es una novela que lleva hasta el paroxismo el gran hallazgo de la narrativa contemporánea: el intimismo desde la óptica de la subjetividad a modo de discurso actual. La posmodernidad, entre otras características, nos ha dejado la entronización de la perspectiva propia por encima —incluso— de la naturaleza misma de los hechos.

Esta novela desinhibida, en la que lo metaliterario se convierte en elemento esencial —tanto desde lo metalingüístico como de lo metanarrativo—, constituye un tratado humanísimo, profundo acerca de los celos. La voz narrativa femenina en primera persona (fundida y confundida con la voz de la autora) nos sumerge en la plenitud significativa de La ocupación, en el sentido del desplazamiento de la protagonista por una mujer mayor que ella en la relación con un joven treintañero y también en la acepción de invasión del tiempo, ya que la obsesión por la mujer que la sustituye —a pesar de que es ella quien decide terminar con la relación unos meses antes— es enfermiza. De esta manera, la narración queda absolutamente ocupada por la recreación permanente de la mujer que parece mantener una relación con el hombre a quien ella dejó. Todas sus elucubraciones tiñen los hechos narrados de arrolladora subjetividad y el lector se entrega sin reservas a la perspectiva de la narración, sin cuestionamientos.

Llama la atención el hecho de que la protagonista, con tono desgarrado, se obsesione más —de manera paradójica— por la vida conyugal estable, plagada de acontecimientos anecdóticos y diarios, y no por los encuentros fogosos en la intensidad de los amantes; sin embargo, ella renunció a construir lo cotidiano en una relación estable.

Aunque la práctica totalidad de la novela indaga en el sentimiento de los celos, con una profunda reflexión aplicada en su desarrollo y posibles derivadas, con una fuerza tan incontrolable como inconsciente, se produce un punto de inflexión final en el que asistimos a la claudicación con una dependencia inevitable hacia un sentimiento torrencial, excesivo, que nos arrastra a una gramática obsesiva. Se trata de un discurso magnético, capaz de atrapar al lector y de contagiarlo irremediablemente. Las referencias academicistas, culturales y artísticas dibujan un paisaje estimulante, potenciado por una reivindicación de la sexualidad como vitalismo —la verdad de la carne─ y de la condición humana desde la introspección de la obsesión y desde la dimensión de lo cotidiano, de lo diario. Incluso, la sexualidad y los celos como detonantes de la escritura, un desencadenante para el fluir de conciencia.

Todo ello con la consciencia de que el descubrimiento de la verdad propia, del sentimiento íntimo y profundo, conduce a la revelación —asombrosa y doliente— de las verdades universales.

 

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