Letra 15. Revista digital
Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid - ISSN 2341-1643

Sección TECNOLOGÍAS

Sacad los móviles, vamos a leer

Parte 5 de 7

2.4. Escena cuarta.
En el aula. Puesta en común de los resultados de la investigación

[Primer narrador] El profesor saca el móvil y lo muestra a los alumnos, invitándoles a sacar también los suyos.

—Veamos lo que hemos cosechado con nuestras lecturas y marcadores. Haremos una puesta en común mediante la lectura en voz alta de párrafos seleccionados donde quede de manifiesto el papel de cada uno de los autores del Quijote. Debo advertiros que no hay que apresurarse ni dar cosas por supuestas, así que no llaméis Cervantes a quien no dice su nombre.

Comencemos, sin dudarlo, por el primer autor, Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo y manchego. ¿Quién quiere empezar?

—Yo tengo un texto bueno, profe, del capítulo II, 1, donde se lee:

Cuenta Cide Hamete Benengeli, en la segunda parte desta historia y tercera salida de don Quijote...

—Y yo este otro del capítulo II, 2:

—Yo te aseguro, Sancho —dijo don Quijote—, que debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia; que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir.
—Y ¡cómo —dijo Sancho— si era sabio y encantador, pues (según dice el bachiller Sansón Carrasco, que así se llama el que dicho tengo) que el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena!
—Ese nombre es de moro —respondió don Quijote.
—Así será —respondió Sancho—, porque por la mayor parte he oído decir que los moros son amigos de berenjenas.

—Fijémonos en que el propio personaje don Quijote habla del autor que escribe sus aventuras y le preocupa si las habrá descrito como debería.

—Profe, escucha este texto, que dice el bachiller, en ese mismo capítulo:

…Es vuestra merced uno de los más famosos caballeros andantes que ha habido, ni aun habrá, en toda la redondez de la tierra. Bien haya Cide Hamete Benengeli, que la historia de vuestras grandezas dejó escritas, y rebién haya el curioso que tuvo cuidado de hacerlas traducir de arábigo en nuestro vulgar castellano, para universal entretenimiento de las gentes.

—Aquí, ¿cuántos autores tenemos?

—Tres: Hamete, el traductor y Cervantes, al que llama el curioso.

—Seamos prudentes, el curioso no tiene nombre, pero sí, es un tercer interviniente en la obra. ¿Alguien tiene algún texto sobre el traductor en el que se manifieste su personalidad?

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—Este:

Llegando a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo, dice que le tiene por apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de su corto ingenio, y dice cosas tan sutiles, que no tiene por posible que él las supiese; pero que no quiso dejar de traducirlo, por cumplir con lo que a su oficio debía; y así, prosiguió diciendo...

—Bravo: un traductor que duda. Vayamos ahora a por el autor que encargó la traducción del manuscrito: ¿también interviene en el texto?

—Lo hace constantemente, profe: cuando aparece la frase «Cuenta Cide Hamete...», el que cuenta tiene que ser el que mandó traducir la obra.

—Algunos estudiosos lo llaman el editor, ya que recopiló los materiales, los preparó y los mandó imprimir, pero surge una pregunta: ¿quién es el que cuenta lo que hace el editor, el que lo presenta en tercera persona? ¿Él mismo? No parece.

Antes del editor, al inicio de la obra, hay otra voz, el autor de los ocho primeros capítulos, que no pudo continuar la historia por falta de noticias.

—Profe, ese no puede ser Cide Hamete, ya que se dice en I, 7:

...deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito destas hazañas...,

y fue que el

segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido...,

por lo que se puso a buscar y encontró el manuscrito de Cide Hamete en El Alcaná.

—Muy bien escogidos los textos. Nos vamos a apoyar en ellos para tratar la cuestión del autor definitivo. ¿Quién es el narrador que dice que el autor de los primeros ocho capítulos deja pendiente... y que el segundo autor no quiso...?

Hay una quinta voz, al que se denomina el autor definitivo, del que nada se conoce y es el que lo controla todo, hasta el punto que no se puede saber con certeza lo que escribió Cide Hamete, ya que es otro el que redacta y dice (FERNÁNDEZ MOSQUERA, 2012).

—Pero entonces, profe, ¿por qué dice Cervantes que él es el autor, y así figura en las portadas de los libros, si lo que hace es copiar a otro que a su vez copia a otro y además tiene el morro de firmar con su nombre? Está violando los derechos de autor y la propiedad intelectual. Es un pirata, profe.

—Pues no te imaginas en el estupendo avispero en el que nos acabas de meter con tu comentario. En efecto, en muchas partes del libro se dice que Cide Hamete es el primer autor, pero no es el único autor; en la propia obra se describe cómo el texto va cambiando de manos y transformándose y enriqueciendo, capa a capa, hasta formar la versión final que se publicó dándola a la estampa, es decir imprimiéndola, porque todo lo anterior eran manuscritos que, por supuesto, no se conservan.

Pero hay que fijarse en que en la obra unos autores reconocen que se basan en otros, lo que es una buena práctica autoral que llega hasta nuestros días, ya que siempre se recomienda, si se reutilizan textos o materiales de otros, atribuirlos claramente. Eso establecen tanto el copyright como el copyleft o las licencias libres. Los autores del Quijote jugaron limpio, entonces, ¿no?

—Profe, yo tengo un texto diferente a los anteriores, en él se dice que los impresores eliminaron textos del original. Escucha éste de II, 27:

…que, por no haberse puesto el cómo ni el cuándo en la primera parte, por culpa de los impresores, ha dado en qué entender a muchos, que atribuían a poca memoria del autor la falta de imprenta.

—Cuánta razón tienes. Es una verdad histórica comprobada que en el proceso de impresión, los cajistas que maquetaban la obra cambiaban palabras o frases para que encajaran los tipos en la caja tipográfica, nunca mejor dicho, y así modificaban lo escrito por el autor. Y además estaban los correctores que repasaban lo compuesto y podían también provocar nuevos cambios sobre el manuscrito que servía de guía. Hay muchos Quijotes.

Demos una nueva vuelta de tuerca. ¿Alguien puede leer los dos primeros párrafos del capítulo II, 24? Escuchemos con extrema atención, que aquí se hila muy fino.

—Aquí van:

Dice el que tradujo esta grande historia del original, de la que escribió su primer autor Cide Hamete Benengeli, que, llegando al capítulo de la aventura de la cueva de Montesinos, en el margen dél estaban escritas, de mano del mesmo Hamete, estas mismas razones:
«No me puedo dar a entender, ni me puedo persuadir, que al valeroso don Quijote le pasase puntualmente todo lo que en el antecedente capítulo queda escrito: la razón es que todas las aventuras hasta aquí sucedidas han sido contingibles y verisímiles, pero esta desta cueva no le hallo entrada alguna para tenerla por verdadera, por ir tan fuera de los términos razonables. Pues pensar yo que don Quijote mintiese, siendo el más verdadero hidalgo y el más noble caballero de sus tiempos, no es posible; que no dijera él una mentira si le asaetearan. Por otra parte, considero que él la contó y la dijo con todas las circunstancias dichas, y que no pudo fabricar en tan breve espacio tan gran máquina de disparates; y si esta aventura parece apócrifa, yo no tengo la culpa; y así, sin afirmarla por falsa o verdadera, la escribo. Tú, lector, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere, que yo no debo ni puedo más; puesto que se tiene por cierto que al tiempo de su fin y muerte dicen que se retrató della, y dijo que él la había inventado, por parecerle que convenía y cuadraba bien con las aventuras que había leído en sus historias».
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—Yo os pregunto, chicos: ¿quién dice? Parece que el traductor, pero no, es el autor definitivo el que narra y escribe el primer párrafo, mientras que el segundo es la transcripción de la voz de Cide Hamete, en una anotación que refleja su duda, en la que además se dirige a ti, lector, para contarte algo que ha oído («dicen») de otras voces, que recogen sucesos del futuro pasado, en los que el mismo don Quijote quiere parecerse a lo escrito sobre él.

Prodigioso juego de ecos, que marea un poco y da cuenta del virtuosismo del autor. Pero, ¿de qué autor, de cuál de ellos?

La clave, chicos, puede estar en el significado del nombre Cide Hamete Benegeli, sobre el que se han lanzado muchas hipótesis, una de las cuales es así de contundente: en árabe Cide es señor, Hamete es Mikail y Benengeli significa hijo (ben) del ciervo, es decir Cervantes (SOBH, 2005):

El enigma parece, al fin, resolverse. Cide Hamete Benengeli fue, literalmente, palabra por palabra, el mismísimo Miguel de Cervantes.

—Profe, Cervantes era un vacilón, que quería quedarse con todo el mundo.

—Así es, nunca se acaba. Dejemos este tema aquí y pasemos a otra cuestión principal: las demás actividades avanzadas de lectura que tenemos para hoy.

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Algunos seguro que ya habéis descubierto que la opción de Compartir  en el CoolReader es una mina de oro. Aparecen muchas opciones, más o menos, dependiendo de las aplicaciones instaladas en el móvil, con el sistema Android.

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Si selecciono un párrafo y lo coloreo arrastrando, al soltar aparece una barra con opciones. Si entonces toco en el botón con el icono del sobre de Compartir aparecen varias pantallas con los iconos de las aplicaciones a las que puedo enviar el texto seleccionado: un total de... treinta en mi caso.

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Las hay de muchos tipos, porque tengo al móvil cargadito de ellas, me gusta probar siempre cosas diferentes, quién sabe la nueva prestación que se puede encontrar. Y en el vuestro, ¿cuántas opciones aparecen?

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—En el mío, dieciséis.

—En el mío, solo siete, es que casi no tengo memoria.

—Cómo abusas, profe, ¡treinta!

—Deja, deja, que seguro que me dais cien vueltas en el manejo de otras cosas, aunque no de esta que nos ocupa. Lo que es seguro es que todos tenéis la opción de compartir mediante alguna aplicación de correo electrónico.

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Probadlo, ya veréis que el sistema es muy listo: rellena por sí solo los datos del autor, los títulos de la obra y del capítulo así como el texto seleccionado. En total cuatro pulsaciones y sin escribir nada, sin errores de tecleo. Solo resta escoger el destinatario del correo (Para) y tocar en Enviar. Y me diréis, ¿y por qué iba yo a enviarle un correo electrónico a alguien con un texto literario pegado?

—Pues eso mismo, profe, ¿por qué?

—A lo mejor un correo es algo extravagante para la gente joven como vosotros, pero ¿a que enviar un guás no lo es?

—¿Qué es un guás?

—Un mensaje instantáneo de vuestra aplicación favorita, la mensajería de WhatsApp: conste que la expresión en argot la he oído por ahí.

Vamos a probar: que cada uno abra sus marcadores y escoja un texto que quiere compartir con otra persona, un amigo o compañera, una novia o un novio, o vuestro padre o la abuela.

—El padre todavía, profe, pero la abuela es más difícil: ella prefiere la visita presencial, que es lo mejor para todos porque así te da primero la merienda, luego la propina y se queda tan contenta.

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—No lo pongo en duda. También se puede, y eso es una maravilla, compartir con varios a la vez, como hacemos con nuestro grupo de lectodigitantes en WhatsApp. Esta posibilidad es realmente muy especial.

Arriba     Arriba

Voy a enviar al grupo el maravilloso texto en el que don Quijote, derrotado y amenazado por el Caballero de la Blanca Luna, demuestra su verdadera valentía y prefiere la muerte a traicionar la verdad de su dama. Dice, caído:

Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida.

Lo dice completamente en serio y es sobrecogedor.

«El perdedor invencible», lo llamó un gran escritor (FERNÁNDEZ SANTOS, 2002). Os voy a leer, porque viene al pelo, la frase que más me gusta de una crítica cinematográfica que escribió sobre el último intento de llevar don Quijote a la gran pantalla, que la tengo guardada como un tesoro en una ficha digital. Dice, refiriéndose al protagonista:

...A un colosal pobre hombre, a un triste gigante de la gallardía, un tipo libre, indomable y electrizado por el don de la elocuencia, poblador de la sublime especie de los perdedores invencibles, gente terca y loca que saca elevación y orgullo incluso de un mordisco de polvo o de la indiferencia de los demás ante su desdicha.

—Profe, el texto está muy bien, emociona de verdad, pero lo de compartir textos literarios en el grupo de WhatsApp se puede hacer en clase, como ahora sugieres tú, pero con los amigos no tiene sentido.

—¿Ah, no?

—No, profe, porque mis amigos van a pensar que soy un orgulloso y un creído por usarlo para eso.

—Y además, profe, tampoco es para tanto. Hay muchas redes sociales que lo que hacen mejor es precisamente compartir comentarios. Y fotos, vídeos y enlaces a cosas interesantes. Entonces sí que merece la pena escribir.

—Así que eso es lo que hacéis mientras tecleáis ferozmente en los móviles.

—Claro, eso. Y otras cosas, como jugar. ¿Pero eso no lo sabías ya, profe?

—Nosotros los profes sobre lo que hacéis algunos expertos con los móviles no sabemos mucho, únicamente lo general, pero no los detalles sabrosos que tanto nos gustaría conocer.

—¿Como cuáles?

—Por ejemplo, ¿en WhatsApp qué cosas adjuntáis a los textos que escribís?

—Pues emoticones, fotos, vídeos o audios breves, porque tienen un límite de tamaño, para que no pesen mucho.

—También se pueden anexar una ubicación o un contacto, pero no un archivo normal completo, profe, para eso se necesita el correo electrónico.

—¿Y enviáis párrafos favoritos, o marcadores?

—Pues no, profe, porque a lo mejor no le interesan a nadie, solo a uno mismo, ya sabes. Y da un poco de corte.

—¿Corte?, ¡pero si estáis todo el rato compartiendo en las redes sociales!

—Es diferente, profe.

—¿Estamos seguros de eso? Pues vamos a hacer el experimento, a ver si nos produce urticaria o, por el contrario, nos complace. Por favor, id a vuestra lista de marcadores del Quijote, repasadla y escoger la frase que más os gusta de la obra y enviádsela a un amigo. Yo se la voy a rebotar a mi mujer, que estará trabajando en la oficina y se llevará una alegría.

—Profe, está chupado hacerlo: es to fácil.

—¿Cómo dices? Ah, ya, argot a la última, voy a tomar nota: es to fácil, con tilde. ¿Alguien se anima a leer en voz alta lo que ha enviado?

—Yo, profe, una frase del capítulo II, 53. La conozco porque mi madre la lleva en una camiseta que se pone mucho.

—La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.

—Cómo mola, profe, voy a buscarla y a enviarla yo también. Venga, tíos, vamos a enviarla todos.

—Me parece de perlas. Estoy intrigado por el uso que hacéis de las redes sociales. Yo no tengo Tuenti ni Facebook ni Twitter, pero algunos de vosotros seguro que sí. ¿Podéis probar a ver si se puede compartir un texto favorito de CoolReader de forma directa en esas aplicaciones, tanto el texto en sí como los datos de la obra?

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—En Tuenti se podría en teoría añadir un estado nuevo con ese texto, hasta un máximo de 140 caracteres, pero en la práctica no es posible porque solo el título de la obra y el autor ya superan lo permitido.

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Habría que seguir el otro camino, más largo, de copiar el texto seleccionado en el portapapeles y pegarlo después, eso sí en 140 caracteres y dando bastantes pulsaciones.

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—En Facebook tampoco se puede compartir directamente, aunque permite pegar el texto escogido si se copia primero en el portapapeles, pero se pierden los datos del autor, la obra y el capítulo.

Aunque la gente no hace eso, profe, suele escribir directamente en el muro, para poner lo que estás haciendo o pensando, o para comentar lo que otros hacen o piensan. Hay veces en que se convierte en un marujeo de cuidado, dice mi madre, y creo que le voy a dar la razón, ahora que no puede oírme.

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—En Twitter, profe, sí se puede compartir directamente y son cuatro pulsaciones, pero como tiene el límite de los 140 caracteres, avisa de que te sobran 310, así que no queda otro remedio que acortarlo todo o hacer cuatro tuits seguidos si lo quieres poner completo.

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Voy a hacer unos pantallazos y enviarlos al grupo, para que se vea cómo queda al final.

—Pues, hoy por hoy, profe, la conclusión es que lo mejor es guasapear los textos escogidos que sean un poco largos y dejar las redes sociales para los textos más cortos. Mañana ya veremos, a lo mejor espabilan y dejan compartir textos completos. Voy a escribir a Tuenti y Facebook, a ver si me hacen caso, que puede merecer la pena.

—Buena idea. ¿Qué más opciones para compartir os aparecen, chicos, que puedan ser interesantes?

—La opción del Traductor de Google, por si lo quieres traducir a otro idioma. O, si estás leyendo en inglés o francés, poder volcar un texto al español.

—¡Qué pena, profe, que el Diccionario de la RAE no aparezca en la lista de la opción de Compartir!, así se podría hacer una consulta de una palabra desconocida con mucha menos pulsaciones, como vimos el otro día. Así las cosas, debería haber una versión del DRAE para consulta fuera de línea, estando desconectado.

—Muy buena idea: merecería la pena que escribiéramos para proponérselo y que aplicaran esa mejora. ¿Alguien se anima a hacerlo?

—Ahora le estoy escribiendo un comentario a los desarrolladores de la aplicación en el Google Play, profe.

—Cómo se nota que cada día va habiendo más adolescentes lectores 2.0, como en lo que os estáis convirtiendo vosotros, «capaces de crear contextos lectores» (ANDRADE, CHIUMINATTO y LLUCH, 2013), que es una forma de describir la participación en las redes sociales, el diálogo con las editoriales o los autores, convirtiéndose también en autores de comentarios y reseñas, y en divulgadores y promotores. Pronto se extenderán los clubes digitales de lecturas juveniles... Quién sabe si uno de vosotros creará alguno uno de estos días.

—Profe, todavía somos pocos, pero es cosa de que pase el tiempo. Es de cajón.

—Esta sesión está siendo muy productiva y estamos aprendiendo muchas cosas, yo el primero. Mañana se va a montar una buena en la Sala de Profesores, cuando les cuente todo esto.

—Ponte peluca, profe.

—Lo haré, descuida. No obstante, para terminar, quiero comentaros otra opción de compartir textos, que los investigadores utilizan para sus estudios y vosotros podríais usar para los vuestros. Hay aplicaciones gratuitas que permiten subir el texto redactado y convertirlo en un documento en la nube, como Google Drive, para luego poder abrirlo y trabajar sobre él, modificándolo y adaptándolo a nuestras necesidades, como puede ser la redacción de un trabajo sobre un tema sobre el que hemos estado recopilando información. Hay gente que redacta así sus artículos para las revistas, por ejemplo, o escribe sus ficciones.

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Además, existen aplicaciones especializadas en la gestión de notas, como Evernote, que es la más conocida y recomendable. Si el texto seleccionado lo compartimos desde CoolReader mediante la opción Crear nota de Evernote es posible dar de alta en una libreta un nuevo registro con el texto escogido y el comentario nuestro que queramos añadirle.

E15.Evernote_nota

La nueva nota sube a la nube y allí se queda junto con las otras notas de las diferentes libretas para que sea posible consultarla y modificarla desde cualquier terminal cuando se necesite.

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No hay que escribir texto, con lo que la posibilidad de error disminuye, y al ir acompañado el texto escogido de los títulos de la obra y del capítulo ya se tiene contextualizado lo fundamental. Luego se pueden añadir las glosas y anotaciones que se consideren, así como etiquetas o palabras clave, que ayudan a encontrar la nota concreta entre sus semejantes.

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También conozco estudiantes universitarios que utilizan la aplicación iBooks de los iPhone para tener apuntes, clasificarlos y consultarlos.

Lo cierto es que las posibilidades que hay abiertas en la actualidad para el estudio y la investigación basadas en la lectura digital son enormes, pero poco divulgadas.

La que os he contado podría ser la manera de investigar, recopilar información y redactar un trabajo sobre los autores del Quijote, si os lo encargara. ¿Os lo encargo?

—No, no, no...

—Ya veremos. Quede para otra vez la segunda parte de estas prácticas (¡menuda segunda parte tuvo el Quijote!), que dedicaremos a la escritura digital, materia que tiene tanta enjundia como la lectura, si no más.

Os he visto escribir a dos manos sobre el teclado virtual, usando los pulgares, ejercicio de mucho mérito, porque sobre el papel normalmente solo se usa uno de ellos y es para sostener el bolígrafo.

—El uso de los pulgares se aprende con los mandos de los videojuegos, profe.

—Claro, claro. Yo no he adquirido soltura con esa habilidad porque se ha cruzado por el camino el sistema de escritura deslizante, con la que me quedé flipado y que es la que utilizo. Y es bastante rápida y eficaz.

—También está la escritura por voz, profe, mediante el dictado.

—También, también. Otra vez será.

—Y la escritura de códigos QR mediante aplicaciones... Y el copiar y pegar…

—Vale, vale. Se acaba el tiempo y debo encargaros la tarea para el próximo día, que debe resumir todo cuanto hemos estado tratando en estas sesiones. Haréis un ensayo, una redacción, sobre las que podemos llamar las penúltimas preguntas, que son las siguientes: qué buscaba Cervantes al escribir su don Quijote y que consiguió tras publicar su primera y luego su segunda parte.

Un ensayo de 1.000 palabras sobre ese tema, que deberéis redactar y expresar con vuestras palabras, utilizando solo las citas imprescindibles. Buscamos contagiarnos de la prosa de Cervantes, pero cada uno con su estilo, y redactar como los ángeles. Esforzaos, que tenemos el mejor maestro. Os voy a dar unos textos escogidos como punto de partida, que tengo guardados en notas de Evernote en mi libreta Sacad los móviles.

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Cuando se quiere compartir una nota desde Evernote, el programa envía un enlace (link) para que el destinatario pueda leer la misma bajándola de la web. Eso es lo que voy a hacer ahora enviando mis notas y compartiéndolas en el grupo lectodigitantes de WhatsApp. Así podréis leer no solo el texto seleccionado sino mis anotaciones sobre él, que son nuevas pistas.

El sistema que os he descrito vale para cualquier otro estudio o investigación similar, tanto para un roto como para un descosido. Los lectores avanzados suelen guardar el zumo de sus lecturas en fichas, antes eran manuscritas y más recientemente en forma de citas mecanografiadas en el ordenador, pero ahora es todavía más cómodo. Además, hay que ser muy ordenado para luego encontrar lo que se busca. La lectura digital facilita las cosas, tanto la selección como la transcripción y la guarda y custodia, que se vuelve accesible a todo el mundo.

Enfrentémonos ahora con los cuatro textos, que son las cuatro pistas para descubrir las intenciones de Cervantes y sus logros.

Texto primero, que procede del Prólogo, donde un amigo aconseja al autor que:

Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto, llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más; que, si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco.

Segundo texto, que procede del capítulo II,3, donde se comenta el efecto que los ejemplares impresos de la primera parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha tienen sobre las gentes:

...los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: «Allí va Rocinante». Y los que más se han dado a su letura son los pajes: no hay antecámara de señor donde no se halle un Don Quijote, unos le toman si otros le dejan, estos le embisten y aquellos le piden. Finalmente, la tal historia es del más gustoso y menos perjudicial entretenimiento que hasta agora se haya visto, porque en toda ella no se descubre ni por semejas una palabra deshonesta ni un pensamiento menos que católico.

Tercer texto, de II, 52, donde don Quijote le pregunta a la cabeza encantada que dice siempre la verdad:

—Dime tú, el que respondes: ¿fue verdad, o fue sueño lo que yo cuento que me pasó en la cueva de Montesinos? ¿Serán ciertos los azotes de Sancho mi escudero? ¿Tendrá efeto el desencanto de Dulcinea?

Cuarto y último texto, de II, 55, donde se cuenta que una noche cerrada, Sancho cae en una sima con su asno:

—¡Ay —dijo entonces Sancho Panza—, y cuán no pensados sucesos suelen suceder a cada paso a los que viven en este miserable mundo! ¿Quién dijera que el que ayer se vio entronizado gobernador de una ínsula, mandando a sus sirvientes y a sus vasallos, hoy se había de ver sepultado en una sima, sin haber persona alguna que le remedie, ni criado ni vasallo que acuda a su socorro? Aquí habremos de perecer de hambre yo y mi jumento, si ya no nos morimos antes, él de molido y quebrantado, y yo de pesaroso. A lo menos no seré yo tan venturoso como lo fue mi señor don Quijote de la Mancha cuando descendió y bajó a la cueva de aquel encantado Montesinos, donde halló quien le regalase mejor que en su casa, que no parece sino que se fue a mesa puesta y a cama hecha. Allí vio él visiones hermosas y apacibles, y yo veré aquí, a lo que creo, sapos y culebras. ¡Desdichado de mí, y en qué han parado mis locuras y fantasías!

Y ya está, eso es todo, chicos, ahora deberéis seguir vosotros, sintetizando las ideas que se desprenden de estos cuatro textos y relacionándolas con lo que hemos hablado y tratado sobre la obra, así como con lo que podáis encontrar por ahí, en otras lecturas, en la Red o en la familia o con los amigos. Y redactad con mimo.

Siempre intentando desentrañar la respuesta a la verdadera última pregunta, que se refiere al sentido más profundo de la obra cervantina -esta es la última pista que voy a daros-: sobre si el Quijote mueve a risa o, por el contrario, provoca el dulce llanto, o, quién sabe el cómo del prodigio, ambas cosas a la vez.

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